El alemán Jürgen Habermas es uno de los pensadores progresistas más ilustres en Europa. Suele tener una visión más histórica, crítica y global que la mayoría de intelectuales europeos, hoy en silencio o demostrando un simple seguidismo en defensa de la opción dominante del rearme europeo. Su pensamiento es un buen punto de partida en esta compleja encrucijada en que se encuentra Europa y, particularmente, Alemania, como el principal motor económico de la UE. Estamos ante los retos geopolíticos derivados de la invasión rusa de Ucrania y la nueva estrategia trumpista de imperialismo iliberal, con sus objetivos hegemónicos frente al otro polo geoestratégico, China y los BRICS, y su exigencia de mayor subordinación y militarización europea.
Va siendo habitual en el ámbito progresista, incluso en sectores liberal-conservadores, la definición habermasiana del trumpismo como nueva forma de dominación tecnocrática y autoritaria. Es la afirmación reaccionaria o ultraconservadora frente a la democracia, los derechos sociales y feministas o la sostenibilidad medioambiental que une a la ultraderecha europea con el presidente estadounidense, bajo la influencia del nacionalismo expansionista y racista y contra la inmigración. Todo ello, además de que en el campo económico, con la guerra arancelaria, aparezcan conflictos abiertos por la imposición de la primacía estadounidense y los distintos perjuicios nacionales, en plena readecuación económica y de poder.
Veremos el alcance de la guerra arancelaria, aunque ya han aparecido algunos puntos vulnerables de EEUU, precisamente, en el aspecto considerado, hasta ahora, su fortaleza, derivada de sus privilegios históricos: su hegemonía financiera, lo que supone la garantía a su elevada deuda externa y la prevalencia del dólar.
Dejando aparte las tendencias iliberales y la pugna comercial, el debate principal ahora es sobre la respuesta estratégica europea a la reconfiguración geopolítica y la hegemonía político-militar, definida como un rearme imperial europeo, complementario y en reajuste con el estadounidense, en declive y en un mundo multipolar. Respuesta que se concreta en la aprobación por la UE del rearme, con una inversión de ochocientos mil millones de euros, más otro medio billón en el caso de Alemania (con una pequeña parte para infraestructuras y transición ecológica). Incrementos relevantes están anunciados en Francia y Reino Unido, en espera de la cumbre de la OTAN de julio donde se aventura un aumento en gasto militar desde el 2% del PIB hasta el 3% o 3,5%, con el horizonte a medio plazo de llegar hasta el 5%, y con la voluntad estadounidense y europea de su continuidad y cohesión, no de su desmantelamiento. La militarización está en marcha.
Están claros los objetivos geoestratégicos estadounidenses, compartidos por las dos administraciones, demócrata y republicana, y refrendados en la cumbre de la OTAN de Madrid en 2022, es decir, por todos los aliados europeos: el gran rival estratégico es China, calificada de ‘gran enemigo’, la única potencia que puede desafiar a EEUU, que pretende evitar su declive, aunque sea con la fuerza militar. Están definidos los grandes polos geopolíticos, aun con muchas indefiniciones, neutralidades y pragmatismos en países del Sur Global.
Incluso, en el caso europeo están los intentos de mantener buenas relaciones con China y poder diversificar su actividad económica y comercial. La advertencia, en el estilo brutal del trumpismo, ha venido por el Secretario del Tesoro estadounidense ante la visita del presidente español, Pedro Sánchez, a China para estrechar relaciones: a España nos pueden cortar el cuello. Esa relación, en todo caso, es limitada, y no cuestiona la prioridad por la alianza estratégica trasatlántica.
El Gobierno estadounidense, también el de la administración Biden, no se andan con chiquitas, como demostraron con la demolición del gasoducto de Rusia a Alemania, que acentuó la dependencia energética y competitiva alemana (y europea), o con el apoyo al control neocolonial israelí de todo el Oriente Próximo, incluida la terminación de la Ruta de la Seda china, eje fundamental para su comercio con Europa, en el Mediterráneo oriental. El propio Secretario General de la OTAN acaba de volver de Japón con nuevos acuerdos de seguridad para el aislamiento de China, que se suman a las alianzas estratégicas de EEUU -y sus bases militares- en Asia-Pacífico.
Un rearme sin justificación
Existe un gran consenso político y mediático en el poder establecido europeo en torno a la opción del rearme, rebautizado como seguridad o protección, para evitar un rechazo más profundo y masivo por la ciudadanía europea, que demanda otras prioridades de defensa de la protección ‘pública’ y la seguridad ‘social’.
La amenaza rusa no es creíble, ante una clara superioridad militar europea, incluida la cobertura nuclear, y aunque tenga dificultades de interoperabilidad y mando único, residido ahora en la OTAN. La llamada crisis existencial europea, con el correspondiente miedo difundido entre la población, no se asienta en un peligro real.
Es más, la presencia estadounidense, con su control de los recursos mineros, agrícolas y energéticos ucranios, fruto del pacto de Trump con Putin y la tregua prevista en Ucrania, ya suponen suficiente disuasión para Rusia para no acometer otras aventuras fuera del marco defensivo de su zona de influencia. Ante la expectativa de alto el fuego, no querida por los halcones europeos, pues se quedarían sin su argumento principal para sostener el rearme, estos Admiten que la guerra con Rusia no es inminente, pero que -en un alarde de hipótesis imaginativas- podría reiniciarse en cinco años.
Sin embargo, lo que sí constituye planes precisos de rearme, militarización y preparación para la guerra es la que puede sostenerse con China… pero para dentro de más de una década -con permiso de Taiwán-. Por tanto, la estrategia compartida de EEUU y Europa, en el seno de la OTAN, cuya competencia se amplía al marco asiático, es frenar el desafío chino a la supremacía occidental. China ejerce el poder ‘blando’, económico-político, ampliando su influencia en el Sur Global y compitiendo con EEUU y con Europa, respetando las normas internacionales de la OMC. Es lo que EEUU no soporta, la perspectiva del cambio de hegemonía, sin siquiera admitir una paridad estratégica, y para ello utiliza su prevalencia militar.
Estamos ante el riesgo de l utilización de la fuerza, como último recurso de dominio mundial. Es el peligro real de guerra, aunque su concreción precisa de muchas variables por desarrollar, incluso el desencadenamiento de guerras parciales o periféricas, que modifiquen los equilibrios y la legitimación de las sociedades, antes de llegar a una confrontación -nuclear- general; o sea, no hay que caer en el determinismo de la inevitabilidad de la guerra nuclear mundial o en la instalación de una segunda guerra fría basada en la disuasión de una destrucción mutua asegurada. No es un futuro apetecible para la humanidad y la democracia.
Los límites de la autonomía estratégica y la unidad política
Lo que interesa destacar aquí es que el rearme europeo, exigido por EEUU, pero cuya necesidad también es compartida por las élites europeas, solo obedece a la lógica de garantizar a Occidente la primacía mundial. La pretendida autonomía estratégica europea es muy limitada ante esos planes compartidos en el seno de la OTAN. Esa política no impide la involucración europea en una deriva belicista, con un refuerzo autoritario y supondrá el descenso de los recursos de una ambiciosa agenda social, así como de la cooperación y el desarrollo mundial, extraños a proyectos imperiales periclitados, apoyados en la fuerza militar.
Este giro militarista generará más desafección sociopolítica, y hacerle frente, con más autoritarismo y protagonismo de las fuerzas reaccionarias, supondrá el agravamiento de la crisis social y política en Europa, así como del descrédito moral y político como muestra su complicidad con el genocidio palestino. Hay que refundar el modelo social y democrático europeo, que goza de una gran legitimidad cívica y que hoy está cuestionado por el poder establecido.
Volviendo a Habermas. Tiene razón en su idea de que el rearme alemán puede enfrentarse a los recelos de sus poblaciones y también a los de sus potentes aliados de EEUU, Francia y Reino Unido. Supondría el refuerzo de su primacía político-militar en el centro y este de Europa, el conocido ‘espacio vital’ nazi, que acompañase a su expansión y poderío económico de estas tres décadas en esos territorios desde el derrumbe del Este. De ahí que, desde ámbitos progresistas, consideren la imperiosa necesidad de abordar la unidad política europea, en la que integrar el poderío alemán. Sin esa unidad política, Habermas rechaza el rearme y una fuerza militar disuasoria común de la Unión Europea.
No obstante, todavía es un argumento insuficiente. El sesgo imperial que se critica y se pretende neutralizar para Alemania se traslada al núcleo dirigente de la UE, sobre todo, a Francia (aparte del poder establecido europeo y del Reino Unido), pero sin garantía de la democratización de la UE. El problema de fondo es corregir su orientación pro imperial, acomodada al expansionismo estadounidense y su liderazgo, por otro modelo autónomo basado en la mejor tradición europea, democrática, pacifista, social y de cooperación internacional. Pero para ello no se necesita más rearme, militarización y estrategia belicista, que es lo que se ejecuta sin la legitimidad cívica.
El rearme no tiene justificación, ni es permisible con determinadas condiciones, sea de una limitada autonomía estratégica -siguiendo la pauta otanista- o de una mayor unidad política de las élites, difícil de articular. Este rearme europeo tiene una lógica geopolítica imperial y neocolonial frente al Sur Global y, a nivel interno, refuerza el autoritarismo y la regresión social. La oposición al rearme es justa. Las sociedades europeas prefieren otro orden internacional y democrático.
Antonio Antón. Sociólogo y politólogo. Autor del libro “Encrucijadas. Para la democracia, las izquierdas y el feminismo”.
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