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Elecciones europeas (I y II)

Fuentes: La Jornada

Las elecciones europeas (y II)En las elecciones europeas de este domingo muy probablemente habrá una importante abstención y los resultados dependerán más de la respuesta a situaciones nacionales que de una visión europeísta (por ejemplo, los españoles votarán nuevamente por los socialistas y contra Aznar, la pérdida de apoyo popular de la socialdemocracia alemana -donde […]

Las elecciones europeas (y II)

En las elecciones europeas de este domingo muy probablemente habrá una importante abstención y los resultados dependerán más de la respuesta a situaciones nacionales que de una visión europeísta (por ejemplo, los españoles votarán nuevamente por los socialistas y contra Aznar, la pérdida de apoyo popular de la socialdemocracia alemana -donde sectores socialistas hablan de crear un nuevo partido- llevará votos obreros a la abstención, y en Italia, Berlusconi recurrirá a un torrente de mentiras en los medios de información, cuyo monopolio posee, y a provocaciones políticas para evitar que la abstención de los desilusionados pueda dar mayoría a la oposición). En líneas generales, sin embargo, se puede decir a nivel europeo que el ganador será el gobierno de Estados Unidos. En efecto, la extensión de Europa occidental hacia la zona del ex bloque soviético excluye a Rusia, que es históricamente una potencia europea y sin la cual Europa no podrá ser un contrapeso frente a Estados Unidos; además, refuerza las derechas de Europa oriental, sirvientas de Washington, como se demostró una vez más en el caso de la ocupación de Irak. Los diputados de los nuevos miembros para el Parlamento de Estrasburgo inclinarán al mismo más aún hacia el reforzamiento del neoliberalismo al que, por ejemplo, Francia está poniendo en cuestión con una política estatalista y planificadora en favor de su industria. La Constitución reaccionaria, represiva, concordada por los gobiernos y rechazada por la izquierda, por tanto, no sólo no podrá ser anulada y remplazada por el Parlamento Europeo sino que tampoco podrá ser enmendada, como piden los críticos más moderados. De todos modos, aunque Estados Unidos refuerce su frente en Europa, las elecciones ayudarán también a fortalecer el frente de los que cuentan (Francia y Alemania), cuyo peso en relación con los enanos proestadunidenses es grande por razones históricas y culturales y también por la penetración del capital alemán en los países de Europa oriental. En cuanto a la izquierda europea, aún debe ser construida y probablemente el abrazo de oso del aliado socialista triture en España a la débil Izquierda Unida, dividida además entre mandar o no militantes a los puestos de base o medios estatales que ofrece el PSOE.

Por último, aun en Italia, a pesar de la crisis de la derecha y del debilitamiento social del gobierno conservador-fascista de Berlusconi, el panorama no es tan alentador como cree la oposición de centroizquierda. En primer lugar, porque los dirigentes de El Olivo (el mismo Prodi, Rutelli y el grupo de la Margarita y los Demócratas de Izquierda, como Fassino y D’Alema) tienen miedo hasta de su propia sombra y temen disgustar a Bush, al extremo de que, a una semana de haber votado en favor del retiro de las tropas italianas de Irak, dicen ahora que las mismas podrían quedar bajo mando de la Organización de las Naciones Unidas. Su conservadurismo y su pánico difícilmente resultarán atractivos para los millones de italianos que se manifestaron por la paz y rechazan la ocupación de Irak. La derecha podrá entonces perder votos por su política, pero difícilmente los ganará esa izquierda che non c’è, inexistente, y que teme más a los trabajadores y a Rifondazione Comunista que a los fascistas y al imperialismo. En segundo lugar, porque Berlusconi miente masivamente por la televisión (aunque su audiencia no llega a 13 por ciento) y utiliza toda clase de provocaciones policiales y de trucos para mostrar a sus adversarios como terroristas, violentos, antipatrióticos (la reciente y sospechosa liberación en Irak, a días de las elecciones, de tres mercenarios fascistas está siendo explotada con este objetivo). El voto del chauvinismo y de la ignorancia podría premiar así a los fascistas, sobre todo porque la izquierda jamás aclaró que los italianos en Irak eran ocupantes y mercenarios de Estados Unidos. Por último y en tercer lugar, porque la amplitud de los movimientos (como el rechazo a la guerra) no puede ser atribuida sólo a la izquierda. El Papa ha condenado enérgicamente la guerra y el neoliberalismo, y el mundo católico es un componente masivo y esencial de los movimientos que son independientes de los partidos, los cuales, inclusive los que los apoyan, como Rifondazione, ni los canalizan ni los representan ni mucho menos los dirigen. Basta ver una manifestación importante -como la del 4 de junio en Roma contra Bush- para registrar el cambio social y cultural que ha sufrido Italia. Las manifestaciones anteriores se caracterizaban por fuertes contingentes obreros, sindicales o partidarios, con sus consignas políticas, sus banderas rojas, sus cantos de lucha, los puños al aire, los gritos coreados. Ahora las banderas son los arcoiris de la paz, la música es roquera, la gente baila y canta, pero no consignas, y la mayoría de los manifestantes son jóvenes radicalizados pero no politizados que concurren individual y espontáneamente a las marchas, pero no militan en organizaciones partidarias. Rifondazione, por ejemplo, está en todos los movimientos, pero como partido ha perdido este año, de grandes movilizaciones, la mitad de sus militantes. Hay así una izquierda social que no se identifica con los partidos. ¿Votará por éstos?

 

Las elecciones europeas (y II)

Muchas de las previsiones formuladas en mi artículo anterior sobre las elecciones del 13 de junio resultaron acertadas. Los electores votaron en efecto esencialmente por razones nacionales y no teniendo en consideración su papel en una Europa unida: los ingleses siguieron repudiando a Blair (y la lista alternativa Respect, de Ken Loach, tuvo un buen resultado pero también creció un movimiento derechista antieuropeísta), los franceses y los españoles reforzaron a los socialistas, los socialdemócratas alemanes tuvieron el peor resultado de la posguerra y Berlusconi perdió 4 millones de votos y hasta fue superado, en las preferencias, o sea en imagen, por una presentadora televisiva combatida por aquél y que se presentó en la lista del Olivo y fue elegida diputada. Por su parte, la abstención récord en los países de Europa oriental (en Polonia sólo votó 19 por ciento, en la República Checa, 23 por ciento) favoreció a los partidos derechistas y el Parlamento Europeo está ahora más a la derecha que antes, lo cual dificulta el rechazo, tan necesario, de la Constitución reaccionaria y neoliberal que mantiene a los europeos orientales como ciudadanos de segunda, divide a los trabajadores, da poderes crecientes a la policía y al capital, admite la guerra y da las bases para una subordinación a Washington.

Pero en Italia los movimientos derrotaron a la derecha y dieron la base del triunfo del centroizquierda (el Olivo) y, sobre todo, apoyaron el salto hacia adelante de Refundación Comunista (RC), en cuyas listas figuraban muchos dirigentes antirracistas, cristianos, de los jóvenes llamados desobedientes. RC, en efecto, ganó votos particularmente donde más fuertes fueron los movimientos y donde se produjeron grandes luchas sociales obreras y populares (como los trabajadores del automóvil y la población en Melfi, o el pueblo contra un basurero nuclear en Sanzano). La izquierda social, al menos en Italia, encontró en parte el camino para una alianza con la izquierda política que no la subordinase (como en España o Francia) a los partidos tradicionales. Empieza entonces a ser realista la hipótesis de un partido-movimiento (entiéndase bien: no de un partido canalizador de los movimientos o expresión parlamentaria de éstos, sino de uno en simbiosis estrecha con los mismos y basado en su acción).

La Europa del capital, dirigida por el tándem francoalemán, tiene ahora la tarea de «digerir» los países de Europa oriental recién incorporados a la Unión Europea (UE) y la de evitar a toda costa la unión de los trabajadores. Lo primero es más fácil, porque el capital europeo occidental, sobre todo alemán, ya tiene una fuerte presencia particularmente en los países más grandes (Polonia, República Checa, Hungría). Sin embargo, se plantea el problema de la colonización interior en Europa, como después de la Segunda Guerra Mundial. En los países apenas incorporados, muchos de los cuales son sobre todo agrícolas, hay abundancia de mano de obra, los salarios son mucho más bajos que en Europa occidental, los horarios de trabajo oscilan entre 10 y12 horas y los sindicatos y la izquierda son débiles y cargan con el peso negativo del pasado reciente «socialista real». Esta es la condición ideal para el traslado a esas zonas de fábricas y empresas en búsqueda de mayor «flexibilidad» laboral y de una ulterior reducción de los costos del trabajo y de los costos sociales. Pero también hace aún más agudo el problema obrero. Emigración de empresas significa aumento de la desocupación allí donde ellas están actualmente y eso se reflejará en grandes luchas, que unirán a los trabajadores con toda su comunidad. Peores condiciones de trabajo y menores salarios en el Este se traducirán en emigración masiva desde el Este hacia Occidente -para eso el proyecto de Constitución prohíbe la libre circulación de la mano de obra oriental, aunque esté compuesta por ciudadanos de la UE- o, por el contrario, en una lucha de los trabajadores de Europa occidental contra este intento de romper la unidad obrera a escala continental. La actual lucha en defensa de los inmigrantes no comunitarios (cuya superexplotación es utilizada para amenazar las conquistas sociales y los salarios europeos) deberá extenderse y profundizarse en el combate por una Constitución de los pueblos de toda Europa, organizando y politizando a los de la antigua Europa «socialista» que corren hoy el peligro de caer en manos de nacionalistas neofascistas.

El Grupo Izquierda Unida (bloque europeo), que abarca desde Refundación Comunista hasta varios partidos comunistas, desestalinizados en muy diferente medida, y diversas variedades de verdes socialistas del norte, tiene ahora entre 40 y 43 diputados (si los republicanos irlandeses del Sinn Fein de Gerry Adams se incorporasen) sobre los 732 del Parlamento de Estrasburgo. Algunos de estos partidos son fuertes y crecen, pero otros, como el Partido Comunista Francés o la Izquierda Unida española, corren el riesgo de ser fagocitados por los socialistas. Además, el Grupo Izquierda Unida ha sido creado recientemente mediante un acuerdo de direcciones. De modo que la izquierda alternativa tiene aún por delante dirigir grandes luchas en lo inmediato y construirse en ellas, apoyándose en los movimientos sociales, que crecen en toda Europa occidental, pero no existen en la parte oriental. Es un enorme desafío.