Habitual colaborador en «La Jornada» y GARA, Raúl Zibechi (Montevideo, 1952) es un reconocido teórico y activista de los movimientos sociales. Vinculado al semanario uruguayo «Brecha», gran parte de su trabajo está destinado al estudio de la acción social, a comprender las claves de esta «América en movimiento». Desde esa perspectiva, nos habla del momento […]
Habitual colaborador en «La Jornada» y GARA, Raúl Zibechi (Montevideo, 1952) es un reconocido teórico y activista de los movimientos sociales. Vinculado al semanario uruguayo «Brecha», gran parte de su trabajo está destinado al estudio de la acción social, a comprender las claves de esta «América en movimiento». Desde esa perspectiva, nos habla del momento de cambios que vive su país y toda América Latina.
¿Qué balance realiza del primer gobierno del Frente Amplio?
Ha habido algunos cambios positivos (negociación salarial, reformas en salud, educación…), favorecidos por una coyuntura internacional que ha sido muy favorable para Uruguay. Lo negativo es que seguimos bajo un modelo neoliberal, que la tierra se ha extranjerizado, que la soja se ha expandido, que el proyecto de las papeleras es muy importante, que seguimos siendo productores y exportadores de productos primarios, que no ha habido reformas estructurales importantes, salvo la de la salud, y que el país productivo que prometía el Frente Amplio (FA) no se ha implementado. Mirando a lo que hubo antes, ha sido un Gobierno mucho mejor, ya que los otros fueron totalmente neoliberales. Pero mirando a lo que una parte de la población esperaba, y a lo que habían prometido, se ha quedado muy corto.
¿Lo sucedido en torno a la Ley de Caducidad puede estar dentro de ese razonamiento?
En el tema de los derechos humanos, el presidente y el Gobierno se negaron a anular la Ley de Caducidad, pero es verdad que hay militares presos. En el Gobierno del Frente Amplio siempre hay un vaso medio lleno y otro medio vacío.
¿Cómo valora la derrota del plebiscito?
Para mí era obvio que no iba a salir. Yo no apoyé la campaña por varias razones, principalmente porque el castigo a los criminales es un tema ético y no se somete a plebiscitos. La sociedad civil podía haber optado por presionar para que el Parlamento derogara la ley, pero era difícil, porque el Ejecutivo estaba fuerte y los movimientos sociales atraviesan una situación de debilidad, así que se decidió ir a por las firmas. Pero este camino tiene un gran riesgo. Es lo que decía Hebe de Bonafini hace veinte años: no la sometan a plebiscito porque, si pierden, la ley se queda engrampada. Y es lo que acaba de pasar, que el pueblo se manifestó y el Parlamento ya no puede derogarla, al menos por un buen tiempo.
¿Y por qué no ha ganado el «sí»?
Tabaré Vázquez fue siempre partidario de no derogar la ley porque, pese a ella, tenemos la posibilidad de meter militares y civiles presos, cosa que es verdad. Yo no estoy de acuerdo con esa vía, pero el presidente tiene argumentos sólidos. También ha pesado la postura de algunos sectores del FA, cuya posición histórica ha sido la de no tocar la ley. Otro factor es que la Corte Electoral hizo una trampita: sólo había papeleta del «sí» (de forma que el «no» y la indiferencia -o el desconocimiento- contaron como «no»). Finalmente, también ha sido un error plebiscitar dos cuestiones tan importantes a la vez de unas elecciones, porque el 25 de octubre lo importante era el presidente. Lo demás parecía secundario para muchos.
¿Y qué va a pasar ahora con la ley?
Imagino que la tendencia que se va a ir instalando aquí será algo parecido a lo que sucede en Perú, que hay una ley similar pero los jueces actúan como si no existiera. Además, cuando una ley nacional es injusta, hay instrumentos internacionales que se pueden aplicar -la Corte Interamericana de DDHH la rechaza-. De esta forma, lo mas positivo que puede ocurrir es que no sea operativa. (Hace unas semanas, la Corte Suprema del país también declaró su inconstitucionalidad).
¿Qué supone para Uruguay la figura de Pepe Mujica, que tanto impacto mediático internacional ha tenido?
Es un fenómeno atípico en nuestra cultura política. Fue guerrillero, pero eso no me dice mucho, porque también hay guerrilleros que acaban en la ultraderecha. Es nacionalista, muy pragmático, no tiene anclajes ideológicos a la hora de tomar decisiones y ahí se siente mucho más libre que otros sectores de izquierda. Su principal característica es que es un hombre sencillo, del pueblo, un chacarero normal que viene del Partido Nacional, con toda esa cultura, y que tiene un diálogo muy fluido con la gente común. Hoy no es un revolucionario, para nada, en el mejor de los casos es socialdemócrata, pero tiene la gran ventaja de que refresca la cultura política uruguaya. Hasta ahora, para hacer política había que tener corbata y títulos universitarios, hablar bien… Sin embargo, Mujica refleja una cultura plebeya, una cultura «del abajo», que es la que se viene abriendo paso en los países donde existen fuertes movimientos sociales de «los sin» (sin tierra, sin derechos, desocupados…). Aquí es difícil que pueda emerger un movimiento cultural y social de este tipo, porque no hay movimientos indígenas, los «sin» no son la referencia del movimiento social. Pero los «sin derechos» de Uruguay probablemente se vean fortalecidos en su cultura con la emergencia de Mujica. Pienso que encarna un fenómeno que lo trasciende. Y eso es bueno.
Sin embargo, Mujica presenta flancos débiles que el FA trata de cubrir con Astori.
El principal es que habla demasiado, opina de todo y a veces dice estupideces, como señaló Tabaré. Tampoco termina de definir su modelo de país, porque Uruguay no puede ser un productor de pasta de celulosa, o un exportador de soja. Otro problema de Mujica es que los demás tienen aspecto de estadistas y él no. Una vez fue a Buenos Aires a hablar con Cristina (Kirchner) y no lo querían dejar entrar en la Casa Rosada. A mí no me parece mal ese aspecto, pero es su flanco débil respecto a las clases medias, que es el voto que necesita captar. Por eso lo han equilibrado con Astori.
Tabaré Vázquez, en cambio, parecía conectar mejor con todos los caladeros de votos del FA…
Tiene las dos cosas. Es de un barrio popular, el prototipo del hombre hecho a sí mismo, conecta con los pobres y también con las clases medias. Es el que mejor representa a la sociedad uruguaya de izquierda, aunque a mí no me guste mucho personalmente. Porque Astori conecta con las clases medias y con los pobres mal. Y a Mujica le pasa al revés. Y ése es el lío del Frente Amplio. Por eso Tabaré Vázquez se va a volver a presentar en 2014 y va a ganar.
Tras el primer Gobierno del FA ha surgido una opción electoral a su izquierda (Asamblea Popular) y los movimientos sociales han sido críticos, pero Mujica ha mantenido prietos los votos por ese lado.
El Frente Amplio es una cosa tan distinta como Uruguay, ya que reúne desde sectores de centro-derecha hasta la izquierda revolucionaria ¿Cuál es el problema de la izquierda revolucionaria? En Uruguay no hay una tradición popular, plebeya, de lucha callejera. Su pequeñez se debe al tipo de sociedad que tenemos, y sólo va a levantar vuelo cuando esos sectores populares, los del «más abajo» que dicen los zapatistas, creen sus propios movimientos y desborden al MPP (Movimiento de Participación Popular, agrupación política encabezada por Mujica con la que los Tupamaros se integraron en el FA), ya que siguen teniéndolo de referencia. Pero hoy el MPP es un partido de viejos. ¿Qué va a surgir cuando eso muestre sus límites? Lo que sean capaz de alimentar los más pobres, no van a ser los sindicatos los que lo hagan.
¿Qué evolución ve en la política uruguaya?
Entiendo que los partidos tradicionales -blancos y colorados- van a disminuir, y que el peso social fundamental va a ser del Frente Amplio, que va a ser el partido del sistema. Hoy el neoliberalismo no está en la fase de privatizaciones, eso le tocó a Lacalle, a Sanguinetti. Hoy necesita de un partido como el FA, que sea capaz de apoyar la soja y las papeleras, y a la vez contener a los pobres.
Paralelamente, usted alude a un rearme ideológico de la derecha en toda América Latina…
Se empezó a manifestar desde el año pasado, coincidiendo más o menos con la huelga del campo en Argentina y el bombardeo al campamento de Raúl Reyes, dos elementos que podemos tomar como un reposicionamiento de las derechas. Y en Uruguay el fenómeno también queda claro cuando reaparece como candidato un hombre tan desprestigiado como Lacalle, o cuando está en ascenso la figura de Bordaberry. Además, creo que el progresismo está cayendo como instrumento de cambio, se ha quedado en mal menor (en esto saco a Bolivia, Venezuela…). No ha perdido su apoyo popular, porque no lo va a perder en dos días, pero sí está empezando a tener problemas.
¿Cuál es su opción para el balotaje del 29 de noviembre? ¿Y a partir del día 30?
Entre Lacalle y Mujica, yo a ojos cerrados voto al Pepe. ¿Cómo seguimos? Eso implica hoy trabajar con aquellos sectores que son objetivamente anticapitalistas, o antisistema. ¿Y quienes son? Los excluidos. Trabajar en formación, organización, que esos sectores se vayan fortaleciendo. Hoy en día ya hay una fractura social muy grande, ejemplificada entre Pepe y Astori, o entre el FA y la derecha. Uno de los motivos por los que el frente perdió votos es que antes ibas a la mutualista y te encontrabas a gente como tú: clases medias. Ahora también hay muchos «negritos», y eso molesta a algunos. Acá hay un desafío social y político: ¿Qué pasa con los excluidos? Porque no es sólo darles comida, o facilitarles un ingreso. ¿Van a poder hacer política igual que los demás? ¿El objetivo es que yo elija a mis representantes o que yo esté presente para participar, decidir, construir poder? ¿Tenemos posibilidades de construir un poder popular? Ése es todo un debate, un desafío, que yo creo que va a estar presente en el futuro.