Las personas refugiadas sufren las consecuencias del chantaje que la UE ejerce sobre Estados dispuestos a todo con tal de concretar su adhesión.
Abdulrahman al-Khalidies es un activista saudí que ha pasado años luchando por la defensa de los derechos humanos en su país. Tras hacer campaña por los derechos de los presos como estudiante desde 2011, al-Khalidi huyó de Arabia Saudí en 2013. Sin embargo, en 2021, al intentar cruzar a la Unión Europea, fue encarcelado en Bulgaria. Lleva desde entonces en el centro de detención de Busmanti.
Desde allí, decidió hacer pública una carta en la que escribe: “Desde hace dos años y ocho meses que estoy en Bulgaria, me he visto privado de libertad y sólo puedo imaginar un lugar donde la gente sea libre y viva en un Estado democrático, como pretende ser Bulgaria. No he cometido ningún otro delito salvo compartir la idea de una monarquía constitucional para el país del que procedo, así como defender los derechos de los presos de allí. Ahora estoy preso. No sé por qué estoy privado de libertad”.
En la carta se pone de manifiesto la falta de derechos en los procesos de asilo de las personas que llegan a Bulgaria: “Me preocupa cómo se ignoran por completo los derechos de los solicitantes de asilo […] No importa si los solicitantes de asilo son actualmente palestinos sirios del campo de Yarmouk, en Damasco, que nunca han visto Palestina, o gazatíes que llevan muchos años sin ver Gaza. Parece que los criterios de concesión de asilo en Bulgaria son diferentes. Bulgaria, de la forma más inesperada, se convierte en un nuevo peligro para la vida del refugiado que corre peligro en su propio país”.
Bulgaria es parte de la Unión Europea desde 2007. Y, ahora, se supone que también del espacio Schengen. Ingresar a ambos “clubs” no le ha salido para nada barato. Desde diciembre del pasado año, cuando se hacia oficial la entrada de Bulgaria al territorio Schengen, el país fronterizo con Turquía reforzó aún más sus fronteras siguiendo las recomendaciones de la UE para tal propósito. Unas medidas resultado del “marco de cooperación sobre la gestión de las fronteras y la migración”, acordado en marzo de 2024, en consonancia con los acuerdos de Bulgaria y Rumanía para la gestión migratoria como condición para la admisión parcial de ambos países en el bloque Schengen. Dentro de este acuerdo, Bulgaria recibe su parte de 85 millones de euros específicamente como “Instrumento de Gestión de Fronteras y Visados”.
Resultado de esta inversión, y según datos de la policía fronteriza búlgara, en los primeros meses de 2024 se registraron 3,5 veces menos intentos de cruzar sus fronteras con respecto a 2023, y entre enero y mayo de este año se impidieron 15.000 intentos, frente a los 55.000 del mismo periodo de 2023. Con este panorama, la Red de Monitoreo de Violencia Fronteriza (BVMN, por sus siglas en inglés) yaavisaba que “la adhesión de Bulgaria a la UE y, posteriormente, su adhesión parcial a Schengen fortificaron su frontera contra las personas que buscaban seguridad con tecnología y guardias fronterizos — incluidos los agentes de Frontex — y, al mismo tiempo, generaron mayores riesgos para las personas que cruzaban. Aunque las autoridades búlgaras y la UE han valorado estas medidas como positivas para el control de los cruces fronterizos no autorizados, su principal efecto, junto con otras medidas, parece ser el desplazamiento de las rutas de cruce y la intensificación de la delincuencia organizada”.
Estos esfuerzos se han traducido en 9.987 devoluciones en caliente documentadas en la frontera turco-búlgara que afectaron a 174.588 personas, tan solo el pasado año. Se debe entender que Bulgaria supone la principal entrada terrestre a la Unión Europea, y su frontera con Turquía el principal cruce por tierra. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) registró un total de 94.549 refugiados, 4.167 solicitantes de asilo y 1.010 apátridas en el país balcánico.
No son centros, son cárceles
En este contexto es de especial alarma las denuncias escritas por Al-Khalidies. Unas denuncias que son el testimonio humano de lo que hace años reclaman las organizaciones humanitarias sobre el terreno. Documentos internos de Frontex revelaron malos tratos sistemáticos a las personas que cruzan al país por parte de guardias fronterizos búlgaros, las malas condiciones en los centros de internamiento, la falta de libertad para todos los que allí son llevados, violencia ejercida por los guardias y el resto de personal, o la falta de transparencia de los procesos administrativos llevan años siendo denunciados sin que nada cambie más allá de un aumento de la violencia en el país contra las personas en movimiento, siempre siguiendo recomendaciones de la Unión Europea.
Fatimah es una joven siria de poco más de veinte años. Huyó del país junto a su marido hace unos seis meses. Ambos se encuentran en Harmanli, “vendimos todo lo que teníamos porque nos dijeron que nos concederían el derecho a solicitar asilo en Bulgaria, pero todo lo que nos hemos encontrado en un rechazo total. Todo el mundo nos trata de forma inhumana, todos están enfermos por las malas condiciones higiénicas [en el campo]. No encuentran forma de mantenerse con ánimo”. Cuando Fatimah habla de todos se refiere a las cerca de 900 personas que esperan en el denominado campo de recepción de Harmanli.
Harmanli es una ciudad de apenas 20.000 habitantes al sur de Bulgaria, a apenas 50 kilómetros de Turquía. En el centro del que habla la joven siria, las personas esperan por meses a que se resuelvan sus solicitudes de asilo. Según establece la Directiva 2013/32/UE del Parlamento Europeo, las solicitudes de asilo deben ser tramitadas en un plazo máximo de seis meses, pero en Harmanli hay gente que lleva mucho más esperando. A las puertas del campo un joven kurdo, también de origen sirio, dice que lleva ocho meses allí.
“No hay vida en Harmanli, no hay trabajo en Harmanli, no nos dejan hacer nada por nosotros mismos. O volvemos a Siria o vamos a un campo de detención, según tenemos entendido. Todo el mundo nos insulta y nos rechaza constantemente”, se lamenta Fatimah. No es la única que denuncia las condiciones de este centro. En un parque cerca de este, decenas de refugiados suelen reunirse con activistas sobre el terreno a quienes les cuentan las condiciones que tienen que afrontar. “No hay limpieza, ni seguridad, hay gente que ni siquiera tiene con qué protegerse del frío”, denuncia Ibrahim. Una realidad que puede verse bien claro en unvídeode TikTok, donde uno de los residentes del campo pudo grabar su interior y publicarlo.
Ibrahim, originario de Siria, huyó del país en 2014, cuando el Estado Islámico entró en su ciudad natal, Abukamal Deir ez-Zor. Huyó a Turquía con sus dos hijos, donde trabajó en la construcción hasta que pudo ahorra lo suficiente para poder intentar cruzar a la Unión Europea. Sus hijos esperan en Turquía bajo el cuidado de los abuelos. “Quiero que mis hijos estudien en Europa y puedan desarrollar sus hobbies; les encanta jugar al fútbol”, cuenta el hombre mientras enseña fotografías de los niños en su teléfono. El sirio llegó a Bulgaria en octubre y desde entonces espera la resolución de su proceso de asilo.
Tanto Ibrahim como Fatimah hablan de la violencia ejercida en el campo por parte del personal. “Hay muchos golpes y violencia en la frontera y en el campamento. Golpean mucho a la gente, sobre todo en el edificio 10”, cuenta la joven. E Ibrahim asegura que “en el campo, si quieres conseguir el permiso de residencia, debes pagar una suma de dinero”.
Y aún así, según le han contado a Fatimah, Harmanli es mejor que los centros en Lyubimets y Busmantsi. En este último es donde Abdulrahman al-Khalidies lleva más de tres años encerrado: “Las condiciones en la prisión de Busmantsi no son las del Sheraton, explica el personal a los inspectores extranjeros que nos visitan. Hay retretes sin puertas, rejas, cámaras, cucarachas en las habitaciones, ¡y por la noche no hay acceso a los retretes porque nos encierran en las habitaciones! Toda esta hambre y mala comida, todo este miedo y dolor, toda esta ansiedad, el abuso de nuestra posición, la violencia policial, la falta de espacio personal, el control absoluto sobre el comportamiento de una persona, las escuchas, la vigilancia y la incertidumbre sobre nuestro destino no son fruto de la negligencia”, se lee en su carta.
El Consejo Europeo de Refugiados denuncia que a mediados de 2023, los centros de detención en esta país estaban cada vez más cerca de alcanzar su capacidad máxima. Según narran sus informes, las condiciones generales con respecto a los medios para mantener la higiene personal, así como el nivel general de limpieza son insatisfactorias. La nutrición es deficiente, no se proporcionan dietas especiales a los niños ni a las mujeres embarazadas. La atención sanitaria es un problema importante; una enfermera y/o un médico visitan semanalmente los centros de detención, pero la barrera lingüística y la falta de medicación adecuada hacen que estas visitas sean una mera formalidad y no tengan ninguna utilidad práctica. La ley no exige intérpretes para el personal, ni tampoco se proporcionan en la práctica. Los detenidos denuncian a menudo abusos verbales, tanto por parte del personal como de otros detenidos.
“Huimos de la violencia Siria pero estamos sorprendidos de encontrar lo mismo en Bulgaria. Los mismos métodos de inteligencia, brutalidad, racismo y violencia”, escribe Khaled con ayuda del traductor. Khaled llegó a Bulgaria desde Siria el pasado agosto, y desde entonces espera la respuesta para su solicitud de asilo en el campo de Harmanli.
De vuelta a Siria para entrar a Schengen
Fue Khaled el que, el pasado viernes 13 de diciembre, alertó a los equipos de activistas en Harmanli de lo que estaba ocurriendo en el campo. Según Khaled y otras decenas de refugiados; esa mañana, a eso de las diez, personal de la instalación entró en las habitaciones donde las personas descansaban, les sacaron a la fuerza y les llevaron, en grupos de cincuenta personas, a la oficina de Administración. “En ese momento, empecé a grabar y a pedir que me informasen de lo que estaba pasando”, narra el hombre de treinta y siete años de edad.
En el vídeo que no duda en compartir se ven a estas decenas de personas en una sala sin ventanas. La puerta tan solo se abre para hacer entrar a más individuos. Todos los que aparecen en los segundos que dura el vídeo parecen desconcertados y preocupados. Allí, y según narran decenas de testimonios recolectados por los activistas sobre el terreno, les hacían entrar, uno a uno, en una sala donde otras tres personas les empezaron a hacer preguntas sobre Siria.
“Nos querían hacer decir lo contrario a lo que dijimos en nuestras entrevistas [para el proceso de asilo] donde alegábamos que Siria estaba en guerra”, asegura Khaled “¿Cómo se sintieron cuando cayó Bashar al-Assad?, ¿Cómo se sintieron cuando Siria fue liberada? Si decimos con total transparencia que ha sido completamente liberada, esto se utilizará en nuestra contra, vendrá con una negativa de residencia” se queja el hombre. El resto de testimonios recolectados narran experiencias similares esa misma mañana y están siendo investigados por la ONG No Name Kitchen (NNK), organización que asiste a personas en movimiento en los Balcanes desde 2017.
La caída del régimen de Bashar al-Assad tras 24 años en el poder y el fin de más de trece años de guerra civil, está haciendo que muchos países de la UE hayan decidido pausar las tramitaciones de las solicitudes de asilo de sirios. No solo eso, si no que varios Estados parece que quieren apostar por el retorno de estas personas. En palabras del canciller austriaco, Karl Nehammer, “apoyamos a todos aquellos que quieran regresar a su país de origen”, y ha pedido que Europa promueva “el retorno de los sirios a su patria y apoyar así la reconstrucción del país”
Se debe tener en cuenta que Austria y Países Bajos seguían vetando la entrada oficial de estos países a Schengen pidiendo a Bucarest y Sofía que hicieran más esfuerzos para frenar el flujo migratorio hacia las fronteras del país centroeuropeo. Ahora, y desde el pasado jueves 12 de diciembre — un día antes de que ocurriesen los hechos que narran los refugiados en Harmanli — se empezaron a aplicar las medidas centradas en “un paquete de protección de fronteras” incluyendo “la implementación de proyectos piloto para la rapidez en la tramitación de los procesos de asilo y de retorno”. En este sentido, y aunque la Agencia Búlgara para los Refugiadosha declarado que sigue aceptando solicitudes de protección de sirios, también ha añadido que “en estos momentos, la Agencia no tiene nuevas solicitudes de sirios que considerar”.
Fatimah cuenta que “cogieron a gente de cada edificio (por ejemplo, de los edificios 9, 10 y 11), les dijeron que Siria estaba liberada y les pidieron que firmaran papeles sin saber lo que ponía en ellos”. Así como ella cuenta, lo hacen otras decenas de personas. De acuerdo con los testimonios habría alrededor de 200 personas que han firmado tal documento. La joven lo tiene claro: “aunque al Assad haya caído, Siria aún no es un país seguro. No tenemos nada a lo que volver, sabemos que no podremos mantenernos de vuelta en Siria y tendríamos que vivir en la calle”.
En cuanto al papel, todos afirman que estaba en búlgaro, se lo ponían por delante tras preguntarles su opinión sobre la situación actual en Siria, pero nadie les traducía, ni les aclaraba de qué se trataba. “Firmamos sin saber lo que ponía. Pegaron a algunas personas mayores que estaban con nosotros y el manager se reía mientras decía ‘vámonos para Siria”, asegura Ibrahim, quien lo firmó. Y quien dice no saber qué va a pasar ahora. Fatimah cuenta que “algunas personas han aceptado regresar a Siria. De los que han aceptado la mayoría eran de Damasco y tienen apoyo familiar. Pero la mayoría de los que estamos en el campo no queremos volver ya que procedemos de zonas en conflicto y no tenemos nada a lo que regresar”.
El comunicado publicado por NNK con respecto a este hecho explica que parece que la caída de Assad se utiliza para coaccionar a la gente a firmar documentos de retorno voluntario. Además, el cambio de régimen también se está utilizando como una oportunidad para denegar y restringir el acceso al derecho de asilo, rechazando las solicitudes de la gente por el cambio de liderazgo y no por los hechos de sus casos individuales.
En los testimonios recogidos se lee como el personal del campo les indicaba que si no firmaban ese papel, no les dejarían salir o incluso serían detenidos. Ya lo avisaba Al-Khalidies en su carta, “si haces valer tus derechos procesales, como en mi caso, te quedarás indefinidamente. Es el palo y la zanahoria que utiliza este servicio de seguridad para castigarte, aunque no seas un delincuente”.
Bulgaria es parte de Unión Europea y, en menos de dos semanas, será parte oficial del espacio Schengen. El premio por hacer los deberos que le había mandado la UE: cerrar fronteras, evitar que las personas lleguen a pedir asilo y, ahora, parece que también iniciar la repatriación. Por un lado, nada nuevo, es la necropolítica migratoria de la UE. Quien haya seguido la zona, sabrá que los últimos acuerdos de la Unión con los países de los Balcanes Occidentales buscan convertir la región en una centro de repatriación. Sin embargo, sigue siendo sorprendente como estos países se dejan hacer de esta manera.
“Desde hace dos años y medio, observo los procesos políticos en Bulgaria con una mezcla de desesperación y curiosidad. Con cada nueva elección para el Parlamento o el gobierno local, tenía la sensación de que la sociedad búlgara estaba perdiendo trozos de la democracia y la libertad que había ganado tras los cambios políticos de los años noventa. La Bulgaria libre que me imagino, sin poder verla en persona, parecía derretirse y parecerse cada vez más al lugar en el que estoy ‘alojado’ ahora. Este lugar no es una prisión oficial, pero somos prisioneros, y cada vez la administración nos impone nuevas normas para hacernos la vida aún más difícil y quitarnos los trozos de libertad que nos quedan y los pocos derechos que aún tenemos. Derechos de personas que buscan asilo, que buscan seguridad y una oportunidad de cumplir nuestros sueños de ser personas libres […] Aún recuerdo las palabras de la Constitución de Tarnovo de 1879, que aprendí cuando llegué aquí: ‘Todo esclavo, sea cual sea su sexo, fe y nacionalidad, se convierte en libre en cuanto pone un pie en territorio búlgaro’. Vine a Bulgaria para defender mi derecho a la libertad, mi derecho a la felicidad. Estoy convencido de que no hay nada más valioso que la libertad. Sigo esperando que el pueblo búlgaro no traicione estas palabras.”, son las últimas líneas que escribe Abdulrahman al-Khalidies desde Busmanti.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/refugiados/precio-schengen-lo-pagan-sirios-bulgaria