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Bélgica

El rey Alberto II pasa la pelota a los valones para dar salida a la crisis

Fuentes: Gara

En un nuevo intento por atajar la crisis política e institucional y ante la falta de una alternativa, el rey Alberto II ha rechazado la petición de dimisión del primer ministro Yves Leterme, a quien pidió que se mantenga en el cargo para intentar promover un verdadero diálogo institucional entre todos. Con ese fin, ha encargado a tres pesos políticos del país, dos de ellos francófonos, la misión de dar una salida a la crisis. El primer informe lo deberán entregar el día 31.

A falta de alternativas, Alberto II de Bélgica rechazó la dimisión del primer ministro, Yves Leterme, que el lunes decidió renunciar a su cargo de primer ministro ante su incapacidad para superar las diferencias surgidas en su Gobierno entre valones y flamencos. El monarca, que recibió a Leterme a última hora de la tarde del jueves en el Castillo de Belvedere, le pidió que se mantenga en el puesto con el fin de promover al máximo las opciones de un diálogo institucional en Bélgica y prorrogó el Gobierno de coalición.

Asimismo, el rey Alberto II confió a tres pesos pesados de la política la misión de armar el rompecabezas que supone la reforma del Estado y el refuerzo de las autonomías, entre ellas, Flandes. Dos de esos «sabios» son los ministros de Estado Francois Xavier de Donnea y Raymond Langendries, ambos francófonos y con una amplia trayectoria política. El tercero es el ministro presidente Karl-Heinz Lambertz, originario de una pequeña comunidad de habla germana y un constitucionalista con mucha reputación.

La elección de los tres evidencia el peso que tienen las comunidades lingüísticas y el papel preponderante que jugarán en las negociaciones para reformar el Estado, que podrían derivar en una Bélgica confederal.

La comunidad flamenca, sin embargo, no está representada en este órgano colegiado de «mediadores». Para el politólogo Pedro Vercauteren, es la respuesta del monarca a los flamencos que «consideraban que ahora les toca moverse a los francófonos». No obstante, Alberto II ha insistido en la necesidad de «promover al máximo las oportunidades de éxito», lo que, a juicio de Vercauteren, significa que «los flamencos mantienen el ojo puesto».

La decisión de Alberto II no ha causado sorpresa. De hecho, era la opción que más barajaban los medios. No obstante, también se habló de otras fórmulas, entre ellas, el nombramiento de un nuevo «formador» de Gobierno, para lo que el favorito era el líder de los liberales valones, Didier Reynders, o apostar por la convocatoria de nuevas elecciones, una posibilidad que parece no gustar a nadie. El Gobierno de Leterme tardó nueve meses en formarse tras las elecciones de junio de 2007 y sólo ha resistido cuatro.

Nadie confía en un «milagro»

Los tres «sabios» se han puesto ya manos a la obra. De hecho, está previsto que entreguen su primer informe el próximo día 31 que, de concretarse, permitiría a la clase política del país tomarse una vacaciones tras un intenso y revuelto año. La decisión del monarca se produce, además, antes de las vacaciones parlamentarias que empezarán el lunes con la fiesta nacional.

Pero ningún comentarista político en Bélgica confía en que, en apenas dos semanas, dicho comité sea capaz de encontrar una solución «milagro». Más bien, se inclinan por un informe «intermedio».

composición

Bélgica está compuesta por tres regiones federales. En el norte, los flamencos de habla germana; y en el sur, los valones, de habla francesa pero con una minoría germana. En el medio está Bruselas, oficialmente bilingüe.

Un triunvirato «algo especial e inédito» ante la ausencia de flamencos

El trío de «mediadores» nombrado por el rey belga es «bastante especial e inédito», en opinión del politólogo Dave Sinardet, de la Universidad de Amberes. Y es que no hay ningún flamenco cuando Flandes representa el 60% de la población en Bélgica. Es además la región que con mayor fuerza reclama una reforma del Estado federal para obtener una mayor autonomía.

Ha hecho falta más de un año para que los partidos francófonos hayan asumido que la reforma del Estado es una cuestión «inevitable». Ahora, les toca a ellos mover sus peones.