La historia de la civilización humana, muestra, probándolo además, que las contradicciones y luchas sociales producto de las inequidades y de las cada vez más profundas brechas entre ricos y pobres, resultan consustánciales a la división de la sociedad en clases, donde, fortaleciéndose de manera creciente, devienen la más genuina forma de expresión que encuentran […]
La historia de la civilización humana, muestra, probándolo además, que las contradicciones y luchas sociales producto de las inequidades y de las cada vez más profundas brechas entre ricos y pobres, resultan consustánciales a la división de la sociedad en clases, donde, fortaleciéndose de manera creciente, devienen la más genuina forma de expresión que encuentran quienes las protagonizan -los desposeídos y desposeídas- e inician para la defensa a ultranza de su dignidad; ese sentimiento tan maltratado, pero a la vez tan auténtico, absolutamente incompatible con el maltrato, la humillación, la expoliación, la esclavitud y la sumisión.
Una verdad absoluta, y por consiguiente inobjetable. Como se conoce, luego de un pormenorizado estudio de las sociedades clasistas, y muy esencialmente de la capitalista, correspondió a Carlos Marx y a Federico Engels, los históricos líderes del proletariado mundial, el gran mérito de demostrar la existencia de dicha regularidad, demostrando también lo que fue mucho más importante, la perecedera naturaleza de este modo de producción, así como las vías para lograr el triunfo de un mundo libre de esos abominables flagelos. En contraposición, ideólogos y políticos burgueses intentan demostrar hasta el cansancio, el carácter «reformable» del capitalismo, el que debe «perder» su naturaleza salvaje -que además no pueden esconder-, si se logran…, un montón de necedades y de vacías propuestas, cada vez más desprestigiadas -increíbles incluso para sus trasnochadas mentes-, pero que no pueden abandonar so pena de perder el mundo de privilegios y prerrogativas que se han creado sobre la base de los más bárbaros actos de latrocinio y vejación humana.
Múltiples son los hechos que a diario demuestran el absurdo, la infructuosa necedad que constituye pretender lograr soluciones humanistas dentro del capitalismo. Entre éstos, se encuentran, sin dudas, las conclusiones del proceso de discusión abierto por la Comisión Europea en el mes de enero del pasado 2005 -a través de un Libro Verde puesto en circulación-, dirigido a evaluar la pertinencia de crear mecanismos que propicien una migración económica -selectiva además-, en el espacio conformado por la UE.
La propuesta
Sin tener nada de necia, y sí de mucho pragmatismo, en correspondencia con el carácter utilitario del tratamiento que recibe todo lo relacionado con los asuntos migratorios en el contexto europeo, la propuesta se fundamentaba en varios aspectos, identificados por la propia Comisión. Uno de ellos y quizás el más importante, resulta el «reconocimiento del impacto del envejecimiento y de la disminución de la población en la economía». De ahí, la importancia que representa una migración económica organizada «especialmente para la competitividad y, por tanto, para el cumplimiento de los objetivos de Lisboa». Comprensible además si se toma en consideración que fue por «esta tendencia de la sociedad» que se «propició el debate sobre la migración a la UE».
Conjuntamente, se evaluaba el hecho de que, «aunque se cumplan los objetivos de empleo de Lisboa en 2010, los niveles generales de ocupación disminuirán debido al cambio demográfico. Entre 2010 y 2030, con los flujos migratorios actuales, la disminución de la población en edad de trabajar de la UE de los 25 será de unos 20 millones de empleados», lo cual «tendrá un enorme impacto en el crecimiento económico global, el funcionamiento del mercado interno y la competitividad de las empresas de la UE».
De manera que aún cuando reconoce que «la inmigración no constituye por sí misma una solución al envejecimiento de la población», la Comisión considera ineludible el hecho de que «se requerirán cada vez más flujos migratorios sostenidos para satisfacer las necesidades del mercado laboral de la UE y garantizar la prosperidad de Europa».
En ese contexto, otra de las razones que estimularon el debate, giraba en torno a inmigración ilegal, toda vez que, a juicio de la Comisión, «en ausencia de una iniciativa estratégica europea, los flujos migratorios pueden eludir con más facilidad las legislaciones y normas nacionales. En consecuencia, la falta de criterios comunes de admisión de inmigrantes económicos hará que aumente el número de ciudadanos de terceros países que entran en la UE ilegalmente y sin ninguna garantía de empleo declarado ni, por tanto, de integración en nuestras sociedades».
En ese orden, la propuesta tomaba en consideración, el que, aún cuando «se reconoce plenamente que las decisiones sobre el número de inmigrantes económicos que deben admitirse para buscar trabajo corresponden a los Estados miembros», (…), «las decisiones sobre la admisión de nacionales de terceros países en uno de ellos afectan a los demás«, unido a que, «la UE tiene obligaciones internacionales en relación con determinadas categorías de inmigrantes económicos».
A su vez, conforme a sus promotores, el levantamiento del problema se justifica por razones -muy, pero muy pragmáticas- que trascienden los límites comunitarios. Así, fue reconocido de manera explícita, que «la UE también debe tener en cuenta el hecho de que las principales regiones del mundo ya están compitiendo para atraer a inmigrantes que cubran las necesidades de sus economías», lo cual «pone de relieve la importancia de garantizar que la política de migración económica de la UE ofrezca un estatuto jurídico seguro y un conjunto de derechos garantizados que contribuyan a la integración de los admitidos».
¿Perceptible el matiz?, nuevamente el problema de la integración y de los derechos de «los admitidos» se despoja de su intrínsico humanismo para colocarse en función del gran capital. Veáse que de lo que se trata aquí no es de lograr una sociedad con igualdad de derechos y oportunidades para quienes lo requieran, sino de crear un espacio que llegue a ser supuestamente más atractivo que «las principales regiones del mundo», para aquellos -y en menor medida aquellas- que logren ser «aprobados», luego de pasar airosos, los complicados y por lo general muy discriminatorios mecanismos de selección.
Visto desde toda esta notoriamente pragmática perspectiva, la discusión se justificaba de manera absoluta. Y es que se trataba de «abrir un proceso de debate detallado», el que debía propiciar la «adopción de un marco común», sobre la base del «valor añadido» que esto supondrá, «en el contexto del desarrollo progresivo de una política comunitaria de inmigración coherente». Un sistema además que «deberá ser transparente, no burocrático y plenamente operativo, en función de todas las partes interesadas: los inmigrantes, los países de origen y los países receptores».
Las conclusiones
Sin embargo, ni aún con todo el explícito y notorio pragmatismo que fundamentaba la propuesta, se hizo posible alcanzar el necesario acuerdo, lo cual fue reconocido de manera oficial y pública por el propio Parlamento Europeo en una Resolución que, al parecer, cierra momentáneamente el capítulo.
Así, esta institución analiza 20 «considerandos«, entre los que se incluyen algunos muy significativos, como puede ser el reparo en que «la tarea de la Unión Europea, en aras de una inmigración gestionada de trabajadores a la Comunidad y del pleno empleo, debería ser desarrollar una política de migración común», junto a «una verdadera política europea de inmigración, que aún no existe«.
A partir de aquí, en su primera y quizás más importante conclusión, «lamenta» que el «Consejo haya decidido mantener la unanimidad y el procedimiento de consulta en todo el ámbito de la inmigración legal», pues en su opinión «la única vía para la aprobación de una legislación eficaz y transparente sobre este tema es el procedimiento de codecisión».
En otras palabras, nada cambiará. Significa que no serán armonizadas las legislaciones nacionales al respecto, o lo que es lo mismo, que cada Estado, además de mantener la prerrogativa de fijar el número de inmigrantes que necesite, mantendrá también las mismas condiciones de selección establecidas actualmente, mayoritariamente discriminatorias y dirigidas a un mercado laboral eminentemente cualificado. Condiciones que, de manera general, exigen a los aspirantes: encontrarse fuera de los límites comunitarios al momento de realizar la solicitud, disponer de una propuesta previa de empleo, de recursos financieros suficientes y de un seguro médico que le permita obtener un permiso de residencia temporal.
Inevitables, surgen las preguntas, ¿habrá muchos o muchas aspirantes que cumplan estos requisitos?, ¿cuántas o cuántos procederán del África subsahariana o de las regiones más pobres del mundo, y por consiguiente, las más necesitadas? Preguntas para las que, sin dudas, estos «solidarios» europeos -tan «preocupados» siempre por el más «absoluto respeto» de los «Derechos Humanos», en la limitada y trasnochada versión que hacen de éstos-, encontrarán «¿respuestas?», sólo que del mismo tipo, insustanciales, engañosas y desprovistas de un verdadero contenido humanista, tal y como les resulta característico.
Condiciones además sobre las que se han construido los « acuerdos bilaterales en materia de empleo», de los que disponen varios Estados miembros, «dirigidos generalmente a la admisión de trabajadores(as) estacionales o «temporeros(as)» para laborar en sectores como la agricultura, la construcción, el turismo y la restauración, (servicios gastronómicos); ¿casualmente? con las naciones de donde también proceden tradicionalmente los grandes flujos de inmigración no documentada, indicativo del doble carácter que se le atribuye a dichos acuerdos, los que permiten «reforzar la cooperación y la lucha contra la inmigración ilegal».
En ese contexto, es de presumir también que se mantendrán los sistemas de cuotas: cupos anuales que establecen los Estados miembros en correspondencia con el sector de actividad, región geográfica o país de origen de los(as) inmigrantes; aunque, con otro «pero»: la propia Comisión ha hecho notar críticamente la «falta de flexibilidad de este sistema», temiendo un «auto flagelo», en la medida en que son los propios países quienes limitan «su capacidad para responder a las necesidades del mercado laboral», además de que, en opinión de dicha institución, «las cuotas preferenciales pueden facilitar la cooperación con algunos terceros países a corto plazo, pero pueden también obstaculizar la cooperación con otros a largo plazo, ya que tienen un efecto discriminatorio».
Todo lo cual demuestra el carácter objetivo e insoslayable del problema en cuestión, obviamente devenido «necesidad sentida» por el liderazgo europeo. Era de esperar entonces que con tal llamado de atención acerca de lo importante que para la salud de las economías, y de las sociedades comunitarias puede representar una migración económica concebida de forma organizada, se produjera una respuesta un poco más constructiva respecto a este sensible asunto -sin alimentar grandes expectativas, claro está-, aún a pesar del utilitarismo que caracterizaba la propuesta. Sin embargo, esto no se produjo.
Pero hay más, probablemente lo más significativo en una evaluación desde la propia Unión, ¿cómo se resolverán los problemas diagnosticados por la Comisión que tanto afectan a las sociedades europeas, respecto al déficit demográfico y lo que con ello se relaciona, dígase niveles de empleo, competitividad productiva y Estrategia de Lisboa?, ¿existirán nuevas propuestas?, ¿serán aceptadas?
Sin dudas, muchas preguntas y muy pocas respuestas acertadas, conducentes a una gran, aunque no nueva conclusión: aún a pesar de todo su altisonante discurso «europeísta», y de sus bonitas expresiones de unidad, de solidaridad y de igualdad de derechos y oportunidades para todas y todos -los europeos y europeas, no hay que olvidar-, el liderazgo comunitario no puede sustraerse a su individualista, expoliadora e inhumana ideología de clase, aún cuando ello vaya en detrimento de su propia «fortaleza»-a su vez, ¡tan contradictoria y desigual como las medievales!-, algo que además tampoco logran ocultar, y que recuerda aquel simpático, pero también muy sabio refrán, «El mono, aunque se vista de seda, mono se queda».