Recomiendo:
0

Entrevista con Jorge Majfud, profesor de literatura latinoamericana y estudios internacionales en la Universidad de Jacksonville

«En América Latina el gran experimento fue Chile»

Fuentes: I Epoxi

«En América Latina, la clase, el autoritarismo, el odio a los pobres, el desprecio por los negros y los indios, son tan difíciles de erradicar como el racismo, un sentido de superioridad racial y la paranoia de las armas en los Estados Unidos»

¿Cómo evalúa usted la situación actual de América Latina en términos generales?

JM. América Latina tuvo una de sus mejores décadas de su historia, aproximadamente entre 2005 y 2015, la que coincidió con un giro político de sus gobiernos electos hacia la izquierda con diversos grados de cambio y estilos de gobiernos. Faltaron muchas reformas (educación, infraestructura) pero se redujo la pobreza como nunca antes. Aunque el precio de las comodities ayudó, es falso que esto explique por sí solo la bonanza esa década, ya que en el pasado hubo mayores bonanzas de las exportaciones de materias primas con un efecto contrario: a medida que crecía el PIB crecía también la pobreza y la marginación. Sin embargo, el retorno de la región a la derecha conservadora y neoliberal se debe a (1) un contexto mundial (nuevos nacionalismos medievales y descontento del Primer mundo con la Globalización y las democracias liberales) y (2) el despertar de la vieja cultura colonialista, la tradición del hacendado, del peonaje, y una mentalidad militarista propia de la larga historia de dictaduras y otros abusos tradicionales.

Esta reacción de la derecha tribalística (amplificada por las leyes propias de las redes sociales) no es otra cosa que una reacción a un proceso histórico mayor, reiniciada siglos atrás, hacia la liberación de las mayorías marginales (negros, mujeres, homosexuales, pobres de todo tipo). Se trata de una reacción iniciada en Europa y Estados Unidos por su pérdida de poder relativo y por su pérdida de autoestima (cultural y racial) y por el cambio de roles (de invasores reales a supuestos invadidos, de victimarios a victimizados). Es, también, una reacción diseñada por la elite multimillonaria que es capaz de convencer hasta los esclavos que, de no ser por ella, todos estaríamos peor y no se hubiese inventado ni la rueda ni el cero.

 

¿Se podría decir que la reacción de esa derecho ha perdido su momento en América Latina demostrando la incapacidad de las políticas neoliberales para obtener un respaldo popular o es demasiado temprano para sacar ese tipo de conclusiones?

JM: En parte sí, es una reacción que ha perdido fuerza, pero al matrimonio de conservadores y neoliberales aún le queda algunos años en el poder político (Brasil, por ejemplo) y muchas décadas en la mentalidad de la clase dirigente tradicional latinoamericana sostenidas por sus tradicionales servidores. Lo que Malcom X llamaba «los negros de la casa». Las raíces clasistas y autoritarias, el odio por los pobres, el desprecio por los negros y los indios en América Latina son tan difíciles de extirpar como el racismo, el sentido de superioridad racial y la paranoia armamentística en Estados Unidos.

 

 

¿Cómo podrían los movimientos sociales y sus posibles nuevas tácticas darles alguna esperanza al pueblo latinoamericano, considerando el retroceso de los gobiernos progresistas en el continente? ¿Qué perspectivas o posibilidades les ve usted?

JM. Casi todos los progresos sociales que ocurrieron en Estados Unidos en el siglo XX se debieron a los demonizados grupos de resistencia a la Guerra de Vietnam en los años 60s. Hoy los estadounidenses han aprendido a ser mucho más dóciles y, por eso, el 0,1 por ciento más rico puede continuar secuestrándole más riqueza al resto de la sociedad sin que haya reacciones significativas. Pero una reacción histórica es cuestión de tiempo.

En América Latina no es diferente, aunque en ese continente no se imprime el dólar ni sus países tienen cientos de bases militares alrededor del mundo para presionar, intimidar y cerrar buenos negocios. Pero sus múltiples movimientos populares, muchos continuadores de una antigua tradición de resistencia indígena, sean de resistencia (como en Ecuador) o de organización política (como en Uruguay) son no sólo una barrera para los abusos del poder sino, también, la razón de cualquier conquista popular. Todo lo que cae desde arriba es sólo anestesia social.

 

¿Qué dilemas le plantean las próximas elecciones en Argentina, Uruguay y Bolivia?

JM: En mi modesta opinión, el caso argentino es el más claro: es urgente detener las políticas neoliberales que, a través del actual presidente Macri y sus creyentes, empezaron por desestabilizar la sociedad imponiéndoles el pago de casi todo el esfuerzo social, subiendo los precios de los servicios básicos a fuerza de insensibilidad exitista, quebrando el tejido social y, como consecuencia, arruinando la misma economía nacional que los neoliberales se jactan de conocer muy bien; endeudando un país y la generación siguiente con el viejo y maldito recurso de los préstamos del FMI, sin siquiera lograr una reversión de la catástrofe, sino el agravamiento de la deuda y de la pobreza colectiva.  

En cuanto a Uruguay, por ahora el objetivo es continuar resistiendo un contexto regional prolongado de recesiones, de crisis sociales, de violencia civil, de narcotráfico. Al mismo tiempo, resistir y evitar el regreso de los salvadores neoliberales que ya quebraron el país en el 2001, en sintonía con otros neoliberales más agresivos, como la Argentina de Carlos Menem. Uruguay debe, también, evitar las tentaciones militaristas, las que afirman saber cómo resolver cada problema a los tiros y a las patadas, tal como propuso en Brasil el capitán apologista de las pasadas dictaduras militares, Jair Bolsonaro. Brasil, el eterno país del futuro, ya tuvo una década dorada gracias a un presidente sindicalista, sin titulo de doctor o de general, y eso no lo soportan las viejas elites, acostumbradas a humillar y oprimir a los de abajo.

En el caso de Bolivia, Evo Morales es uno de los presidentes más exitosos de América del Sur, como lo fuera Rafael Correa en Ecuador, y por eso la gran prensa mundial casi nunca habla de él sino de Nicolás Maduro. Evo tiene mucho que corregir de sus administraciones anteriores, como por ejemplo no creerse imprescindible. Sin embargo, la idea de que «Evo es un dictador» porque es el clásico líder latinoamericano que se enamora del poder, deja de lado la consideración de hechos simples como que Franklin D. Roosevelt fue presidente de Estados Unidos cuatro veces consecutivas, o que Angela Merkel en Alemania o Benjamín Netanyahu en Israel han sido reelectos múltiples veces y el centro del mundo nunca se atrevería a llamarlos autoritarios y, mucho menos, dictadores. En la narración hegemónica de la realidad está el germen del autoritarismo, del colonialismo y del racismo que, por sutil, no deja de ser menos efectivo y menos brutal.

 

¿Cómo evalúa usted las políticas neoliberales que fueran impuestas sobre América latina y que aún predominan en países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia y otros? ¿Podemos decir que el neoliberalismo ha fallado en el continente latinoamericano?

 

JM: La idea de fracaso es como la idea de éxito. Todo depende del propósito de cada uno. El neoliberalismo no ha fracasado en el sentido de que ha impuesto sus objetivos en muchas partes del mundo, especialmente desde el trabajo de hormiga que el profesor de la Universidad de Chicago, Milton Friedman, comenzó en los años 50s para contrarrestar el «socialismo» que sacó a Estados Unidos de la Depresión. En América Latina el gran experimento fue Chile: se acosó al gobierno socialista de Salvador Allende (como se hizo con Irán en 1953, con Guatemala en 1954, con Cuba en los 60s) hasta destruir su economía. Una vez instalado en su lugar el general Augusto Pinochet, un dictador de perfil Nazi, los campeones del neoliberalismo no tuvieron ninguna resistencia para hacer y deshacer. Como ocurriese con dictaduras anteriores en otros países, Estados Unidos inundó ese país con créditos y ayudas económicas y morales para que tuviese éxito y así mostrar al mundo un buen ejemplo. Es el mismo método que se sigue usando en diversas partes del mundo: acoso a cualquier opción al capitalismo salvaje y ayuda ilimitada a sus aduladores.

Obviamente, desde el punto de vista de la población y de las promesas de sus sacerdotes, el neoliberalismo ha fracasado repetidas veces, con una frecuencia que asombra y no habla bien de una parte significativa de la población que lo sufre y lo apoya con fanatismo.