La incursión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la utilización por el Comando Sur de bases militares en territorios del hemisferio y la decisión del poder estadounidense de utilizar los recursos a su alcance para revertir el avance político, son elementos constitutivos de una política imperialista que amenaza la estabilidad política regional y […]
La incursión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la utilización por el Comando Sur de bases militares en territorios del hemisferio y la decisión del poder estadounidense de utilizar los recursos a su alcance para revertir el avance político, son elementos constitutivos de una política imperialista que amenaza la estabilidad política regional y la soberanía de todos los países de América Latina.
Mike Pence, vicepresidente electo, confirmó que Donald Trump utilizará el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, como mecanismo de presión para obligar a México a financiar la construcción de un muro de más de 2 mil kilómetros para terminar de amurallar la frontera con Estados Unidos.
Queda claro que la barda y el garrote forman parte del mismo paquete.
El fortalecimiento de los organismos regionales de integración como la Comunidad de Estados Latinoamericanos, CELAC y los espacios de mercado común, se torna indispensable para preservar los niveles de autonomía alcanzados y para avanzar en la construcción de la patria grande.
Sin desconocer la continuidad del proyecto imperialista para América Latina, se impone atender a los posibles cambios en la forma de aplicación de la misma.
Fundamentalista o pragmático
Donald Trump es machista, xenófobo, retrógrado y racista.
Es necesario ensayar la descripción, dado que para salvaguardar la aparente legitimidad del sistema político, los estrategas han decidido sellar con su nombre y apellido las tropelías imperialistas por venir.
Un papel similar desempeñó en la década de 1960 el republicano Barry Goldwater, ferviente anticomunista, belicista y racista (exmilitar y vinculado al Ku Klux Klan). Fue derrotado en noviembre de 1964 por Lyndon Johnson, pero realizó una campaña basada en el más rancio conservadurismo contribuyendo a convertir en materia de discusión proyectos que en su momento eran inconfesables.
Años después, Ronald Reagan obtuvo la presidencia de Estados Unidos tras una campaña electoral en la cual se mostró belicista y reaccionario. Recogió los frutos de la campaña de Goldwater.
Donald Trump, en un tiempo posterior y en una situación más compleja, se presenta a veces como fundamentalista y otras veces como pragmático.
Tras el anuncio de la victoria electoral y después de la reunión con Barack Obama, declaró que tiene en carpeta la repatriación o apresamiento de dos o tres millones de indocumentados. «Lo que estamos haciendo es tomar a los criminales y a quienes tengan antecedentes criminales, pandilleros, traficantes de drogas, probablemente dos millones, incluso tres millones. Los vamos a sacar del país o los vamos a encarcelar», dijo.
Durante la campaña, había anunciado la repatriación de 11 millones de personas. Al encaminarse hacia la Casa Blanca, Trump se mostró pragmático.
No reflejan lo mismo sus recientes declaraciones contra la Organización de las Naciones Unidas y a favor de los asentamientos israelíes en territorios usurpados.
Tenemos al mismo actor en dos papeles diferentes, pero la ultraderecha que lo aúpa impulsa un proyecto que no es ambivalente.
Decidió utilizarlo como presidente de Estados Unidos (la votación en el Colegio Electoral el pasado 19 de diciembre lo confirma) porque, a nivel mundial, es útil para preservar la impunidad que protege a los estrategas imperialistas, quienes son criminales, saqueadores y creadores de escenarios de guerra.
No está comprometido con la continuidad de políticas que la ultraderecha no considere exitosas y el nacionalismo que enarbola sirve para ensayar una respuesta a la crisis económica en curso y a la crisis política que podría desatarse en los altos niveles de dirección del capitalismo global.
A las preguntas aún no respondidas públicamente sobre la salud de Hillary Clinton, se puede añadir este elemento para explicar la escogencia de Trump.
La ultraderecha vio necesario un cambio de estilo y una ausencia de compromiso. Valoró no solo la adhesión al proyecto (indiscutiblemente, Clinton es guerrerista, golpista, partidaria del asesinato selectivo y de otras odiosas políticas), también el estilo al tratar de impulsarlo.
La decadencia sistémica produjo una oferta electoral cuestionable encabezada (y por el carácter minoritario de las otras opciones se puede decir que constituida) por dos candidatos impopulares y muy desacreditados.
Esto favoreció a Trump, igual que la crítica al accionar del gobierno de Obama en Siria y en Turquía y la propuesta de diálogo con Rusia, que para una parte del electorado se convirtió en promesa de cambio.
El resultado electoral sembró inquietud en grupos minoritarios forjadores de opinión tales como núcleos feministas, agrupaciones étnicas y migrantes. Estos grupos buscan el modo de readaptar sus mecanismos de lucha.
Y es obvio que se precisa la actuación consciente de las organizaciones sindicales, populares, culturales y científicas, pues el gabinete de ultraderecha designado por Trump revela la intención de revertir conquistas.
Al frente de la Agencia de Protección Medioambiental, por ejemplo, se propone colocar a Scott Pruitt, defensor de las petroleras, negador del cambio climático y partidario de reducir al mínimo el control sobre las emisiones de gases tóxicos.
Andrew Puzder, empresario que se opone a la elevación del salario mínimo a nivel federal y que es partidario de introducir robots en sus restaurantes para no pagar mano de obra, será el secretario de Trabajo.
Pruitt y Puzder son solo dos ejemplares en una lista de seleccionados que deja claro que un presidente retrógrado gobernará junto a un gabinete juradamente conservador.
Se torna evidentemente necesaria la articulación sectorial, y se evidencia que a la lucha por conquistas sociales y políticas hay que unir el objetivo de desmontar el sistema.
El muro
La integración sectorial es necesaria y en América Latina se impone impulsar la integración regional.
Pasando por encima a todas las consideraciones de los ambientalistas y, por supuesto, a las ponderaciones humanísticas, Trump reitera el propósito de terminar de amurallar la frontera entre Estados Unidos y México.
Se trata de crear mediante la ingeniería la obra que la geografía siempre deja inconclusa.
Algo más de la tercera parte de la frontera fue amurallada entre los años 1994 y 2009, pero amurallar el resto es un anuncio formal del nuevo gobierno.
La acción se complementa con el nombramiento de John Kelly en Seguridad Interior. El ex jefe del Comando Sur será encargado de dirigir las labores de control de la llegada de indocumentados.
En materia de migración, se refuerza el enfoque de ultraderecha. El evangélico Pence es opuesto a reconocer a los indocumentados derechos como el acceso a servicios médicos y a educación. El general Kelly (el mismo que desde el Comando Sur conspiraba contra Venezuela) asume la represión.
El actual presidente, Barack Obama, cuestiona la construcción del muro, pero no puede crear por ello un escándalo de grandes dimensiones, porque la aceptación por la derecha de elementos esenciales del enfoque ultraderechista, tanto él como Hillary Clinton llegaron a votar en el Senado por la construcción de muros y por la utilización de diversos mecanismos de fuerza para salvaguardar la frontera. Pero además, los más de mil kilómetros de muro han sido lenvantados en gobiernos demócratas y republicanos.
La derecha ha contribuido a maquillar las ideas de la ultraderecha y a legalizar su accionar. Eso es inocultable.
Las líneas generales de la política estadounidense hacia América Latina fueron trazadas antes de las elecciones de noviembre, pero la ultraderecha puede poner el sello de Trump en acciones conspirativas contra los gobiernos progresistas y en medidas dirigidas a acentuar el sometimiento.
¿Tiene que ver con esto el anuncio de Juan Manuel Santos de que Colombia se propone firmar con la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, un acuerdo de colaboración para el intercambio de información y la lucha contra el crimen organizado? En esa materia, la OTAN puede servir para repartir las tareas conspirativas y hasta para legalizarlas.
En la situación creada con el desarme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC y el potencial desmonte del Ejército de Liberación Nacional, la amenaza inmediata de la presencia de la OTAN en Colombia es para estas organizaciones guerrilleras y para el gobierno de Venezuela, pero el alcance se torna cada vez mayor.
Otra interrogante no menos importante: ¿Se dará continuidad a la normalización de las relaciones con Cuba?
El 26 de noviembre, Pence y Trump (por separado) utilizaron groseros epítetos para referirse a Fidel Castro. ¿Echarán mano del pragmatismo del presidente electo para exhibir la cordialidad protocolar a partir de enero o proclamarán que la política de Obama fracasó y es preciso revertirla?
Obama y su equipo consideran que la Revolución hay que destruirla a partir de la influencia, mientras el grupo ligado a la parte rancia del exilio cubano entiende que la normalización de relaciones nunca debió iniciarse.
La posibilidad de que continúe radica en el interés de sectores entre los cuales hay grupos empresariales y en el peso específico de los grupos que se proponen ejercer influencia a través del intercambio. La probabilidad de que se revierta existe debido a los pasos que Obama se ha negado a dar, como es el levantamiento definitivo y total del bloqueo económico y la devolución del territorio usurpado de Guantánamo.
La acción contra los demás gobiernos progresistas no hay duda de que continuará, y la tendencia es a subir de nivel.
En el futuro inmediato, como hoy y como ayer, se impone reunir fuerzas para saltar las bardas y repeler el garrote… América Latina no es traspatio, y la fuerza de nuestros pueblos impondrá el respeto a su territorio, a su gente y a la memoria de sus héroes.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.