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Memoria de nuestro tiempo

El muro de Berlín

Fuentes: Rebelión

La Revolución de Octubre ha sido un triste fracaso. La tentativa de socialismo tipo soviético duró setenta y dos años. No debe caber duda alguna que fue una noche de octubre, en el colegio para señoritas del Smolny, en San Petersburgo, la que marcó el perfil definitivo del siglo veinte. Podemos calificar el fin del […]

La Revolución de Octubre ha sido un triste fracaso. La tentativa de socialismo tipo soviético duró setenta y dos años. No debe caber duda alguna que fue una noche de octubre, en el colegio para señoritas del Smolny, en San Petersburgo, la que marcó el perfil definitivo del siglo veinte. Podemos calificar el fin del Muro de Berlín como el cierre de aquél ensayo.

Durante la mayor parte del pasado siglo XX la lucha entre dos sistemas prevaleció como parámetro de las relaciones políticas de nuestra era. De una parte la lucha por la justicia social, por la igualdad entre los hombres, por la distribución equitativa de la riqueza, por la continuación de los principios de las revoluciones inglesa y francesa. De la otra, la vigencia del libre mercado, de la ley de la oferta y la demanda, de la democracia burguesa.

De una parte la sociedad cerrada, totalitaria, en que degeneró el experimento soviético, de la otra, la expansión colonial del capitalismo, la opresión hacia los países suministradores de materia prima. De una parte la oligarquía, de la otra la burocracia. Ese encuentro terminó con la supremacía de una nueva versión del liberalismo y la postergación del proyecto de la izquierda progresista.

La caída del Muro de Berlín se debió a la división absurda, rígida, de una misma nación de manera artificial. Los múltiples errores de Mihail Gorbachov contribuyeron al cambio. El líder soviético estaba persuadido que su país no podía seguir como iba, eran necesarios cambios radicales que eliminaran el monopartidismo y la centralización comercial y financiera. Un gobernante mediocre pero astuto, Helmut Kohl, advirtió la debilidad soviética en el momento preciso cuando había que arrancarle concesiones. El resultado, hoy, es que Rusia anda en andrajos y desgarrada por la guerra entre mafias.

Otro resultado es que Francia y Alemania están, por primera vez en dos siglos, en el mismo bando. Ya no pueden repetirse las guerras de 1871, 1914 y 1940. Alemania está logrando sus metas de muchos años, el predominio en Europa. Sólo que esta vez no confió en sus generales, en sus junkers de cascos puntiagudos, sino en la eficacia de su industria y su comercio. El nuevo siglo se abrió con frustraciones de proyectos de cambio del curso de la historia.

El Muro se convirtió en el símbolo de una división artificial producto de la Guerra Fría. Me hallaba en Berlín socialista el 13 de agosto de 1961 cuando los soldados de la RDA dividieron la ciudad con alambre de púas en el curso de una madrugada. Me hallaba en Berlín occidental, en 1989, cuando comenzó la destrucción del Muro. En el 89 presencié la ceremonia de clausura del famoso «Checkpoint Charlie», el principal cruce en la frontera entre las dos partes de la ciudad.

En un fin de semana todas las tiendas y almacenes del Berlín ex-socialista cambiaron su mercancía y comenzaron a exhibir artículos con el aura de la novedad y el fulgor de la factura occidental. Los alemanes del este se asomaron curiosos a las tiendas pero muy pocos compraban; los precios se habían triplicado y los salarios permanecían en sus antiguos niveles. Unas semanas después el Muro había sido derribado en casi toda su extensión pero aun quedaban largos paneles decorados con la politizada imaginería popular, una rebeldía multicolor que denunciaba años de encierro y separación de hermanos.

En torno a la Puerta de Brandenburgo había surgido un peculiar mercado. Se ofrecían fragmentos del Muro envueltos en celofán con un certificado que autentificaba su procedencia. En vendutas improvisadas, sobre precarias mesillas, yacían los rastros de la catástrofe de un mundo. Las condecoraciones que fueron en un tiempo un señalamiento del honor, ahora esperaban al cazador de recuerdos y se revolvían inertes, desprovistas de significado –materia desvalorizada–, cordones, bandas, insignias, cruces eran un triste testimonio de la ruina de un infortunado experimento. Durante decenios el Muro de Berlín fue el hito que marcó el punto mayor de fricción entre capitalismo y comunismo, entre dos culturas y dos grupos de nacionalidades, entre la cristiandad occidental y el orbe eslavo ortodoxo.

La Revolución de Octubre desató un impulso progresista que chocó con la atrofia moral y política causada por la anulación de la autonomía de pensamiento. La necesidad de un cambio se convirtió en un reclamo de las masas cuando aun no existían las fuerzas políticas capaces de impulsar la reforma necesaria.

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