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Europa

Fuentes: Rebelión

Nunca me gustaron las costuras del proyecto europeo. Ni estuve de acuerdo en cómo se fraguó este gigantesco corsé que ahora nos asfixia y amarga la vida. Tampoco apoyé en el 2005 la Constitución Europea. Ni comulgué con el Tratado de Lisboa. Porque ya desde tiempos de Maastricht, se palpaba que la construcción de la […]

Nunca me gustaron las costuras del proyecto europeo. Ni estuve de acuerdo en cómo se fraguó este gigantesco corsé que ahora nos asfixia y amarga la vida. Tampoco apoyé en el 2005 la Constitución Europea. Ni comulgué con el Tratado de Lisboa. Porque ya desde tiempos de Maastricht, se palpaba que la construcción de la Unión Europea era endeble, basada en cimientos economicistas que no tenían en cuenta las personas, ni la cohesión social, ni la solidaridad entre territorios; poco más que un mercado. El tiempo ha demostrado que mi rechazo tenía fundamento. Europa se ha revelado como una verdadera pesadilla en lo económico, en lo social y, sobre todo, en lo político.

El proyecto europeo se hunde sin liderazgo político renovado e imaginativo que mire al futuro y dé esperanza, incapaz de dejar atrás intereses bastardos y particulares, vendido a los poderosos y a las instituciones económicas creadas a su medida. Europa se hunde, aborregada, sometida al pensamiento único de los tecnócratas, con sus maletines y estadísticas, participantes ansiosos en el festín del desmantelamiento de lo público, empeñados en finiquitar nuestro bienestar. Grecia caerá, y tras ella, como naipes sueltos de una frágil baraja, lo harán España e Italia, acosadas por la especulación de las pirañas financieras, sin que las instituciones europeas les tiendan la mano. Porque a un hermano no se le obliga a pagar las deudas con su sangre.

Gran Bretaña terminó hace poco de abonar la última cuota de la ayuda prestada para su reconstrucción por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, a bajísimo interés y con medio siglo de plazo para su pago. Hoy un comportamiento fraternal entre países europeos, pese a integrar todos una misma confederación, sería impensable. Estamos dirigidos por enanos políticos al mando de instituciones europeas obsesionadas de forma interesada por la reducción acelerada del déficit (aunque sólo traiga más déficit) y por la inflación, en lugar de priorizar el crecimiento y el empleo. En este marco sobresale un Banco Central Europeo, bajo las directrices de la Banca alemana, que compra deuda pública a goteo, mientras regala dinero barato a los bancos; en medio año les ha trasvasado a interés ínfimo un billón de euros, y más que vendrá. El mundo al revés: Estados sometidos a mercados financieros, en lugar de mercados sometidos a instituciones públicas.

Ya lo dijo una grisácea Angela Merkel: «nuestros recursos son limitados», cerrando la puerta a una emisión de eurobonos, que siegue de golpe la especulación. De rigor en rigor hasta el rigor mortis, le faltó añadir. Y éstos son los minimizados líderes europeos que tenemos. Pero salir de la crisis sin ayudar a los países en dificultades, sin solidaridad interterritorial, sin gobierno económico común, sin armonización europea y sin acabar con el Pacto de estabilidad alemán, será imposible. La UE se desintegrará sin convertirse en verdadera unión europea, sin llegar a ser una federación. La crisis de esta Europa alicorta va mucho más allá del daño económico y de los terribles e irracionales sacrificios infligidos a la población; se trata de una descomunal crisis institucional y política. Del suicidio de Europa.

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.