La fuerza creciente de la clase trabajadora, consecuencia del desarrollo económico que, en la postguerra, transformó a Italia en la segunda potencia industrial europea, combinada con la debilidad de una burguesía italiana marcada por la derrota de su aventura fascista, tuvo como subproducto que las organizaciones sindicales se transformaran en una especie de «institución» capaz […]
La fuerza creciente de la clase trabajadora, consecuencia del desarrollo económico que, en la postguerra, transformó a Italia en la segunda potencia industrial europea, combinada con la debilidad de una burguesía italiana marcada por la derrota de su aventura fascista, tuvo como subproducto que las organizaciones sindicales se transformaran en una especie de «institución» capaz de condicionar profundamente la vida del país.
Como en otros países europeos, su punto culminante fue en los años 1970, cuando la fuerza estructural de la clase obrera se combinó con una extraordinaria movilización política y social. Desembocó en importantes conquistas (fuertes alzas salariales, mejora del mecanismo de escala móvil de salarios, un sistema de convenios colectivos nacionales que unificaron las condiciones del mundo del trabajo, un estatuto de derechos individuales y sindicales en las empresas). Pero este escenario ya no es el nuestro de hoy día.
Colaboración y declive
La burocracia sindical, ya a final de los años 1970, adoptó una línea moderada que condujo a la dramática derrota de 1980 de los trabajadores de la Fiat, seguida de un período de derrotas sucesivas, con la destrucción de los consejos de fábrica y la aceptación pasiva de las reestructuraciones de producción, provocando un debilitamiento progresivo de las estructuras sindicales.
En los años 1990 se desarrollaron sindicatos llamados «de base«, en primer lugar el RdB (hoy día USB) presente en la función pública, después los COBAS, presentes en las escuelas públicas, y otras muchas siglas (CUB, SiCOBAS, UniCOBAS, etc.).
La política de las organizaciones sindicales mayoritarias, lejos de cualquier orientación de clase, se expresó esos años en la pretendida «concertación» con el poder político, con la utópica pretensión de promover una política de comparación y de orientación de las rentas de todos los italianos, con el fin de reducir la inflación para poder formar parte de la zona euro. Naturalmente, los únicos en pagar los gastos fueron los asalariados/as.
Esta crisis de los sindicatos confederados, aunque provocó la pérdida de muchos cuadros hacia los sindicatos de base o el desenganche de su actividad, no se tradujo paralelamente en una pérdida del número de afiliados. Así la CGIL, principal sindicato italiano cuyo número de afiliados ha oscilado siempre entre 5,5 y 6 millones, aunque la mitad sean jubilados. Son por tanto sindicatos fuertes organizativamente, pese al declive implacable de la tasa de sindicalización entre los trabajadores activos, que ha pasado del 50 % en 1975 al 39 % en 1990, para alcanzar el 32 % hoy día.
El grupo dirigente de la CGIL, histórica y burocráticamente ligado al Partido Comunista, y después sucesivamente al PDS, a las DS y ahora al PD (sobre todo a su ala izquierda), ha adoptado en los diez últimos años una línea cada vez más seguidista respecto a la política liberal dominante, por no hablar ya de la CISL y del UIL abiertamente favorables a las decisiones del gobierno y de la Confindustria.
Incapacidad para combatir la austeridad
Prácticamente todas las confederaciones, aunque de diferentes maneras, han sido las defensoras de la política de austeridad en el seno del mundo del trabajo, favoreciendo la desmoralización y la división.
Hemos llegado a una situación en que, a la hora de renovar convenios nacionales de trabajo, las direcciones sindicales firman acuerdos que reducen los salarios y aumentan las horas de trabajo, dejando a los patronos plena libertad en la gestión de la mano de obra y salarios.
Las últimas acciones de lucha de la CGIL a nivel nacional han sido la manifestación y la huelga de otoño de 2014, para mostrar su oposición al «Jobs act«, que consiguieron un éxito, pero a las que la dirección sindical no ha querido dar ninguna continuación, permitiendo así al gobierno suprimir el estatuto del trabajo. El mismo escenario se ha reproducido durante la lucha de los enseñantes contra la contrarreforma de la escuela.
No se ha hecho nada para oponerse a las distintas leyes que facilitaban el saqueo del territorio, los nuevos recortes en salud y en todos los servicios públicos. Así, la CGIL, pese a su valoración crítica, no ha organizado ninguna movilización social contra la ley presupuestaria para 2017, que confirma la línea neoliberal del gobierno.
Un No pasivo
Sobre la contrarreforma institucional, la CGIL después de muchas vacilaciones, se ha pronunciado en contra… pero se ha negado a organizar iniciativas públicas significativas. Peor aún, la CISL (católica) y la UIL (PD) se han alineado abiertamente entre los apoyos de la contrarreforma.
En los años que van de 1999 a 2011, la FIOM (Federación de trabajadores de la metalurgia de la CGIL) se ha diferenciado de los otros aparatos sindicales, participando en las manifestaciones de Génova contra el G8, contestando muchos acuerdos firmados por la CISL, la IUL y también la CGIL, oponiéndose a la FIAT (actualmente FCA) dirigida por Sergio Marchione… Pero esta diferenciación, que había suscitado muchas esperanzas entre los trabajadores, se ha ido borrando progresivamente con su nuevo líder, Maurizio Landini. Hoy día, la FIOM, fuera de declaraciones más radicales, no se distingue en nada de la política negociadora del resto de sindicatos tradicionales.
La pasividad de la cúspide de la CGIL es combatida por una pequeña corriente interna de izquierda «El sindicato es otra cosa«, presente en particular entre los metalúrgicos. Pero en la pasada primavera la FIOM efectuó un viraje, excluyendo a una quincena de delegados de la FCA, adheridos a la corriente «El sindicato es otra cosa«… y culpables de haber organizado huelgas en la empresa sin el aval de la dirección sindical. Hace algunas semanas, el líder de esta corriente, Sergio Bellavita, fue despedido por la CGIL y por la FIOM, porque era culpable de haber defendido a los delegados excluidos. Esta difícil situación ha provocado una discusión complicada en la corriente, con una fractura entre quienes, como Bellavita, considera que ya es imposible quedarse en la CGIL, y apoyan la necesidad de continuar la actividad sindical en la USB, y quienes creen necesario y posible continuar la batalla interna en la CGIL, cara al próximo congreso confederal previsto para finales del próximo año.
Los elementos de un sindicalismo de clase
Por un lado, tenemos a las tres confederaciones sindicales que, sobre el papel, tendrían todavía la posibilidad y las fuerzas para suscitar amplias movilizaciones, pero que están a remolque y/o son los mercenarios del gobierno y de Confindustria. Y por el otro, los sindicatos de base que, aunque avanzan un programa reivindicativo válido, no han conseguido reforzarse de manera significativa y no están en condiciones de construir una movilización de conjunto. Disponen de una presencia en algunos sectores (empleados públicos, transportes, logística, y algunas fábricas), y son capaces de organizar huelgas locales o sectoriales, pero no ya para avanzar un paso más importante, incluyendo la construcción de un proceso unitario.
No es menos cierto que, en estos últimos meses, las únicas movilizaciones antigubernamentales entre los trabajadores han sido organizadas por los sindicatos de base, en particular por la USB, la fuerza más estructurada adherida a la Federación sindical mundial -con la huelga nacional del 21 de octubre y con la manifestación del «No Renzi Day» del 22 de octubre que reunió en Roma a millares de personas- y por la CUB, que forma parte de la Red Sindical internacional, y que ha organizado el 4 de noviembre una huelga nacional, con dos manifestaciones de varios miles de personas en Nápoles y en Milan.
Nuestra organización trabaja por la convergencia entre las diferentes componentes del sindicalismo de clase, la interna en la CGIL y las externas. Es uno de los ejes políticos fundamentales de nuestra actividad, pero la tarea es ardua. La crisis de lo que ha sido en las pasadas décadas el sindicalismo más fuerte de Europa occidental continúa, y sólo una enérgica recuperación de las luchas por la base parece poder detenerla.
Fuente original: https://npa2009.org/actualite/international/italie-le-long-declin-des-syndicats