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Explosiones en el Metro

El Islam se desquita de nuevo en Londres

Fuentes: Rebelión

Las nuevas explosiones en Londres, ocurridas ayer, sitúan al gobierno de Tony Blair ante una crisis de credibilidad frente al pueblo británico. Hace apenas dos semanas otra serie de explosiones dejaron cincuenta y tres muertes y setecientos heridos, lo cual es de lamentar. El terrorismo no es un método apropiado de lucha porque castiga a […]

Las nuevas explosiones en Londres, ocurridas ayer, sitúan al gobierno de Tony Blair ante una crisis de credibilidad frente al pueblo británico. Hace apenas dos semanas otra serie de explosiones dejaron cincuenta y tres muertes y setecientos heridos, lo cual es de lamentar. El terrorismo no es un método apropiado de lucha porque castiga a inocentes por las culpas cometidas por sus gobernantes.

Desde entonces se tomaron medidas extraordinarias de seguridad, de extremada vigilancia y cautelosa supervisión y todo ello ha sido burlado por los patriotas nacionalistas del Islam. Es evidente que Blair tendrá que responder ante el parlamento y una fuerte tempestad va a acosar al gobierno en los próximos días en la Cámara de los Comunes. Una retirada de apoyo es previsible, una demanda generalizada de renuncia, quizás hasta unas elecciones anticipadas. Un gobierno que no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos no merece regir un país.

Blair ha demostrado que es un astuto alcahuete electorero lo cual le ha permitido engañar a las masas y ocultar los evidentes fracasos de su gestión, el desplome del servicio nacional de salud, el descontrol epidémico de las vacas locas. Ha sido un servil lacayo de los neofascistas en Washington y ha depuesto desvergonzadamente la soberanía británica, convirtiendo aquél país en una subsidiaria estadounidense.

Si Blair hubiese demostrado algo de dignidad y autonomía quizás pudo haber servido de contrapeso a la agresividad del clan petrolero de Bush. Quizás pudo haber rendido un gran servicio a la humanidad contribuyendo a frenar en alguna medida el ímpetu de los halcones norteamericanos. Pero hizo todo lo contrario, los alentó, se sumó a ellos para beneficiarse del botín de recursos energéticos.

Es natural, hasta normal, que los iraquíes, o los patriotas del Islam, ahora traten de ajustar cuentas con los invasores que se han dedicado a asesinar, incendiar y saquear a Irak. Este nuevo episodio en el sistema de transporte londinense ha sido mejor pensado que el anterior porque las explosiones han sido mínimas y aparentemente no han causado víctimas. Pero el efecto económico, la repercusión sicológica, el daño financiero son enormes. De eso se trata, de causar estragos en el imperio que tanta destrucción ha infligido en el Oriente Medio.

En una guerra las acciones destructoras se producen de ambas partes. No es posible que los británicos crean que puedan ir a Irak a arrasar aquél país y no recibir la respuesta del Islam ofendido. Quien ataca debe esperar ser atacado. Es importante que las masas británicas lo comprendan porque en la medida que asimilen el castigo el gobierno laborista se desestabilizará. De haber ocurrido estos hechos antes de las elecciones Blair no habría sido reelecto.

La historia se repite. Cuando ocurrió el ascenso del nazi fascismo en la década del treinta del siglo pasado, Hitler pudo alzarse retador porque halló un Primer Ministro británico pusilánime y canijo en Neville Chamberlain, que quiso creer en las promesas de paz para no armar a su nación amenazada. Existían en Gran Bretaña, como ahora hacia Bush, profundas simpatías hacia el totalitarismo alemán, incluso dentro de la casa real de los Windsor. Ahora los desmanes despóticos de los halcones en Washington, sus afanes hegemónicos, su codicia por el control de la energía, tienen, igualmente, una duplicación en la política del laborismo renegado de Blair.

Por ello estas acciones en el sistema de transporte londinense tienen un eco bien lejano, golpean también a Bush y a su camarilla y envían un mensaje al mundo: los débiles tienen instrumentos de represalia a su alcance, los oprimidos pueden impugnar a su agresor.

Es de lamentar que esos ciudadanos británicos, esos obreros londinenses, gente común, honesta, trabajadora, sufra en su carne los errores de un gobierno satélite. Es muy deplorable ver muchedumbres aterradas, familias en duelo, infelices asalariados que padecen el efecto del censurable terrorismo. Los patriotas islámicos debían renunciar a ese método de guerra indiscriminada pero las circunstancias los conducen a los recursos de la desesperación.

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