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El simulacro europeo

Fuentes: Le Monde Diplomathique

Traducido para Rebelión por Caty R.

«Imagínense, escribe Vaclav Havel, unas elecciones cuyos resultados se conocen perfectamente de antemano y a las que se presenta toda una serie de candidatos notoriamente incompetentes. Cualquier escrutinio pretendidamente democrático organizado de esta forma sólo se puede calificar de farsa» (1). El ex presidente checo no pensaba en el Parlamento Europeo, sino en el Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Y sin embargo…

Desde las primeras elecciones por sufragio universal de los diputados europeos, en 1979, el índice de abstención ha dado un salto del 37 al 54%. Sin embargo, las competencias del Parlamento se han incrementado y su campo de actuación concierne a 495 millones de habitantes (contra 184 millones hace treinta años). Europa ocupa el escenario pero no cumple sus objetivos ¿Por qué?

Probablemente porque en realidad no existe una comunidad política continental. La esperanza de que veintisiete escrutinios nacionales simultáneos, casi siempre disputados en torno a cuestiones internas, desemboque algún día en el nacimiento de una identidad europea sigue siendo una fantasía.

¿Qué esloveno tiene un conocimiento siquiera aproximado de los debates electorales suecos? ¿Qué alemán está informado de la vida política búlgara? Sin embargo, al día siguiente del escrutinio europeo, ambos descubrirán que en Estocolmo o en Sofía el veredicto de las urnas puede haber contradicho el resultado de la única elección a la que prestaron alguna atención, y que sus votos, en realidad, sólo designan al 1% (Eslovenia) o al 13,5% (Alemania) del total de los parlamentarios de la Unión. ¿Cómo imaginar que una revelación de ese tipo no alimente entre los electores el sentimiento de su relativa inutilidad? Una impresión que los gobernantes europeos no han desmentido al ignorar los resultados sucesivos de tres pueblos, relativos al tratado constitucional, tras una campaña que suscitó interés y apasionamiento.

En Francia, siete de las ocho circunscripciones electorales se han recortado con el único fin de favorecer a los grandes partidos; dichas circunscripciones no corresponden a ninguna realidad histórica, política o territorial. Por otra parte, la del Sureste tiene como líder a un socialista elegido antaño en el Noroeste y que ha calificado de «suplicio» su propia candidatura. Y sin embargo está elegido de antemano, como la ministra francesa de Justicia, a quien el objeto del escrutinio interesa tan poco que cree la sede del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas está en La Haya y no en Luxemburgo… En Italia, Silvio Berlusconi se planteó, sin más, presentar a ocho modelos y actrices de telenovelas como candidatas.

Y eso no es todo. Las fuerzas políticas que desde hace treinta años han transformado conjuntamente el Viejo Continente en un gran mercado que se amplía indefinidamente a nuevos países, de repente ofrecen una Europa «protectora», «humanista» y «social». Ahora bien, aunque los socialistas, liberales y conservadores se enfrentan durante las campañas nacionales, votan todos a una en la mayoría de las consultas del Parlamento Europeo. Y se reparten los puestos de comisarios -de ellos, seis asignados a los socialdemócratas, que se encargan en particular de la fiscalidad, la industria, asuntos económicos y monetarios, empleo y comercio. El temor al enfrentamiento y la despolitización de los asuntos favorecen la reconducción perpetua de este bloque gobernante que va «de un centro derecha suave a un centro izquierda blando, pasando por una coalición liberal de algodón» (2).

¿Ese bloqueo de la alternancia garantizará el puesto de José Manuel Barroso al frente de este conjunto con un balance más que mediocre? «Ha realizado un trabajo excelente, quiero dejar muy claro que nosotros le apoyaremos», ha declarado el Primer Ministro laborista británico Gordon Brown. El socialista español, José Luis Rodríguez Zapatero no le ha contradicho en absoluto: «Apoyo al presidente Barroso». Es cierto que Brown y Zapatero tienen el mismo programa, pero es el del Partido Socialista Europeo (PSE). Al que también pertenece la dirigente francesa Martine Aubry quien, por su parte, explicaba: «La Europa que quiero no es una Europa dirigida por Barroso con sus amigos Sarkozy y Berlusconi».

A los electores les corresponde aclararse…

(1) Vaclav Havel «A table for tyrants«, The New York Times, 11 de mayo de 2009.

(2) «An unloved Parliament«, The Economist, Londres, 9 de mayo de 2009.

Texto original en francés:

http://www.monde-diplomatique.fr/2009/06/HALIMI/17224