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El que quiera y pueda

Fuentes: Gara

La canciller federal alemana lleva más de medio año poniendo las bases de lo que pondrá encima de la mesa del Consejo Europeo que tendrá lugar el 28 y 29 de este mes en Bruselas. El 15 de noviembre, ante el congreso de su partido, la CDU, dijo que la misión de su generación era «completar la unión económica y monetaria y construir, paso a paso, una unión política en Europa». En enero evocó una «nueva arquitectura para Europa» y este pasado jueves reiteró su visión: «Necesitamos más Europa, más unión política, dar gradualmente más competencias a Europa, necesitamos dar el control a Europa».

En enero, Angela Merkel insistió en que la crisis de la deuda estaba empujando a los países del euro a un modelo federalista. Sin embargo, antes de poner sobre la mesa ese debate, Alemania necesita atar en corto a los peores alumnos y, sobre todo, desactivar la bomba retardada en que se ha convertido el agujero negro español. El rescate de España, en una dinámica política y mediática que Madrid ha sido incapaz de gestionar y controlar, despeja el camino para que el Consejo Europeo del 28 y 29 de este mes de junio pueda empezar a hablar del futuro sin la urgencia de abordar el presente.

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, que compartió charla y cena con Merkel el jueves en Berlín, anunció que presentará una hoja de ruta y un calendario para más integración europea en la cumbre. De hecho, se habla ya de que el objetivo es tener propuestas concretas al respecto para octubre, lo cual, en términos comunitarios, es un suspiro.

Una vez diseñada esta nueva fase del «protectorado» sobre el Estado español, con todo lo que está suponiendo ya y lo que pueda suponer ahora, la UE pueden comprar algo de tiempo. En este contexto, si Merkel pone sobre la mesa del Consejo Europeo la necesidad de que quien esté dispuesto empiece a pensar ya en términos de mayor integración, mayor unidad presupuestaria y una nueva arquitectura para Europa, precisamente cuando deben empezar a negociar el próximo marco presupuestario de la Unión, habrá dado un puñetazo sobre la mesa como nadie ha hecho en veinte años, desde los tiempos de Maastricht.

Merkel ha mencionado el término «big bang» y eso, en la UE y en boca de Alemania, son palabras mayores. Es evidente que un «big bang» no sale de una cumbre, más aún cuando parece obvio que no hay mucho trabajo de cocina previo, ni tan siquiera con François Hollande, pero si traslada ese mensaje con toda la fuerza de su poder económico, su peso en la caja común europea y su población, estamos ante un movimiento que puede alterar los cimientos de la actual Unión Europea. Aunque, desde luego, está por ver en qué términos.

¿Cómo se ha llegado aquí?

Por miedo y necesidad, no por convicción, aunque en Alemania podrían argumentar que una visión más política de la Unión Europea siempre ha estado en la agenda de la CDU (no tanto de la CSU) y del SPD. Los europeístas más federalistas, lógicamente, estarán encantados con este cambio de rumbo si finalmente se confirma.

Sin embargo, en este preciso momento, es la amenaza cierta de un desplome de lo construido hasta ahora lo que podría precipitar los acontecimientos. El caos de Grecia (con la UE oficial y conservadora siguiendo espantada las encuestas), las dificultades crecientes de Italia y, sobre todo, la absoluta desconfianza hacia España, han mostrado claramente a Bruselas y a Berlín (y también a Washington) que el tiempo de actuar ya ha llegado. Ni tan siquiera han esperado a las elecciones griegas o a las legislativas francesas.

El temor a que cualquier sobresalto más dinamite una eurozona con casi todos sus miembros muy tocados (incluso la economía alemana comienza a mostrar los primeros síntomas de desgaste, así que imagínense el resto, incluida Francia) y alimente la voracidad de los mercados ha llevado a Angela Merkel, Barack Obama (que teme por su economía y su reelección) y José Manuel Durao Barroso a obligar a Madrid a acatar ya el rescate. Las noticias que apuntaban a que Mariano Rajoy habría amenazado incluso con sacar a España del euro para evitar la humillación se han confirmado esta semana y todo ello ha contribuido a acrecentar hasta límites insólitos el desprestigio del Estado español, gobierne quien gobierne.

España será rescatada por mal gestor, por derrochador y por mentiroso, y estos dos últimos elementos han acabado con la paciencia de los principales contribuyentes al presupuesto común europeo.

Negociación lanzada

Ocurre todo esto cuando la negociación que Alemania quiere aprovechar para imponer un modelo que pueda controlar mucho mejor (hoy imposible a 27, más aún con la entrada en vigor de las principales modificaciones del Tratado de Lisboa en el congelador) está ya lanzada. La discusión en torno al nuevo marco presupuestario (2014-2020) ya está en marcha y la primera escaramuza tendrá lugar en este mismo Consejo Europeo.

Berlín tiene dos ases imponentes en su manga. Con el primero agarra del cuello a París: la Política Agrícola Común se lleva casi la mitad del presupuesto comunitario y eso ya no se sostiene. Y el segundo le sirve para justificar las normas actuales y futuras de control fiscal y presupuestario: la política de cohesión (es decir, de solidaridad) desarrollada hasta ahora no sirve, puesto que los «cuatro de la cohesión», los cuatro que más dinero han recibido de las arcas comunitarias (Grecia, Portugal, Irlanda y, por encima de todos, España) han demostrado claramente que han dilapidado las ayudas en lugar de sanear todo su tejido económico y financiero.

Como estados y sociedades se han acercado, desde luego, a la media comunitaria más desarrollada o modernizada, pero lo han hecho con un modelo de gestión económica y política que nunca gustó en el centro y norte de Europa. En tiempos de bonanza era más fácil mirar hacia otro lado, ahora ya es imposible.

Alemania puede jugar con estas variables para imponer un marco presupuestario diferente, no necesariamente menor (el actual se queda muy corto), pero sí diferente. Y, desde luego, gestionado de otro modo y con otros instrumentos de control y gobierno. Berlín incluso podría plantear subir su contribución al servicio de Europa, pero impondría las normas.

Dentro y fuera

Una de las cuestiones claves, ahora mismo, es imaginar cuáles serían las vías que podrían utilizarse para que quienes lo deseen avancen en una integración mayor en todos los sentidos. «El que no quiera no puede frenar al resto», frase pronunciada por Angela Merkel, es el leit motiv del mecanismo de cooperaciones reforzadas recogido en los tratados, aunque el hecho de sugerir mayor unión política obliga a mirar la letra pequeña. Y, obviamente, primero habría que saber a qué se refiere Merkel cuando habla de unión política. Aludió a una nueva arquitectura para Europa: para cualquier federalista, eso implicaría, como mínimo, un sistema bicameral al mismo nivel (Parlamento y Consejo) y una Comisión Europea cuyo presidente fuera elegido directamente en las urnas.

El actual Consejo de Ministros de la UE está atascado por un sistema de toma de decisiones que no se desbloqueará plenamente hasta 2014 y que aún entonces seguirá siendo demasiado complejo. La Comisión es dependiente y débil y aunque el Tratado de Lisboa planteó cambios aún no han entrado en vigor. Y el Parlamento debe ganar una credibilidad que lamentablemente no tiene a pesar de ganar competencias sin cesar y ser la única institución comunitaria elegida por sufragio uiniversal.

Alterar todo eso es algo mucho más complicado y relevante que empezar a construir una especie de federalismo económico por el tejado, con un mercado único en pañales, aunque parezca mentira tras tantos años.

Si esto es realmente lo que propone, Merkel tendrá, desde luego, muchos enemigos, aunque el hecho de que estén tan débiles y necesitados los deje sin argumentos. Hay tres factores a tener en cuenta: la facción bávara de la coalición de Merkel, la poderosa CSU, que se resiste a ceder más poder tanto a Berlín como a Bruselas; Francia, centralizadora por antonomasia; y Gran Bretaña.

¿Qué pasará en el Bundestag? ¿Se comportará François Hollande como el hijo espiritual de Jacques Delors que su campaña de marketing dice que es y se impondrá al sector menos europeísta de su propio partido? ¿A cuántos socios arrastraría Gran Bretaña? Es decir, ¿cuántos querrían entrar en esa vanguardia europeos? Y una más: ¿cuántos cumplirían los requisitos exigidos para formar parte de ella?

Idea federal

De momento, las palabras de Angela Merkel son solo palabras e inferir de ellas que avanzamos hacia una federación, hacia los Estados Unidos de Europa, sería mucho deducir.

El Consejo Europeo de fin de mes dará más pistas sobre lo que hay en realidad tras esas declaraciones. Pronto veremos hasta dónde llegan los alardes europeístas de algunos, curiosamente de los más necesitados de dinero alemán.

La idea federal exige, o debería exigir, vías democráticas y ciudadanas. En el caso europeo, estaríamos hablando de unidad a través de la mezcla, del intercambio, pero construir un verdadero sentimiento europeo, promover la movilidad y crear una historia realmente compartida (no sólo económica o monetaria, sino de modelo educativo, territorial, social…) es una tarea difícil.

En este mes de junio analizaremos los diferentes escenarios que se abren ante la Unión Europea y, desde luego, también ante Euskal Herria en este contexto. ¿Cómo y dónde se sitúa nuestro país en esta hora?

Fuente: http://gara.net/paperezkoa/20120610/346220/es/El-que-quiera-pueda