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Francia

El presidente sin gracia

Fuentes: Sin Permiso

Seis meses depués de la derrota de Sarkozy, la incertidumbre impera en el panorama político francés. El socialista François Hollande logró ganar en marzo, pero su gestión no suscita mayores expectativas. Al contrario, su cuota de popularidad cayó rápidamente. «El 64 % de franceses desaprueban la política de Hollande», da cuenta Le Figaro, según un […]

Seis meses depués de la derrota de Sarkozy, la incertidumbre impera en el panorama político francés. El socialista François Hollande logró ganar en marzo, pero su gestión no suscita mayores expectativas. Al contrario, su cuota de popularidad cayó rápidamente. «El 64 % de franceses desaprueban la política de Hollande», da cuenta Le Figaro, según un sondaje reciente. La evaluación del diario conservador vale lo que vale. Pero coincidiendo con otras estimaciones, el dato apunta a un hecho : ni Hollande, ni su primer ministro, Jean-Marc Ayrault, lograron capitalizar, en sus primeros meses de gestión, la victoria electoral.

Se puede decir, sin riesgo a equivocarse, que el «estado de gracia» duró muy poco, casi nada. Hollande apareció desde un principio como el «rey desnudo»: un presidente sin gracia. Para ningún observador avisado fue una gran sorpresa.

El voto por Hollande fue un voto negativo : el rechazo a la politica, los métodos, el personaje mismo, de Sarkozy. Fue un voto en contra, sin mayores ilusiones. Se estaba lejos del entusiasmo, la esperanza, así como las ilusiones de 1981, cuando la Unión de la Izquierda llevó a la presidencia a François Mitterrand. Los votos a Hollande los aportaron esencialmente el PS y sus aliados, una pequeña diferencia a favor contra Sarkozy. En la segunda vuelta, decisiva, el 11 % de los electores del Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon (PCF, Partido de Izquierda, Izquierda unitaria y otros), claramente delimitado a la izquierda del PS, tuvo un peso significativo.

Lo político fue polarizar entre izquierda y derecha, siempre pertinente. En concreto, saber definir quién es el enemigo. Se evitó así confundir campos opuestos, aunque sin ilusiones. Aun más cuando el peligro de la progresión del Frente Nacional (17 % de los votos) y la «lepenización» de una fracción importante de la derecha conservadora tradicional, aparecen como una real amenaza. Lamentablemente, un sector de la izquierda alternativa, en este caso la dirección del NPA, no fue capaz de hacerlo, provocando una nueva escisión en sus filas hacia el Frente de Izquierda y condenandose con su sectarismo al ostracismo. No hay solución política posible sin la participación en un amplio Frente de Izquierda, válido en toda Europa, siguiendo los ejemplos conocidos en Alemania, Grecia, España y Portugal. El repliegue conduce inexorablemente al aislamiento. Aun más cuando es la hora de la resistencia frente a la colosal y peligrosa ofensiva del capital.

El contexto de la crisis actual del sistema capitalista – la mayor en los últimos 50 años, al menos, para no evocar la tremenda de los años 30 del siglo pasado – es el decorado de fondo. Es cierto, como también que se la utiliza como un buen (pero falaz) argumento para los que aceptan que «no hay nada que hacer». Para éstos solo queda la resignación, inclinarse a las leyes «económicas» – presentadas como inexorables, naturales y eternas – de «los mercados» o del «así lo exige la Europa». Falacias, por supuesto, para desvirtuar con nubes de humo otra alternativa.

Felizmente, crece una revuelta a los estragos que causa el sistema, con gérmenes de generalización que probablemente modifiquen el panorama. Un ejemplo ha sido la huelga general europea del 14 de noviembre – un hecho inédito de enorme importancia -, un anticipo que puede abrir nuevos horizontes a la resistencia popular (ver las notas publicadas por Sin Permiso).

El descrédito de la socialdemocracia y el abandono de una política de reformas – que fue su razón histórica de existir – están presentes en el panorama actual. No se olvida como fueron enterradas, una tras otra, las promesas de 1981. Pocas quedaron. Y Mitterrand, otrora crítico de la V República, se acomodó muy bien a la función presidencial cuando llegó al poder. La república se fue configurando muy próxima a una monarquía constitucional. Conviene recordarlo.

Aún más cerca, el socialista Lionel Jospin -ex primer ministro de la «cohabitación» con Jacques Chirac- llevó a cabo la más importante ola de privatizaciones y el comienzo del desmantelamiento del Estado de Bienestar. El social-liberalismo había suplantado a la socialdemocracia tradicional, una ruptura política e ideológica con consecuencias nefastas (Grecia, Portugal, España, Irlanda, Italia…). Y otros escenarios, quizá peores, que se vislumbran en el horizonte.

La aceptación de la Europa neoliberal -desde Maastrich hasta el Tratado de Lisboa- fue la línea roja. La victoria del neoliberalismo se consumó con el sostén alegre de la socialdemocracia. ¿Qué gracia, pues, podía acordarse a Hollande, émulo de Blair, Schröder , Zapatero y otros? Ahora mismo, el gobierno socialista y sus tímidos aliados (los ecologistas) han mostrado su impotencia. Después de algunas primeras reticencias, cedieron frente a Angela Merkel y sus asociados. La aceptación de la Europa neo-liberal era patrimonio común.

Así, pesar de una fuerte oposición a la ratificación del Tratado europeo, incluída la importante movilización sindical del 30 de septiembre, nuevamente se encontró la forma de desconocer el reclamo popular (como en 2005 cuando se votó No en el referendo). Ahora, el Tratado europeo se impuso, con los retoques exigidos por la «Troika», nuevamente por vía parlamentaria. Se aprobó con una alianza espúrea del gobierno socialista con la derecha: 477 votos a favor, 70 en contra (entre los cuales los diputados del Frente de Izquierda y, para su honor, 20 socialistas, 12 ecologistas, a los que se sumaron 21 abstenciones y 9 que no tomaron parte). El Senado aprobó en la misma línea : 307 a favor, 32 en contra.

El gobierno de Hollande -y es lo que realmente importa- aceptó la famosa y absurda «regla de oro»: reducir el déficit estructural y no pasar el 3 % del déficit presupuestario. En otros términos, aceptar la política de ajustes y austeridad, con las consecuencias conocidas por todos, siempre en detrimento de las clases populares. El gobierno socialista se ató así las manos. Los argumentos para justificar este hecho son variados, pero ninguno puede soslayar que se perdió una gran oportunidad para redefinir el juego. Los hechos son siempre más contundentes que cualquier discurso.

En lugar de llevar a cabo una política de reformas, no digamos revolucionaria, sino simplemente dar una patada en el tablero y redefinir las reglas de juego, que era totalmente posible, se dejó abierto el camino a la consolidación del nefasto «Merkozy». Es decir, a la catástrofe anunciada.

Mientras tanto, la crisis que ya se abatió con ferocidad sobre varios países, no deja de golpear las puertas de Francia. Según el Instituto de estadísticas (Insee), en el tercer trimeste del año el paro sobrepasó el 10 % (10,2 exactamente). El desempleo oficial superó los 3 millones de la población activa (a los que hay que agregar un porcentaje que no figura en las estadísticas, pues simplemente dejó de contabilizarse). Los pronósticos no son mejores : se prevee una acentuación de la tendencia, y a fines de 2013, el mismo Insee avanza la posibilidad de un 12 % de desocupación. El hecho es que el cierre de empresas sigue su curso inexorable. En este contexto, hay que destacar las consecuencias extremadamente graves en que vive la población marginada, en particular la juventud de los barrios periféricos (el paro afecta a los jóvenes entre 18 y 30 años, pero más del 50 % a los habitantes de las cités).

El discurso de Hollande -y la práctica de su gobierno- se ajustan peniblemente a esta situación. El presidente evita el término «austeridad», prefiriendo otros más suaves, pero ese es el sentido de su gestión : una permanente capitulación frente a las exigencias de los «mercados» y, finalmente, a la señora Merkel. Es Alemania quien tiene la batuta en la mano, al menos mientras la derecha conservadora siga en el poder. Sin embargo, los poderosos dueños del capital redoblan su ofensiva. A pesar del «crédito a los impuestos» adoptado por el gobierno para el próximo año -20 mil millones de euros favorables a las empresas, y aumento del IVA, que perjudica el poder de compra- un manifiesto firmado por 98 grandes patrones exige un pacto de «competividad». Lo cual quiere decir bajar aún más los salarios, facilitar los despidos, aumentar el tiempo de trabajo, disminuir las «cargas sociales» (léase, terminar con los beneficios que aún disponen los asalariados). En el mismo sentido, se pronuncia Laurence Parisot, dirigente del Medef, la más grande asociación patronal. Con un cinismo que no sorprende, Parisot afirma que no habrá acuerdos con los sindicatos si éstos no aceptan una mayor «flexibilidad». No se queda atrás la dirección de Renault, que recientemente amenazó con cerrar sus plantas en Francia si no se acepta un «acuerdo de competividad». Evidentemente, es una ofensiva sin precedentes, como denuncia el conjunto de las organizaciones sindicales. Esta es una razón evidente para proseguir lo que se anunció el 14 de noviembre y las grandes luchas de los trabajadores y ciudadanos de Grecia, Portugal, España.

En estos días, la derecha conservadora francesa -la UMP- ha dado un espectáculo ejemplar de su propia descomposición. El ex primer ministro de Sarkozy durante los cinco años de su mandato, François Fillon, ha calificado los hechos relacionados con la elección de la presidencia del partido -disputada entre el mismo Fillon y Jean-François Copé- como una «ruptura política y moral». Un verdadero acto de vaudeville, de comedia ligera, si se quiere, donde se denuncian fraudes y turpitudes de todo tipo. Una pelea entre bandidos, que no nos concierne para nada, por supuesto. Salvo que es posible registrar un dato de suma importancia : la gangrena que está devorando al principal partido de la derecha a favor de la extrema derecha.

Pues si es verdad que las diferencias entre Fillon y Copé son escasas -más allá de sus respectivas ambiciones y egolatrías-, Copé es el defensor declarado de las posiciones más cercanas al Frente Nacional. No es casual que el ex consejero de Sarkozy, Patrick Buisson, ex director de Minute, pasquín de extrema derecha, forme parte de su equipo. Esta «derecha fuerte», neoliberal, xenófoba y racista es un peligro. En las épocas de crisis mayor, cuando las sociedades se resquebrajan y los temores reales e imaginarios ganan espacio, no conviene cerrar los ojos cuando los cuervos se agitan.

París, 23 de noviembre 2012.

Hugo Moreno es miembro del Comité de Redacción de Sin Permiso

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5451