Tanto las percepciones asumidas durante un pasado de prolongado enfrentamiento, como las realidades del momento actual, obstruyen el deseable camino de entendimiento entre los dos grandes polos de poder militar que coexisten hoy en el continente europeo: Rusia y la OTAN. Por parte de la Alianza, son conocidas las tres propuestas básicas expuestas por su […]
Tanto las percepciones asumidas durante un pasado de prolongado enfrentamiento, como las realidades del momento actual, obstruyen el deseable camino de entendimiento entre los dos grandes polos de poder militar que coexisten hoy en el continente europeo: Rusia y la OTAN.
Por parte de la Alianza, son conocidas las tres propuestas básicas expuestas por su secretario general, Anders Rasmussen, el mismo día de su toma de posesión, para mejorar el entendimiento entre ambas partes. Pueden resumirse así:
– Un esfuerzo conjunto de la OTAN y Rusia para reforzar su cooperación práctica en aquellos asuntos en que ambas afrontan riesgos y amenazas comunes.
– Reactivar el Consejo OTAN-Rusia, para que pueda servir como foro de diálogo sobre el modo de mejorar la paz y la estabilidad europeas.
– Una revisión conjunta de los nuevos peligros que habrá que afrontar en el siglo XXI, a fin de establecer las bases para una sólida cooperación futura.
Todo esto fue bien acogido por la opinión pública europea, pero la realidad cotidiana apenas muestra ninguna repercusión práctica de tan positivas intenciones. Como ha sucedido a menudo en la Alianza Atlántica, la interacción de países con distintos intereses y las a menudo divergentes opiniones de los altos dirigentes políticos y militares crean una cierta confusión interna que puede paralizar algunos de sus mejores propósitos.
Parece imprescindible, sin embargo, recoger también el punto de vista ruso sobre esta cuestión, tal como lo ha expuesto recientemente Vladimir Kozin, analista del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, en un artículo publicado en el diario The Moscow Times. Según él, los principales obstáculos que dificultan la cooperación de Rusia con la OTAN son ocho:
1) El sentimiento antirruso de algunos miembros de la OTAN, que se concreta en las políticas abiertamente hostiles de seis países fronterizos con Rusia y las antiguas repúblicas ex soviéticas.
2) La constante tendencia de ampliación de la OTAN, que incluye a Ucrania y Georgia, como recordó Rasmussen en el acto antes aludido.
3) La tendencia de la OTAN a reforzar sus armas nucleares y convencionales, a pesar de que en ambos tipos de armamento supera a Rusia, agravada por el hecho de que los miembros de la OTAN no han ratificado el tratado de fuerzas convencionales en Europa, lo que Rusia sí ha hecho.
4) El aumento del número de bases militares de la OTAN próximas a la frontera rusa (nueve bases más tras la primera ampliación de la Alianza).
5) Los nuevos planes que han sustituido al abortado «escudo antimisiles» de Bush, para configurar lo que Obama ha denominado la nueva arquitectura europea de defensa antimisiles, desplegarán nuevos sistemas en todos los países de la OTAN, aumentando el número de armas próximas a la frontera rusa. La vaga oferta de Rasmussen de estudiar las posibilidades de vincular los sistemas de defensa de EEUU, la OTAN y Rusia deja en el aire asuntos vitales sobre la contribución de cada uno de ellos y sobre cómo se determinará quiénes serán los enemigos a afrontar.
6) La creciente actividad de las fuerzas aéreas y navales, a veces provistas de armamento nuclear, de varios países de la OTAN en las proximidades del territorio ruso, incluyendo los mares Báltico y Negro.
7) El hecho de que Rusia sigue siendo el principal enemigo potencial de la OTAN en lo relativo a su orientación estratégica y su doctrina militar.
8) El rechazo de la OTAN a la propuesta de Medvedev de establecer un nuevo pacto de seguridad europeo que incluya a Rusia en pie de igualdad con los restante socios.
Tras esta lista de agravios, que muchos políticos rusos comparten y otros discuten, el artículo citado revela, en sus líneas finales, una constante que viene determinando la política rusa desde el tiempo de los zares, cuando aconseja a la OTAN que «tenga en cuenta que Rusia nunca consentirá ser relegada a los márgenes del mundo civilizado, en sentido político, económico o militar».
El lector estará de acuerdo en que para alcanzar un arreglo satisfactorio es necesario conocer las opiniones de las partes enfrentadas, como se hace en este comentario. Pero es probable que no haya advertido en esta cuestión una grave anomalía de fondo que todo lo perturba. Tan acostumbrados estamos ya a la situación actual, que no nos choca que, para alcanzar un entendimiento sobre cuestiones relativas a la seguridad y la defensa en nuestro continente, la Unión Europea tenga que hablar a través de la OTAN -una alianza donde el indiscutible socio hegemónico no es europeo- y no tenga voz para entenderse directamente con Rusia.
La Europa que en breve se transformará con el Tratado de Lisboa no sólo adolece de un serio déficit democrático, sino que también está lastrada desde sus más remotos orígenes por haber dejado un aspecto tan importante como el de su seguridad militar en manos de una organización militar que nació y creció durante la Guerra Fría, para oponerse a la extinta URSS. La Rusia de hoy poco tiene que ver con la URSS del pasado, pero a la burocracia de la OTAN le costará olvidar la época en que las cosas estaban muy claras y el temible enemigo a batir era ostensible para todos.
http://www.estrelladigital.es/ED/diario/251840.asp
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