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El campo de concentración de Malta

Fuentes: Rebelión

Traducido por Gorka Larrabeiti para Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.

El centro de detención de Safi Barracks en Malta es una gigantesca jaula donde los emigrantes viven como bestias. Cuando los militares malteses abren el candado, decenas de africanos nos acogen gritando Freedom!, Liberté!… Se acercan con ojos ansiosos, es un coro ininterrumpido de «ayudadnos, aquí dentro no podemos vivir, sufrimos demasiado». En las vallas metálicas han colgado una sábana: » Dios juzgará a Malta por lo que hace a los emigrantes».

El olor de sus cuerpos, lavados con una sola jaboneta al mes en baños horrorosos, es insoportable. En los barracones duermen sobre colchones asquerosos; los más afortunados disponen de sábanas que ya amarillean de suciedad; viven aquí desde hace meses sin saber por qué, sin haber visto ni a médicos, ni abogados ni voluntarios de oenegés. Una hora de aire libre al día, y a veces ni siquiera eso «si no se portan bien». Sin libros ni periódicos que leer, sin bolígrafos para escribir; hay una televisión al fondo de la nave, pero ni un banco para sentarse a ver el único canal en maltés. «Nos vamos a volver locos». Algunos ya lo están. No podían aguantar más la espera, 18 meses de cárcel porque eres ilegal y con la única esperanza de obtener asilo político en Malta. No podían más: han perdido el juicio y los militares les han obligado a firmar un folio y después se los han llevado. ¿Adónde?

Mohamed muestra un balde con la colada: dentro hay restos de arroz blanco y de cachos de patatas hervidas. «Mira qué nos dan de comer. Todos los días lo mismo: macarrones y arroz, nunca carne ni verdura, sólo alguna manzana». Después se mete un puño en la boca. «No tenemos tenedores ni platos». Sólo una escudilla para el Lipton, como llaman al té. Un sudanés se toca el pecho, tiene asma pero le han dado una medicina caducada el mes pasado. Se trata de una muestra gratuita, italiana. Durante la visita numerosos emigrantes nos han enseñado pastillas, jarabes y aspirinas: todos caducados. Los enfermos graves están en cama: no consiguen sumarse al desahogo: uno sufre de bocio, otro es diabético, otro tiene un bulto en el ojo: «Me han dado una pomada pero no se me ha curado».

El Convenio de Ginebra sobre refugiados establece que los enfermos son «vulnerables» y tienen preferencia. No deberían estar en la cárcel. Sin embargo, el gobierno conservador de La Valletta asegura, a través del teniente coronel Brian Gatt, un hombre de dos metros, que el Safi en realidad es el centro más decente, porque los otros centros de Malta son aún peores: tras las rejas terminan durante meses y más meses incluso niños y mujeres embarazadas. En el centro de Tà Kandja justo el día de la visita de la Comisión de Derechos Civiles, Justicia y Asuntos internos del Parlamento Europeo, un grupo de emigrantes se rebeló y en la lucha un soldado casi perdió un dedo. Esa misma tarde, en el preciso momento en que la delegación de Bruselas salía del señorial palacio del Ministerio de Justicia y del Interior, noventa africanos se escaparon del centro La Floriana desencadenando una caza al hombre por las calles del elegante centro histórico.

Desde hace meses, los emigrantes están en agitación permanente, se han organizado y provocan tumultos y hacen huelgas de hambre. Basta poco para entender que, desde 2004, cuando la Comisión por los Derechos Humanos de Estrasburgo escribió un informe severo sobre las condiciones de quienes solicitaban asilo en Malta, las cosas no han cambiado en absoluto. Es más: los malteses se han vuelto intolerantes. A los prisioneros que escapan de las garras de la policía les gritan: «Habría que quemarlos en la plaza» o «Dad gracias a nuestra hospitalidad». El racismo se ha convertido en un problema político y tiene un partido alternativo a los conservadores y a los laboristas que se está abriendo camino a base de eslóganes xenófobos. El gobierno de la isla no esconde la crisis causada por los emigrantes. Crisis que se ha agudizado desde 2004, año del ingreso en la Unión Europea, transformado así esta tierra en la puerta principal entre el África mediterránea y el viejo continente.

El ministro de Justicia e Interior, Tonio Borg, desgrana dato tras dato y explica que Malta no es capaz de gestionar a los emigrantes. El corolario no tarda en llegar: «La Unión Europea debe ayudarnos, no podemos hacerlo todo solos».

Hoy, todo estado miembro puede comportarse como mejor crea y la legislación maltesa es durísima a este respecto: a todos los emigrantes ilegales les esperan 18 meses de cárcel. Además, no tienen la posibilidad, una vez en tierra, de pedir un permiso de residencia para trabajar: al parecer, el gobierno no contempla mínimamente la posibilidad. Muchos piden también asilo político, pero es en balde: la comisión por los refugiados malteses es la oficina peor dotada y las gestiones son demasiado lentas. Visto todo esto, los miembros de la delegación del Parlamento Europeo se han quedado impresionados y disgustados: «Bruselas no puede seguir tolerando estos campos de concentración, hace falta armonizar las leyes sobre inmigración de la Unión Europea». Tanto desde la derecha como desde la izquierda, el comentario es unánime.

 

 

 

Texto original en italiano:

http://claudiofava.netfirms.com/artman/publish/article_964.shtml