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Entrevista al profesor de la Universidad de París, autor del "Diccionario crítico del marxismo"

«El «no» francés ha significado un redescubrimiento de la política»

Fuentes: Avante

Traducido para Rebelión por S. Seguí


He tenido ocasión de conversar en Portugal con Georges Labica, pensador político de prestigio mundial, profesor de la Universidad de París y autor, entre otras obras, del clásico «Diccionario crítico del marxismo». En Serpa, dio una conferencia en relación con el «no» francés al Tratado constitucional europeo. Además, concedió a «Avante!» una entrevista en la que analiza la respuesta del pueblo francés, aborda las consecuencias de dicha opción para Europa, y, reflexionando sobre qué hacer ante la mundialización ultraliberal, defiende un «frente de todas las fuerzas alternativas» y el desarrollo de la solidaridad internacionalista entre los pueblos del mundo.

– Tras el «no» del referéndum, ¿qué ha cambiado en Francia?

– Hasta ahora no hemos visto cambios importantes, aun cuando hayan surgido cosas nuevas. Lo que es importante decir es que el «no» francés ha sido ejemplar y ha llevado a las autoridades europeas a suspender las consultas en otros países. Se trata de algo significativo, por cuanto el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, garantizaba, sólo unos días después del referéndum, que la votación en Francia se repetiría hasta conseguir que los franceses dijeran «sí»; ahora, sin embargo, ya no se habla de eso. Por otra parte, Chirac y el gobierno de París –que siguen en su lugar sin plantearse la cuestión de la dimisión o la convocatoria de elecciones parlamentarias anticipadas– están totalmente desacreditados en el país, y el porcentaje de opiniones favorables al presidente está en torno al 24%, la cota de popularidad más baja en la historia de la Quinta República. También en la escena europea e internacional el desprestigio de Chirac es grande. Opino que los dirigentes europeos tienen conciencia de que los pueblos piensan de manera análoga al francés, y temen consultarlos; es decir, hay una brecha entre los dirigentes y las masas.

– ¿Qué significado tiene para los franceses y para los pueblos europeos este rechazo del Tratado constitucional europeo?

– Significa muchas cosas. La primera es una actitud nueva por parte de los ciudadanos franceses. Cuando se observan las elecciones francesas de los últimos 15 años puede comprobarse un crecimiento continuo de la abstención. Ha llegado a haber elecciones con un 60 ó 70% de abstención. En la elección del presidente de la República participó un 32 ó 33% del cuerpo electoral, solamente. La novedad del referéndum consiste en que un 70% de los ciudadanos se sintieron motivados para ir a las urnas; es una primera conclusión de gran importancia. Significa, dicho de otra forma, un nuevo descubrimiento de la política y del deseo de manifestar la opinión política, por cuanto hasta el referéndum la actitud dominante era la de que el ciudadano no ejercía el primero de sus derechos, el derecho a votar. Me parece una conclusión muy importante.

Otra es que estamos ante lo que debe denominarse, claramente, una votación de clase. Todas las estadísticas lo confirman. Veamos algunas cifras: votaron «no» el 80% de los obreros, cerca del 70% de los empleados, 70% de los campesinos, y alrededor del 60% de los jóvenes de 18 a 25 años. Es evidente que ha habido una «fractura social» –como dijo el propio Chirac en el momento de su primera elección–, fractura que traduce una brecha social entre los ricos, los que viven con toda comodidad, y los que trabajan y los sin empleo (80% de noes entre los desempleados). Tanto en la izquierda como en la derecha se constata dicha fractura social, lo que significa que ha sido un voto de clase, un voto popular. Su expresión política ha sido un rechazo total de la sociedad ultraliberal.

– ¿Qué relación ha habido entre los asuntos europeos y la política interior francesa?

– Uno de los temas propagandísticos de los partidarios del «sí» era que no se debía confundir el referéndum sobre Europa con una votación sobre la política del Gobierno francés. Los electores no han tenido en cuenta esta supuesta distinción, y por ello se puede comprobar que el rechazo de la Constitución europea es también una condena del Gobierno, por su práctica de una política ultraliberal. Y lo grave, y muy peligroso, de esta Constitución es que, por primera vez en la historia, una constitución pretendía establecer una política. Ninguna constitución, ni siquiera las de los antiguos países socialistas, consagraba una política. La Constitución europea propugna una política: una política ultraliberal, una política de libre mercado, de libre competencia, ¡una política para 50 años!, en palabras de Giscard d’Estaign, uno de sus autores. El rechazo de todo esto es muy importante, por cuanto significa que la experiencia de medio siglo de construcción de Europa demuestra que los pueblos llegan a cansarse totalmente de las decisiones tomadas al margen de su opinión, en un lugar abstracto, un lugar metafísico como el Parlamento de Estrasburgo, que no tiene poder, o la Comisión de Bruselas, dirigida por nadie…

– ¿Qué futuro tiene esta Unión Europea después del «no» francés?

– El «no» francés y el «no» holandés son diferentes por su propia naturaleza. El «no» holandés es también de tipo popular, pero está vinculado a opciones etnicistas propias de Países Bajos. Otro tanto ocurre en Francia con un sector de la extrema derecha, minoritario, que también pidió el «no». Entre paréntesis, debe decirse que el «no» de la derecha en Francia fue de en torno a un 23% del total y el «no» de la izquierda un 77%, lo que significa que el «no» es claramente de izquierda. El caso holandés fue diferente. En los otros países europeos que eligieron el referéndum -hubo otros que prefirieron consultar a sus parlamentos-los gobiernos temen consultar a sus pueblos. En los parlamentos es muy fácil: por ejemplo, en Francia, la Asamblea Nacional y el Senado, reunidos conjuntamente, ¡votaron en un 92% a favor de la Constitución! Hay una fractura total entre los electores y sus «representantes», que ya no representan ahora a nada ni a nadie…

– ¿Y en cuanto al futuro?

– Es difícil prever lo que puede pasar. En teoría, se abre la posibilidad de una especie de consulta a escala europea, de todos los pueblos, pero ¿cómo llevarla a cabo? Es un poco utópico. Lo que va a suceder es que todas las fuerzas en el poder van a movilizarse para impedir la expresión de la opinión de los pueblos europeos. Otro aspecto de la campaña del referéndum en Francia fue que todas las autoridades contribuyeron a impedir el voto negativo, a hacer creer que el «no» era el caos, la catástrofe. Toda la llamada «clase política», de izquierdas y de derechas, es decir, el Partido Socialista y el partido en el gobierno, se pronunciaron a favor del «sí». También lo hicieron todas las autoridades que podemos denominar «morales»: la iglesia católica, la comunidad judía, la comunidad musulmana, el movimiento contestatario de mujeres llamado «Ni putas, ni sumisas», etc. Todos los patrones, los dueños de las empresas, todos, con excepción de uno o dos, los periodistas, los editorialistas, las televisiones y las radios. También las «vedettes» del cine y del espectáculo, los consagrados, las grandes estrellas, pero no los llamados «intermitents», que son los pobres del «show-business» y del cine. Todos los intelectuales que yo llamo intelectuales «hi-fi», high fidelity, en otros tiempos llamados «cancerberos», todos se movilizaron pidiendo el voto a favor de la Constitución e intentaron crear un clima de miedo, un clima de ansiedad, invocando la catástrofe.

– Pero sin éxito…

– No tuvieron éxito, y fue una sorpresa… Hasta nosotros quedamos sorprendidos por la diferencia entre el «no» y el «sí», que fue de un 5 por ciento, es decir tres millones de personas, 80 departamentos sobre 100…

– Para el Partido Comunista Francés, esta batalla por el «no» fue una buena oportunidad para retomar los caminos revolucionarios…

– Exacto. Tienes toda la razón. Es una cosa muy importante. Con la lucha por el «no», el PCF como partido recuperó su propia identidad. Podía verse en la campaña que, como decía la gente de derechas: no había tristeza. Hubo una campaña de alegría y entusiasmo, y la movilización más potente fue la de los comunistas. Todo sucedió como si los comunistas hubiesen recuperado su identidad, la identidad perdida en su alianza con la socialdemocracia, en su participación en la llamada «izquierda plural». En la configuración de la «izquierda plural» no había identidad comunista; los comunistas tenían un partido reducido a su mínima expresión, que funcionaba como una tendencia del Partido Socialista. Ahora, en la batalla por el no, el PCF se manifestó como un partido comunista, es decir, con una política de clase; en particular, la secretaria nacional, Marie-George Buffet, se comportó de un modo verdaderamente ejemplar. Puede decirse que había cierta desconfianza hacia esta mujer por haber sido ministra y una figura de la «izquierda plural», pero en seguida se disipó. Su personalidad comunista se liberó, se expresó, lo que es muy importante porque en la actual situación el PCF no puede pretender liderar la agrupación de las fuerzas de izquierda que se manifestaron a través del voto del «no», pero sin embargo tiene capacidad para desempeñar un papel de mayor peso en una futura negociación con los socialistas. Fíjese que, en el seno del PS, hubo una consulta interna que se tradujo en un 62% a favor de la Constitución, pero, en el momento del referéndum, el 65% de los electores socialistas votaron no. Significa que la dirección del PS perdió su legitimidad, pero las personas en el poder no desaparecieron. Al contrario de lo que pasó en Argentina, donde todos dimitieron, en Francia se han quedado todos… Se han quedado, y están ahí, en la dirección de los partidos. Pasó lo mismo con los Verdes: entre ellos votaron por el «sí», y en el momento del referéndum sus electores votaron en cerca de un 70% a favor del «no». Se trata de un rechazo de la dirección y el aparato de los partidos.

– Ante estos hechos, ¿se plantean los comunistas franceses y las otras fuerzas revolucionarias francesas la cuestión de salir de esta Unión Europea?

– No. No se plantea la cuestión de salir de la UE. Saber qué hacer ahora, en función de los resultados del referéndum, es difícil. Hay hipótesis que a mí me parecen utópicas, como la dimisión del Gobierno francés, la dimisión de Chirac, las elecciones anticipadas a la Asamblea Nacional, la dimisión de las instancias de dirección de Europa en Bruselas, la posibilidad de permitir que los pueblos digan la Europa que desean. Es difícil concretar todo esto. No obstante, podemos señalar un aspecto que ha pasado, en mi opinión, un poco desapercibido: por primera vez se presentó una constitución no inspirada por la existencia de una asamblea constituyente. ¡Una constitución sin una asamblea constituyente! Por esta razón, una posible hipótesis sería la posibilidad de reunir a escala de Europa una especie de Asamblea Constituyente de los Pueblos, que pudiera decir sobre la constitución, que hiciera una verdadera constitución. Porque cuando leemos las constituciones vigentes en los países europeos, en casi todas la definición de las modalidades de democracia son textos pequeños, son textos de principios. Sin embargo, la Constitución europea tiene 448 artículos, escritos en un lenguaje jurídico, de comprensión muy difícil, incluso para los intelectuales; ¡estamos hablando de un libro de 200 páginas de formato A4!

– Así pues, ¿cómo concretar la voluntad de los pueblos de Europa?

– Creo que debemos pensar en etapas muy modestas. Cuando observamos a la derecha europea podemos comprobar la fuerte cohesión de todos los capitalistas de Europa. Por ejemplo, el presidente del patronato francés obtuvo una promoción y ahora es el presidente del patronato europeo. Hay una alianza, una alianza muy antigua. Y frente a eso no hay nada, del lado de los trabajadores. Considero que el primer paso que debe darse es una consulta a las fuerzas del trabajo de Europa. En la campaña del referéndum en Francia se decía -y ese era un argumento de los socialistas-que todos los sindicatos europeos, que representan a 60 millones de trabajadores, se habían pronunciado a favor del «sí», y que únicamente la CGT estaba por el «no». Hay que precisar que la dirección de la CGT era favorable al «sí», pero en una consulta interna los trabajadores se decidieron por el «no», forzando a la dirección a seguirlos. A escala europea, no había 60 millones de trabajadores favorables al «sí», lo que había era unas burocracias sindicales favorables a la Constitución. Así pues, creo que podría intentarse realizar una consulta de todas las fuerzas sindicales europeas, podría haber un frente, un frente muy fuerte, de lucha, con carácter de clase. Y también sería una forma de «internacionalismo» a escala europea, un frente de todas las fuerzas alternativas; no las fuerzas de compromiso, de consenso, de socialdemocracia, sino de las fuerzas de los partidos comunistas, las fuerzas de la extrema izquierda que tuvo un papel importante en el referéndum de Francia: los ex trotskistas. Todo ello podría agrupar nuevas fuerzas, pero yo no tengo la receta para conseguirlo, ni conozco a nadie que la tenga…

– A propósito de internacionalismo, hace poco se escribió que el «no» francés implicaba una solidaridad con los pueblos en lucha en Irak, Palestina, Venezuela o Colombia, con los pueblos de África, Asia y América Latina…

– Es preciso comenzar por el principio. Con la mundialización, la globalización, ha cambiado la composición social de Europa de dos maneras que permiten comprender qué debemos hacer en relación con los pueblos del mundo entero. En Europa hay dos fenómenos interesantes. El primero es que la mundialización, las políticas ultraliberales han creado y siguen creando cada vez más desigualdades. Quiero decir, y me permito utilizar una expresión muy fácil que «en el Norte está el Sur, como en el Sur está el Norte», en lo que se refiere a desigualdades. En un país como Francia, que pretende ser una democracia desarrollada, ejemplar y todo lo demás, hay cinco millones de pobres. Hay un millón de pobres jóvenes, jóvenes que se hallan en las calles, abandonados. El primer ministro recientemente dimitido, Raffarin, manifestó su sorpresa al comprobar que había un millón de niños pobres. Este es un primer aspecto, y las cifras aumentan cuando se observa el fenómeno de lo que los sociólogos llaman, curiosamente, «trabajadores pobres». Los desempleados son, por supuesto, pobres, pero además ¡hay una categoría de trabajadores apellidados «pobres», que son pobres! Tenemos cerca de ocho o nueve millones de personas en esta situación.

– Hablabas de otro aspecto…

– El segundo fenómeno es la inmigración. Los países europeos que tuvieron un imperio colonial importante, como Gran Bretaña, Francia, España o Portugal ven ahora como sus explotados, los oprimidos coloniales, regresan a las metrópolis. Los problemas de la inmigración son problemas de dimensión europea porque estamos ante una inmigración externa y también ante una inmigración entre países europeos con niveles de desarrollo diferentes. Un rasgo de la pretendida Constitución europea es el silencio sobre la cuestión de la inmigración: los ciudadanos se hallan condenados a un estatuto de no ciudadanos, cuando no a uno de potenciales expulsados de Europa, que se presenta como una fortaleza que se defiende de la invasión de los bárbaros, de sus ex colonizados. Por todo ello, considero que es preciso, necesariamente, que haya una solidaridad de los pueblos de Europa con los restantes pueblos del mundo, en una alianza, en una toma de conciencia superior a la que encarna lo que ahora conocemos como «altermundialización» o «antimundialización», porque la «altermundialización» es una cosa muy simpática, pero no es un asunto de clase, de lucha. Y la conciencia de la solidaridad entre todos los oprimidos es algo muy fuerte; tenemos que crear las condiciones para que esta solidaridad se desarrolle, rumbo a un verdadero internacionalismo.

– ¿Qué repercusión tuvo en Francia la muerte de Álvaro Cunhal y del general Vasco Gonçalves?

– Poco significativa y muy simbólica. La desaparición de estas dos grandes figuras pasó desapercibida, de forma voluntaria. No hablo de pequeños órganos de prensa o de «L’Humanité», sino de lo que se conoce como la «gran prensa»; los medios de comunicación controlados por el poder guardaron un silencio total. Un diario como «Le Monde» dio a la noticia de la muerte de Vasco Gonçalves el mismo rango que daría a un artista de variedades de segunda categoría: la noticia no tenía ni tres columnas, ni hubo una editorial. Cuando se habla de pensamiento único, de dominación ultraliberal, no es mitología, es una realidad que se constata cuando desaparecen personas tan ejemplares, tan heroicas como Álvaro Cunhal o Vasco Gonçalves. Y, no obstante, cuando cayó el fascismo en Portugal, en Francia todo el mundo conocía a Álvaro Cunhal, era un símbolo de la lucha y de la resistencia del pueblo portugués. El odio de los gobernantes portugueses de hoy y el odio de las burguesías europeas contra hombres como Vasco Gonçalves no ha cambiado, se perpetúa. Me hace pensar en el caso de Robespierre: hasta hoy, dos siglos después de la Revolución Francesa, persiste el odio de la burguesía hacia él. No hay una calle ni un callejón en París que lleve el nombre de Robespierre…

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