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Uruguay: Tensiones ideológicas en un escenario de pragmatismo centrípeto

El Frente Amplio y el desafío de su brújula programática

Fuentes: Rebelión

Consensualismo, pragmatismo y el dilema de la acción transformadora

La semana poselectoral uruguaya no trajo sobresaltos ni desvíos imprevistos en los primeros pasos de la fórmula ganadora. Los gestos iniciales de Yamandú Orsi, ya presidente electo, fueron los que dicta la brújula del programa. Apenas conocido el resultado, Orsi partió hacia Brasilia para reunirse con Luiz Inácio Lula da Silva, en un movimiento que traduce más continuidad que sorpresa: cualquier desviación del programa, y no su cumplimiento, sería lo inesperado. Las primeras conversaciones para conformar el gabinete evidenciaron la necesidad de equilibrar las fuerzas dentro del Frente Amplio (FA), donde el Movimiento de Participación Popular (MPP), cuna política del propio Orsi, se alzó con un peso renovado, alterando las delicadas correlaciones internas. En un gesto que refuerza la política prevista, Orsi busca también un acercamiento con Gustavo Petro, presidente de Colombia, y, para cuando estas palabras lleguen a las manos del lector, habrá tenido lugar un encuentro cargado de simbolismo: la chacra de José Mujica, casi un santuario político, albergando la presencia de Lula y Orsi como un puente entre épocas y proyectos compartidos.

Pero no podía faltar el venenoso filo editorial del diario El País, espada leal del golpismo pasado y presente. Apenas pasaron tres días desde el anuncio del viaje a Brasilia, y el diario editorializaba con la vehemencia que lo caracteriza: calificó la visita como “una señal altamente preocupante para el futuro de la política exterior uruguaya” y, en un giro que delata su propio norte ideológico, celebró la orientación trumpista de Javier Milei mientras descalificaba a Lula como “el último dinosaurio”. Para el editorialista, “a nadie escapa el nivel de vasallaje conceptual (sic) que la mayoría de la dirigencia del Frente Amplio tiene con el actual presidente brasileño”. Sin embargo, lo que el periódico omite, con la misma intencionalidad con que blanquea golpes de Estado -sea el Estado terrorista uruguayo de los ´70 y ´80 o los recientes en Bolivia y Perú-, es que Orsi no camina en la penumbra de lo incierto. En este caso ejecuta un programa donde cada orientación está claramente delineada, aunque a los ojos de los guardianes de las élites, ese programa no sea otra cosa que el “vasallaje conceptual”.

En el punto 44 del programa se enfatiza la integración regional como eje estratégico, entendida como plataforma para el desarrollo político, social, productivo y ambiental de Uruguay. Un enfoque que busca superar las desigualdades mediante la cooperación entre los países del sur, con especial énfasis en América Latina y el Caribe. El programa prioriza la protección de recursos estratégicos y territorios frente a intereses externos, reafirmando a la región como una “Zona de Paz” en un contexto global multipolar. En el debate televisivo, al menos el candidato derrotado Delgado, mostró haber leído algo cuando dijo escandalizarse por encontrar el término antiimperialismo en el programa. Allí puede leerse que entre las acciones centrales se destaca la consolidación del MERCOSUR como bloque político, económico y cultural, promoviendo la movilidad de capital y trabajo, además de la complementariedad productiva. Se impulsa la diversificación de mercados, la utilización de monedas nacionales en intercambios comerciales y el desarrollo de un Puerto de Aguas Profundas con criterios ambientales. Asimismo, se subraya la necesidad de acuerdos para el manejo sustentable de recursos pesqueros en el Atlántico Sur. En el plano global, Uruguay abogará por el multilateralismo, exactamente contrario al hegemonismo declarado de Milei, la cooperación y reformas en organismos internacionales como la ONU.

La retórica abyecta del diario en cuestión busca, una vez más, polarizar el debate con afirmaciones que numerosos analistas y autores ponen en entredicho. En su editorial, el periódico ironiza sobre quienes consideran que las opciones en pugna eran similares, señalando que “los papanatas que argumentaban que las opciones en pugna eran casi lo mismo, obviaban de manera olímpica este ‘detalle’ clave”, como simplemente aplicar el programa. Sin embargo, esta visión contrasta con perspectivas más matizadas que destacan las complejidades del llamado “consensualismo”.

En este sentido, Linng Cardozo, en su artículo del 20 de septiembre en Caras & Caretas, traza un recorrido por la evolución política y cultural de Uruguay desde su transición democrática. Cardozo resalta cómo el “consensualismo” y el eje liberal-humanista se han asentado como pilares de la identidad política nacional. Desde el rechazo al autoritarismo en el plebiscito de 1980 hasta la restauración democrática de 1984, este modelo relegó a las corrientes más radicales y antiliberales tanto en la derecha como en la izquierda, configurando un sistema que privilegia la moderación.

Por su parte, Marcos Hernández Carballido, en su trabajo Centrismo y consensualismo como problemas a largo plazo, publicado en el último número del semanario Brecha, profundiza en las implicancias de esta estabilidad democrática. Aunque valora su carácter excepcional en la región, advierte sobre los riesgos de estancamiento que este modelo puede generar. Incluso la reciente campaña electoral, calificada por la BBC como “la más aburrida”, ilustra un panorama político sólido pero carente de la pasión transformadora que podría revitalizar el sistema.

Para Cardozo, líderes como Líber Seregni y Wilson Ferreira Aldunate contribuyeron al discurso conciliador que fortaleció el eje de gobernabilidad. Incluso el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), al abandonar consignas insurreccionales y adoptar un enfoque inclusivo, se alineó con la dinámica democrática. Este consensualismo no solo moldeó el escenario político sino que también reforzó un pacto implícito de cuidar la democracia, dando lugar a un modelo político que evitó tensiones y rupturas en los pactos sociales. Hernández parece ratificarlo al criticar la estrategia de la izquierda, que en su búsqueda del centro político ha moderado sus ambiciones, desdibujando sus proyectos originales. Esta dinámica crea una paradoja: mientras la derecha intenta mantener su identidad al disputar elecciones, la izquierda parece perder la suya. Este fenómeno refuerza la mediocracia centrípeta, un sistema que evita los extremos pero carece de un rumbo claro. Cardozo subraya que el pragmatismo político, hijo de este consensualismo, se ha convertido en un fenómeno dominante en Uruguay, a menudo percibido como una herramienta eficaz pero también peligrosa para el progreso social. Pragmatismo que contrasta con la polarización observada en otros países, donde movimientos radicales han ganado espacio tanto en la izquierda como en la derecha. Hernández dirá que el centro político, compuesto mayoritariamente por votantes desinteresados y con inclinaciones hacia la derecha, se ha convertido en el objetivo principal de las campañas. Esta estrategia, que prioriza a los indecisos, desmotiva al resto del electorado y contribuye a la despolitización general.

Consensualismo, centrismo, medianía, mediocracia, pragmatismo: estos significantes bien pueden sumarse al acerbo de la teoría política, constituyendo herramientas conceptuales imprescindibles para los debates venideros, especialmente en el seno del FA. Por un lado, la ejecución del programa deberá resistir los chantajes del neofascismo editorializado, como el que ya hemos citado, y las pretensiones herreristas que buscan incidir incluso en aspectos tan triviales como la lista de invitados a la asunción presidencial. Por otro lado, deberá afrontar la indiscutible atracción gravitacional hacia la estabilidad, tan característica de la cultura política uruguaya. Este equilibrio, aunque aparentemente virtuoso, puede convertirse en un ancla que frene los impulsos transformadores necesarios para que el programa cumpla su propósito transformador.

Los cambios en las relaciones internas de fuerzas dentro del Frente Amplio no son pocos ni menores. ¿Hasta qué punto el MPP comienza a llenar el vacío ideológico dejado por el retiro del astorismo y el seregnismo, asumiendo un nuevo papel en el guion político? ¿Y cuánto influyen los trasiegos personalistas en la fragmentación de un polo de izquierda que nunca logró consolidarse? Estas dinámicas internas explican no solo el magro desempeño de los sectores más radicales, sino también la deriva centrípeta que empuja al conjunto hacia un pragmatismo que, aunque eficaz en la gestión, diluye las ambiciones transformadoras del proyecto. En cualquier caso, el MPP cumplió con el cometido principal de asegurar el triunfo, sin el cual esta discusión no tendría siquiera lugar. Esta victoria, aunque decisiva, no está libre de sombras: la historia recuerda derrapes traidores como los de Aparicio Saravia o Gonzalo Mujica, e incluso deformaciones excrecentes como las encarnadas por Manini Ríos. La vigilancia programática y política será indispensable para evitar que las fisuras internas o hasta eventuales fugas, den paso a desvíos que comprometan la esencia misma del proyecto frenteamplista.

El espacio aconseja postergar para otra ocasión el balance entre las transformaciones concretas de los tres gobiernos frenteamplistas y su propia discursividad, aunque bien podría hipotetizarse que han cambiado más de lo que han dicho. En cualquier caso, el rumbo no debe buscarse en otro lugar -ni dejar de exigirse- que en el programa, frente a quienes intenten imponerlo por fuera, ya sea desde la izquierda o la derecha. En el marco asfixiante de la actual fase del capitalismo y de una democracia representativa liberal-fiduciaria que margina la posibilidad de mandatos imperativos y el control efectivo de los representantes por parte de los representados, el Frente Amplio ha optado por una elaboración programática meticulosa, con tiempo suficiente para su debate y amplia participación colectiva. Este programa no es el ‘decir’ de campaña, ataviado con los ornamentos retóricos al estilo de antiguos caballeros victorianos que lanzan su cortejo en busca de conquistar indecisos; es, más bien, un pacto meticulosamente tejido, que sustituye el fulgor efímero de la seducción por la certeza del rumbo, diseñado para disipar incertidumbres y afianzar compromisos.

Aún en las peores tormentas, las manos firmes en el timón, pero la mirada siempre en la brújula.

Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.