Traducción Susana Merino
¿Se producirá un duro enfrentamiento entre Vladimir Putin y la oposición, en Rusia? Las últimas noticias lo aseguran. Pero solo el preguntarlo ya está anticipando que algo serio está pasando, porque hasta diciembre pasado nadie hablaba de oposición en Rusia. No se hablaba porque no existía.
Para ser más precisos, había una: la del partido comunista de Ghennadij Zjuganov. Pero era una oposición de todos modos leal. Del tipo de la que el PD hizo a Berlusconi, buscando entenderse. Con una oposición así se pueden vivir cien años, aunque desde luego en soledad.
En cambio ahora existe. Pero Putin es un hombre afortunado.
Los que fueron a la plaza en enero, fueron tantos, sorprendentemente tantos. Se puede decir que se había formado una oposición social y se veía. Pero eran tan diversos, tan distantes unos de otros, que la idea misma de un frente compacto, que se opusiera a Putin en las elecciones presidenciales de marzo, que le otorguen el poder por otros doce años, por lo menos es demasiado peregrina para poder ser creíble.
¿Todo en su lugar? ¿Todo en orden, entonces? Tampoco se puede decir eso. Porque las elecciones parlamentarias han abierto una grieta en la confianza del país.
Existía desde hace tiempo una prolongada y creciente insatisfacción. Los «retoques» a los resultados electorales han sido demasiado evidentes como para pasar inadvertidos por la opinión pública. Que el mapa político ruso sería superado por las circunstancias sobre el terreno, debió haberlo comprendido Putin. Él o sus asesores. Por el contrario nadie lo entendió y se armó el pastel, evidentemente mal.
Dejemos de lado las jeremiadas de las democracias occidentales, que han sancionado la validez del voto. El tema es que no se puede gobernar Rusia sin que por lo menos se mantenga una tácita convención de respeto por la verosimilitud de las relaciones de fuerza. Putin lo ha comprendido pero dentro de ciertos límites. La prueba es que telefoneó y luego se reunió con su ex ministro de finanzas – que había despedido algunos meses antes – quién a su vez había arengado a la multitud en las plazas de Moscú. ¿Para decirles qué? Que estaba dispuesto a hacer algunas concesiones. Cuales concesiones, está claro por el momento: no se vuelve atrás y no se hacen nuevas elecciones; hagamos una reforma del sistema electoral bajando el umbral del límite para poder entrar en la Duma; volvamos a las elecciones directas y populares de los gobernadores de las regiones y de las repúblicas; introduzcamos cierto control popular sobre la Comisión Electoral Central.
Todo a cambio de una pacificación hasta los primeros días de marzo, es decir hasta las presidenciales, es decir hasta la reconfirmación de Putin en el poder durante los dos próximos mandatos. Aleksej Kudrin se había consagrado al mismo tiempo como un nuevo opositor leal, representante de la «plaza», cuyo derecho, por lo tanto, a existir había sido reconocido. Viendo bien había sido lo único, el hecho verdaderamente nuevo. Las manifestaciones no fueron reprimidas ni aún menos obstaculizadas.
Todo se desarrolló como si los manifestantes se hubieran reunido en Trafalgar Square, todo muy «polite«. El problema es que Aleksej Kudrin no representa a esa multitud. Que podrá estar dividida en miles de corrientes recíprocamente hostiles, pero que existe y no puede ser desactivada. En efecto el ex ministro de finanzas luego de tres reuniones seguidas en la Casa Blanca ha debido tomar nota de que los márgenes de maniobra concedidos eran demasiado escuetos y anunciar que la escalada de manifestaciones continuaría.
Lo demuestra el hecho de que la segunda manifestación programada tendrá ya los bueyes fuera del establo, es decir cuando ya se haya producido la elección presidencial y Putin sea de nuevo presidente de Rusia (algo de lo que nadie duda) porque todos saben que así será. Esta es la fotografía de enero de un extraño brazo de hierro, que no se veía en Rusia desde los tiempos de las enormes manifestaciones pro Yeltsin que un Michail Gorbachov ya marginado era obligado a autorizar en las plazas de Moscú. Solo que los tiempos no son los mismos y tampoco las relaciones de fuerzas. En efecto Vladimir Vladimirovic ha realizado su movida, para aclarar los contornos del problema y para advertir hasta donde está dispuesto a seguir. El 9 de enero, el Izvestia publicó un artículo con su firma, en el que expresa una serie de bastante inrtrigantes evaluaciones estratégicas, internas e internacionales.
Expresadas con el lenguaje y la actitud de quién se siente seguro de su liderazgo y de su permanencia. Enmarcado en un toque de «grandeur» más bien exagerado, el título del artículo, seguramente harina de otro costal de un nuevo «ghost writer«: «Rusia recoje sus fuerzas».
Quién conserva la memoria o es un ratón de archivos fue a ver quién fue el autor de un precedente análogo. Y apareció el nombre, desconocido para la mayoría, de un oscuro ministro zarista del exterior que en 1856 escribió un artículo con el mismo título para advertir a los rusos de su época y a las cancillerías occidentales sobre dos cambios importantes en la futura agenda del Kremlin. El primero se refería a un repliegue interno de Rusia, dirigido a «recoger sus fuerzas» ante una posible fase turbulenta de tensiones internas y de una crisis internacional de tales dimensiones que la induciría a retirarse de las disputas del poder político planetario.
¿Es esto lo que piensa Putin? Tal vez.
Vale decir que se ¿da cuenta de que las tensiones sociales y políticas requieren reformas pero que interpreta que esas reformas deben ser muy graduales, muy prudentes? En el artículo Putin deja entender su convicción de que la conocida mano de Washington no es extraña a la protesta en contra suyo y anuncia que se preparará para aplastarla. Pareciera que al mismo tiempo trata de lanzar un mensaje a Barack Obama o a su sucesor republicano (siempre menos probable): si atacan a Irán no moveremos un dedo. No parece ser una interpretación forzada. El texto parece decir: «En algunos lugares del planeta escuchamos declaraciones agresivamente desestabilizantes, que se proponen amenazar sustancialmente la seguridad de todos los pueblos del mundo» No dice explícitamente cuáles son esas fuerzas pero se comprende con la frase siguiente: «se trata objetivamente de aquellos estados que tratan de exportar la democracia mediante la utilización de medios militares coercitivos» Es como decirle a Washington «Hagan lo que les parezca, pero los estamos vigilando. No metan la nariz en nuestros asuntos internos porque no se los permitiremos; por lo demás sabed que estamos sentados a las orillas del río, como decía Mao Tse-tung, esperando el paso de vuestro cadáver».
El mensaje que le llega a la multidiversificada gente que saldrá a las calles de Moscú y de otras ciudades rusas, es más bien simple y brutal. Los límites de vuestra protesta y de vuestro deseo de participación podrán ser aún parcialmente modificados, pero serán fijados muy pronto y esos márgenes no podrán excederse. Si lo probáis, vendrán tiempos duros y me obligarán a darles una respuesta que no será tan blanda como la que hasta ahora he decidido darles. Tanto puede ser una propuesta de paz como su opuesta. Dependerá de cuantos concurran a la plaza el 4 de febrero.
(1) N. de T. he mantenido la fidelidad a la palabra América en referencia a los EE..UU. de América pero resulta inadmisible que se siga utilizando el vocablo América para mencionar a ese país puesto que América comprende a todos los países del continente desde Alaska hasta Tierra del Fuego y no a un solo país, para ese país ha sido acuñada la palabra Usamérica y usamericanos que responde más específicamente a esa designación.