Y no tan previsibles. Por ejemplo el alto índice de participación (69,4%) en un Estado en el que, como en tantos otros de esta Europa confusa y contradictoria, existe un divorcio manifiesto entre la «esfera de lo político» y la realidad cotidiana de la ciudadanía. Este dato de la gran afluencia a las urnas (nada […]
Y no tan previsibles. Por ejemplo el alto índice de participación (69,4%) en un Estado en el que, como en tantos otros de esta Europa confusa y contradictoria, existe un divorcio manifiesto entre la «esfera de lo político» y la realidad cotidiana de la ciudadanía. Este dato de la gran afluencia a las urnas (nada que ver, por cierto, con los números de votantes en el Estado español, aviso para navegantes), muestra claramente el nivel de preocupación social ante la cuestión europea existente entre los franceses-as, más allá de que como es habitual buena parte de los votantes haya aprovechado la ocasión para dirimir con su papeleta cuestiones de política interna situando el referéndum en claves de plebiscito sobre el gobierno conservador, confirmando las tendencias manifestadas en las últimas elecciones regionales, europeas y cantonales. El caso es que los resultados obtenidos (55% del no frente al 45% del sí) legitiman abiertamente el rechazo francés a un Tratado Constitucion al Europeo diseñado, curiosidades de la politología, por «expertos comunitarios» liderados por el propio expresidente Valery Giscard d´Estaing.
La consecuencia principal, en mi opinión, es el entierro definitivo de un supuesto proceso de convergencia oscuro, autosostenido por la «élite política», legitimador de una Europa neoliberal y muy alejada de sus ciudadanos-as y retroalimentado por una clase funcionarial de cuello blanco que ve ahora peligrar sus incomparables «ventajas sociales». Un particular «aparatchnick» que sin duda intentará articular nuevos mecanismos legitimadores de esta «Europa de los 25» en la que, lecciones de historia aplicada, todo parece indicar que es mejor refrendar la política mediante consensos parlamentarios (nunca sorpresivos) que dar la voz a unos ciudadanos incapaces de entender la verdadera magnitud de un «futuro común». O bien, cuando las cosas se tuercen, de repetir el referéndum pasado un tiempo prudencial mostrando así el verdadero significado de estas «democracias» que nos inspiran.
Ocurre, más allá de determinadas pretensiones, que el concepto de Europa sigue siendo una entelequia. Son muchos años de distancias, de diversidades culturales y lecturas chauvinistas (un galicismo, por cierto) como para tratar de imaginar un «destino común» capaz de superar demasiadas diferencias en aras a una supraunidad sustentada única y exclusivamente en claves mercantiles. Esa es la historia de una «convergencia europea» con antecedentes recientes tan ilustrativos como el inicial no danés a Maastricht o al euro, el rechazo irlandés al Tratado de Niza o el no sueco a una moneda común diseñada a imagen y semejanza del marco alemán y que ha hado lugar a una salvaje inflación en los estados con menos recursos del sistema.
Más allá de equivocadas y siempre recurrentes «lecturas frentistas» sobre la campaña por el «no» que habría llevado a coincidir en el rechazo al Tratado Constitucional Europeo, por razones absolutamente diversas, a fuerzas como el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen (agitando una vez más el fantasma de la inmigración) o a un amplio y heterogéneo universo de formaciones de izquierda (articuladas básicamente en torno a la crítica al modelo social y económico implícito en el texto), el referéndum de este pasado domingo en el Estado francés nos sitúa además ante una nueva e interesante cuestión: la fuerte división suscitada en el seno del Partido Socialista, situado al borde de una más que previsible ruptura interna. Digan lo que digan, no se trata de una crisis de liderazgo. No exclusivamente.
Detrás del aparente enfrentamiento entre el primer secretario François Hollande y el «resucitado» Laurent Fabius, se esconden dos visiones netamente distintas que van mucho más allá de lo s supuestos personalismos. Una crisis de fondo en el seno de una socialdemocracia incapaz de resolver un problema consustancial a su propia historia de pragmatismos y adecuaciones. Y creo, además, que estamos asistiendo al primer acto de un «efecto dominó» que va a extenderse por todo el continente. En el caso del Estado español, muy especialmente, potenciado por las fuertes diferencias entre las lecturas centralistas y las periféricas dentro de un PSOE mucho más dividido de lo que aparenta. Al tiempo. De momento, con los resultados franceses todavía calientes y sin cicatrizar, más de un «político de orden» se preguntará a estas horas, lo intuyo, a quién se le ocurriría la brillante idea de convocar un referéndum cuando la llamada «democracia social de derecho» tiene otros mecanismos sustitutivos perfectamente estudiados para ocasiones como ésta. En fin y huyendo de lecturas apocalípticas, después de lo ocurrido este domingo en el Estado francés podemos coincidir en que Euro pa no ha muerto. Simplemente, todavía no ha sido. Y todos sabemos, especialmente en un pueblo como el nuestro, que otro mundo es posible. Y necesario.
Joseba Macías es sociólogo y periodista. Profesor de la Universidad del País Vasco