Socióloga y referente del colectivo de intelectuales Plataforma 2012, Svampa cuestiona el entramado de corrupción y precariedad que hace de la población más vulnerable «cuerpos sacrificables» en beneficio de mayores ganancias. «No hay voluntad política de repensar un Estado posneoliberal», dice. Si este es el Estado, ¿el Estado dónde está? Quizá podría ser una de […]
Socióloga y referente del colectivo de intelectuales Plataforma 2012, Svampa cuestiona el entramado de corrupción y precariedad que hace de la población más vulnerable «cuerpos sacrificables» en beneficio de mayores ganancias. «No hay voluntad política de repensar un Estado posneoliberal», dice.
Si este es el Estado, ¿el Estado dónde está? Quizá podría ser una de las preguntas que podríamos hacernos después de comprobar cómo un Estado que, entre otras cosas, está para garantizar la seguridad de los ciudadanos, no se sabe finalmente dónde estuvo para evitar que los trenes se terminaran transformando en una trampa como la que fue la estación Once, con 51 muertos y 700 heridos.
Para una socióloga como Maristella Svampa, que es toda una experta en hacer trizas el relato oficial del planeta K, la explicación es sencilla, pero desoladora. No se trató de un accidente, dijo a Enfoques, sino de «una suerte de crimen social anunciado», donde, «más allá de las preocupaciones del kirchnerismo por fortalecer el Estado, lo que vemos es la consolidación de una matriz criminal en la cual corrupción y precariedad van juntas».
Esta intelectual de izquierda, integrante de Plataforma 2012, al que algunos caracterizan como la contracara de la oficialista Carta Abierta, destacó que en estos ocho años de kirchnerismo hubo «continuidades y rupturas respecto del modelo de los años noventa», pero advirtió que «eso no significa que haya habido un demantelamiento de las bases neoliberales en sectores clave».
De allí que, sostuvo, el problema candente es la continuidad de una trama en la que, a partir de la asociación entre el Estado y sectores empresariales y sindicales, «coinciden las políticas de subsidios y de tercerización, la falta de controles y la ausencia de soluciones a mediano y largo plazo», en un escenario «potenciado por la corrupción» y que ayuda al concepto de que «las vidas son cuerpos sacrificables».
Algunos analistas políticos estarían de acuerdo con esta visión que establece lazos de continuidad de los demonizados años noventa con este 2012. Basta recorrer las páginas de los diarios de estos días para recordar que, por ejemplo, algunos personajes rutilantes del menemismo en el sector ferroviario sobreviven y fueron captados para sumarse al dispositivo de poder kirchnerista, desde empresarios como los hermanos Cirigliano hasta un sindicalista como José Pedraza o incluso Raúl Baridó, el flamante interventor en TBA.
«Más allá de que en ciertos ámbitos el Estado asumió una función más reguladora -concluyó Svampa-, no hay voluntad política de repensar estratégicamente un Estado posneoliberal.»
Esta licenciada en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess) de París, actualmente es investigadora del Conicet (Centro Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), y desde 2010, profesora titular de la Universidad Nacional de La Plata.
Ha escrito libros como Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras , La Plaza Vacía. Las transformaciones del peronismo , y El dilema argentino: civilización o barbarie , entre otros, además de una novela, Los reinos perdidos (en 2005), rubro en el que se apresta a reincidir con su nueva obra, Donde están enterrados nuestros muertos , que se editará el mes próximo y en la que, a partir de una historia ambientada en la Patagonia, unifica la literatura con su experiencia como investigadora social.
-Una de las tantas lecturas que surge de la tragedia de Once es la que pone en duda que el kirchnerismo haya revitalizado en serio el Estado. Hay quienes creen que la precariedad estatal es una de las explicaciones que hicieron altamente posible este accidente.
-La dinámica de la precariedad, en varios aspectos, se ha profundizado también en los años del kirchnerismo. La precariedad como forma social instalada a partir de los años noventa, muy asociada al neoliberalismo, a lo que son los aumentos de los riesgos laborales, las grandes ganancias empresariales, el deterioro de las condiciones de vida, de trabajo, todo esto se instaló y, de alguna manera, se naturalizó en aquella época. En el kirchnerismo también existen elementos de esa precariedad que no han sido desarticulados sino, más bien, acentuados. Mas allá de que en ciertos ámbitos el Estado asumió una función más reguladora, no hay voluntad política de repensar estratégicamente un Estado posneoliberal. Y hay aspectos de la precariedad que han sido potenciados por la corrupción y que hacen que se manifieste en hechos criminales. Cromagnon fue uno de esos hechos, pero en los últimos años lo hemos visto claramente en relación a los servicios públicos, como el caso del transporte ferroviario. Y ahí lo preocupante es que, más allá de las preocupaciones del kirchnerismo por fortalecer el Estado, vemos la consolidación de una matriz criminal en la cual corrupción y precariedad van juntas. Lo que hoy ha sucedido desnuda al Gobierno: muestra la continuidad de una asociación con sectores privados y sectores del sindicalismo empresarial que explican una trama tan oscura como la de este accidente que no es tal, porque podría haber sido evitado, y que se convierte en una suerte de crimen social anunciado, una frase que no es mía sino de un texto de Plataforma 2012 que estamos elaborando.
-Aun así, ¿no le parece demasiado hablar de «una matriz criminal»?
-La precariedad es algo extendido en el mundo contemporáneo. Se habla de vidas precarias marcadas por la incertidumbre y el riesgo. Es uno de los temas propios de la sociología y la filosofía. Lo que pasa es que acá tenemos una precariedad potenciada por la corrupción y es allí cuando aparece la configuración de una matriz criminal que se expresa en estos hechos, en los cuales coinciden políticas de subsidios, terciarización, falta de controles del Estado, falta de soluciones a mediano y a largo plazo. Incluso iría más lejos: este escenario, en donde la precariedad aparece potenciada por la corrupción, va conformando el concepto de las vidas como cuerpos sacrificables. Reflexioné lo mismo con respecto a Cromagnon, que afectó a los jóvenes sin un lugar en la sociedad. Y en lo que sucedió en Once son las clases trabajadoras que no tienen otra posibilidad que la de tomar ese tren en mal estado, arriesgando la vida. No me parece exagerado hablar de un hecho criminal: las vidas aparecen como sacrificables en aras de obtener una mayor ganancia. Y los territorios aparecen sacrificables también en aras de que el capital obtenga una ganancia mayor en la extracción de los recursos naturales, como en los proyectos de megaminería.
-El Estado se ha revalorizado aquí de la misma forma en que está sucediendo en todo el mundo, crisis financiera mediante. Quizá el problema es qué tipo de Estado tenemos, por qué está teñido por el corto plazo. No es casual que no haya inversiones en el sector ferroviario, pero tampoco en el área energética y otros sectores decisivos.
-Si uno analiza el kirchnerismo en sus ocho años de gobierno, hay continuidades y rupturas con lo sucedido en los noventa. Hubo una revalorización del Estado, no podría negarse. De hecho, por ejemplo, uno señala la persistencia de la precariedad como matriz de las relaciones laborales, pero no puede dejar de lado el hecho de que este gobierno ha revalorizado las convenciones colectivas como instituto laboral. Pero hay otros elementos estructurales del modelo de los 90 que se han continuado y profundizado. Hay, por lo menos, dos tendencias que marcan esa continuidad estructural: por un lado, la persistencia de la precariedad como forma social, que se expresa a través de estos hechos criminales y que dan cuenta de esta asociación del Estado con las corporaciones y los sectores privados. Y, por otro lado, está toda la dinámica ligada a la expropiación de territorios, de bienes comunes, de los cuales la megaminería a cielo abierto, la expansión de las fronteras sojeras y el acaparamiento de tierras forman también parte de una misma matriz. Y esos son elementos nodales del kirchnerismo. No hay que ver al kirchnerismo con un solo ojo, pero tampoco podemos hacer el mero elogio de aquello que ha sido positivo en su gestión y deslindar responsabilidades sobre aquellos elementos estructurales en los cuales el kirchnerismo tiene responsabilidades claras. Esas continuidades no son asignaturas pendientes. No están en la agenda del Gobierno. Son elementos nodales de la propia política kirchnerista.
-Si el relato oficial parece resquebrajarse luego de la tragedia de Once, ¿qué otros aspectos podrían entrar en crisis similares?
-Ha habido golpes fuertes en lo que va de este año. Es curioso cuando uno piensa que este gobierno fue avalado por el 54% de los votos y se ha empezado a resquebrajar y mostrar estos aspectos que parecían ocultos. Un elemento fundamental es recordar que durante el último año y medio murieron 15 personas en situaciones de represión. Muchas de ellas habían tenido que ver con la precariedad laboral, como el caso del ferroviario Mariano Ferreyra, y muchas otras con la política de acaparamiento de tierras, los problemas cada vez más estructurales de acceso a la tierra y la vivienda. Existe un desfase entre un discurso que pone el acento en la defensa de los derechos humanos y una política no represiva y, por otro lado, un escenario en el cual la represión se va endureciendo y de la cual no podemos responsabilizar solamente a los gobiernos provinciales. Hay una estructura de alianzas entre estos gobiernos provinciales y el gobierno nacional. Luego, la sanción de la ley antiterrorista produjo más conmoción, aun dentro de sectores del oficialismo que no la aprobaron. Y en enero de este año, la cuestión de la megaminería, convertida en una causa nacional, un tema que desnudó aristas claves del modelo en el cual el Gobierno no tiene un relato progresista ni un discurso nacional y popular. Con respecto a la megaminería, por ejemplo, han tratado de reducir la discusión a si la mina Bajo La Alumbrera contamina o no, si usa cianuro o no, cuando en realidad se trata de un debate que tiene aristas no sólo técnicas y económicas, sino sociales y, sobre todo, políticas. Tiene que ver con el modelo de democracia y de desarrollo que se está pensando para la sociedad argentina. Y que puso en evidencia esta faz oscura del modelo porque, desde el discurso nacional y popular, resulta impensable justificar la alianza con las corporaciones trasnacionales.
-Quizá sea difícil cuestionar el componente «nacional y popular» del Gobierno cuando la Presidenta fue votada por el 54 por ciento de la sociedad. Este enorme poder que tiene se lo dio la mayoría hace pocos meses. Y parece difícil hoy, sobre todo por los problemas que hay en las filas opositoras, que no prosperen los intentos de impulsar la reelección.
– Legitimidad electoral no es lo mismo que licencia social. Eso no le da carta blanca para hacer lo que quiere. Hay otros poderes y, además, hay una sociedad movilizada que busca apoderamiento, y que, además, exige abrir otros mecanismos de participación democrática, algo que no se ha dado en la Argentina. En Bolivia, Ecuador o aun Venezuela, con todo lo controvertidos que puedan ser algunos casos, las reformas constitucionales se encaminaron hacia la democratización de la sociedad y a la incorporación de nuevos mecanismos de participación. En la Argentina todo se inserta en el legado peronista, que tiene que ver con la concentración del poder, con el verticalismo. Cuando se habla de reforma de la Constitución, acá no se está pensando en mecanismos de democratización sino sólo en la reelección del líder. Pero con este tema de la reelección están tocando un límite. Aun un poder legitimado con el 54% de los votos tiene límites. Más allá que desde el propio kirchnerismo esto sea tomado como una licencia social, los límites los pone la sociedad. Y en el caso de la reelección, el kirchnerismo está jugando con los límites de la sociedad.
-Usted integra Plataforma 2012, junto con muchos intelectuales de izquierda que se oponen al Gobierno. ¿Es realmente la contracara de Carta Abierta?
-No lo caracterizamos así. No es nuestra intención entablar un debate entre intelectuales: sería muy aburrido y endogámico; y, en todo caso, es algo que se viene dando también. Plataforma surge con la idea de articular esas voces que estaban dispersas, que a lo largo de todos estos años han señalado críticas fuertes al Gobierno y que han sido silenciadas o tuvieron muy poco espacio dentro de esta matriz para la que todo es «pro-K» o «anti-K», instalada desde los medios. No hay que caer en esa trampa de que todo aquel que le hace críticas al Gobierno le hace el juego a la derecha. El intelectual debe definerse lejos del poder político, económico, mediático. Tiene que molestar. Y hay intelectuales que apoyan a este gobierno y que están lejos de molestar al poder y que, sobre todo, siguen la agenda que diseña el Gobierno. Ese es un problema. Una de las funciones del intelectual crítico y propositivo es la de instalar una agenda. De todas formas, dentro del aparato cultural kirchnerista, es desde el lado del periodismo donde hay mucho más alineamiento y dificultad para leer las críticas desde la tolerancia. Ciertos programas televisivos del oficialismo o ciertas plumas le están haciendo mucho daño al kirchnerismo porque desarrollan una política de linchamiento al que piensa diferente.
-Después no se queje si a usted la acusan de destituyente… (risas).
-La poderosa maquinaria cultural del Gobierno hizo que muchos sectores fueran descalificados. A los sectores oficialistas les irrita mucho, por ejemplo, que uno diga que al kirchnerismo hay que juzgarlo como todo un proceso, con sus continuidades y con sus rupturas. El kirchnerismo no es sólo progresismo. Es una estructura de alianzas con los poderes provinciales conservadores, autoritarios, con lo peor del sindicalismo, con los barones del conurbano bonaerense. Sin embargo, hay sectores del kirchnerismo que buscan reducir al kirchnerismo a una sola imagen, que es la de Néstor Kirchner ordenándole al jefe del Ejército bajar el cuadro de Videla. Eso es lo que alienta el discurso épico del Gobierno. Pero, ¿qué hay de la foto de Cristina Kirchner con la Barrick Gold? ¿O con la foto de Cristina, en Ledesma, con los Blaquier? ¿O con un sindicalista como Pedraza? ¿Esas no son también fotos que ilustran lo que es el kirchnerismo en el poder? En el caso de que uno quiera sintetizar al kirchnerismo, no puede hacerlo con una sola foto. Hay que ver todo el proceso, o el conjunto de procesos, y allí tenemos muchas fotos que hablan también de los elementos nodales que son sumamente cuestionables en el kirchnerismo.
MANO A MANO
Estuvo todo el año 2009 sin hablar con los medios, en disconformidad con esa dicotomía «kirchnerismo-
Domingo 04 de marzo de 2012 Publicado en edición impresa de La Nación