Venció en Francia y Holanda el no antiliberal y se nos apareció Tony Blair. Primer ministro de un Estado soberbiamente distante detrás del Canal, que aprovecha la unión económica sin participar en la unión monetaria y quiere reducir aún más el Presupuesto de la Unión, se propone ahora como el modernizador del «siglo XXI». Desaparecido […]
Venció en Francia y Holanda el no antiliberal y se nos apareció Tony Blair. Primer ministro de un Estado soberbiamente distante detrás del Canal, que aprovecha la unión económica sin participar en la unión monetaria y quiere reducir aún más el Presupuesto de la Unión, se propone ahora como el modernizador del «siglo XXI». Desaparecido cuando el Tratado Constitucional se aprobaba en la primera decena de estados, reapareció cuando fue negado y utilizó la suspensión del referéndum británico para agravar la herida sobrevenida. Oculta que el Tratado que él mismo aprobó en el Consejo recibiría hoy en el Reino Unido un rechazo superior al francés. Florece en territorios insólitos un blairismo que lo presenta como un gran ganador, cuando con el 36% de los votos sufriría una severa derrota en cualquier otro Estado.
En el momento en que comenzó su presidencia europea nos hacía saber que Francia y Alemania ya no son los motores de la Unión. Una noticia desgraciada, pues se refiere a estados sin los cuales no se habría creado la CE. Sin la Francia de la Revolución Francesa, como sin la Alemania de la Reforma la UE perdería una experiencia fundamental en la formación de las instituciones democráticas y la conquista de los derechos humanos y quedaría al margen una parte central de la geografía, la demografía y la economía europeas.
En el debate en el Parlamento Europeo como presidente entrante, Blair presentó su modelo de moder- nización de la economía de la UE. Dijo que no quería abandonar el modelo social europeo, pero no destacó sus valores ni lo identificó con las conquistas históricas, cargando las tintas en los problemas de empleo, productividad o investigación de países de la Unión, buscando aquí y allá, en EEUU o la India, términos de comparación desfavorables. Era el mismo que, ante la ampliación con Estados con rentas inferiores al 40% de la media, no permitió que la modernización tuviera un lugar preferente en el Presupuesto. El dirigente que se niega a que la política de empleo sea común y que quiere imponer una reducción del Presupuesto desde el 1,27% al 1% del PIB de la Unión, aliado en esto con Alemania, Francia, Austria, Holanda y Suecia: sabe que con esa cifra no se puede practicar ninguna política que vaya más allá de la regulación de la Unión económica y monetaria. Con ese Presupuesto es imposible financiar la política de cohesión referida los Estados del Este, donde existe algún territorio que no pasa del 17% de la renta media, y mantener razonablemente los fondos estructurales aplicados estos años en la Unión de 15 Estados. Falazmente, Blair comparó la alta proporción presupuestaria asignada a la PAC con la reducida cifra dedicada al desarrollo tecnológico y la competitividad, olvidando que estas políticas, a diferencia de la agrícola, son primordialmente competencia de los Estados: Juncker señaló en el PE la tendencia de Blair a comparar lo incomparable. (La PAC actual es realmente discutible: financia básicamente a las grandes explotaciones y latifundios, no a las explotaciones familiares basadas en la tierra y si, por el contrario y principalmente, a la agricultura de los paises más ricos. Pero él mismo aprobó su reforma en la última legislatura).
Haciendo rafting sobre la corriente creada por los referenduns negativos, Tony Blair se presenta como protagonista en la solución de una crisis que no le es ajena. Conviene recordar que el origen de la crisis está en el fracaso de la Conferencia Intergubernamental de Niza reunida para tratar sobre la ampliación a 12 Estados del Este y el Mediterráneo sin considerar las condiciones institucionales y económicas que eran precisas para garantizar el futuro de la Europa política: el Reino Unido compartió en ese momento la posición de EEUU, defendiendo para la ampliación de la UE el modelo de aproximación a la frontera rusa llevado a cabo en la OTAN. Después, en la Convención, las limitaciones del Tratado impuestas en la política social y fiscal fueron queridas por el Reino Unido y trasladadas a través de la relación directa establecida entre Giscard d’Estaing y Blair, en contradicción con posiciones que se defendieron por muchos Estados y en el Parlamento Europeo.
Actor principal en la guerra de Irak, enfrentado al pensamiento dominante en la sociedad, el dirigente del Reino Unido tomó decisiones que crearon una honda división y dio alas a la diferencia despreciativa de Donald Rumsfeld entre la vieja y la nueva Europa, perturbando la integración y reavivando en Estados del Este la memoria de conflictos históricos con paises fundadores de la Unión.
La UE está en crisis, levantó acta de ello el inteligente primer ministro luxemburgués Jean-Claude Juncker. Pero no es en la Constitución donde se encuentran las causas fundamentales de la confusión y la incertidumbre. No incorpora toda la realidad política de la UE, especialmente en relación con el reconocimiento pleno de la diversidad proclamada, como saben bien los ciudadanos de las naciones sin Estado. Pero constituye un compromiso de 25 Estados para dar una respuesta institucional a los cambios que se produjeron en Europa y en el mundo con la caída del muro de Berlin y el desmembramiento de la URSS, los atentados de las torres gemelas de New York y del Pentágono en Washington, el hegemonismo militarista de los EEUU, las guerras de Afganistán e Irak en 2003, la conciencia de los efectos efectos de la globalización en la miseria de continentes y de la emergencia económica de China o las India, la deslocalización industrial como realidad y como amenaza, la inmigración masiva. Sin ese marco político todo será más difícil, sino imposible. La UE tiene la consistencia política y económica necesaria para mantener y desarrollar los valores fundamentales que la definen y adecuar su economía a los retos de este tiempo. Falta avanzar en la creación de la voluntad política colectiva que lo permita y no parece que el Gobierno del Reino Unido, que no aceptó aún la moneda común y privilegia alianzas ajenas a la Unión, esté en buenas condiciones para contribuir a ello.
Aún así, intentando desmentir el euroescepticismo que se le atribuye, Blair manifestó en el Parlamento Europeo ser partidario de una Europa política y no simplemente de un gran mercado. Sería útil la introducción de ese debate en el semestre de su presidencia, antes de decisiones definitivas sobre la Constitución. Se pondría de manifiesto que si la Unión evolucionó del Mercado Común a la Europa política, el retorno de la Europa política al Mercado Comun es imposible: el resultado sería la desaparición de la Unión. Contaría con el rechazo masivo de la ciudadanía europea que, aunque crítica, la tiene por suya e irrenunciable. Incluso un gran mercado precisa de instituciones políticas que superen la simple reunión de Estados en busca de compromisos y las necesita, sobre todo, la presencia europea en el mundo como factor de paz y solidaridad.
La Unión tiene que asumir las circunstancias de este tiempo, es cierto. Habrá que comenzar, en todo caso, por asumir su carácter como institución política de todos, desterrando el irresponsable chovinismo que en momentos de dificultades como el presente usa a la UE como niño de los azotes de los Estados, cumpliendo la función de whipping boy, el muchacho británico del pueblo utilizado perversamente para recibir el castigo que merecería el príncipe heredero. –
Camilo Nogueira es Ex diputado en los parlamentos de Galiza y Europeo