Cuando uno lee las declaraciones de los partidos de derecha en Francia, se llega rápidamente a la conclusión: que dentro de poco, el Señor Le Pen será un hombre respetable. La derecha francesa puede vanagloriarse de haber robado numerosos electores al Frente Nacional -habiéndole debilitado- sin embargo, las ideas utilizadas para llegar a este fin […]
Cuando uno lee las declaraciones de los partidos de derecha en Francia, se llega rápidamente a la conclusión: que dentro de poco, el Señor Le Pen será un hombre respetable.
La derecha francesa puede vanagloriarse de haber robado numerosos electores al Frente Nacional -habiéndole debilitado- sin embargo, las ideas utilizadas para llegar a este fin no perdieron ni un ápice de su sentido trágico y han dado al Señor Le Pen una publicidad a bajo coste que él no esperaba y que desde luego ha sabido aprovechar. Desde el centro a la izquierda, una gran parte de la sociedad civil ya no sabe que pensar: en las eleciones presidenciales de 2007, el maremoto FN es ya inevitable y las medidas para enfrentarse a este problema, parecen estar ausentes en la hoja de ruta de los grandes partidos.
La mutaciones políticas tan esperadas en el bando socialista, podrían ser mucho menos sorprendentes, que las que trastornarán a la derecha francesa -enfrentada a la obligación de pactar masivamente con la extrema derecha- y la primavera de 2007 podría vivir una atmósfera de inestabilidad política y social como no se ha conocido desde el final de los años sesenta.
La intolerancia, un mercado con futuro…
En cuanto a los diez millones de votantes que eligieron el partido del odio en las últimas eleciones presidenciales, esperan con paciencia y una confianza redoblada el día del próximo escrutinio: amordazar indefinidamente a una parte tan importante de un electorado se paga siempre con un alto precio.
Esos millones de franceses cuya presencia ha sido practicamente borrada de los medios de comunicación galos esperan ahora, que el Frente National se haga proximamente con un poder que sobrepase los limites «municipales» y regionales que hasta ahora habían podido conquistar.
¿Qué pasaría si la presencia masiva del Frente Nacional en las instituciones de la quinta república francesa fuese real ? Podríamos acusar al Señor Sarkozy y a los hombres fuertes de la derecha de haber sido unos «aprendices brujos». Un buen número de sus ideas sobre inmigración, seguridad ciudadana, religión, las libertades y el paro, juzgadas hasta hace menos de diez años como «extremas» por gran parte de la clase política, ya no atemorizan a casi nadie en los bandos de la derecha francesa.
Los aspectos a veces más chocantes de su programa electoral han sobrepasado el ámbito puramente nacional y se han materializado, en el seno de la Unión Europea, en movimientos neofascistas politicamente organizados, gozando de un reconocimiento oficial en las instituciones internationales.
Cómo declara la economista húngara Yudit Kiss, la sociedad civil y democrática supo hasta ahora movilizarse en Francia, en Austría, en Holanda, en Italia, etc., en contra del auge de partidos neofascistas y xenófobos, pero desde la unificación al mercado común de naciones de la ex Unión Soviética (por ejemplo Polonia y la República Checa), la presencia de políticos fascistas en el seno de sus gobiernos o de sus parlamentos «ha sido acceptada con una apatía teñida de incredulidad».
Este gigantesco movimiento de banalización de ideologías extremistas ha culminado en los primeros días del año 2007.
«Identidad, Tradición, Soberanía»
Las estructuras democráticas de la Unión Europea y su modo de escrutinio están dando al FN, por ejemplo, -numerosos grupos de extrema derecha activos en otros paises miembros están en la misma situación- una representación parlamentaria muy superior a la que tiene actualmente en Francia.
En cuanto a los diez millones de votantes mencionados anteriormente, comprendemos ahora mucho mejor, su fé casi ciega en el futuro; de una forma o de otra, que sea en el ámbito nacional o europeo, los lepenistas (seguidores de Le Pen) accederán al poder.
Gracias a la acogida de Bulgaria y de Rumanía en el seno de la UE en Enero de 2007, la extrema derecha acaba de formar su propio grupo en el Parlamento europeo: Identidad, Tradición, soberanía.
La formación, presidida por el negacionista Bruno Gollnisch nombrado, cómo no, por el Señor Le Pen, fue firmada por 20 diputados neofascistas agrupando representantes del Gran Partido Rumano (Partidul Romania Mare), liderado por Corneliu Vadim Tudor muy conocido por sus declaraciones racistas y su odio de los Rumanís , del Ataka, el partido búlgaro cuyo jefe, Dimitar Stoyanov famoso el también, por sus comentarios vergonzosos sobre el precio y las formas de las mújeres gitanas , del partido húngaro Vida y Justicia, del partido, Alternativa Sociale, Fiamme Tricolore de la incombustible Alessandra Mussolini («orgullosa de ser fascista»), del representante del movimiento fascista inglés (Ukip), el Señor Ashkey Mote, del partido nacionalista flamenco (Vlaams Belang) y de su jefe, Frank Vanhecke, del Partido Austríaco para la Libertad (Freiheitliche Partei Österreichs), la formación de extrema derecha del austríaco Jorg Haider, representada en Estrasburgo por su brazo derecho, Andreas Mölzer, etc.
Una plataforma xenófoba
¿Cuales serán, a corto plazo, las consecuencias de la llegada del partido ITS en el seno del parlamento europeo? La primera de todas es que se va a aprovechar -como todos los grupos del parlamento- de una generosa ayuda financiera entregada por la propia Asamblea .
La segunda es que la coalición ITS va a disponer de una influencia política y de un tiempo de palabra muy superior a lo que sa ha conocido hasta el momento.
La tercera, que emana directamente de las dos primeras, reside en el acceso sin restricciones a la plataforma mediática de la Unión Europea, de donde, lo sabemos de antemano, las declaraciones excesivas e intolerantes de los portavoces de la coalición provocarán una atención desproporcionada de los medios de comunicación internacionales . A corto plazo, ITS tendrá la capacidad de proponer y apoyar enmiendas y de tener una representación en el seno de diferentes comités y subcomisiones parlamentarios.
«¡Son todos nuestros amigos!»
Es lo que el señor Le Pen dijo de sus nuevos compañeros europeos durante un mitin del Frente Nacional, en Estrasburgo, en el 2005. Añadió en voz baja: «Se odian los unos a los otros pero son nuestros amigos» .
Contestaba con sorna a sus detractores que vaticinaban que las profundas discrepancias ideológicas de los «amigos» no tardarían en provocar el hundimiento del bloque.
ITS es hoy en día una realidad, paradójicamente financiada por las instituciones europeas. Las tensiones en el grupo no han desaparecido, pero nada augura una ruptura en los próximos meses.
A pesar, de que la idea de partidos xenófobos y nacionalistas uniéndose en una estructura supra nacional sea un absurdo, tenemos que reconocer que es una realidad.
Su longevidad y su vivacidad deberían hundirnos en profundas metidaciones sobre las paradojas que dan forma a nuestra época en mutación.
Los conflictos apocalípticos del siglo XX nos enseñaron que cuando lo absurdo y lo irracional se hacen con una parte preponderante de las relaciones políticas y sociales de una nación, una ola de pulsiones destructivas es previsible temer. No nos queda más que esperar esta vez, que los acontecimientos tomen otro rumbo, ya que una amenaza más grande, si cabe -la rápida degradación de nuestro entorno- obligará a los pueblos a unirse en un proyecto común, mayor, que evite la destrucción total de nuestro modo de vida.