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El Salvador

El triunfo de Nayib Bukele: una anormalidad democrática

Fuentes: Rebelión

El pasado domingo 4 de febrero se celebraron comicios en Salvador y los electores reeligieron de nuevo como jefe de Estado a Nayib Bukele, quien continuará cinco años más en el solio presidencial.

Este mediático actor político llegó a dicho cargo en 2019 en medio de una coyuntura de generalizada inseguridad y extendida criminalidad agenciada por el fenómeno de las maras.

A su arribo al poder, es necesario resaltar, la tasa de homicidios se situaba en 106 por 100 mil habitantes, a lo que hay que sumarle la generalizada práctica de la extorsión y el secuestro, lo que hizo que en su día en medios nacionales e internacionales se hablara de El Salvador como un País fallido. La situación llegó a ser tan extremadamente grave que los niveles de violencia y crímenes superaron a los experimentados por esta nación durante el periodo de la guerra civil.

Frente a estos hechos Bukele, hábil en la comunicación y el marketing político, definió una efectiva acción política, mediática, judicial y policiva para actuar de modo ejemplar en contra las distintas formas del crimen organizado. Producto de esto impuso unas sistemáticas y arbitrarias redadas –selectivas y masivas– que muy pronto se tradujeron en que más de 70 mil personas fueran detenidas. La gran mayoría de estas personas son jóvenes y pobres, de ahí que la juventud ha sido sujeto de una repudiable criminalización por parte del régimen.

Con Bukele, sin duda, Salvador se ha convertido en una gran prisión en donde a miles de detenidos se le violan sus más elementales derechos humanos. A raíz de esto Amnistía Internacional, Humain Right Watch y otros organismos han denunciado en reiteradas ocasiones torturas y asesinatos en las cárceles, hecho que él asocia con la mala información y desprestigio en contra de su acción de gobierno. Así, exhibir una mano dura en contra de la delincuencia le ha granjeado un inigualable reconocimiento en grandes segmentos de la población, realidad que ha disparado la confianza ciudadana en él y su gestión, lo que ha implicado a su vez que haya culminado su gobierno con más del 85% de popularidad.

Bukele, candidato del oficialista Partido Nuevas Ideas, derrotó a los principales opositores representados en Manuel Flores del Frente Farabundo Martin para la Liberación Nacional ( FMLN) y Joel Sánchez de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Uno y otro aspirante a la presidencia denunciaron anomalías durante la jornada electoral, sobre todo porque los militantes de Bukele y él mismo durante las elecciones hicieron circular propaganda a favor de su candidatura, algo prohibido por la ley electoral.

Y a esta ilegalidad hay que sumarle que las Junta Receptoras de Votos fueron constituidas con personas solo de su partido, lo que implicó dejar por fuera a miembros de la sociedad civil capacitados para estos menesteres. La denuncia se torna más grave toda vez que el Tribunal Supremo Electoral toleró que en el país y en los consulados integrantes de Nuevas Ideas presionarán a los electores a votar por Bukele.

El reelegido presidente controla el congreso, el ejército, la policía y el aparato de justicia, incluido el Tribunal Supremo, el mismo que renovó a través de sus congresistas y el cual hizo posible la modificación de la Constitución que le ha permitido la reelección, figura que estaba prohibida. Bukele se autoproclama como un dictador cool frente aquellas voces que lo tildan de autócrata y narciso político..

La jornada electoral es histórica para el Salvador y el mundo porque nunca antes un presidente en América Latina —ni en EEUU, Canadá o la vieja Europa– en democracia ha ganado una elección con el 85% de los votos. A Bukele habría que recordarle que obtener resultados de este tipo lo acercan más al perfil de los dictadores y autócratas africanos que a un verdadero demócrata. Ha obtenido, además, 58 de 60 diputados y todo esto en una sociedad que vive en un régimen de excepción, el cual ha sido renovado en 24 oportunidades. Votaciones de esta naturaleza nos parece más una anormalidad democrática que un sano ethos democrático. A título de sorna: podemos decir que Bukele no alcanzó a superar a Teodoro Obiang Nguema, quien en noviembre de 2022 volvió a ser reelegido como presidente de Guinea Ecuatorial con el 97% de la votación. Bukele va tras los pasos de Obiang Nguema. Sí superó, en cambio, a Félix Tshisekedi, quien el pasado diciembre volvió a repetir presidencia en la martirizada y violentada República Democrática del Congo con el 73.34% de los votos.

El tic autoritario de Bukele ha quedado en evidencia cuando se proclamó presidente reelegido no porque lo dijeran las autoridades legítimamente constituidas para tales fines, sino cuando él mismo lo señaló a través de sus redes. Como quien dice, una singular autoproclamación. El reelegido presidente no oculta, asimismo, su autoritarismo cuando encuentra unos medios de comunicación que cuestionan su política de seguridad por las violaciones a los derechos humanos en que incurre. Ya conocemos el trato que ha le dado a periodistas nacionales, extranjeros y a medios reconocidos como The New York Times, quien por poner en entredicho su política de seguridad lo considera enviado del millonario y filántropo George Soros.

Importantes académicos e intelectuales también son perseguidos o encarcelados por poner en cuestión acciones de su gobierno. El último caso fue el encarcelamiento de Carlos Bucio, quien fue arrestado el día de las elecciones por leer en voz alta en un colegio electoral la constitución que violaba Bukele para hacerse reelegir. Al respecto el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana ha denunciado lo sucedido y exige su pronta liberación. De este modo opera la histeria de la seguridad de Bukele, pues convierte en “mareros” a decentes y fecundos opositores, y de la misma manera a cientos de jovenes solo por no encajar dentro de la iconografia y el performance de la “gente de bien” del Salvador.

Bukele ha dicho exultante desde el balcón presidencial que toda la oposición ha quedado pulverizada, por cierto lenguaje nada democrático ni pluralista. Este discurso en clave de eliminación del otro/a es el que usa también cuando se refiere a que el Salvador tenía un cáncer con metástasis representado en las pandillas y al cual le aplicaron cirugía, quimio y radioterapia. En cualquier caso Bukele, maestro de la comunicación, usa la metáfora que cree precisa para legitimar socialmente su política de seguridad. Y, por supuesto, a su narrativa legitimadora le imprime un aire milenarista cuando habla que vendrá un nuevo tiempo, el tiempo de la prosperidad, el cual enmarca en lo siguiente: «en breve el pequeños país centroamericano tendrá datos parecidos a los de Canadá».

Los logros que Bukele ha construido en materia de seguridad sobre una masiva violación a los derechos humanos de la población carcelaria y violentando a la sociedad civil en Salvador, ya empiezan a querer ser emulados en distintos lugares. En la ciudad de Bucaramanga, Jaime Beltrán, su alcalde, ya le dicen el kukele criollo. Al ritmo que vamos una especie de bukelizacion se terminará imponiendo en más de un país de América Latina. Los éxitos relativos obtenidos en ese país mediante un securitarismo punitivo se volverán atractivos para un país como Ecuador que vive una situación dramática en materia de seguridad. En sus vecinos Honduras y Guatemala se mira con asombro y admiración el embrujo de Bukele, como se miró la criminal seguridad democrática de Álvaro Uribe Vélez en Colombia y en el mundo, que como sabemos se alimentó de desparecidos, masacres, redadas masivas y auténticos y repudiables falsos positivos.

En Colombia la ultraderecha que bendice los crímenes de lesa humanidad y de guerra de la Seguridad Democrática es la misma que saluda y vibra con el triunfo de Bukele vía reelección, al tiempo que sueña con el retorno al poder para volver a la práctica de las fosas comunes, los cementerios clandestinos y los falsos positivos en nombre de la santa propiedad privada y el sacro-santo mercado que infla los bolsillos de los plutócratas mientras humilla a los desheredados de la tierra.

Increíble: esa misma ultraderecha que lanza vítores y odas a la reelección de Bukele, es la que posa de demócrata y llama al presidente Gustavo Petro dictador porque se atreve a decir, de modo legítimo, además, que el progresismo debe gobernar durante al menos dos periodos más. O sea, para Uribe y los suyos la reelección es buena si esta la promueve alguien de su orientación ideológica o alguien con quién tiene afinidad, pero no así si ese propósito proviene del campo de la izquierda o del progresismo.

Bukele está intratable con la singularidad de su resultado y afirma con gran dosis de petulancia y autoritarismo que por «primera vez se logra la realidad de un partido único en un sistema democrático». A él le respondemos: Un partido único en una genuina, deliberante y extendida democracia es una contradicción en sus términos. Insisto, sus resultados son más un déficit que una virtud.

Finalmente, con lo que si estoy de acuerdo con Bukele es con la radiografía y la crítica que hace a las formas de dependencia de cómo los países del norte le han impuesto modelos a su país y al resto de América Latina. En su alocución, nos recuerda, sin ser un antiimperialista, que las maras fue un producto introducido por aquellos jóvenes salvadoreños que se fueron huyendo de la guerra anticomunista que los EEUU alimentó en Salvador y que con los años se organizaron en los Ángeles en pandillas—Maras Salvatrucha 13 y Barrio 18–, las cuales se enfrentaban entre sí. Muchos serían encarcelados y luego en libertad serían deportados al país. De nuevo en este, sin equívoco alguno, la búsqueda de identidad y el contexto de postguerra fueron creando las condiciones para convertirse en un problema de seguridad y convivencia en la década de 1990, pero sobre todo a partir de la década del 2000.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.