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Uruguay: Los rituales en la asunción de Lacalle Pou

El caballo y la cruz

Fuentes: Brecha


Asumió el gobierno presidido por Luis Alberto Lacalle Pou. Fueron días de formalidades, ceremonias, visitas y mensajes simbólicos. El nuevo presidente se mostró acompañado de dirigentes de la derecha y la ultraderecha regionales, escoltado por jinetes y bendecido por sacerdotes, lo que dejó claras las afinidades de su gobierno y señaló el retorno de cierta idea de lo nacional.

Después de un discurso en el que habló sobre la libertad, Lacalle Pou salió del Palacio Legislativo y se subió, junto con la vicepresidenta, Beatriz Argimón, al viejo automóvil que perteneció a su bisabuelo Luis Alberto de Herrera, en el que su homónimo padre había hecho ya el mismo recorrido. Dio un rodeo por la Avenida de las Leyes y agarró por la avenida Libertador, seguido de nada menos que 3.300 caballos con sus jinetes.

Hico hico

La caballería estaba organizada por delegaciones de los 19 departamentos. Flameaban en manos de los hombres a caballo banderas de Uruguay y de numerosas organizaciones. Cabalgaban también muchas mujeres (a menudo con unas largas polleras que cubrían la totalidad del lomo del caballo) y niños. Abundaban los ponchos, los facones y los gritos de algarabía. Por las ropas y los cuerpos, se podía suponer la clase social de los jinetes. La clase altísima desfilaba mezclada con los sectores populares del campo. En el público se veían mucha gomina, muchos sombreros panamá y muchas personas vestidas de blanco, a veces de la cabeza a los pies.

Los desfiles de caballería gaucha son comunes en el interior del país en todo tipo de ocasión y conmemoraciones. Recuerdan al gaucho y las temibles embestidas de jinetes que protagonizaron la guerra de independencia y las muchas guerras civiles que le siguieron en el siglo XIX, que terminaron con la revuelta de Aparicio Saravia (1), cuyo rostro aparece estampado cada vez más sobre el blanco y el celeste de la bandera del Partido Nacional (PN). La caballería gaucha evoca la lucha por la independencia y también un pasado romantizado, el precapitalismo bárbaro de los hombres sueltos y los caudillos, el mundo del aire libre y la carne gorda. Los jinetes del domingo no son gauchos, como lo eran aquellos, sino habitantes del Interior actual, alambrado, capitalista, tecnificado y mucho más urbano. Sin embargo, el gaucho sigue siendo su representante.

No es usual que más de 3 mil caballos recorran el Centro de Montevideo. La imagen del desfile de caballería fue, sin duda, impresionante y transmitió cierto espíritu lúdico, aunque serio en extremo. Fue un espectáculo elegante y alegre. Fue una demostración de fuerza, como lo puede ser una gran multitud, pero no por la cantidad de gente (aunque había unas tres cuadras de público en 18 de Julio). No eran meras personas aglomeradas, sino representantes de lo que los blancos entienden como la verdad de la patria, de su origen y de su riqueza. No es casual que los terratenientes del campo (clase que, por cierto, hizo disciplinar y exterminar a los gauchos) tengan una importante representación en el nuevo gobierno, encabezada por el ministro de Ganadería y expresidente de la Asociación Rural, Carlos María Uriarte (Partido Colirado).

Pero si el caballo representa la libertad y la patria, representa también la conquista. No es menor que lo que la caballería evoca sea no la función productiva del caballo, sino su dimensión militar. Lacalle entró a asumir el gobierno nacional, visto muchas veces como algo lejano y hostil desde “el campo”, y va a gobernar desde Montevideo, bastión electoral del Frente Amplio. Fue una entrada triunfal en territorio hostil.

Entre el público predominaban las banderas del PN, pero había también un importante contingente identificado con Cabildo Abierto (ocasionalmente, se veía alguna insignia colorada). El eslogan extraoficial del gobierno, “se acabó el recreo”, era gritado con alegría por los festejantes. Era un grito no de libertad, sino de revancha, amenaza y afirmación de la jerarquía. Orgullo de saberse botón. El único grito que se escuchó más que el del recreo fue “viva la patria”. Y, ciertamente, si algo se celebró el domingo, fue la patria. No la ciudadanía ni el pueblo, la patria.

Todos juntos en capilla

Al día siguiente se celebró una “oración interreligiosa por la patria” en la Iglesia Matriz. Participaron en ella sacerdotes católicos, protestantes y judíos, con la intención de bendecir el nuevo gobierno. La catedral no llegó a llenarse. Las figuras políticas, que tenían asientos reservados en las primeras filas, desfilaban por el pasillo que se formaba entre los asientos, haciéndose aplaudir y saludar. El primero en recibir este tratamiento fue Guido Manini (Cabildo Abierto) lo siguieron Pablo Mieres (Partido Independiente) y el ya mencionado Uriarte. En el público se destacaban figuras de la derecha cristiana, como Álvaro Dastugue, y oligarcas, como Ignacio de Posadas y Laetitia D’Arenberg, además de autoridades varias. La ovación más grande, con los celulares en alto, fue para el presidente.

La ceremonia comenzó con una bienvenida a la catedral por parte del cardenal Daniel Sturla: “Esta iglesia está cargada de historia. La construcción de esta iglesia comenzó en 1790 y esta fue bendecida en 1804. Cada día es visitada por mucha gente que encuentra aquí testimonio de nuestro pasado. Allí está la pila bautismal donde fue bautizado el primer jefe de los orientales, y en el atrio una placa recuerda la muerte heroica de Francisco Lavandeira, defendiendo la urna depositaria de la voluntad popular”. Siguió: “Rezamos porque amamos la patria y deseamos para todos los orientales y todos los que viven en este suelo lo mejor, una sociedad más libre, más justa. Por ello invocamos a Dios, nuestro señor”.

Una presentadora no identificada pidió “ponernos en presencia de Dios” y se leyó del Primer Libro de los Reyes, de la Biblia, un pasaje dedicado a la coronación de Salomón, que, angustiado con que “Dios me ha hecho rey en el lugar de mi padre”, pide “un corazón comprensivo para juzgar a mi pueblo, para discernir entre el bien y el mal”. Dios responde: “Porque tú has pedido esto y no una larga vida, ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices. Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te daré lo que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes”. Se omitió leer la frase que sigue inmediatamente a este fragmento: “Si sigues mis caminos, cumpliendo mis leyes y mandamientos, como lo hizo David, tu padre, te daré larga vida”. Cuando se trata de la lectura bíblica, hay que interpretar. Se le habla al presidente sobre un rey (los reyes como ejemplo para los presidentes) cuyo padre también lo fue, a quien, por pedir consejo a Dios, se le prometió la gloria (y la riqueza), y se deja de leer justo a tiempo, antes de decir que tiene que gobernar según la ley de Dios. El mensaje es religioso y político. En este encuentro, los sacerdotes le hablaron directamente al presidente.

Pasó al estrado el rabino Daniel Dolinsky, que contó la historia de Balac, otro rey que, temeroso de la llegada del pueblo judío liderado por Jacob a los territorios de su reino, Moab, contrató los servicios del maldecidor Bilaam para que maldijera a los israelitas. Bilaam, en diálogo con Dios, decidió, en lugar de maldecirlos, bendecirlos. El rabino reflexionó: “¿Por qué muchas veces nos empeñamos en desear el mal al otro en vez de preocuparnos por construir nuestro propio bien? ¿Por qué a Balac se le ocurre que el encuentro con ese pueblo de Israel va a ser negativo en vez de preocuparse por construir un Moab fuerte que pudiera encontrarse sanamente con el pueblo de Israel?”. Destacó que la bendición de Bilaam a los israelitas fue “cuán bellas son tus residencias, oh, Jacob” (omitió que la bendición seguía con “devora las naciones enemigas, les quiebra los huesos, las atraviesa con sus flechas”) y que “no es que las casitas o las carpas eran bellas”: “La belleza estaba en el interior, en la construcción de sociedad, en lo especial que tenía esa gente para construir la mejor sociedad”. Terminó identificando el pueblo bíblico de Israel con el uruguayo, deseando que pronto podamos decir: “Cuán bellas son tus residencias, oh, pueblo uruguayo” –“y no hablamos de las viviendas, hablamos de la esencia que nos invita a construir sociedad”– y ofreciendo “nuestro compromiso de acompañamiento permanente y nuestro aporte responsable y honesto” “a quienes comienzan esta nueva etapa conduciendo los destinos de la República”.

Entre discurso y discurso, suena música sacra. Durante las oraciones, algunos miran el celular, otros cierran los ojos, otros unen sus manos en oración. Una señora besa su rosario, muchas baten sus abanicos. Habló el pastor luterano Jerónimo Granados, que hizo un elogio de la libertad y celebró a los gobernantes que, como Federico el Sabio, católico, protegió a su súbdito Lutero aun cuando era considerado un hereje.

Siguió a Granados el presidente de la Conferencia Episcopal, Arturo Fajardo, que citó profusamente a Artigas, pidió al Señor que pusiera “todo al servicio de la nación, reconociendo a la política como la más preciosa forma de la caridad”, y propuso: “En una sociedad que muestra signos de fragmentación y pérdida de sentido, busquemos construir puentes”.

Luego habló el pastor evangélico Pedro Lapadjian, que tuvo como tarea hacer la introducción al padrenuestro: “La oración del padrenuestro […] comienza reconociendo la autoridad de Dios que los primeros cristianos declararon, ‘rey de los siglos inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y sea la gloria’. Pero inmediatamente las manos que se elevan al cielo se extienden con un compromiso solidario hacia el prójimo y se extienden por tres necesidades humanas: la primera de ellas, dadnos hoy el pan de cada día”, que luego interpretó como trabajo, salario, salud, vivienda, educación y seguridad. Llamó a perdonar, reparar las separaciones “producidas por diferencias políticas, filosóficas, religiosas y laborales”, y pedir a Dios “lo mismo que pidió Salomón al iniciar su mandato: sabiduría, la cual es imprescindible para gobernar y generar el bienestar de nuestro prójimo”. Después de su discurso, el padrenuestro retumbó en la iglesia, recitado con energía por el público presente.

El rabino Max Godet hizo un breve discurso, intercalado con cánticos en hebreo y el toque del shofar, un “simple y milenario instrumento que era tocado en tiempos bíblicos en las coronaciones de los reyes de Israel y también antes de cada batalla”. Antes de tocar (virtuosamente) el cuerno ritual, dijo: “El que concede victoria a los reyes y dominio a los gobernantes, y su dominio es toda la existencia, que bendiga, ayude y exalte al presidente de la República, Luis Lacalle Pou, y a todos los ministros de esta nación. Que el rey de los reyes los sostenga, los libre de toda desgracia y los inspire para que traten al pueblo con bondad y gobiernen con sabiduría. Que sea esta la voluntad de Dios”.

Sturla cerró la ceremonia con una breve bendición.

Invocados

Dios y la patria fueron invocados en estos rituales. Por ser entidades más bien abstractas y difíciles de ver a simple vista, es necesario hacer complejos rituales para convocarlas, y no es claro si efectivamente estuvieron presentes. El presidente fue ungido por su base de apoyos, que puso toda la carne simbólica en el asador: miles de caballos que rodearon el Palacio Legislativo y cinco altos sacerdotes que le dieron consejos y lo apuntaron con las palmas de las manos.

Hubo protestas contra la oración en la Iglesia Matriz: la Iglesia metodista anunció que no participaría, algunas organizaciones laicas difundieron comunicados y algunos dirigentes del Partido Colorado advirtieron sobre los peligros para la laicidad. Si la laicidad, más allá de los formalismos, es limitar el poder político de la religión y evitar que los gobiernos actúen con criterios religiosos, este fue un acto de desafío abierto a ese principio constitucional. Pero constatar eso no va a hacer mucha mella en el gobierno: la derecha decidió hace un tiempo que laicidad no quiere decir esto, sino limitar las expresiones políticas de los estudiantes de la educación pública.

Los rituales de esta semana performan la idea medieval del buen gobierno: el rey y su ejército a caballo, aconsejado y limitado por los sacerdotes para felicidad del pueblo. De un lado, el cuerpo, la conquista, el poder temporal; del otro, el alma, la oración, el poder eclesiástico. Estas viejas ideas sobreviven debajo de una fina capa de modernidad. Todo lo que la campaña de Lacalle ocultó detrás de una imagen innovadora, dinámica, de gerente canchero, se mostró ahora como un desahogo.

Nota

1) Aparicio Saravia (1857-1904), caudillo rural, político y militar, principal figura histórica del Partido Nacional. En 1904 se levantó en armas contra el primer gobierno de José Batlle y Ordoñez (1856-1929) principal dirigente histórico del Partido Colorado, señalado como el fundador del Estado capitalista moderno, y reivindicado hasta hoy -incluso por la mayoría de la izquierda- como el impulsor de las leyes progresistas que marcaron por décadas el “Estado de bienestar”. Con la derrota militar de Saravia en la batalla de Masoller (setiembre 1904), se puso fin a la última guerra civil.

Fuente: https://brecha.com.uy/el-caballo-y-la-cruz/