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El Salvador

El corazón de San Miguel es un cementerio de izquierdistas

Fuentes: ContraPunto

Las instalaciones donde funcionaron las extintas Policía Nacional y Policía de Hacienda guardan decenas de cuerpos de opositores que fueron capturados y llevados allí para ser torturados y asesinados. En las viejas instalaciones que compartían las extintas Policía Nacional (PN) y Policía de Hacienda (PH), en el corazón de San Miguel, al oriente del país, […]

Las instalaciones donde funcionaron las extintas Policía Nacional y Policía de Hacienda guardan decenas de cuerpos de opositores que fueron capturados y llevados allí para ser torturados y asesinados.

En las viejas instalaciones que compartían las extintas Policía Nacional (PN) y Policía de Hacienda (PH), en el corazón de San Miguel, al oriente del país, funciona un parqueo de la municipalidad abarrotado de pupuserías, venta de ropa y de música pirata. Todo parece muy normal.

Pero allí se esconde un secreto terrible y doloroso: un cementerio clandestino con cadáveres de opositores políticos -o acusados de serlo-, asesinados durante los años de guerra civil, de acuerdo con varios testimonios de los propios victimarios, recabados por ContraPunto durante una investigación de ocho meses.

El parqueo municipal está rodeado por las calles Chaparrastique, 1ª Avenida Sur, 1ª Calle poniente y Avenida Gerardo Barrios, y en conjunto muestra la estampa típica del desorden de una ciudad salvadoreña. Pero debajo de ese espacio, aparentemente común y corriente, yacen los cuerpos de hombres y mujeres que fueron capturados y asesinados, durante la guerra, por los escuadrones de la muerte, acusados de ser izquierdistas.

ContraPunto supo que el alcalde de San Miguel, Will Salgado, habría girado órdenes a los comerciantes que poseen puestos de ventas allí en el parqueo, para que no los modifiquen ni mucho menos realicen excavaciones, sin contar con una inspección previa, pues en el pasado los que lo hicieron se encontraron con restos humanos.

Las instalaciones de las otrora PN y PH contaban con un sótano de grandes proporciones, que sirvió como centro de tortura y asesinato de cientos de izquierdistas opositores al gobierno, mayormente a finales de la época de los 70 y durante los 80.

Desde ese sitio, los temidos escuadrones de la muerte operaban con impunidad para infundir terror y muerte a todo el que consideraban opositor de izquierda.

Al finalizar el conflicto armado, en 1992, el sótano fue sellado y muchos documentos fueron transportados en cajas selladas, a bordo de camiones militares con destino al cuartel de la Tercera Brigada de Infantería «Teniente Coronel Domingo Monterrosa Barrios», en la misma ciudad, dijeron las fuentes.

Posteriormente fueron derribadas las instalaciones y el alto mando de la Fuerza Armada entregó el terreno al entonces alcalde del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), Martín Zaldívar, quien dispuso convertir ese espacio en un estacionamiento municipal.

«Comencé a trabajar en el escuadrón de la muerte»

Algunos ex policías nacionales y policías de hacienda, por entonces activos en la PH y PN de San Miguel, ahora abrazan la fe cristiana y accedieron a hablar con ContraPunto, bajo anonimato. Quisieron contar el secreto preservado durante décadas, porque el cargo de conciencia arrastrado todos estos años les carcome su alma y quieren estar en paz con Dios.

Dijeron que se identificarían con las letras del alfabeto griego Alfa, Beta y Omega.

¿Ustedes pertenecieron a la PN y PH?, pregunto al grupo de tres hombres mayores, reunidos en un cafetín migueleño, en octubre de 2009.

-Sí, todos éramos agentes, trabajamos en la sección de inteligencia de la PN y PH -responde temeroso y con desconfianza Alfa.

-No anduvimos juntos, algunos entraron después – corrige el más viejo del grupo, Omega, un anciano de 72 años, de manos temblorosas, que mantiene unos billetes de lotería y una Biblia en sus manos.

-Si le estamos contando esto es porque ya lo discutimos entre todos nosotros, queremos que sepan lo que pasó, que en ese parqueo hay muchos muertos, pero no queremos que se nos responsabilice, porque nosotros sólo cumplíamos órdenes -afirma Alfa.

-Yo entré a la policía en 1980, estaba destacado en Santa Ana, pero a los seis meses me trasladaron a San Miguel. Aquí empecé a trabajar para la S2, para el escuadrón de la muerte, en las noches salíamos a sacar a mucha gente de las casas: profesores, estudiantes, mujeres de los mercados, hombres, de todo. Todo el que estuviera en una lista que nos daban, lo íbamos a traer y a muchos los matamos adentro de la policía, allí mismo los enterramos. Si empiezan a escarbar van a encontrar a todos esos muertos – confiesa Beta.

¿Por qué están dispuestos a confesar hasta ahora?, les cuestiono.

-Porque estamos arrepentidos, le hemos pedido perdón a Dios y queremos que si alguien perdió un familiar en San Miguel, durante la guerra, que sepan que es probable que esté enterrado en ese parqueo- responde Alfa.

-Además como cristianos queremos sacar esta pena que llevamos- dice Beta.

-Los tres vamos a la misma iglesia y ante Dios, que lo que hicimos en el pasado fue porque no sabíamos lo que hacíamos, hoy estamos arrepentidos -agrega Omega con quiebre en la voz.

¿Estarían dispuestos a confesar en los tribunales?, indago.

-No, no se trata de eso, no queremos involucrar a los tribunales, lo que estamos dispuestos es a decir lo que pasó, pero no queremos que nos vayan a meter presos – contesta alterado Alfa.

La Ley de Amnistía, aprobada por el Congreso en 1993, dejó fuera de responsabilidades penales a los hechores de crímenes de lesa humanidad cometidos durante el conflicto. Sin embargo, a nivel internacional dicha ley no puede eximir al Estado salvadoreño de la responsabilidad de investigar y castigar esas violaciones a los derechos humanos.

¿Podrían señalar algunos lugares en donde enterraron a los desaparecidos?

– Pegado al muro, en la entrada principal del parqueo, allí quedaron muchos. Me acuerdo que allí enterramos a una niña como de 15 años, era estudiante, les echábamos cal para que no apestara después – confiesa Beta.

-Personalmente yo enterré a un muchacho que había sido torturado bien feo, una mano la tenía descuajada, los dientes quebrados, y no tenía un ojo. A matarlo íbamos al patio, cuando empezó a gritar de que no éramos hombres, que todos éramos culeros, que amarrado era fácil matar a cualquiera. Entonces el jefe, un teniente, recién venido de San Salvador, le quitó la venda y le cortó el lazo de las manos, y le dijo que lo retaba a un duelo. Le dio una pistola y se fueron al patio, allí el muchacho quizás por que estaba nervioso, disparó antes y le pegó un balazo en la cabeza al teniente. Entre los demás lo mataron a golpes, y al teniente y al muchacho los enterramos juntos en el patio -dice Alfa.

¿Estarían dispuestos a confesar estos asesinatos ante familiares de desaparecidos?

Los tres se ven entre ellos, temerosos. Alfa y Omega mueven la cabeza en señal negativa.

-No estamos aquí para acusar a nadie ni para hablar enfrente de otras gentes, ya lo habíamos hablado antes [el acuerdo previo para la entrevista], queremos que sepan que en ese parqueo hay gente enterrada pero no vamos a llegar a señalar enfrente de las cámaras, porque queremos hablar pero no comprometernos- responde nervioso y molesto Alfa.

-En secreto podemos decir, porque ya pasó mucho tiempo, pero algunas familias se podrían vengar de nosotros, algún hermano o tío o qué sé yo -interviene Omega.

Sorpresivamente se ponen de pie, la entrevista la dejaron a medias, las preguntas les molestaron y no lograron desahogarse, liberarse de la culpabilidad guardada durante décadas, como pretendían con esta confesión.

Uno de los comerciantes que en la actualidad vende en el parqueo municipal, relató que junto a su hijo empezaron a cavar para colocar bases de concreto y encontraron restos humanos.

-Hace ocho años hicimos unos hoyos, pues queríamos mejorar la champita, cuando metimos la barra en la esquina pegada al muro, sentimos el olor feo, un olor a muerto. Mi hijo me enseñó la punta de la barra toda blanca, llena de cal, cuando abrimos más el hoyo se veían huesos, ropa y la cal. Entonces lo cerramos. Le echamos concreto.

¿No tenían prohibido excavar?, pregunto al comerciante.

-Sí, el encargado del parqueo nos dijo que no podíamos hacerlo.

¿Ustedes ya sabían el porqué?

-La verdad es que la mayoría de gente que tenemos negocios aquí sabemos que bajo esta tierra hay gente enterrada, guerrilleros que la policía mató. Pero es una grosería, yo conozco a una señora que tienen como 80 años y anda buscando al hijo, y nadie sabe si está enterrado aquí, bajo este suelo.

Cuando se creó el parqueo municipal, la mayoría de los favorecidos con los locales para poner negocios, eran miembros de los ex cuerpos de seguridad o tenían familiares que pertenecieron a dichos cuerpos, de esta manera se aseguraba que no se conocería públicamente el secreto del cementerio clandestino.

Algunos sobrevivientes acusados de guerrilleros y que pasaron por la PN y PH, de San Miguel, relataron lo duro que significó sobrevivir a las torturas y ser testigo de algunas desapariciones.

«Me salvé de milagro»

El siguiente relato es de alguien a quien llamaremos Jorge.

-Cuando me trajeron a la Policía Nacional, ya venía todo golpeado, chorreando sangre, me capturaron en la Universidad Nacional, junto a dos compañeros, en el año de 1980. Vendados y esposados nos metieron a un sótano, bajamos como unas 20 gradas, adentro tenían carros, motos y camas, no veía nada pero escuchaba cuando encendían los carros y las motos.

Jorge cuenta que estuvo quince días adentro del sótano, que durante todo ese tiempo fue torturado, que pocas veces recibía alimentos, y que un día llegó un agente, le quitó la venda y las esposas y lo llevó al patio de la policía, allí vio por última vez a sus dos compañeros, amarrados a un árbol, el mismo agente que lo liberó le dijo que sus compañeros eran guerrilleros y que ese mismo día los matarían.

-Me salvé porque tenía un tío que era teniente de la PH, pero a mis compañeros los mataron, pues cuando salí los familiares de ellos me preguntaban, pero yo no les dije nada, tenía miedo de decirles, porque los policías me advirtieron que si hablaba, ellos me matarían, después me fui a vivir al Canadá.

El caso de Edmundo es diferente. Después de la llamada ofensiva final, que la guerrilla lanzó en enero de 1981, fue capturado en el centro de la ciudad de San Miguel, junto a su hermana Roxana. Los dos tenían 16 y 17 años respectivamente, originarios del cantón Siramá, del departamento de la Unión y se encontraban realizando compras para una tienda propiedad de sus padres.

Sin pruebas fueron acusados de pertenecer a la guerrilla, y llevados a la PH, en donde fueron torturados, la hermana de Edmundo fue violada en su presencia.

A la semana fueron liberados, pero pudieron presenciar cuando mataron a una pareja, la mujer estaba embarazada, y el hombre tenía destrozada la boca.

-Con mi hermana estábamos en una celda que estaba en el patio, cuando nos llegaron a mostrar a la pareja, nos dijeron que si no colaborábamos nos pasaría como a ellos, los pusieron boca abajo y le dispararon al hombre, la mujer gritó y de un machetazo la mataron, le cortaron la cabeza.

Edmundo al igual que su hermana vive ahora en Canadá, trabaja manejando taxis, se casó y tiene tres muchachos adolescentes.

-Hemos tratado de olvidar lo que sucedió, muchas veces cuando me he reunido con mi hermana y pensamos en regresar a El Salvador, nos acordamos de lo que nos sucedió y ya no queremos volver. Esa noche enfrente de la celda abrieron un hoyo y enterraron a la pareja. Si escarban allí van a encontrar los huesos, la mujer andaba con un vestido amarillo, floreado y lleno de sangre.

El fin de una búsqueda dolorosa

En las afueras de la ciudad de San Miguel, en un rancho construido de palma, vive doña María del Carmen, una anciana de 76 años que desde hace casi tres décadas perdió a su hijo, Miguel Ángel Orellana.

Relata que en 1982, su hijo fue capturado por la PN, lo acusaban de ser miembro de la guerrilla. El muchacho trabajaba en el ingenio de azúcar, ubicado en las afueras de San Miguel, y en un tiempo perteneció a un sindicato. Al principio ella y su esposo llegaron a preguntar a la Policía Nacional, los agentes no negaron que el muchacho estuviera detenido, entonces les dijeron que le llevaran comida y ropa.

-Mi hijo tenía una semana de estar en la PN, a diario le llevábamos comida, ropa, incluso dinero para cigarros, los policías eran amables con nosotros -dice doña María- . Un día a mi esposo le dieron permiso de verlo, habló con él, después los policías nos dijeron que pronto lo iban a liberar ya que mi hijo no era guerrillero.

Pasaron dos semanas y una mañana que doña María llegó a la PN, le informaron que ese mismo día habían liberado a su hijo. Pero en vano esperó en la casa por días, meses y años. En la actualidad esta anciana de pelo cano y mirada perdida lo único que añora es saber la verdad sobre el paradero de su hijo desaparecido.

Se estima que la guerra en El Salvador dejó un saldo de 70,000 muertos y 8,000 desaparecidos.

-Lo único que quiero es saber qué le sucedió, si lo mataron y a dónde lo dejaron, así me puedo morir en paz. Mi esposo se murió hace seis años y se llevó esa pena a la tumba y por eso es que yo no quiero morir todavía, solo estoy esperando que me digan qué hicieron con mi hijo -concluye con tristeza doña María.

Meses después de la primera entrevista con los ex miembros del escuadrón de la muerte y como convenio previo, doña María y los tres miembros del grupo acuerdan reunirse y así tratar de esclarecer el destino del hijo desaparecido de doña María.

El 7 de agosto del 2010, la cita se materializa. El encuentro es en un restaurante, en la entrada de San Miguel.

-Estamos aquí porque queremos ayudarle, tal vez alguno de nosotros se acuerda de su hijo- interviene Omega.

Un silencio invade el lugar, doña María los ve con recelo. Su mirada se encuentra perdida

– ¿En qué fecha fue capturado su hijo?, pregunta sin emoción Alfa.

Doña María se muerde los labios, hace un esfuerzo por recordar. De repente afirma que fue para el tiempo de las elecciones, las de 1982.

-Yo estaba destacado para ese tiempo -interviene Omega.

Otro silencio prolongado. A doña María se le humedecen los ojos.

-Él era un muchacho moreno, tenía 20 años, vestía un pantalón negro y una camisa blanca. Mi esposo y yo llegábamos todos los días a dejarle comida. Lo capturaron saliendo del ingenio de azúcar. Aquí tengo una fotografía -y doña María muestra una foto en blanco y negro del hijo.

Omega la examina minuciosamente.

-Me acuerdo del muchacho, lo tuvimos varias semanas preso, un trabajador le puso el dedo y dijo que era guerrillero -le afirma Omega.

– ¿Qué sucedió con él, lo dejaron libre? -pregunta con esperanzas la anciana.

-Yo quería que lo dejaran libre, pero Camilo, que era el encargado, llegó una noche y junto al Gorila lo sacaron de la celda y lo mataron a golpes, estaban bolos, lo hicieron porque ellos eran malos, no puedo decirle si lo enterramos en la policía o lo fuimos a tirar a algún puente, de eso no me acuerdo -concluye Omega.

Doña María calla. Su rostro está lleno de lágrimas.

-Si alguna vez le hice algún mal, le pido perdón -implora Omega.

-Yo no tengo que perdonarte, yo no puedo perdonar -le responde la anciana, visiblemente alterada.

La reunión duró menos de 10 minutos. Con las respuestas de Omega las esperanzas de que el hijo de doña María esté vivo se han esfumado.

Tiempo después, Omega confiesa que lo que le dijo a doña María no era verdad. Él no se acordaba del hijo de ella, pero que la vio tan triste y sin esperanzas que prefirió mentir, decirle que le habían asesinado al hijo, y de esa manera liberarla de la pena que la acongojaba desde hace muchos años. Que en ese caso la mentira no es pecado.

Locura fuera de control

El general retirado Mauricio Ernesto Vargas, destacado en la zona oriental durante los años de 1989 a 1991, mientras fungió como comandante de la Tercera Brigada Brigada de Infantería, con sede en San Miguel, afirma que nunca supo de prácticas institucionales de asesinar y desparecer a los opositores políticos.

«Hay un falso concepto de que el Estado Mayor tenía control sobre la seguridad pública, ellos contaban con autonomía o semi autonomía, que dependía del ministerio de la Defensa Nacional. Personalmente nunca tuve ningún tipo de relación con [el entonces viceministerio de] Seguridad Pública», dice Vargas a ContraPunto.

La posibilidad, agrega, de que haya un cementerio clandestino con cadáveres de izquierdistas, es espeluznante, pues como militares y profesionales de las armas «ostentan fuertes principios, valores y procedimientos» por los cuales se regían.

«En mis 32 años de carrera militar, puedo garantizar que institucionalmente nunca hubo orden, autorización, ni aval de cometer esa clase de acciones», agrega.

Pero no niega que alguien lo haya hecho individualmente.

«No niego que individualmente alguien pudo cometer excesos, pues estábamos en tiempo de guerra», acota.

«Me espanta saber que esas cosas están allí como están, sin saber cómo se hicieron, quién lo pudo haber hecho y qué medidas hay que tomar para que no vuelvan a suceder», señala.

ContraPunto intentó obtener, durante dos semanas, la versión del alcalde de San Miguel, Will Salgado, pues varias fuentes han informado, como se señala al comienzo de este reportaje, que él ha estado al tanto de la existencia de ese cementerio clandestino.

Pero si bien en una ocasión el edil recibió a este periódico en su despacho, en San Miguel, fue solo para decir que no daría declaraciones al respecto.

En tanto, los cuerpos enterrados debajo del estacionamiento migueleño claman, en su mudez eterna, por justicia, como han estado clamando sus familiares, en ese tormento interminable de no saber nunca qué fue de ellos.

Fuente: http://www.contrapunto.com.sv/index.php?option=com_content&view=article&id=3914%3Anoticias-de-el-salvador-contrapunto&catid=57%3Acategoria-violencia&Itemid=62