Manuel Monereo (Jaén, 1950) es un rara avis en la política española: sabe combinar valentía con prudencia, humildad con ambición y franqueza con respeto. Este abogado de profesión, veterano militante y exdirigente de IU y del PCE, es actualmente diputado de Unidos Podemos en las Cortes Generales por la provincia de Córdoba. Querido y odiado […]
Manuel Monereo (Jaén, 1950) es un rara avis en la política española: sabe combinar valentía con prudencia, humildad con ambición y franqueza con respeto. Este abogado de profesión, veterano militante y exdirigente de IU y del PCE, es actualmente diputado de Unidos Podemos en las Cortes Generales por la provincia de Córdoba. Querido y odiado a partes iguales en el submundo de la izquierda, suscita de todo menos indiferencia.
Monereo es historia de España: sufrió la dictadura franquista, fue encarcelado y torturado, vivió una transición que no recuerda como una etapa modélica, y encontró en la política una escuela de vida. Asegura que gran parte de lo que actualmente es él, tanto política como personalmente, se lo debe al período de trabajo en IU con Julio Anguita al frente, pero mantiene una postura crítica: «Si IU hubiera hecho sus deberes, no habría hecho falta Podemos».
En su despacho del Congreso, donde nos ha citado, percibo que Monereo habla desde la madurez que concede la experiencia, otorgando al pasado la importancia que le debe, y recordando lo aprendido para no repetir antiguos errores. Nos encontramos ante un hombre centrado en trabajar por luchar el presente y ganar el futuro, apuntando al año 2019. Para Monereo, uno de los principales retos de nuestro país es el de recuperar la soberanía perdida y reconstruir el Estado sobre bases democráticas. Precisamente de eso trata su último libro: España, un proyecto de liberación. En este lúcido ensayo -coescrito junto a Héctor Illueca- el político señala las claves fundamentales para un proyecto constituyente capaz de responder a las necesidades de las mayorías sociales. Un libro que ha sido descrito por Pablo Iglesias como «un arma para los patriotas que saben que amar a su patria, es amar a sus gentes y sus pueblos», y que hoy se vuelve un buen motivo para emprender una conversación larga y tendida con su autor.
Afirma que asistimos a una etapa de transición marcada por la crisis de la globalización neoliberal. ¿Qué está cambiando?
Históricamente se han producido transiciones donde la potencia dominante cambiaba el capitalismo a nivel mundial. Es lo que hizo EE UU después de la Segunda Guerra Mundial: impuso sus reglas al conjunto del capitalismo. Ahora estamos viviendo una etapa muy similar a la etapa previa al dominio norteamericano: asistimos a un declive de la potencia hegemónica y emergen nuevas grandes potencias como China. Emerge Oriente como elemento fundamental, y eso tiene consecuencias como la pérdida de hegemonía de EE UU. Estados Unidos sigue siendo la mayor superpotencia, pero ya no puede imponer su orden como antes: tiene que negociar, tiene que hablar. Esta nueva etapa viene marcada por varios rasgos que evidencian el derrumbe de la globalización neoliberal.
Yo considero que hay cuatro crisis entrelazadas que lo demuestran. La primera es la crisis del capitalismo financiarizado, que es la crisis natural del sistema. Luego está la crisis geopolítica, que se traduce principalmente por un desplazamiento del poder desde Occidente hacia Oriente. La tercera es la crisis ecológico-social del planeta, que veo como una gran novedad porque antes no jugaba el papel fundamental que cumple ahora. Se está produciendo una especie de nudo entre conflicto geopolítico, recursos que escasean y conflictos bélicos. Y la última es la crisis del occidentalismo. Se está poniendo en cuestión el dominio que Occidente ha tenido de la economía mundial. Todo esto evidencia la crisis de la globalización neoliberal, tanto en Europa como fuera de ella.
Centrémonos en Europa. ¿Por qué es tan crítico con el proyecto europeo?
Para mí, la Unión Europea es un sistema de dominio. Hay una deriva estructural de los países del sur para convertirse en países dependientes y subdesarrollados de los países del norte. Ahora mismo en Europa hay una división del trabajo entre un centro explotador y una periferia cada vez más dependiente.
¿La implantación del euro y el desarrollo del mercado único favorecen esas desigualdades?
Completamente. Europa se ha ido construyendo como un mercado, y no como un Estado, donde rigen las leyes de hierro del propio mercado y donde no hay un mecanismo redistributivo. El Estado español tiene la capacidad de redistribuir renta, riqueza y poder de las regiones más ricas a las menos ricas. En Europa, eso no existe. El presupuesto europeo es un 1% del PIB. Es 49 veces más pequeño que el español. Con ese presupuesto, no se pueden hacer políticas redistributivas. Por eso, cuando irrumpen las crisis, ocurre lo que hemos visto en Grecia o en España: llegan unos durísimos planes de austeridad que nos empobrece y nos desmantela nuestro Estado de bienestar. El proyecto europeo no es mantenible si hace que unos pueblos sean más pobres, y otros más ricos. Tarde o temprano se verá que se trata de un proyecto tiránico que sirve para que un Estado, Alemania, domine al resto de países.
¿En qué se evidencia la subordinación de los países de la periferia a los intereses de Alemania?
Todos los déficits que tiene España son con Alemania. Ocurre lo mismo con Grecia, o Portugal. Esto tiene mucho que ver con la división de trabajo entre centro y periferia. Alemania nos vende de todo, pero no está dispuesto a pagar nada. Ese es el gran problema. El ejemplo catalán es muy ilustrativo. Cataluña dice que España le roba, porque paga más de lo que recibe. Sin embargo, se olvida de una cosa: el déficit comercial que tiene el resto de España con Cataluña es enorme, porque Cataluña nos vende más de lo que nosotros le vendemos. Por eso existe un mecanismo redistributivo que hace que esa diferencia se compense con el pago de un mayor número de impuestos. Eso es precisamente lo que no hace Alemania, y por eso hablo de subordinación y dependencia de los países del sur hacia Alemania.
Si seguimos inmersos en este sistema, ¿qué cabe esperar del futuro?
Actualmente, España no es un país independiente. Hace y dice lo que otros deciden. Nos ponen límites que nosotros acatamos. Somos una mera proyección periférica de las economías avanzadas. En este contexto, el futuro es poco alentador y bastante predecible. España, como Portugal o Grecia, se encaminará cada vez más hacia el subdesarrollo, cuanto más se deteriore su capacidad productiva y crezca su dependencia. Si seguimos así, el paro y la precariedad serán la norma general, la desigualdad social crecerá aún más y los derechos sociales como la educación, las pensiones o la sanidad terminarán siendo insostenibles. Como esto siga así, iremos perdiendo cada vez más valores asociados con la democracia y seguiremos perdiendo soberanía popular.
¿En qué ve la pérdida de soberanía del Estado español?
En la pérdida sustancial de poder, porque España ya no dirige un Estado soberano. El verdadero poder está en manos de la UE, que tiene los mecanismos necesarios para imponer a cualquier Estado la realización de políticas económicas neoliberales. Lo único que podemos hacer en esta Unión Europea es elegir la mejor forma para aplicar el recetario neoliberal, supervisados y bajo amenaza de sanciones. El ejemplo de Grecia es representativo.
¿Cree que Grecia es comparable al caso español? ¿Qué conclusiones puede sacar Unidos Podemos de la experiencia de Syriza?
Lo que ocurrió en Grecia demostró que los países periféricos tienen un mismo problema: se encuentran frente a una Unión Europea configurada como un obstáculo que impide cualquier cambio político, social y económico que cuestione el modelo neoliberal. La crisis griega demostró que la UE sólo sirve a Alemania y puso en evidencia la soberanía limitada de los países del sur. Yo seguí muy de cerca el caso griego, y estuve ahí en el referéndum. Creo que en Grecia no sólo influyeron los problemas económicos, especialmente la deuda por pagar, sino el mal ejemplo. Se fue a hacer daño al pueblo griego para dejar claro que no iban a perdonar el mal ejemplo que supondría para Europa que un pequeño país endeudado fuera el que obligase a cambiar las políticas económicas de toda la UE. Recuerdo que un viejo militante de Syriza me dijo: «Algunos ministros estarán deseando que se pierda para así justificar los planes de austeridad».
Yo presiento que nosotros no hemos sacado las consecuencias reales del caso griego. En Grecia fueron a jugar la partida sin tener plan B, como si en Europa hubiera un grupo de bienintencionadas personas dispuestas a ayudarles. Nosotros tenemos ahora mismo dos posibilidades: un plan A o un plan B. Debemos seguir trabajando e investigando lo que significan esos dos planes.
Entre esas opciones, ¿incluye la salida de la UE?
Es una alternativa, volver al Estado nación. Y otra es cambiar Europa. Lo que es absurdo es aceptar estar en un club donde sólo se tienen en cuenta los intereses de los más ricos y olvidan a los pobres.
Plantea cambiar Europa, pero dibuja un escenario donde nuestro país se reduce a ser un país sometido y dependiente. En ese escenario, ¿qué poder real tiene España para impulsar un proyecto alternativo?
Me parece un error caer en el razonamiento derrotista de que España no puede hacer nada. No podemos seguir acatando el plan de autoridad que viene de Alemania, porque eso implica vivir peor, aceptar que nuestra balanza comercial esté permanentemente en déficit, aceptar retroceder en cuestión de políticas sociales y de bienestar. Muchos españoles aceptan ser siervos de Alemania, y lo hacen normalizando la situación. No es normal que nuestro país esté obligado sí o sí a hacer políticas neoliberales. Yo me rebelo contra eso. Hay una contradicción cada vez más fuerte entre democracia y capitalismo, entre liberalismo y democracia. Cuando hablo de cambiar Europa, me refiero a refundar el Estado sobre nuevas bases. Eso implica regular la economía, asegurar políticas redistributivas que garanticen los derechos sociales, crear un nuevo modelo de desarrollo ecológicamente sostenible… Se trata, en última instancia, de aplicar una serie de medidas que nos garanticen vivir en una democracia que preserva el interés de las mayorías sociales.
Me ha hecho recordar aquello de «lo viejo no acaba de morir, y lo nuevo no acaba de nacer». ¿Ve cercano el proceso constituyente que plantea?
No lo veo ni cercano, ni lejano. Eso dependerá de la voluntad del pueblo español. Si los españoles aceptamos que no hay más cera que la que arde y debemos aceptar el dominio de Alemania, pues evidentemente no habrá proceso constituyente. Lo que habrá sería un proceso destituyente sistemático, porque la alternativa a no tener alternativa, es vivir cada vez peor. Es lo que estamos viendo con el caso de los pensionistas: un empobrecimiento de los derechos sociales básicos, un retroceso.
¿Es una utopía pretender blindar los derechos?
No es imposible. Jurídicamente se puede hacer: es lo que se llama el principio de los derechos adquiridos. Es tan sencillo como poner una cláusula en la Constitución Española que diga: «España no va a aceptar nunca poner en peligro su Estado social por una política que venga impuesta por la Unión Europea». El problema de España, la visión conservadora, o lo que yo llamo ‘realismo trasnochado’, es que de una u otra forma nos meten en la cabeza que no hay dinero y que, por lo tanto, estamos condenados a vivir peor. Eso no es verdad: en España, como en el mundo, nunca ha habido tantos ricos como ahora, ni tanta desigualdad como ahora. Las minorías privilegiadas están usurpando el poder real del país.
¿Establece una relación directa entre los ricos y la pérdida de bienestar?
El problema está en que los ricos no pagan impuestos. El 80% de toda la carga fiscal del país lo pagan los asalariados y los consumidores. En España hay dinero de sobra, pero es un dinero que no se usa para pagar impuestos, se usa en gran parte para la especulación financiera. Ocurre que se tocan los derechos de las mayorías sociales y no los de las minorías privilegiadas. La corrupción es la cara que permite eso, es una lacra.
¿Qué principales retos tiene por delante España?
Destacaría el modelo productivo. Ese es el primer reto, porque el modelo productivo que se ha ido consolidando está basado en un sector servicios donde lo inmobiliario y el turismo son el círculo virtuoso, y la variable dependiente de toda la política económica es la mano de obra barata. El error es pensar: «Si ya todo lo produce Alemania, ¿por qué tengo que producir?». Si pensamos así, nunca vamos a cumplir el gran reto, que es la reindustrialización del país con las nuevas tecnologías y los nuevos mecanismos de intervención económica.
Yo sigo sin ver una política económica que proponga un plan de industrialización de España para los próximos años, o que plantee una transición energética para ser más autónomos y tener menos dependencia del petróleo y las grandes potencias. Por otro lado, está el problema de la crisis social. Debemos encontrar alternativas que terminen con la precariedad y los bajos salarios, que además están favoreciendo una crisis generacional. Tenemos un problema muy serio con el futuro de nuestros jóvenes: hay dos generaciones que ya están abocadas a los malos salarios, y a la precariedad laboral. Esto es dramático, porque hoy en día la mayoría de jóvenes se mantienen gracias a sus padres. En general, España tiene muchísimos retos por delante… La crisis territorial es otro de ellos.
La crisis en Cataluña ha puesto en relieve el concepto de plurinacionalidad y el de patria. ¿España es plurinacional? ¿Qué es la patria para Podemos, y por qué cree que se asocia el patriotismo a la derecha?
Si aquí no hay una pluralidad de naciones o de pueblos, ¿por qué existe la nacionalidad reconocida en la Constitución? Podemos pelearnos por las palabras, pero hay un hecho innegable: España tiene pueblos con conciencia nacional desarrollada que han construido movimientos nacionalistas. Una de las cosas que nos enseña Cataluña es que el paso del autonomismo al independentismo crea una crisis existencial en la ciudadanía. Y esa crisis provoca que miles de mujeres y hombres que hasta ahora no habían vivido con dificultades su condición de ser catalanes y españoles, reaccionen girándose hacia el nacionalismo español, que representa mejor que nadie Ciudadanos. Nosotros nunca hemos identificado nacionalismo con patriotismo. Podemos intenta crear un discurso de patria, de identidad. Lo que ocurre es que una gran parte del imaginario patriótico está colonizado por el franquismo y la derecha, y por otro lado, una parte de la izquierda considera que el combate real es contra el nacionalismo español. En esa pinza, queda poco espacio para aquellos que seguimos pensando que España existe y que hace falta construir un proyecto común desde un punto de vista tradicional de la izquierda. Eso pasa por entender que la cuestión nacional debe ir ligada a la cuestión social. El Gobierno actual, la derecha, utiliza la cuestión nacional para orillar los problemas sociales.
Para cambiar las cosas, o al menos intentarlo, hay que acceder al poder. La derecha se mantiene en él. ¿Qué pasa con la izquierda en España?
Yo a la izquierda española la veo espléndida.
Es usted muy positivo.
Y tengo motivos para serlo. Somos el único país donde existe una izquierda como fuerza que puede aspirar a tener más del 15% de los votos. Unidos Podemos, con su 18,19% de votos, es la izquierda más potente de Europa. En España hay una peculiaridad: aquí crece la izquierda, mientras que en los demás países no. La proliferación de las derechas en Europa es innegable. A nosotros el 15M nos vacunó de cualquier tentación de extrema derecha y nos dio la posibilidad de un nuevo camino de izquierdas en torno a Podemos. Por eso creo que lo primero que debemos reconocer es que, a pesar de tener problemas serios, seguimos siendo una fuerza electoral impresionante. Cuando yo paso por el grupo parlamentario y me veo con mis 73 diputados me siento muy orgulloso y satisfecho.
Entiendo que sea reconfortante, pero sigue siendo insuficiente. ¿A Unidos Podemos le falta autocrítica?
Creo que a veces la autocrítica funciona como los confesionarios, como si la realizáramos para que nos absolvieran los pecados. La clave está en el examen de conciencia y el propósito de enmienda. A mi juicio, el problema no es tanto la falta de autocrítica, sino que no veo que haya suficiente propósito de enmienda.
¿Qué errores cree que ha cometido su partido, y qué desafíos considera que tiene por delante?
Para empezar, no hemos sido capaces de presentar un proyecto solvente de país. Seguimos sin un proyecto capaz de explicar el modelo de país que queremos. Eso es algo que debemos solucionar lo antes posible. La segunda cuestión es la del sujeto político. Unidos Podemos sigue siendo pura y simplemente una alianza electoral del peor tipo posible: la parlamentaria. Yo vivo en Córdoba la mitad de la semana, y ahí Unidos Podemos prácticamente no existe. Lo que quiero decir con esto es que no seremos solventes, ni seremos percibidos como una izquierda con voluntad de gobierno si no tenemos una estructura organizativa de mayor calidad. Y eso no pasa únicamente por tener unidad de acción, sino por un programa y una dirección común. Además, destacaría que no hemos sabido construir un polo social de movilización. Como fuerza política, corremos el peligro de estar demasiado metidos en las instituciones. Creo que estamos haciendo esfuerzos, pero todavía queda mucho por mejorar. Todos estos desafíos debemos resolverlos cuanto antes, porque si no lo hacemos puede que nos pasen factura no sólo con un mal resultado electoral sino con problemas políticos muy serios de cara al futuro.
Cuando antes le preguntaba cómo veía la izquierda española, no sólo me refería a Unidos Podemos. ¿Se ha estrechado el margen de entendimiento con el PSOE? ¿Hay una guerra por la hegemonía de la izquierda?
Ese sería el peor escenario.
Deduzco que cree que no es el actual.
Es posible que sea ese, pero sería el peor porque perjudica al conjunto de los trabajadores y las mayorías sociales. Hay que partir de un hecho esencial: el bipartidismo ha terminado. Lo que tenemos ahora es una mesa de cuatro patas, y lo que irá cambiando es la composición de esa mesa. El PSOE y Unidos Podemos deben buscar mecanismos de convergencia y de unidad, porque lo absurdo es entrar en una guerra por ocupar un espacio de izquierdas que corre el peligro de ser cada vez más pequeño, frente a una derecha envalentonada. La batalla la ganaremos o la perderemos frente a la derecha. Debemos hacer un esfuerzo para encontrar un clima de colaboración, porque en muchas cuestiones que llevamos al Congreso, ese clima existe.
Habla usted de un clima de colaboración, pero los ciudadanos vemos que ni siquiera se ponen de acuerdo en la reforma de la Ley Electoral.
Lo que digo es que no podemos reducir el problema de España a una guerra entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, porque eso tapa lo verdaderamente importante: el país, la gente, los derechos sociales, las pensiones. Hay que trabajar por construir una alternativa a la derecha, al PP y Ciudadanos. Eso es lo que nosotros estamos intentando, modestamente, y en lo que no siento que el PSOE esté ahí.
¿Qué motivos hacen que tenga esa impresión?
Hasta ahora, lo que vemos es que el PSOE ganó su congreso defendiendo una política que no ha sido capaz de mantener. Es un partido que sigue sin responder a cuestiones básicas. ¿Qué quiere el PSOE con Unidos Podemos? ¿Quiere ir a un programa común, quiere ir a gobiernos coyunturales? ¿Quiere quitarle puntos a Podemos, para poder decir en el próximo congreso que han ganado porque nosotros hemos perdido? El PSOE de Pedro Sánchez está atravesando un río sin decidirse a cruzarlo, o volverse.
Hábleme de la relación con IU. ¿Se mantendrá la confluencia para las próximas elecciones?
No tengo ninguna duda, se va a salvar cueste lo que cueste. La unidad es un proceso muy complicado, y hay mucha autocontención tanto en IU como en Podemos. Ambos se critican y discrepan, pero como dos personas razonables y formales que saben que, aunque hay que repensar la unidad, no hay alternativa a ella. Creo que debemos estar a la altura de los tiempos que nos ha tocado vivir. Hay que trabajar para ganarle a la derecha.
En España, como en Europa, gana mayoritariamente la derecha. ¿Por qué cree que han proliferado tanto los populismos de derechas?
Yo lo relaciono directamente con la propia construcción europea. Lo que está desapareciendo es la socialdemocracia en toda Europa. La derecha responde a las preocupaciones de la gente, aunque su respuesta sea nefasta. ¿Quién se alza como defensor de los miles de obreros empobrecidos en Francia? Marine Le Pen. ¿Quién defiende a los miles de empresarios sin futuro en el norte de Italia? La Liga Norte. En Europa lo que falta es una alternativa nacional-popular democrática, entendible para la gente y que le diga a las mayorías sociales «vamos a defenderos y vamos a perjudicar a los ricos y a los poderosos». Eso no lo hacemos y perdemos. En realidad, el triunfo de la derecha tiene mucho que ver con un deseo ontológico de seguridad. La gente busca desesperadamente seguridad, y vota en consecuencia.
A la inseguridad le acompaña el miedo. ¿Por qué considera que influye tanto el miedo en el voto?
Como decía Ortega, «estamos en crisis y nuestro Estado es la crisis misma». Antes, democracia significaba vivir mejor. Hoy en democracia, se vive peor. Se cobran salarios que no dan para vivir, se ponen en cuestión derechos que dábamos por adquiridos, como las pensiones, y en general se retrocede en cuestión de derechos sociales. En medio de semejante panorama, la gente busca estabilidad. ¿Y qué ofrece más seguridad? El discurso de las derechas. La patria, el orden y la identidad.
No podía terminar la entrevista sin preguntarle por un tema necesario que aparece en su libro. ¿Qué opina del feminismo?
El movimiento feminista es la gran esperanza del siglo XXI. Algunos lo llaman reacción, yo creo que no sólo es eso, es también un proyecto. Yo confieso que las cosas más interesantes que leo últimamente, vienen de la literatura feminista. Se puede decir que el feminismo ha logrado construir un punto de vista para la mayoría, partiendo desde una mitad. Estoy convencido de que el feminismo es, junto al ecologismo y al marxismo, una de las tres fuentes de un nuevo paradigma que está por emerger.
Fuente original: https://www.elsaltodiario.com/nueva-revolucion/el-proyecto-europeo-es-un-sistema-tiranico-que-contribuye-a-que-alemania-domine-al-resto-de-paises-#