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El futuro se vuelve cada vez más incierto en Yemen

Fuentes: Rebelión

Algunos recientes acontecimientos en la escena internacional están situando a Yemen en el centro de lo que puede convertirse en una peligrosa situación. Y a ello hay que sumarle además las serias carencias que el propio estado yemení presenta a día de hoy, y que ha llevado a algunos analistas a señalar la posibilidad de […]

Algunos recientes acontecimientos en la escena internacional están situando a Yemen en el centro de lo que puede convertirse en una peligrosa situación. Y a ello hay que sumarle además las serias carencias que el propio estado yemení presenta a día de hoy, y que ha llevado a algunos analistas a señalar la posibilidad de que este país acabe sumándose a la lista de «estados fallidos», si no lo ha hecho ya. Los planes de Washington, situando a Yemen entre las prioridades de su agenda en la «lucha contra el terror», o la entrada directa de Arabia Saudí en el tetro yemení, no hacen sino acrecentar esos temores.

Desde el pasado verano muchas fuentes señalaban la confluencia de tres conflictos que podían poner en serios apuros a la ya de por sí deteriorada situación yemení. Los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y los rebeldes chiítas del norte; las demandas separatistas en el sur, con la violenta respuesta de Saná; y el incremento de la presencia de al Qaeda, eran motivos más que suficientes para ubicarnos ante una escenario muy «explosivo».

Sin embargo, estos últimos meses, otros actores han hecho aparición sobre el terreno yemení, arrojando más gasolina al fuego. El ataque militar de las fuerzas saudíes contra los rebeldes del norte ha situado a Riad sobre el tetro de operaciones yemení. Tras las diferentes excusas utilizadas por los príncipes sauditas, subyace un importante pulso que mantienen éstos con Irán, en aras a convertirse en el estado más influyente del mundo musulmán.

Hace tiempo que los dirigentes sauditas manejan una ecuación en diferentes frentes. Si en Afganistán e Iraq la política de Arabia Saudí está encaminada a contrarrestar el peso de Teherán en esos países, no dudando además en apoyar económicamente a los talibanes, o incluso aportando un importante número de ciudadanos sauditas a una parte de la resistencia iraquí, en el caso de Yemen confluyen otros intereses.

Uno de los temores (infundados en opinión de la mayoría de observadores) es que el norte de Yemen acabe convirtiéndose en una realidad chiíta al estilo de Hezbollah en el Líbano. Sin embargo tras ese débil argumento se podrían encontrar los deseos de Riad para controlar la frontera entre ambos países, que todavía está en disputa y que alberga importantes yacimientos energéticos.

El otro argumento saudí, tal vez de mayor peso, gira en torno a las actividades de al Qaeda en la región. En los últimos tiempos, esta organización jihadista ha experimentado importantes transformaciones en la zona, como la transformación de las ramas yemení y saudí en «al Qaeda de la Península Arábiga», o el aumento de las operaciones de ésta tanto en Yemen como en Arabia Saudí.

El período de transición que se vive en esa monarquía del petrodólar, y donde al parecer estarían asumiendo papeles importantes algunos miembros de la casa real partidarios de políticas militaristas, muy al estilo de la época de Bush en la Casa Blanca, no parecen añadir muchos rayos de esperanza a la situación.

Estados Unidos cuneta con los gobierno de Yemen y Arabia Saudí como fieles aliados en la región. Ambos son la punta de lanza de la estrategia norteamericana, que se mueve entre la «importancia para los intereses de Washington y el alto potencial de inseguridad». Si la campaña militar de EEUU ha desplazado Iraq de las primeras páginas de los medios, alzando a las mismas a Afganistán, «la otrora guerra olvidada», algunas fuentes apuntan que algo similar puede pasar con Yemen, que en los últimos días habría desplazado a Somalia.

Desde EEUU hace tiempo que se ha diseñado una red de bases e instalaciones muy importantes en todos los estados de la Península Arábiga, considerada clave por su potencial energético y por su ubicación geoestratégica. Así, algunos han señalado que Qatar ha logrado atraer buena parte del personal militar estadounidense en la región, lo que hace que algunos lo presenten como «el Pentágono del Golfo Pérsico»; a ello hay que añadir la importancia que adquieren las importantes bases militares de EEUU en Bahrein, los proyectos en torno a Omán, o el uso de Kuwait como rampa de acceso a Iraq. Toda esa red se completa con la presencia de «personal militar y asesores» en Arabia Saudí y el complejo de entrenamiento militar en Jordania.

Las declaraciones de algunos militares norteamericanos, partidarios de intensificar su actuación militar en Yemen no deja dudas de que «EEUU ha abierto un nuevo frente en la lucha contra el terror». Los recientes bombardeos indiscriminados, al abrigo de la teoría de asumir las mal llamadas víctimas colaterales, son una prueba más en esa dirección. Y si algunos episodios recientes, como el supuesto intento de atentado en Detroit, o los intentos desde Washington para relacionar al clérigo yemení, Anwar al Awlaki con el ataque en una base militar de Texas, tienden a centrar la atención mediática sobre Yemen, EEUU lleva tiempo operando en ese nuevo frente.

Por su parte, al Qaeda también ha movido sus fichas. A la unificación ya comentada, habría que añadir los recientes ataques contra fuerzas de seguridad yemeníes, y al indisimulado intento de aprovecharse de una situación que le puede resultar muy favorable. La delicada situación del gobierno central, ausente de facto en amplias zonas del país, el importante rechazo de la población hacia la colaboración de su gobierno con EEUU, las víctimas civiles que está generando la campaña militar de Washington o las diferentes crisis que afronta Yemen, son un importante caldo de cultivo para el mensaje de organizaciones como al Qaeda.

Como muy bien señaló un prestigioso analista en el Yemen Times hace algunos meses, la «comunidad política de Yemen ha experimentado en las últimas cinco décadas un imanato zaydi de carácter teocrático e isolacionista; ocho años de guerra civil; intervenciones militares externas directas e indirectas; ser una colonia británica; docenas de sultanatos y emiratos; una federación; una república tribal conservadora en el norte; una república marxista en el sur, docenas de muertes políticas; múltiples guerras fronterizas; una república marxista y tribal unificada; y una destructiva guerra entre el norte y el sur», y todo ello debe tenerse en cuenta a la hora de aproximarnos a esta compleja sociedad.

Si la caracterización social tribal es un factor determinante, esa sucesión de acontecimientos ha empujado al gobierno central a una lucha por su supervivencia, haciendo de ésta el eje central de su actuación. Como apuntaba Khaled Fattah, «ello le ha llevado a la búsqueda de alianzas entre las diferentes élites políticas y sociales» que ha generado toda una red de favoritismos y tutelas.

La ausencia del Estado en muchos lugares y la incapacidad para dotar a la población de los servicios básicos (educación, salud) hacen que la situación empeore aún más. La inseguridad, la crisis económica (aumento del déficit, carencias energéticas, limitado sector privado, inflación, descenso de las exportaciones) y social (tasas altísimas de paro y analfabetismo, cortes de agua, carencias alimentarias) son síntomas que llaman a la preocupación.

Como remarcan algunos observadores, la situación apunta un riesgo muy elevado de que el colapso político, social y económico acabe convirtiendo al país en una sociedad fragmentada, dominada por «líderes tribales autónomos, señores de la guerra, ambiciosos defensores del sectarismo y extremistas religiosos», situando a Yemen a las puertas de convertirse en un nuevo estado fallido.

TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.