Recomiendo:
0

El proceso de modernización en América Latina: oligarquías, plutocracia y elite

Fuentes: Rebelión

La sociedad chilena se compone de oligarquía mezclada con plutocracia, en la cual gobiernan unas cuantas familias de antiguo abolengo unidas a otras de gran fortuna, transmitiéndose, de padres a hijos, junto con las haciendas, el espíritu de los antiguos encomenderos o señores de horca y cuchillo que dominaron al país durante la conquista y […]

La sociedad chilena se compone de oligarquía mezclada con plutocracia, en la cual gobiernan unas cuantas familias de antiguo abolengo unidas a otras de gran fortuna, transmitiéndose, de padres a hijos, junto con las haciendas, el espíritu de los antiguos encomenderos o señores de horca y cuchillo que dominaron al país durante la conquista y la colonia, como señores soberanos…

Este epígrafe que seleccionamos para introducir nuestro ensayo, que por cierto resulta muy actual ya que sus líneas son totalmente contemporáneas y aplicables a nuestra realidad social y a nuestra realidad como país, corresponde a un fragmento del libro Casa Grande (1908) de Luis Orrego Luco. Esta obra escrita en pleno proceso de modernización produjo un gran escándalo social al momento de ser publicada, ya que retrataba y reflejaba la vida de una familia de elite, y en sus líneas se establece una fuerte crítica social no solo hacia el sector aristócrata sino al mismo proceso de modernización que sirvió como herramienta para que la antigua elite que se sostenía gracias a la colonia mantuviera su estatus, e hiciera del proceso de modernización una experiencia asimétrica, excluyente, que en su discurso proponía una igualdad social, pero lo que se estableció fue una forma de distribución y una estructura de organización social que solo le favorecía a la elite. Antes de desarrollar este punto que será central en nuestro trabajo es primordial entender cómo se desarrolló el proceso de modernización y que rol tuvo la elite en este proceso.

En primer lugar con el fin de operativizar y dinamizar nuestro trabajo partiremos por dilucidar que entendemos por modernidad, y siguiendo las periodizaciones de Grinor Rojo y Eduardo Cavieres nos centraremos en los primeros años de esta experiencia de modernización, que estableció los cimientos y parámetros en cuanto a sociedad, política y cultura se refiere.

Hablar acerca de la modernidad, conlleva a tener en cuenta múltiples procesos acumulativos y transformaciones sociales, económicas, culturales y políticas que viven las ciudades latinoamericanas a fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX. La modernidad, por lo tanto, entendida como un fenómeno macro-global, no se determina a un desarrollo continuo, ni tampoco supone acciones unitarias y puntuales en los hechos y acontecimientos históricos de los países ya que la modernidad no implica una simultaneidad de fenómenos distribuidos en diferentes espacios de tiempo. Así, para nuestro propósito, consideramos que la modernidad en América Latina se desarrolla con la constitución de las naciones, específicamente con el cambio de paradigma que ocurre en la segunda mitad del siglo XIX, cambio que tiene que ver con la irrupción del mercado en la región. Cabe mencionar y siguiendo lo expuesto por Charles Hales, entendemos que las naciones de América Latina si bien obtuvieron su independencia política a principios del siglo XIX: «la independencia fue oficial y superficial y la dependencia era la experiencia más profunda» (10) ya que las elites de Latinoamérica dependían y estaban ligadas a Europa, y los intereses económicos dentro del sistema capitalista internacional forma parte de esta ligazón.

Eduardo Cavieres, en el texto La revolución capitalista (1973-2003) hace referencia a que entre los años 1860 y 1873 se produce un importante crecimiento económico en los países latinoamericanos como producto de la integración de la región a la economía mundial, principalmente gracias a la exportación de materias primas y alimentos, Chile principalmente proporcionaba minerales; Argentina, carne; Brasil y Colombia, café; Cuba, azúcar, por dar algunos ejemplos. Por lo general, este modelo que consiste en la exportación de materias primas y que responde al modelo oligárquico del capitalismo es un modelo monoproductor. Este periodo citado por Eduardo Cavieres coincide con la primera modernidad estipulada por Grinor Rojo, la denominada Modernización Oligárquica, que hace referencia al mismo proceso de integración de las economías locales al mercado mundial. Rojo señala que está mercantilización se ve acrecentada por el impacto de la segunda revolución industrial, por ejemplo, aparece la posibilidad de congelar carne (frigoríficos) que se instalan en el Río de la Plata; en el caso chileno, las oficinas salitreras para la época eran sumamente modernas y tecnológicas. Resultado de estos avances y exportaciones es que la oligarquía se va a enriquecer de sobre manera. Esto produjo que las ciudades que participaban del sistema económico (capitales y puertos principalmente) profundizaran su modernización, que consistía en sacudirles el polvo colonial, maquillándolas como ciudades modernas, teniendo como modelo lo realizado en Paris, mientras que las ciudades que no participaban seguían guiándose bajo los estatutos de la colonia.

Siguiendo los postulados de las cátedras y la lectura del texto La revolución capitalista de Chile (1973 2003), la implementación de este sistema en América no es algo producido por las fuerzas de la historia, sino más bien algo pensado por la misma elite. Ya a mediados del siglo XIX en Chile tras la llegada del catedrático francés de economía, Jean Gustave Courcelle-Seneuil comienza una enseñanza y difusión de la economía política entre la elite chilena, ejemplo es el curso de Economía Política dictado en el Instituto Nacional a partir del año 1856, por el catedrático antes mencionado, donde se presentaban obras «liberales» de autores como Adam Smith, David Ricardo, o Jean Baptise Say (28).

Otro antecedente importante es el consenso económico que hubo en el siglo XIX entre los Conservadores y Liberales. Entre estas dos fuerzas existían diversas pugnas culturales y políticas pero lo económico fue el común denominador y el punto de unión, tanto conservadores y liberales defendieron al menos teóricamente el librecambismo, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Esto se explica por un sentimiento de clase ligado a los intereses económicos (que al igual que la epígrafe no están muy lejos de nuestra realidad actual) que superan por mucho las disputas ideológicas en el plano de la cultura o valores. En este consenso elitista predomina una suerte de acuerdo en torno a la democracia liberal y el crecimiento económico como fundamento del desarrollo de la sociedad. Así, por ejemplo en Chile, en 1860 se crea la Ley de Bancos, que permite la creación de los mismos, bajo el amparo de los gobiernos liberales, y bajo la tutela de los terratenientes que controlaban dichos bancos y se coludían con las autoridades publica, que pertenecían a la misma elite.

El historiador Julio Pinto, aborda en su texto «De proyecto y desarraigos» la teoría de la dependencia, aludiendo que América Latina vive desde la conquista sumida en una condición de capitalismo dependiente y las independencias solo habían significado un cambio cosmético, manteniéndose la estructuras coloniales de organización social y dominación sin alteración relevante (96). Más que un proceso de modernización y siguiendo lo postulado por Julio Pinto y los autores antes citados, creemos que es correcto afirmar que lo que vive América Latina es una experiencia del capitalismo. Fue este orden económico y social el que hizo de las relaciones de mercado el patrón cada vez más universal de conexión e interacción entre los actores tanto colectivos como individuales.

El mismo crecimiento y desarrollo de las ciudades ya sean puertos o capitales, como dijimos anteriormente, se da por la movilidad física y social, por las grandes oleadas migratorias y la urbanización propia de este proyecto modernizador se da producto del creciente peso de las fuerzas mercantiles sobre las vidas humanas:

Las fuerzas mercantiles eran las que desarraigaban a comunidades completas de sus espacios ancestrales para trasladarlas, a veces a través de grandes distancias, hacia aquellos lugares donde su trabajo era más necesario o donde presuntamente se podía vivir o como se comenzó a decir casi como sinónimo ganar mejor («De proyectos y desarraigos» 98)

Así, como señala Pinto, el problema era que los «procesos modernizadores» o por lo menos, los agentes que estaban detrás de estos, ya sea difundiéndolos o patrocinándolos, no dejaban mucho margen para la opción, «su prurito hegemónico o colonizador les impedía tolerar la indiferencia a sus propuestas, o la preferencia por mundos distintos al que ellos venían a ofrecer» (98).

Esta transición va a generar transformaciones sociales fundamentales, por ejemplo, la instalación y transformación al sistema capitalista en los enclaves, en los puertos y en las ciudades, va a permitir la aparición por primera vez en América latina de la clase obrera (ad portas de generar una conciencia de clase). ¿Qué caracteriza a este obrero? la no posesión de los medios de producción y la libre venta de su fuerza de trabajo. (Se diferencia con el campesino, que tampoco es dueño, pero la libertad para vender la fuerza de trabajo no la tiene). Por otro lado, algo que no es una novedad pero también consecuencia, es la expansión y reforzamiento de la clase media, por la sencilla razón de que el desarrollo de la clase media, está unido al desarrollo de la ciudad. ¿Quiénes son? Servidores públicos, profesionales (médicos, profesores) los mandos medios de las fuerzas armadas, los pequeños comerciantes. Por último, y no menos importante, el desarrollo e importancia que adquiere la mujer, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Aparece la mujer obrera, aparece la mujer de clase media que participa en el espacio público, las mujeres entran en los programas de escolarización con más frecuencia, empiezan a adquirir educación y empiezan a adquirir profesiones, (profesoras y enfermeras principalmente).

En la mayoría de las sociedades de América Latina que se vieron enfrentadas a este «proceso de modernización», la experiencia del mercado estuvo siempre ligada al estado (liberal), este aparato social fue el encargado de promover el proyecto y vencer las resistencias que se le iban oponiendo, como los primeros conflictos sociales ligados a la estructura de producción capitalista (ejemplo: la matanza en la escuela Santa María de Iquique).

El proceso de modernización de Latinoamérica estuvo marcado por la supremacía del mercado sobre el estado, estas dos estructuras de poder mancomunadamente y guiadas por una elite fueron las grandes estructuras forjadoras de modernidad y las personas o grupos que a través de ellas se expresaron fueron las verdaderas portadoras de los proyectos que se propusieron hacer transitar a las sociedades desde sus diversas formas de tradición hacia la tierra prometida de la razón y el progreso. El proyecto de los liberales no es el triunfador en la modernidad, estos no triunfaron, lo que triunfa es la elite que busca fomentar y desarrollar un sistema económico que le permita situarse en la primera posición del constructo social creado, la oligarquía se sitúa en el tope de la escala social, y va controlando el mercado y un estado de carácter plutocrático.

Así, el resto, en su mayoría fueron obligados a seguir este proyecto: «la modernización no fue una experiencia de carácter simétrico: Para unos fue proyecto para otros desarraigo» («De proyectos y desarraigos» 99) dentro de este grupo están los olvidados de Buñel, que son el producto del sistema voraz, establecida por la hegemonía oligárquica esa que frenó la entronización plena del capitalismo en la región o, mejor dicho, es la que discriminó qué del capitalismo era aceptable y qué no, conteniendo las potencialidades transformadoras del sistema en el nivel de sus aplicaciones técnicas predominantemente. Estableciendo normalidades maldita que los desarraigados y olvidados no eligieron, en la que unos mandan y otros obedecen. Esa normalidad en la que unos se imponen a costa de otros que desaparecen. Esta característica domina la sociedad chilena y la mayoría de las sociedades de la región, manteniéndose estable según los crítico e historiadores hasta la segunda mitad del siglo XX cuando ya la presión social de parte de los sectores excluidos de esta modernización o reagrupación económica de la elite, presionaban por participar de la política y de las decisiones y comenzaron a tomar una conciencia, y cuestionamiento en contra de la elite y de las desigualdades generadas por el mercado.

Cualquier parecido con nuestra actualidad, es mera coincidencia…

Bibliografía:

Bethell, Leslie. Historia de América Latina. Tomo 8: AMÉRICA LATINA: CULTURA Y SOCIEDAD, 1830-1930. Barcelona: Editorial Crítica, 1991. Impreso.

Garate, Manuel. La revolución capitalista de Chile (1973-2003). Santiago: Ediciones UAH, 2012. Impreso.

Orrego Luco, Luis. Casa Grande. Santiago: Zig-Zag, 1953. Impreso

Pinto, Julio. «De proyectos y desarraigos: la sociedad latinoamericana frente a la experiencia de la modernidad (1780-1914)». 2000

Rojo, Grinor. «Modernidad Latinoamericana»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.