Ahora que no está de moda, hablemos un poco de colonialismo. Muchos pensarán que es un asunto pasado, histórico, y que buena gana de desperdiciar el tiempo con temas como éste; sin embargo, mantendremos en este texto que hoy un número muy elevado de pueblos y sectores sociales viven aún situaciones que podemos calificar como […]
Ahora que no está de moda, hablemos un poco de colonialismo. Muchos pensarán que es un asunto pasado, histórico, y que buena gana de desperdiciar el tiempo con temas como éste; sin embargo, mantendremos en este texto que hoy un número muy elevado de pueblos y sectores sociales viven aún situaciones que podemos calificar como coloniales, aunque con evidentes matices, y alguna diferencia, sobre lo que la historia política nos contó en relación a los siglos anteriores. Precisamente, esa historia, cargada de evidentes connotaciones ideológicas, nos enseña que, salvo contadas excepciones, para las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo XX podemos dar por finalizado el amplio periodo caracterizado por el colonialismo. Ese sistema de dominación que, principalmente, ejerció Europa durante los últimos 300 o 500 años (según continente) sobre la mayor parte del mundo.
Si fijamos nuestra mirada en América Latina esa misma historiografía que señala una fecha esencial en 1492, y en complementariedad con las ideologías dominantes en la mayor parte del continente, establece en hace más menos 200 años el final de la era colonial. La misma se produciría, tras las guerras con la corona española, con las proclamaciones de independencia de la mayoría de las repúblicas que hoy conocemos y que dividen ese continente.
En directa relación, el colonialismo es definido como aquel sistema económico y político de dominación ejercido por un país extranjero sobre un determinado territorio. Dominación que se traduce en control social, político y militar, y generalmente orientado a la explotación económica de dicho espacio territorial y de sus pueblos.
Hasta aquí la consideración de que, quizás con pequeños matices, pero habría un acuerdo bastante generalizado sobre la cuestión de lo que fue el colonialismo. Sin embargo, también ahí empezarían otras lecturas bien interesantes y necesarias para explicarnos el mundo hoy en ciertos aspectos importantes. Especialmente en América Latina, diversas corrientes políticas han planteado en las últimas décadas que no es del todo verdad que este sistema de dominación se pudiera dar por finalizado a partir de los procesos independentistas de hace 200 años. Al contrario, se cerró una fase o etapa del mismo, pero se abrió otra que aún perdura. La cierta independencia política no necesariamente trajo consigo la ruptura de la dependencia colonial de las grandes mayorías de este continente y la casi totalidad de las estructuras políticas, económicas y sociales coloniales se mantuvieron intactas, con simples cambios de los protagonistas en su cúspide. Y así, estas corrientes de pensamiento plantean hoy una relectura histórica que contempla la existencia de dos modos de ejercer ese modelo de dominación. De una parte, un «colonialismo interno», en referencia a la relación establecida entre el estado republicano y los pueblos indígenas o afrodescendientes; por otra parte, un evidente neocolonialismo, dada la relación del estado oligárquico (gobierno de unos pocos, generalmente pertenecientes a la clase más privilegiada) hacia las grandes mayorías empobrecidas y dominadas por esas élites político-económicas.
Si empezamos por reconocer que las guerras de independencia de las colonias españolas, francesas o portuguesas no dieron lugar sino a un cambio de élites dominantes, sería el primer paso para adentrarse en esos nuevos conceptos de estados neocoloniales en las dos direcciones anteriormente apuntadas. Las oligarquías blancas y criollas se puede afirmar que establecieron a lo largo de estos dos últimos siglos una especie de estado dentro del estado. Entidad que se regiría en lo ideológico y prácticamente en todas sus actuaciones por el racismo, el patriarcado y el liberalismo económico. Centrado por tanto en la explotación máxima de los recursos y bienes naturales, así como de las personas y grupos humanos diferenciados, con especial incidencia sobre las mujeres y pueblos indígenas, ya por su empobrecimiento, ya por su pertenencia étnica-cultural.
Caminar hoy por la mayoría de países de América Latina (intuimos que en parecidos términos por África o Asia) es observar un continium de reproducción de esa lógica de dominación. Unas pocas familias en cada país disfrutan de todos los privilegios y del ejercicio del poder (oligarquías). Su nivel de vida puede quintuplicar el del resto de la población del país, que lucha día a día por sobrevivir. Sus hijos e hijas se educan en las universidades de EE.UU., su salud es atendida en clínicas privadas o se divierten en viajes a Europa; mientras los hijos e hijas de las grandes mayorías malviven en las enfermedades y la miseria, no disponen ni de aulas ni profesorado adecuado y se ven obligados a trabajar desde los 8, 10 o 12 años para poder aportar algo a la familia. Y esto no es una excepción en los países más empobrecidos, sino una constante que recorre el continente. Esta es una realidad evidente y no propia de un cuento, porque nunca acaba bien. En Guatemala, por ejemplo, hoy se habla del G-8 y no se refieren a los países más ricos del mundo, sino literalmente a las ocho grandes familias en las que se concentra la mayor parte de la riqueza y poder político y económico de un país con más de 15 millones de habitantes, y donde más del 50% malvive en situaciones de empobrecimiento. Un país donde, por ejemplo, se construyen un número exagerado de centrales hidroeléctricas, sin consultar a la población dueña de esas tierras, población que ni tan siquiera tendrá luz eléctrica en sus casas, pues ésta irá destinada a grandes complejos mineros, infraestructuras u otros grandes planes de la clase económica dominante. Por ello, utilizamos el término empobrecimiento, en vez del más popular de pobreza, precisamente porque esta situación es resultado del sistema neocolonial de dominación donde unos se enriquecen brutalmente a costa de esas grandes mayorías permanentemente empobrecidas. Y es por eso que el envoltorio, el que proclama que estas repúblicas hoy viven en sistemas democráticos, se queda solo en eso, en un bonito papel que oculta el duro interior del paquete, donde se siguen reproduciendo los sistemas de dominación de profunda raíz colonial (clasismo, machismo y racismo).
Es por todo ello también por lo que un estado (sus élites) podría ser denominado como extranjero y dominante del espacio colonial en el que hoy estos grupos de poder han convertido a la práctica totalidad de sus países. Extranjero que aunque se defina como guatemalteco, colombiano o peruano, estudia en inglés, disfruta de largas estancias en Miami o Los Ángeles y sus riquezas están en un sinfín de paraísos fiscales, además de los bienes inmuebles que, como fincas y otras propiedades, se reparten en latifundios coloniales por todo el país, por toda su colonia.
Extranjero que, además, hoy se alía con otros muy reales poderes coloniales, como son las empresas transnacionales (nuevamente españolas, francesas, aunque ahora también estadounidenses, canadienses, etc.). Estas empresas (mineras, forestales, hidroeléctricas, hidrocarburíferas, agroindustriales…) entran en los países de la mano de las oligarquías locales y con la cobertura del estado para la explotación de los recursos naturales de territorios que, como las viejas fuerzas coloniales, son considerados casi como tierras vacías, sin dueños y, por lo tanto, libres para su apropiación y explotación; se llevaran ingentes beneficios y dejaran destrucción medioambiental, contaminación y más miseria. Así, respecto a los dos tipos antes citados de colonialismo hoy existentes, es necesario añadir, denunciar y subrayar el papel agravante que sobre ambos ejercen las actuaciones de las transnacionales. Y afirmar que esta alianza establece los modos de dominación y explotación de territorios, pueblos y personas, recuperando y reproduciendo en gran medida el viejo modelo colonial.
Por todo ello, teniendo en estos días muy presente la fecha del 12 de octubre, es por lo que es más necesario que nunca hacer un ejercicio de reflexión sobre las lógicas de dominación que se siguen produciendo en este mundo, en el marco del sistema neoliberal y que se traduce en nuevos modos de colonialismo.
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe.
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