«Sígueme. Vamos a hacer un recorrido por todos los puntos clave del atentado”, me dice en un sueco ágil y de acento balcánico. Y por tétrica que suene la propuesta, lo hacemos. Y resulta apasionante. Porque todo está oscuro en el corazón de Estocolmo. Nieva y de las calles vacías se desprende una atmósfera que recrea a la perfección cómo fue la noche de autos. Y porque Ivan Von Birchan (Yugoslavia, 1952) es un hombre culto y dicharachero que ilustra todo cuanto afirma como solo pueden hacerlo quienes han protagonizado los temas de los que hablan.
“Mira, aquí está la placa en su memoria”, dice con su incesante sonrisa mientras señala el punto exacto donde el 28 de febrero de 1986, a las 23.21 horas, murió asesinado de dos disparos el primer ministro sueco, Olof Palme. Quien fuera entonces el mayor referente de la Internacional Socialista regresaba del cine con su esposa atravesando a pie Sveavägen, una céntrica avenida por la que apenas transitaba nadie. Aquella noche, Palme y su mujer, Lisbeth, regresaban a la residencia oficial solos, sin compañía ni guardaespaldas.
El asesino, que además hirió a su esposa, mató a Palme con un potente revolver antes de huir hacia un laberíntico cruce de calles y callejones en el que los amantes del género noir no echarán nada en falta, pues tiene un túnel largo y oscuro, una sórdida sex shop y una endemoniada escalinata que termina en un viejo cementerio sin tapias que obstaculicen la visión de sus lápidas. Tampoco les defraudará asomarse al informe del Caso Palme, pues supone una panorámica sin igual a la segunda mitad del siglo pasado, con agentes del apartheid sudafricano, policías de ultraderecha, episodios del Irán-Contra, croatas del movimiento ustacha, guerrilleros del PKK, agentes de Pinochet y miembros de la logia P2 entre otras muchas líneas de investigación.
“En lo que estamos de acuerdo casi todos aquellos que conocemos bien el tema es que fue un golpe de Estado urdido entre suecos descontentos y fuerzas extranjeras”, afirma Von Birchan, suscribiendo la hipótesis que el difunto autor de la saga Milennium, Stieg Larsson, dejó entrever en el fondo de su tercera y última novela.
Pasados dos años de unas diligencias sembradas de irregularidades –“al principio ni acordonaron el área en busca de pruebas”, resalta Von Birchan mientras explica in situ cómo fueron los disparos– se detuvo a un delincuente común como el presunto autor del asesinato. El acusado, un politoxicómano con lesiones cerebrales llamado Christer Pettersson, explotó su papel de sospechoso acudiendo a platós de televisión y cobrando grandes sumas por entrevistas en las que nunca reveló nada.
“Su perfil era el de alguien que disfruta ser el centro atención de forma enfermiza. De joven quiso ser actor. Era un pobre desgraciado. Un cabeza de turco demasiado obvio”, remarca Von Birchan. Tan frágil resultó el pliego acusatorio contra Petersson que, al poco de ser condenado, hubo de ser puesto en libertad e indemnizado, pues no se había encontrado ni un móvil, ni una sola prueba, ni tampoco –hasta hoy– el arma homicida.
Para Ivan Von Birchan, la férrea oposición de Palme a los planes de la OTAN en general, y a estadistas como Kissinger o Brzezinski en particular, fue lo que motivó su asesinato. “Comenzó manifestándose junto a los vietnamitas del norte ante la embajada de Estados Unidos; hizo amistad con Fidel Castro; ayudó a los sandinistas en Nicaragua; a los opositores del apartheid, Franco y Pinochet… Provocó demasiado, aunque lo que verdaderamente enfureció a la CIA fueron sus planes para detener la guerra de las galaxias y sus planes de penetración hacia el Este. Todo eso de los misiles balísticos que ya es realidad desde los noventa”.
Palme, un holmiense de clase alta, educado en EEUU y pacifista convencido, hizo de la barrera natural que supone Suecia, entre el mar Báltico y el mar del Norte, un espacio neutral que aspiraba a ampliarse y sumar nuevos socios favorables a la paz y al desarme. “Esta idea la iba a llevar a gran escala como secretario general de Naciones Unidas. Y, si crees que exagero, recuerda lo que le pasó al anterior sueco que fue secretario general de Naciones Unidas y se opuso al colonialismo en África”. Von Birchan se refiere al malogrado Dag Hammarskjöld, quien falleció en 1961 tras ser derribado su avión (aún se discute si fue por un rayo o un caza) en la colonia británica de Rodesia. “Es que yo de África y aviones sé un poco”, presume, no sin razón, quien fue piloto de la fuerza aérea yugoslava y trabajó en Rodesia “como mercenario, pero sin cometer crímenes de guerra”, asegura con rostro grave.
Von Birchan, que se autodefine como “conservador y monárquico”, dice proceder “de una familia medio rusa y medio germana. Zaristas exiliados por la revolución bolchevique de 1917 y alemanes sometidos por la Yugoslavia socialista de Tito”. Según cuenta, quedó huérfano a muy temprana edad, siendo criado “prácticamente por las fuerzas armadas yugoslavas, en las que llegué a ser capitán de la Fuerza Aérea y miembro de la inteligencia”. Pasó por la Unión Soviética, donde fue entrenado y perfeccionar el ruso, idioma que ya hablaba, además del serbocroata, el alemán, el inglés, el francés y el sueco.
Y, precisamente para poder hablar tranquilo y mostrar alguna de las fotografías que guarda, Von Birchan me invita a ir a su casa en un modesto suburbio del sur de Estocolmo. Allí, rodeado de innumerables libros, reminiscencias militares y recuerdos que dan brío a su existencia de buscavidas, toma un álbum de fotos y muestra algunas imágenes de su etapa como hombre de acción. “Son exclusivas, no se han publicado nunca. Mira, esta es en Libia. Fui instructor de vuelo a principio de los setenta”. En la imagen se le ve portando una metralleta junto a un oficial libio en pleno desierto. “Y esta es de cuando fui mercenario en Rodesia (actual Zimbabwe). Estoy a los mandos de un helicóptero. Trabajé para el gobierno colonial de Ian Smith, pero no cometí crímenes de guerra, aunque vi como otros arrojaban desde las alturas a los partidarios de Robert Mugabe”.
Fue en Rodesia, en 1973, donde conoció “a un estadounidense que se hacía llamar Charles Morgan. En aquel entonces, este tipo se dedicaba a llevar armas al Gobierno blanco”, en alusión al régimen colonial de Ian Smith por el que pasaron mercenarios y neofascistas de Europa, Sudáfrica y EEUU. “Años después –prosigue- otros amigos me lo presentaron en otro lugar con otro nombre: Peter Brown. No me extrañó, ya que en ese tiempo, con mercenarios, instructores y agentes de todo el mundo, era habitual hacerlo y poco importaba el nombre”.
Tras varias idas y venidas por la Sudáfrica del apartheid, la actual Zimbabwe y Libia, Von Birchan decidió desertar y cortar toda relación con la Yugoslavia socialista. “El 4 de junio de 1976, llegué a Suecia y pedí asilo. No tenía a dónde ir. Si iba a un país de la OTAN me usarían. Pensé que siendo Suecia neutral sería mejor, pero después descubrí que no era nada neutral, que lame las botas de EEUU.”
Llegados los ochenta, encontró un trabajo estable como conserje del Hotel Sheraton en Estocolmo. Allí se hizo un personaje popular y conoció a mucha gente ligada a los círculos de ultraderecha que no ocultaban su odio hacia las políticas promovidas por Palme. “Trabajando de abrepuertas en un hotel de lujo se ve de todo, y no siempre bueno. Fue en ese contexto cuando me reencontré con Charles Morgan. La primera vez fue alrededor del 15 de noviembre de 1985. Me preguntó cuál sería la mejor forma de matar a alguien en la ciudad. Al principio me reí, pero luego hablamos de balística, de que no podría ser un francotirador porque sonaría a la CIA y otras opciones. En un segundo encuentro, en febrero de 1986, Morgan apareció con una oferta millonaria y un sobre amarillo que contenía información precisa sobre las rutinas del primer ministro Olof Palme. Le dije que me olvidaba de él y de esa reunión”.
A partir de aquí, lo que podría sonar a fantasiosa teoría de la conspiración, comienza a adquirir una escalofriante verosimilitud. “Alarmado, pensé en avisar a las más altas instancias. Sabía cómo llegar a la oficina de la concejal socialdemócrata Inger Båvner, la cual me dijo que fuera a la policía, pero le dije que ya había ido”. En un inciso, Von Birchan reconoce, por primera vez, que era confidente de la policía, motivo por el cual le pudo resultar fácil hacer llegar su aviso a K-G Olsson, un comisario de policía al que informaba de cualquier actividad ilegal que viera en su trabajo como conserje de hotel. “Sí, informaba de actividades delictivas, pero ninguna política”, admite para seguir su relato. “Justo una semana antes le di el aviso a K-G Olsson para que se informara a Alf Karlsson, director de la SAPÖ (la agencia de seguridad nacional sueca), a quien también mandé aviso. Pero la SAPÖ no hizo nada de nada pese a mis advertencias. Y entonces le mataron”.
Tanto la socialdemócrata Inger Båvner como el comisario de policía K-G Olsson confirmaron a los investigadores de varios medios de comunicación –como el diario Expressen y la televisión pública, SVT– que, efectivamente, Von Birchan les había avisado del posible asesinato de Palme pocas semanas antes de que este se produjera. Por su parte, el director de la SAPÖ, Alf Karlsson, reconoció haber recibido dicho aviso, pero a su favor, declaró que este le llegó después del asesinato y no antes, extremo que desata la ira de Von Birchan.
“Es un mentiroso, y los testigos me dieron la razón. Lo que pasa es que los propios servicios de seguridad suecos estaban implicados. Escúchame. Cuando salió a la luz que 45 minutos antes del atentado la zona estaba llena de hombres escondidos con walkie-talkies, dijeron que estaban allí por una vigilancia de narcóticos, pero dos mujeres testificaron haber pedido la hora a un hombre que estaba con un walkie-talkie escondido justo en la esquina donde mataron a Palme. Qué casualidad, ¿no?”. Ivan se refiere a uno de los grandes interrogantes de la instrucción judicial: el misterioso hombre del edificio Skandia. Un personaje, aún no identificado, que varios testigos sitúan apostado en la misma esquina donde mataron a Palme.
Dos meses y medio después del atentado, miembros de la SAPÖ acudieron a registrar la casa de Ivan Von Birchan. Según su relato, le pidieron que cambiara la versión de lo que afirmó. “Y, como no lo hice, fueron contra mí fabricando evidencias para desacreditarme”, dice refiriéndose al juicio por posesión ilegal de armas al que tuvo que hacer frente después de que los agentes encontraran un fusil de pesca submarina en su trastero. “Se valieron de un arpón de esos que compran las familias cuando van de vacaciones al Mediterráneo para desacreditarme. Así es como me premia el Estado sueco por haber tratado de salvar la vida de su primer ministro”, se lamenta en tono amargo quien ya es uno de los últimos protagonistas del caso que quedan vivos para contarlo.