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Francia

El caso Tarnac o el reinado de la imagen

Fuentes: L’Humanite

Traducido para Rebelión por Caty R.

Los nueve jóvenes acusados de estropear las vías de una línea del tren de alta velocidad (TGV) siguen inculpados como «miembros de una asociación de malhechores con fines terroristas», aunque en la actualidad están libres y la acusación siempre ha reconocido que no tiene pruebas materiales. La mirada sobre la forma de vida de los jóvenes, una existencia que se concibe fuera de los circuitos mercantiles es, para el poder judicial y la ministra de Justicia, un elemento que puede sustituir a los hechos. La voluntad de los acusados de vivir fuera de la sociedad revela a ciencia cierta sus intenciones de cometer atentados con el fin de desestabilizar el Estado. Se suspende la percepción de los hechos y se convoca la mirada que los acusados tienen sobre sí mismos como una encarnación del «enemigo interior». Dicha mirada se convierte en un objeto del poder, que señala a los acusados como culpables y los identifica como terroristas.

Los procesos se invisten de un sentido antes de que se perciban los elementos de la investigación. Simples destrozos se califican de actos terroristas y se señala a los culpables a priori. A falta de pruebas materiales, la acusación se basa principalmente en el libro L’insurrection qui vient, cuya redacción se atribuye a Julien Coupat, que además está considerado como el «jefe» del grupo incriminado. El libro se refiere al sabotaje como un medio de paralizar la máquina social. Cita como ejemplo el hecho de «inutilizar una línea del TGV». Esta frase se exhibe como la señal indicadora de que los autores del libro son necesariamente quienes realizaron el sabotaje de la vía férrea.

La acusación considera que existe una continuidad perfecta entre escribir esa frase y el hecho de cometer los destrozos de la línea del TGV. Los objetos externos, los hechos, sólo son simples soportes de imágenes. La exhibición de un puro significado. Capturadas por la pulsión escópica, dichas imágenes nos hacen abandonar el dominio del pensamiento para establecer el reinado de la emoción. De esta forma, la imagen se opone al lenguaje. Al contrario del discurso, al cual puede oponerse otro discurso, la emoción no puede integrar la contradicción. Tiene el poder de englobar y conlleva una adhesión inmediata. Es una cuestión de fe. Gracias a la «subjetivación» del derecho penal, los procesos en materia de terrorismo tienen como base la formación de una imagen destinada a satanizar a los inculpados. El caso Tarnac se inscribe en esta regla que, sin embargo, se especifica por el carácter puramente abstracto de la imagen producida. Generalmente, la acusación de terrorismo se construye a partir de infracciones reales, como por ejemplo la fabricación de documentos falsos, tenencia ilícita de armas…

Esos elementos no se tratan por sí mismos, sino que se miran en el marco de la organización terrorista. Eso les confiere un nuevo significado. Aquí, estamos en presencia de una imagen autónoma, liberada de cualquier conexión material. La frase de un libro que se vende en las librerías daría fe de la intención de su presunto autor, y se convierte en la encarnación de un acto terrorista. Se establece una identificación entre la palabra y la cosa. Ese carácter abstracto permite una perfecta reversibilidad entre el sentido que da el poder y el que reivindica el grupo inculpado. El libro no desarrolla una estrategia de la toma del poder, simplemente presenta una imagen de la insurrección. Objeto de una exhibición y no de un acto real, elabora un fetiche que sustituye a la falta colectiva, a la muerte social que anuncia. Como encarnación de la insurrección, es un puro acto de divertimento y no de enfrentamiento. A falta de cualquier relación con la realidad, disfruta de la afirmación de que «el poder está acorralado». Esta frase se convierte en la expresión de su omnipotencia. Por el rechazo de su castración, constituye una negación de esa falta e impide cualquier enfrentamiento con lo real, cualquier emergencia de la palabra. Se presenta como «la carne del mundo», el fetiche ocupa el espacio de la falta para reservarse el acceso a lo simbólico, al poder de nombrar.

A la lucha sustituye el espectáculo, donde él es a la vez autor y espectador. El espectáculo produce una reversibilidad de quien mira y lo mirado, de lo visible y lo invisible. El sujeto se convierte en objeto. Convirtiéndose en objeto de la mirada del poder, al «comité invisible», autor reivindicado del libro, se le nombra como enemigo e integra lo simbólico. Al hacerlo, suspende también la materialidad de los hechos. Al afirmar que la existencia del poder está amenazada, refuerza la justificación que da el Estado para suprimir nuestras libertades. Nos encierra en la imaginería creada por el poder.

El caso Tarnac es ejemplar de nuestra modernidad. Nos muestra el fin de la política, de la diversidad de los discursos que organizan lo real para dejar el sitio al reino de la uniformidad de la mirada. La imposición de ésta reduce la función significante al signo. Nos instala en la psicosis. Como cualquier imagen, ese puro significado no tiene exterior. Engloba tanto la denominación del poder, que crea un enemigo virtual calificado de terrorista, como su reconocimiento por el grupo estigmatizado como «enemigo interior» que sacude al Estado.

* Tulay Umay y Jean Claude Paye son sociólogos.

 

Fuente: http://www.humanite.fr/2009-09-01_Idees-Tribune-libre-Histoire_-L-affaire-Tarnac-ou-le-regne-de-l-image