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«¿En qué se convierte un país cuando la hospitalidad puede llegar a considerarse un crimen ante la ley?»

Fuentes: Le Monde

Traducción Susana Merino

Motivo de un seminario en los años 1995-1997, la hospitalidad es uno de los grandes temas emblemáticos investigados por Jacques Derrida (1930-2004). El 21 de diciembre de 1996, mientras en el Teatro des Amandiers de Nanterre transcurría una velada de solidaridad con los indocumentados, el filósofo improvisó esta intervención que aceptó luego transcribir para la revista del Grupo de Información y de apoyo a los inmigrantes, Plein droit (n°34) con el título: «Cuando escuché la expresión delito de hospitalidad…»

Recuerdo que el año pasado en un mal día sentí que se me cortaba la respiración. Que en realidad se me detenía el corazón, cuando conocí, casi sin comprenderla, la expresión «delito de hospitalidad». En realidad no estoy demasiado seguro de haberla oído porque me pregunto si existe alguien que haya podido pronunciar alguna vez con sus propios labios tan venenosa expresión. No, yo no la he oído jamás y apenas puedo repetirla, la leí en silencio en un texto oficial.

Se trataba de una ley que permitía detener y hasta encarcelar a quienes hospedasen y ayudasen a extranjeros en situaciones juzgadas ilegales. Ese «delito de hospitalidad» (todavía me sigo preguntando quién ha podido juntar ambas palabras) es pasible de encarcelamiento. Uno se pregunta, ¿en que se convierte un país, en qué se convierte una cultura, en que se convierte una lengua cuando se es capaz de hablar de «delito de hospitalidad», cuando la hospitalidad puede convertirse ante los ojos de la ley y de sus representantes en un crimen?

(…) Las fronteras ya no son lugares de paso, sino lugares de prohibición, umbrales que se lamenta haber abierto límites hacia los que se conducen apresuradamente las amenazantes imágenes del ostracismo, de la expulsión, de la prohibición, de la persecución. Nosotros vivimos actualmente al abrigo de áreas muy vigiladas, en barrios de alta seguridad. Y sin olvidar la legitimidad de este o aquel instinto de protección o necesidad de seguridad (enorme problema que evidentemente no podemos tomar a la ligera) somos cada vez más los que nos sofocamos y tenemos miedo de vivir de este modo, de convertirnos en los rehenes de los fóbicos que todo lo mezclan, explotando cínicamente la confusión con objetivos políticos, que ya no saben o no quieren distinguir entre los límites del propio hogar y el odio o el miedo al extranjero y tampoco saben que el hogar de una casa de una cultura, de una sociedad implica también la apertura hospitalaria.

Retóricas politiqueras

(…) La violencia que acompaña a estas políticas represivas, a esas violaciones de la justicia, no son recientes, aunque sintamos que estamos en un particular punto de inflexión original y especialmente crítico de esta historia. Tiene por lo menos medio siglo de antigüedad, desde las vísperas de la guerra, desde antes aún de la famosa ordenanza de 1945, cuando los motivos de un decreto ley de 1938 pretendía en un lenguaje que volvemos a encontrar hoy en todas las retóricas politiqueras, y cito: «no prestarse a las reglas tradicionales de la hospitalidad francesa» Dicho texto argumentaba simultáneamenteigual que hoy y de modo -volveré sobre el tema-poco convincente, destinado a tranquilizar o halagar las fantasías del electorado declaraba y cito (era en 1938 en momentos en que llegaban algunos refugiados de característico acento que Vichy no tardó en enviar a los campos que todos sabemos y a la muerte; como todos los que se les parecen, estos argumentos por anacrónicos nos recuerdan a una suerte de velada «pre-vichysta»)

«La creciente cantidad de extranjeros que residen en Francia obliga al Gobierno (…) a promulgar ciertas medidas imperiosamente exigidas por la seguridad nacional, la economía del país y la protección del orden público»

Y en el mismo texto o mejor aún una vez más se reúnen todas las armas a las cuales ha recurrido toda la legislación francesa, en su guerra contra los inmigrantes, con la misma retórica con que trata de hacer creer que solo son objeto de una represión legítima aquellos que no tienen derecho a ser reconocidos en su dignidad simplemente por haberse mostrado indignos de nuestra hospitalidad.

Cito aún un texto que en 1938 agravaba, como hoy en día, la disposición legislativa en una atmósfera de vigilia de guerra. He aquí lo que decía con evidente denegación y con la insolente jactancia narcisista y patriotera que conocemos muy bien: «Es necesario señalar desde el principio (…) que el presente proyecto de decreto-ley no modifica en absoluto las condiciones normales de acceso a nuestro territorio (…) no implica ningún atentado a las normas tradicionales de la hospitalidad francesa, al espíritu liberal y humanista que constituye una de las más nobles características de nuestro ser nacional»

Estas negaciones no hacen sino subrayar lo que en realidad tienen en sí mismas haciéndonos pensar que en efecto existe una real falta de hospitalidad. Ahora bien, he aquí que ese mismo texto, que extrañamente suena como realmente actual, acusa a todos aquellos a quienes se está presto a culpar de haberse mostrado «indignos» -esa es la palabra, «indignos»- de nuestra hospitalaria tendencia, «indignos y de mala fe». Se diría que actualmente a los ojos de la ley que está por ser endurecida, los indocumentados no tienen dignidad y son de mala fe porque son indignos de nuestra hospitalidad. Mienten, usurpan y abusan. Son culpables. Leo este texto de 1938 en el que ya se reconocen toda la lógica y la retórica del poder actual:

«Este espíritu generoso -el nuestro desde luego- hacia el que llamaremos extranjero de buena fe encuentra su contrapartida legítima en la decisión formal de castigar con penas severas a todo aquel extranjero que se muestre indigno de nuestra hospitalidad (…) Si hubiera que resumir brevemente las características del actual proyecto subrayaríamos que crea una atmósfera depurada alrededor del extranjero de buena fe que sigue manteniendo plenamente nuestra tradicional buena voluntad en lo relativo a las leyes y a la hospitalidad de la República pero destacando finalmente que para quien se muestra indigno de vivir en nuestro suelo es justo y necesario actuar con rigor»

Terrorífica hipocresía

En la época en que se mantenían estos objetivos de tal hipocresía (de justamente mala fe) que sería cómica si no fuera aterradora, justo antes de la guerra, se produjo la ordenanza de 1945 que preveía ya en su capítulo III, «Penalidades» castigos muy graves para los extranjeros en situación irregular (en esa época no se decía aún indocumentados) o para quienes ayudaran a esos indeseables extranjeros, cuyo capítulo titulado: «De la expulsión» consigna una serie de medidas que ya anticipaban las que se están por reactivar o fortalecer actualmente: desde aquel momento, las condiciones hospitalarias en Francia (inmigración, asilo, acogida de extranjeros en general) no han cesado de empeorar y de ensombrecer, hasta avergonzarnos la imagen que pretende proclamar el patriótico discurso de la Francia de los derechos humanos y del derecho al asilo. El año pasado algunos observadores neutrales han llegado a referirse a un «año negro» del derecho de asilo en Francia.

(…) No existe ningún país, ni ningún estado en el mundo actual y especialmente en los capitalistas ricos, en los que no se aplique esa política del cierre de fronteras, esta puesta en hibernación de los principios de asilo y de hospitalidad hacia el extranjero, porque por el momento «es buena» o «sirve» o es «muy útil» (entre la eficacia, el servicio y la servidumbre).

En el momento en que, desde hace varias décadas, se produce una crisis sin precedentes en los Estados-naciones que arroja a los caminos a millones de personas ciertamente desplazadas, lo que queda del Estado-nación se crispa a menudo en medio de una convulsión nacional-proteccionista, identitaria y xenófoba, una antigua y renovada imagen del racismo. En los EE.UU. por ejemplo uno dice indocumentado y se organizan cacerías de inmigrantes ilegales.

(…) Ya se trate del creciente desempleo, de una economía de mercado o especulativa cuya desregulación constituye una máquina de producir miseria y marginación o de un horizonte europeo regido por cálculos simplistas, por una falsa ciencia económica o una loca rigidez monetarista, etc. por abandono del poder en las manos de los bancos centrales, desde todo punto de vista es necesario saber que la política en relación con los «sin papeles» y de la inmigración en general consiste en una diversión electoral, en una operación «chivo expiatorio», en una miserable maniobra para captar votos, en una pequeña e innoble oferta destinadas a vencer al Frente Nacional en su propio terreno.

Y no olvidemos nunca que si las primeras víctimas de esta estrategia de bancarrota son nuestros amigos, nuestros huéspedes, los emigrados y los indocumentados lo que ha puesto en marcha el Gobierno es un sistema policial, de inquisición, de fichaje, de encuadramiento (en territorios tanto francés como europeo). Esta maquinaria amenaza todas las libertades, las libertades de todos, las de los indocumentados y las de los documentados.

Fuente: http://www.mille-et-une-vagues.org/ocr/spip.php?page=imprimer&id_article=5701

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.