Traducción de Correspondencia de Prensa
La consolidación de los movimientos de extrema derecha en la escena política de buena parte de los Estados de la Unión Europea, acompañada del activismo crónico de los grupúsculos neofascistas, resulta una preocupación legítima para todas las organizaciones sindicales y políticas cuyo patrimonio incluye una dimensión antifascista. ¿Está el fascismo ante nuestras puertas?
Para responder a esta pregunta, debemos preguntarnos primero cuál es nuestra situación histórica, comparada con la que vio triunfar (temporalmente) al fascismo en los años 1920 y 1930.
Más allá de similitudes superficiales, una diferencia fundamental
Hoy, como en aquel entonces, atravesamos una fase de crisis estructural del capitalismo a nivel mundial, que lo obliga a replantearse todos los modos de regulación anteriores y a cuestionar todas las situaciones adquiridas. Hoy, como ayer, los movimientos de extrema derecha son ante todo la expresión de esas “clases medias” tradicionales (en la agricultura, la artesanía y la pequeña industria, el comercio y los servicios) a las que la transnacionalización de la economía amenaza directamente con empobrecer y proletarizar. Hoy, como ayer, estamos en medio de una gran crisis del movimiento obrero que priva al proletariado de toda estrategia y de toda organización capaz de resistir globalmente a la ofensiva neoliberal contra sus anteriores conquistas que viene sufriendo desde hace unos quince años. En consecuencia, hoy como ayer, sectores enteros del proletariado, desorientados, asustados y al mismo tiempo furiosos ante el incremento del desempleo y de la precariedad, ante la degradación de sus condiciones materiales y sociales de existencia, desesperados por la ausencia de perspectivas, se dejan seducir por la propaganda populista y nacionalista. Hoy, como en el pasado, los partidos de izquierda, o lo que queda de ellos, se muestran incapaces de resistir la progresión constante de la extrema derecha, incluso favoreciéndola con las políticas neoliberales que han practicado mientras estaban en el gobierno, o haciendo suyos los temas xenófobos y racistas de su adversario.
¿Significa eso que estamos al borde de regímenes fascistas en Francia, o en otros Estados europeos? No lo creo.
Las similitudes expuestas anteriormente entre la situación europea de los años 30 y la actual no deben ocultar las profundas diferencias entre ambas. La principal es que el desafío de la crisis estructural que atraviesa el capitalismo desde los años 70 no es, como en los años 30, construir y fortalecer Estados capaces de regular, cada uno en su espacio nacional, un desarrollo más o menos autocentrado de un capitalismo monopolista que ha alcanzado la madurez. Hoy es exactamente lo contrario: sobre la base de un desmantelamiento de los Estados-nación, ahora invalidados como marco autónomo de reproducción del capital, se trata de construir una estructura supranacional mínima para regular la transnacionalización del capital. Por eso la contrarrevolución, a través de la cual la fracción hegemónica de la burguesía impone sus intereses, ya no se efectúa hoy bajo las banderas del estatismo y del nacionalismo, recurriendo a la xenofobia y al racismo, sino bajo los colores de un neoliberalismo que tiene como consigna el «Estado mínimo» y la superación de los marcos nacionales.
Las dos extremas derechas contemporáneas
Y esto es lo que explica el resurgimiento de los movimientos de extrema derecha en Europa, lo que les da su sentido. Pero que, al mismo tiempo, también circunscribe sus límites, al poner en evidencia su división en dos tendencias opuestas.
Por un lado, se trata de movimientos nacionalistas que luchan contra el debilitamiento de los Estados-nación como consecuencia de las políticas neoliberales: contra la liberalización de la circulación internacional de capitales, la desregulación de los mercados, la pérdida por parte de los Estados de su capacidad anterior de regulación de la vida económica y social en beneficio de organismos supra o transnacionales, el deterioro de la cohesión nacional como consecuencia del agravamiento de las desigualdades sociales y espaciales, etc. Sus principales representantes son el antes llamado Front National [ahora Rassemblement National] en Francia, el Alternativ für Deutschland (AfD: Alternativa para Alemania), el Freiheitspartei Österreich (FPÖ: Partido Liberal Austriaco), el Dansk Folkeparti (Partido Popular Danés), el Perussuomalaiset (Verdaderos Finlandeses), Vox en España y Fidesz-Magyar Polgári Szövetség (Alianza Cívica Húngara). Estos movimientos aglutinan o tratan de aglutinar a clases, fracciones de clase y estratos sociales que se encuentran entre los “perdedores” de la globalización neoliberal o que temen formar parte de ella: elementos de la burguesía cuyos intereses están vinculados al aparato estatal nacional y al mercado nacional; las “clases medias” tradicionales; elementos de la clase asalariada que son víctimas de la globalización neoliberal y que no disponen de las capacidades tradicionales de la clase asalariada para organizarse y luchar (organizaciones sindicales y representación política). Por ello, intentan (re)constituir bloques nacionalistas con el objetivo de devolver a los Estados-nación su plena soberanía, abogando por un nacional-capitalismo con rasgos populistas.
Al mismo tiempo, por otra parte, han aparecido movimientos “regionalistas” de extrema derecha que pretenden aprovechar el debilitamiento de los Estados-nación para promover o reforzar la autonomía de las entidades geopolíticas subnacionales (regiones, provincias, áreas metropolitanas, etc.), o incluso para exigir y obtener su escisión e independencia política de los Estados-nación de los que esas entidades forman parte actualmente. Los dos ejemplos más típicos son el Vlams Belang (Interés Flamenco) en Bélgica y la Lega Nord (ahora simplemente Lega) en Italia, a los que se suman una miríada de otros menos conocidos por ser menos importantes. Estos movimientos reúnen a clases, fracciones de clase y capas sociales que forman parte de los “ganadores” de la globalización neoliberal o que esperan formar parte de ella: elementos de la burguesía regional que han podido insertarse ventajosamente en el mercado mundial, elementos de la clase asalariada o de las profesiones liberales vinculadas a la primera y que buscan liberarse de lo que consideran el peso muerto del Estado-nación. Por ello, esos movimientos buscan formar bloques “regionalistas” (autonomistas o incluso independentistas) destinados a emanciparse (parcial o totalmente) del Estado-nación del que actualmente forman parte, percibido como una carga (fiscal) o un obstáculo (normativo) para una inserción ventajosa en el mercado mundial.
El principal obstáculo actual al proceso de fascistización
Paralelamente, podemos ver el principal obstáculo que existe para un proceso de fascistización del poder en la Europa actual. Al igual que en los años 20 y 30, un proceso de este tipo presupondría, en última instancia, la conclusión de una alianza entre la fracción hegemónica de la burguesía, con su composición esencialmente financiera y su orientación decididamente transnacional, y uno u otro de estos movimientos de extrema derecha.
Una alianza de ese tipo no es en realidad inconcebible para un movimiento de tipo “regionalista”, en la medida en que éste no cuestiona en absoluto el proceso de transnacionalización del capital ni la remodelación del aparato estatal que conlleva, sino que busca simplemente una mejor inserción -así lo piensa- de una fracción del capital con base “regional” en el espacio transnacional. Pero una alianza como ésta no tendría un contenido socioeconómico ni una forma sociopolítica fascista: a lo sumo encarnaría una versión autoritaria del neoliberalismo, del que ha habido algunos ejemplos en las últimas décadas, sobre todo en el Reino Unido con Margaret Thatcher. Incluso se puede estar razonablemente seguro de que en el marco de una alianza de este tipo, el extremismo de la derecha disminuiría en la medida en que el proyecto tuviera éxito, en contraste con el ascenso a los extremos característico de la fascistización del poder. Para comprobarlo, basta con ver la evolución del peso de Vlaams Belang, que se ha ido debilitando a medida que la causa de la autonomía flamenca ganaba terreno… en beneficio de sus competidores de la Nieuw-Vlaamse Alliantie (Nueva Alianza Flamenca) y del Christen-Democratisch en Vlaams (Demócratas Cristianos y Flamencos).
En cambio, una alianza estratégica entre la fracción hegemónica de la burguesía y un movimiento nacionalista de extrema derecha es sencillamente imposible. Esto no excluye la posibilidad de que dicho movimiento pueda llegar al poder en un Estado con mayoría parlamentaria en el que sea el elemento predominante. Pero, en cuanto intente aplicar su programa político tomando medidas que realmente amenacen la transnacionalización del capital, se encontrará inevitablemente estrangulado financieramente: la deuda pública es hoy el arma más formidable de que dispone la fracción financiera del capital para doblegar a cualquier gobierno que intente interponerse en su camino, sea cual sea su color político, a menos que abandone la lógica del capitalismo -y no podemos esperar nada de eso de un gobierno de extrema derecha. Tampoco se descarta que la fuerza electoral de dicho movimiento obligue a las organizaciones de la derecha clásica, que representan los intereses de la fracción hegemónica de la burguesía, a entrar en una coalición de gobierno con él. Esto es exactamente lo que ocurrió en Austria cuando el FPÖ gobernó con el ÖVP (Österreichische Volkspartei: el Partido Popular Austriaco) entre 1999 y 2005, con el resultado central no de una fascistización del poder, sino de un debilitamiento del electorado del FPÖ, tras verse obligado a plegarse a las orientaciones liberales y conservadoras de su socio. La renovación de esta coalición negro-azul tras las elecciones parlamentarias de setiembre de 2017 provocó el mismo retroceso, agravado además por los casos de corrupción, al hacerle perder casi diez puntos en las elecciones generales de septiembre de 2019. Y algo parecido podría decirse de las consecuencias de la participación de Alleanza Nazionale, heredera del Movimento sociale italiano, abiertamente neofascista, en los experimentos gubernamentales junto a la formación Forza Italia de Silvio Berlusconi: se tradujo en la disolución del movimiento en 2009 dentro de la coalición de centro-derecha Il Popolo della Libertà. En ambos casos, en el tándem de la extrema derecha y la derecha neoliberal y neoconservadora, fue esta última la que tuvo la última palabra.
Se me podrá objetar que, al margen de los movimientos de extrema derecha precedentes, existe una multitud de grupos y microorganizaciones de orientación claramente neofascista, que esperan su momento (la llegada al poder de alguna de las organizaciones mencionadas) para dar rienda suelta a la violencia a la que ya se entregan de vez en cuando. Pero, así como una golondrina no hace el verano, los grupos fascistas no hacen el fascismo: si su existencia es una de las condiciones necesarias de éste, pero sin duda no es una de las más importantes, tampoco constituyen una condición suficiente. De lo contrario, sería difícil explicar por qué el fascismo sólo ha triunfado en determinadas circunstancias sociohistóricas, mientras que la permanencia de los grupos fascistas está probada en casi toda Europa desde hace casi un siglo.
Permanecer atentos
Sin embargo, no se trata de quedarse de brazos cruzados. Por un lado, aunque no conlleven el peligro de la fascistización del poder, los actuales movimientos de extrema derecha constituyen un grave obstáculo para el desarrollo de las luchas anticapitalistas al debilitar el campo de los asalariados: poniendo a una parte de sus miembros detrás y bajo el control de elementos de la burguesía, enfrentándolos además a otra parte de su propio campo con el pretexto de que son “inmigrantes”, que no son verdaderamente “nacionales”, que serían “inasimilables a la cultura europea”, etc. Y es por esta razón que deben ser combatidos.
Por otro lado, el fascismo no es la única forma posible de reacción y de contrarrevolución. La burguesía “globalista”, la que impulsa hoy el proceso de transnacionalización del capital, no ha salido aún de la crisis, de su crisis, sino todo lo contrario. Lejos está de haber estabilizado un proceso esencialmente basado por el momento en las ruinas de las regulaciones nacionales y los compromisos sociales que, sin embargo, habían asegurado la época dorada de la reproducción del capital durante los “Treinta Gloriosos”. Por el contrario, el neoliberalismo, convertido actualmente en su política muestra cada día más su carácter de callejón sin salida, obligando al capital transnacionalizado a redoblar sus ataques contra los asalariados de las formaciones desarrolladas y de los pueblos del Sur. Y las consecuencias socioeconómicas de la actual pandemia viral no harán más que reforzar esta coerción, con el objetivo de hacerles pagar la factura (en términos de desempleo, precariedad, liquidación de la deuda pública, etc.)
Sobre todo, la continuación y el agravamiento de la crisis socioeconómica va a exacerbar las rivalidades económicas y políticas entre los diferentes polos (Estados Unidos, la Unión Europea, China, el Sudeste Asiático y Japón) de la acumulación capitalista mundial. La desestabilización de Estados o incluso de regiones enteras en la periferia inmediata de estos polos (en el caso de Estados Unidos, América Central o, más ampliamente, América Latina; en el caso de Europa Occidental, África del Norte, Oriente Medio o Europa del Este), con su cuota de guerras, éxodos masivos de población, olas de terrorismo, etc. También es probable que aumente los peligros en algunas de las fronteras inmediatas de estos diferentes polos, así como el pánico colectivo que favorece el fortalecimiento autoritario del poder. Los mismos efectos puede producir la profundización de la crisis ecológica planetaria, de la que la actual pandemia nos da un anticipo, haciendo invivibles territorios enteros al producir genocidios y migraciones masivas, al escasear el agua, la tierra cultivable, las materias primas y las fuentes de energía, y al exacerbar la lucha competitiva por su apropiación. Si se produjera un renacimiento de la conflictividad proletaria que frenara el proceso de desmantelamiento de las conquistas sociales por parte del neoliberalismo, pero sin poder imponer soluciones revolucionarias, a ciertas burguesías no les quedaría otra alternativa que recurrir de nuevo a algún tipo de fórmula de Estado fuerte, aplastando toda resistencia y movilizando a la población para defender su posición en el marco de la división internacional del trabajo.
Estos diferentes “peligros” ya han provocado un importante agravamiento autoritario del ejercicio del poder en varios Estados de la Unión Europea, en Europa Central (en Hungría y Polonia), pero también en Europa Occidental (en Francia), lo que implica en particular repetidos ataques a las libertades públicas. Si se fortalecen, el «Talón de Hierro» del capital volverá a sentirse: entonces sonará de nuevo la hora de los fascistas o la de sus herederos espirituales.