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¿Elecciones en el Viejo continente?

Fuentes: Rebelión

Dentro de unos días los europeos que así lo deseen acudirán a las urnas para depositar su voto. Según parece no serán muchos y el poco entusiasmo posible vendrá de los países que estaban en la órbita de la antigua URRS, mayoritariamente gobernados por una nomenclatura conservadora salida de la descomposición del antiguo poder y […]

Dentro de unos días los europeos que así lo deseen acudirán a las urnas para depositar su voto. Según parece no serán muchos y el poco entusiasmo posible vendrá de los países que estaban en la órbita de la antigua URRS, mayoritariamente gobernados por una nomenclatura conservadora salida de la descomposición del antiguo poder y que parece empeñada en hacernos creer que sus pueblos son muy europeos porque se lo pasan pipa viendo Eurovisión. Sí, es previsible que los ciudadanos de la Europa del Este acudan a votar en mayor número porque esperan que caiga algo de maná del cielo; los de la otra Europa, aguardan pocas cosas y es muy probable que, indolentes o decepcionados, se queden en casa, se vayan a la playa, a hacerse la manicura o a jugar al mus en ver de acudir al colegio electoral. Pero, independientemente de lo expuesto, ¿Qué puede motivar hoy a un europeo para ejercer su derecho al sufragio? ¿Se ha consumado la unidad política? ¿Hay un reparto equitativo y equilibrado de los fondos comunes? ¿Elige el Parlamento al Gobierno que hoy se sigue llamando Comisión europea o son los gobiernos de cada país quienes lo hacen sin prestar atención alguna al resultado de estos comicios? ¿La Unión Europea avanza por el camino del progreso social, de las libertades, de la justicia, de la solidaridad? Con toda rotundidad, no. Europa no avanza, tiene un gobierno ajeno al voto de los europeos, apenas pinta nada en la escena internacional, sigue recomendando medidas económicas estrictamente neoconservadoras como la desregulación de los mercados laborales, la privatización de las empresas y servicios públicos, la libre competencia ficticia que nos lleva al monopolio en todos y cada uno de los sectores económicos, la deslocalización industrial, el crecimiento económico depredador, el consumo de energías fósiles, la mercantilización a la baja de mano de obra, la destrucción de derechos políticos, sociales y económicos, el racismo, la exclusión y el tecnocratismo. Europa ha aplazado la política, la ha dejado de lado y de su interior sólo se oyen las voces y los dicterios de los mercaderes más desaprensivos.

Estudié secundaria durante el franquismo y cómo decía Max Aub, «uno es de dónde hace el bachillerato». Lo asumo, fui educado académicamente en el franquismo, por muchos profesores que eran franquistas recalcitrantes y otros, bastantes menos, que nos abrieron las ventanas de la libertad y el libre pensamiento. Como hijo de ese tiempo, siempre he votado y considero que el voto podría ser un instrumento decisivo para cambiar la sociedad, si ésta tuviese conciencia de lo que se juega cada vez que se queda en casa o cada vez que vota a una opción política determinada, pero evidentemente los jerifaltes de la cosa no han tenido el más mínimo interés en concienciar a la sociedad de su poder, sino todo lo contrario: Una masa de apolíticos salidos de todos los estratos sociales recorren Europa con las manos atadas y la boca sellada para dejar «hacer» y dejar «pasar».

¿Qué vota Europa el próximo día 7 de junio? En teoría los europeos votan un Parlamento que debería ser la sede de la soberanía popular europea, pero no es así. El entramado burocrático de la Unión es algo tan inescrutable como los caminos del Señor Nuestro Dios Todopoderoso. Puede salir un Parlamento en el que los Verdes tengan mayoría absoluta y, sin embargo, siga siendo Presidente de la Comisión el neoconservador Durao Barroso o un primo hermano suyo que vive en El Algarbe, estudió en Chicago con Milton Friedman y ahora se dedica a hacer proselitismo de la iglesia de la cienciología o de la de Ratzinger. Importa un bledo quien sea, de dónde procede su nombramiento, la legitimidad del mismo: Unos cuantos barones se juntan un día y deciden que tal o cual persona será la encargada, con su equipo de altos y pagadísimos funcionarios tecnócratas, de decidir la política económica del continente, la forma de vida de los ciudadanos, lo que se cultiva, lo que no se cultiva, lo que se puede deslocalizar o no, lo que se le da a los bancos para que se lo coman mientras se carcajean delante de nuestras narices, qué relaciones habrá con el amigo americano y, por supuesto, como afrontaremos la reforma laboral que presentan como irremediable y las nuevas privatizaciones de servicios públicos esenciales.

Pero, ¿por qué a estas alturas sigue existiendo esa división medieval-caciquil entre el Parlamento europeo y la Comisión? ¿Por qué ese gobierno no sale del Parlamento? La respuesta, creo, es bien sencilla: Al paralizar a mediados de los noventa el proceso de unión política, se detuvo también el de convergencia de intereses de los distintos países que integran la Unión, de modo que ganó la línea defendida por el Caballo de Troya inglés, que no consiste en otra cosa que estar en la Unión para lo que me conviene y no estar para aquello que me puede molestar, es decir, al imponerse la línea del Caballo de Troya, Europa dejó zanjado el proyecto de unión política, quedando reducida a un club dónde cada cual busca alianzas para conseguir el provecho, el beneficio inmediato y particular, a costa de los demás socios. Todos los sueños de antaño quedaron diluidos en una magnífica jugada de ajedrez urdida desde la Casa Blanca y ejecutada por los hombres de las Azores, quienes a demás de poner en marcha el genocidio iraquí, echaron disolvente sobre las ilusiones de los europeos al admitir de modo acelerado a un número de países tan grande como imposible de estructurar y gobernar. Así las cosas, ¿qué mejor que llenar las instituciones europeas de burócratas de alto rango y salario para que dicten normas sin pensar en la ciudadanía? ¿Qué mejor sistema político que tener un Gobierno ajeno al Parlamento y un Parlamento ajeno al Gobierno? ¿Qué mejor cosa de darle a cada país poderoso una carta especial para que decida que parte del menú le conviene y cual no? No, no es un sistema creado al albur de la improvisación, el sistema institucional europeo es perfecto para que el ciudadano normal no tenga ni la más puñetera idea de quien es el que decide, de cómo funciona, de dónde están sus órganos decisorios, de quién, en verdad, detenta el poder.

Estados Unidos no podía consentir en modo alguno que Europa se convirtiese en un Estado Federal. Esperó su momento y lo encontró en un momento en que Europa estaba gobernada por un perillán como Tony Blair, principal artífice de la castración de Europa, un insolvente intelectual como José María aznar, un correveidile como Durao Barroso y un payaso multimillonario como Berlusconi, luego vendrían Sarkozy y la Merkel para completar la trupe circense, de manera que hoy no sólo hay un caballo de Troya, es más fácil saber qué país no ejerce de tal.

¿Votar? Sigo pensando que es preciso votar, votar a la izquierda, cuanto más a la izquierda mejor para demostrar a los ejecutivos que gobiernan contra el pueblo, que el pueblo no está por la labor y que en cualquier momento dará una patada en la mesa y tendrán que salir de estampida a refugiarse en las faldas de la madre que los parió. No podemos consentir por más tiempo que sigan vaciando de contenidos la democracia y hablándonos con la boca llena de democracia; no podemos tolerar que se jueguen nuestro dinero a la ruleta rusa y nuestros hijos vean un futuro sin futuro; no podemos conformarnos con eso de que las cosas son como son mientras vemos como juegan con nuestros derechos y nuestros proyectos para el día de mañana. El pueblo es soberano, toda la soberanía reside en el pueblo, en nadie más. Tendrá que llegar el día, más bien pronto que después si queremos salvar los trastos, en que el pueblo haga saber que es el quien decide.