Friedel Reiter denunció en una de las páginas de su diario «la negligencia insoportable de los guardianes franceses que oprimen a gentes que tienen el derecho a la libertad». Era 1942 y Friedel escribía desde el campo de concentración de Ribesaltes, diez kilómetros al norte de Perpignan, en la Cataluña continental. Casi 60 años después, […]
Friedel Reiter denunció en una de las páginas de su diario «la negligencia insoportable de los guardianes franceses que oprimen a gentes que tienen el derecho a la libertad». Era 1942 y Friedel escribía desde el campo de concentración de Ribesaltes, diez kilómetros al norte de Perpignan, en la Cataluña continental. Casi 60 años después, Jacqueline Veuve dirigía un documental sobre el campo de Ribesaltes de 75 minutos que pudo verse en Suiza. Friedel, con la cara arrugada por el tiempo, el cabello cano y su juventud en el recuerdo, asistió in situ a los primeros compases de la grabación. Cuando la luz abandonaba el escenario y los técnicos comenzaron a recoger sus trastos, ella, Friedel, volvió la mirada hacia su acompañante y le dijo: «Es más triste que antes».
El campo de Ribesaltes, con v en francés, fue abierto en 1938 para acoger a los refugiados de la guerra española que escapaban del avance fascista. Los pocos vascos que llegaron a conocerlo fueron trasladados en abril del año siguiente a Gurs, en la frontera bearnesa con Zuberoa. El campo catalán se fue llenando de gitanos, republicanos y judíos hasta la definitiva invasión alemana de 1942. Entonces, los judíos, entre ellos 400 niños, fueron enviados a Auschwitz… y gaseados.
El campo fue cerrado, pero con motivo de los Acuerdos de Evian de 1962, que ponían fin a la guerra de Argelia y abrían el paso a la independencia del país norteafricano, una docena de operarios lustraron rápidamente los barracones para acoger a miles de harkis (argelinos que habían trabajado con las fuerzas francesas de ocupación) y sus familias. La familia de Fátima Besnaci-Lancou había dado cobertura al FLN, excepto el padre. Para evitar represalias, optaron por la evacuación y fueron ubicados en Ribesaltes. Fátima escribió, como Friedel, un diario: «La desmesura de este campo está directamente relacionada con la absurdidad de nuestra historia».
Lazhar Hamlaoui llegó a Ribesaltes en enero de 2006. Vivía y trabajaba en Villeurbanne, cerca de Lyon, y sus hijos estaban escolarizados en francés, excepto la pequeña Sirine, que apenas tiene ahora año y medio, cuidada por su esposa Nacera Akli. Lazhar había entrado regularmente en Francia en 2001. No escapaba del fascismo hispano o alemán, ni de la ira de los independentistas argelinos. Lazhar escapaba del hambre. Una repuesta negativa a la petición de papeles para la estancia le llevó al campo catalán, reconvertido en Centro de Retención Administrativa. En celda, bajo llave. Lazhar no escribía en su diario como Friedel o como Fátima. Pero fue Friedel la que acumuló, por boca del joven Lazhar, la descripción citada en el primer párrafo de este artículo: «Es más triste que antes». Recogido en los libros sobre la infamia del siglo XX, el espacio de Ribesaltes se ha convertido en el paradigma de esa sociedad regresiva e hipócrita que es la francesa. No importan los tiempos, ni las épocas. Bajo tutela militar o civil, el campo de Ribesaltes ha servido para internar, por orden de colaboracionistas, colonialistas o demócratas, a los indeseables de Francia. Porque indeseables fueron los gitanos, los republicanos españoles, los judíos, los harkis y, ahora, los sin papeles saharianos o sub. Todos terroristas en potencia.
La administración francesa, que ni siquiera se ha sonrojado con el informe sobre sus prisiones medievales, hace bueno, una y otra vez, el famoso Teorema de Arquímedes (un sólido sumergido en un líquido recibe un empuje hacia arriba igual al peso del volumen del líquido que desaloja). Siempre, sea el régimen que sea, habrá un desalojo de justicia, reglamentario que diría un militar. Las fuerzas vivas, de cualquier apellido, presionarán para desalojar igual peso del volumen de su soberbia. Y la legalidad francesa se ajustará a esos deseos que un día Napoleón llevó al extremo. Lo cita con claridad meridiana Michel Houllebecq en Las partículas elementales: «Admiraba a ese hombre (Napoleón) que había bañado en sangre y fuego a Europa, que había llevado a la muerte a cientos de miles de seres humanos sin poner como excusa una ideología, una creencia, una convicción cualquiera». El teorema de Arquímedes: Francia, por encima de todo.