La ola de denuncias y revelaciones de acoso y violencias sexuales iniciadas por el caso Weinstein en EE.UU. ha provocado una importante sacudida en Europa. Por citar sólo algunos ejemplos, pocos días después de que el caso se hiciera público, varias docenas de asistentes parlamentarios denunciaban al periódico británico The Sunday Times el «hervidero de […]
La ola de denuncias y revelaciones de acoso y violencias sexuales iniciadas por el caso Weinstein en EE.UU. ha provocado una importante sacudida en Europa. Por citar sólo algunos ejemplos, pocos días después de que el caso se hiciera público, varias docenas de asistentes parlamentarios denunciaban al periódico británico The Sunday Times el «hervidero de acoso sexual» en que se había convertido el Parlamento Europeo, y a finales de noviembre, 2000 artistas suecas describían en una carta abierta el ambiente de machismo y acoso en el mundo de la música y la escena de su país. Pero quizás el país europeo en el que el caso Weinstein ha tenido una mayor repercusión es Francia.
El 14 de octubre, pocos días después de las revelaciones sobre Weinstein, la periodista francesa Sandra Muller creaba en twitter el hashtag #balancetonporc («larga tu cerdo» en francés) animando a las víctimas de abusos sexuales a denunciar públicamente a sus acosadores y la situación que habían vivido. El hashtag se hizo rápidamente viral, con 200.000 menciones en los dos días que siguieron. A éste le siguió #moiaussi, la versión francesa de #metoo. Los numerosos testimonios y denuncias de mujeres francesas han desvelado una realidad social de ese país en el que el acoso está normalizado tanto en el ámbito laboral como en el político, asociativo, familiar y en la calle. De entre las denuncias que han visto la luz estas últimas semanas podemos mencionar las que afectan al antiguo presidente de las Juventudes Socialistas, los casos de agresiones sexuales en las juventudes del Partido Comunista y en el principal sindicato francés de estudiantes (UNEF), las denuncias de machismo y abusos sufridas por las estudiantes de la prestigiosa universidad pública École Polytechnique, o el acoso a periodistas de la radiotelevisión pública.
El movimiento ha sorprendido a la sociedad francesa por varias razones. Pese a las apariencias, el país de Simone de Beauvoir y de mayo del 68 ha llegado con bastante retraso a las luchas por los derechos de las mujeres: derecho de voto en 1944, despenalización del aborto en 1974, últimas universidades públicas segregadas por sexos en los años 80, tan sólo desde 2005 es posible llevar el apellido de la madre al nacimiento. Precisamente, el movimiento feminista francés se había centrado hasta ahora en la lucha por los derechos civiles, siendo su último gran objetivo la autorización de la reproducción asistida para parejas lesbianas o mujeres solas (prohibido en la actualidad). El movimiento #moiaussi no plantea reivindicaciones en ese ámbito, sino que señala comportamientos machistas que hasta ahora han sido invisibilizados o ampliamente aceptados por la sociedad francesa. El mantra cultural de la galantería ha cubierto de normalidad cuestiones como el acoso callejero y en el trabajo, o los abusos en el entorno familiar. La actriz Isabelle Adjani escribía en noviembre en una entrevista: «En Francia hay las tres Gs: galanterie (galantería), grivoiserie (bromas picantes), goujaterie (groserías). Pasar de una a otra hasta la violencia (…) es una de las armas del arsenal de defensa de los depredadores.»
Las cifras son contundentes: 84 000 violaciones y entre 100 y 140 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas cada año; el 44% de las francesas dice haber sido víctimas de violencias físicas o sexuales según una encuesta de la agencia europea de derechos fundamentales. A pesar de ello, hasta la emergencia del movimiento el octubre pasado, el acoso y la violencia contra las mujeres eran poco tratados en los medios de comunicación y ampliamente ignorados por las instituciones y los partidos políticos. En los últimos años, los casos más mediáticos sobre estas cuestiones han sido dirigidos desde la derecha para denunciar el carácter de sumisión de las mujeres musulmanas, con episodios tan lamentables como el del burkini en el verano de 2016.
El movimiento #moiaussi ha puesto frente al espejo a una sociedad que se veía a sí misma como portadora de valores de igualdad. De pronto, comportamientos de acoso y abusos que antes estaban normalizados aparecen bajo una luz diferente tanto para las víctimas como para una parte de los ejecutores de esa violencia. Por esa razón nos encontramos probablemente ante el movimiento social más importante de la última década en Francia. #moiaussi ha transformado en un grave problema social una cuestión que antes era percibida como individual, y que era vivida en soledad en el seno de una sociedad que emite por defecto una sombra de duda sobre la responsabilidad de la víctima.
Una prueba de la capacidad del movimiento para articular una nueva forma de entender las relaciones sociales se encuentra en las reacciones de oposición que ha suscitado. A principios de enero, un grupo de 100 mujeres entre las que se encuentra Catherine Deneuve publicaba una tribuna reivindicando «el derecho de los hombres a importunar a las mujeres», y el mismo mes, la revista Marianne, con tirada de 150 000 ejemplares, hacía en su portada una llamada a «liberar la palabra de los hombres».
La reacción del gobierno francés al movimiento ha oscilado entre la negación del problema y la recuperación política. En noviembre, Jean-Michel Blanquer, ministro de educación, explicaba en una entrevista que Francia «ha estado siempre a la vanguardia del feminismo». Dos días antes, Emmanuel Macron anunciaba una serie de medidas para combatir la violencia contra las mujeres en materia de educación, asistencia a las víctimas y endurecimiento de las penas. Sin embargo, esas medidas no eran acompañadas por un presupuesto específico. Con sus declaraciones Macron simplemente anulaba el recorte del 25% que el verano pasado su gobierno había impuesto al ya exiguo presupuesto dedicado a las políticas de igualdad (que no sólo incluye la lucha contra la violencia de género), unos 30 millones de euros al año. Por comparación el presupuesto del Estado español exclusivamente dedicado a la prevención de la violencia machista es ligeramente superior, para una población un 50% menor que la de Francia.
Por el momento, el movimiento se manifiesta principalmente mediante la voz de mujeres pertenecientes a entornos sociales con estudios superiores y profesiones liberales. Está por ver cuál será su efecto en las clases populares, un colectivo particularmente vulnerable. En cualquier caso, el éxito de #moiaussi es incuestionable: sin pasar por los espacios feministas tradicionales, y a partir de testimonios en los medios de comunicación y en las redes sociales, #moiaussi ha conseguido visibilizar la violencia contra las mujeres y cuestionar en amplios espectros sociales comportamientos de dominación de género hasta ahora percibidos como normales. En los dos meses siguientes a la irrupción de #moiaussi, el número de denuncias por violencia machista y acoso ha aumentado en un 30%. Aunque el camino por recorrer es largo, el miedo y la vergüenza podrían estar empezando a cambiar de bando en Francia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.