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El Salvador a la sombra del totalitarismo

Fuentes: Rebelión

Nuestro país vive actualmente una crisis de valores democráticos, tal hecho resulta hoy tan evidente que es compartido por analistas de los más diversos signos políticos.

Las preguntas que hay que responder son las siguientes: ¿Cuáles son las bases materiales que sustentan el giro autoritario de la política salvadoreña? ¿Es posible revertir dicha situación? En este breve artículo dedicaré mis esfuerzos a articular una posible respuesta.

El espíritu autoritario ha estado siempre presente en el ADN de un influyente grupo político de nuestro país, heredero de la tradición autoritaria predominante durante todo el siglo XX. Bastará con señalar que uno de los principales partidos políticos (ARENA) se originó a partir de un grupo paramilitar que operó durante el conflicto armado. Pese a ello, el escenario abierto tras la firma de los acuerdos paz hizo de la democracia el modelo político hegemónico dominante.

Bien es cierto que el término democracia ha sido el velo de maya bajo el cual se han disuelto todos los antagonismos; un significante sobre el que ha reposado el sueño ideológico de una sociedad armoniosa de intereses generales. Mientras los grupos de poder se lo apropiaban asociándolo al neoliberalismo, se desmantelaban las pocas y frágiles esferas públicas con las que contaba el país para hacer frente a la amenaza totalitaria. Los servicios básicos más fundamentales, como la salud y la educación, eran saqueados, el sistema financiero era entregado a poderes extranjeros al mismo tiempo que se abandonaban a su suerte a los pequeños productores y se condenaba a los trabajadores a la desprotección.

Todo esto se tradujo en un progresivo y profundo deterioro de la cohesión social. La manifestación más palpable fue, desde el inicio, la delincuencia. El tratamiento que recibió implicó devolver a las fuerzas armadas el papel protagónico del que habían sido despojadas tras los acuerdos de Paz; el llamado “plan grano de oro” de 1992 fue el primer paso de un acelerado camino de remilitarización de la vida pública que conducirá hasta el 9F con el presidente rodeando el parlamento con militares y el establecimiento de una peligrosa biopolítica de la militarización con la cual todos los asuntos públicos son asumidos bajo el mantra de la represión. La otra cara de la moneda es el deterioro material de la vida de gran parte de la población, castigada por 30 años de agresivas políticas neoliberales orientadas a la desposesión de las mayorías populares y al incremento del patrimonio de las grandes fortunas. Una forma salvaje de saqueo que David Harvey denominó como acumulación por desposesión.

Este escenario condujo a la ruptura de los vínculos sociales y la agudización de los conflictos sociales. El miedo, la angustia y la incertidumbre de una vasta población desprotegida, constituye una amenaza para el orden imperante, pero también es el terreno propicio de donde surgen y se alimentan los monstruos totalitarios. La lucha de clases se agudiza y la respuesta de las clases dominantes es el fascismo.

Definir al fascismo siempre es problemático. En primer lugar, porque se trata de una palabra de la que suele abusarse mucho y en segundo lugar porque el fascismo, tal y como se presenta hoy en día no es con exactitud el que conocimos en los años 30 del siglo pasado. Hay, no obstante, dos rasgos que caracterizan al fascismo hoy en día. Por un lado, se trata siempre de una posición defensiva y reaccionaria que suele aparecer tras procesos progresistas o democráticos “fallidos”. Por otro lado, el fascismo, al surgir en el seno de sociedades extremadamente rotas y deterioradas, siempre deriva en el enfrentamiento entre iguales. Al construir un enemigo ficticio sobre el cual hace recaer la responsabilidad de todos los males que aquejan a la sociedad, el fascismo de hecho cumple su misión de cubrir la responsabilidad de los de arriba, mientras crece enfrentando a los de abajo.

Estas dos condiciones se hacen presente en nuestro país hoy en día. En primer lugar, el giro totalitario defendido por los sectores políticos actualmente influyentes en el gobierno, es un fenómeno solo explicable a partir del fracaso del proceso “democratizador” abierto tras los acuerdos de paz y, sobre todo, del fracaso del gobierno del FMLN. En segundo lugar, la culpabilización de los débiles está a la orden del día cuando cualquier activista, defensor de los derechos humanos o periodista crítico hacia el gobierno es identificado como un enemigo serio.

No quiero decir que El Salvador esté en manos de un régimen fascista; el fascismo es latente, pero se impondrá inevitablemente en un futuro próximo si no lo detenemos. La noche neoliberal en nuestro país, dejó como resultado una sociedad marcada por la segregación y la ruptura de los lazos comunitarios. El ropaje democrático con el cual fue cubierto el proyecto neoliberal hace parecer al totalitarismo como una alternativa viable para nuestro país. Podremos hacer frente a la amenaza totalitaria en la medida en que seamos capaces de construir un modelo de sociedad alternativo que ponga freno a los poderes incontrolados que son los que realmente destruyen la convivencia llevando a la ruina a los pequeños comerciantes, incrementando el peso de la explotación sobre los trabajadores, haciendo reposar la economía en un estilo de vida consumista y convirtiendo en privilegio lo que es por naturaleza un derecho. En definitiva, es imperante construir un modelo social alternativo al capitalismo cuya nota esencial sea la defensa de lo común sobre lo privado.