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Europa, crisis económica y el fantasma del declive

Fuentes: Rebelión

Europa atraviesa una etapa de fragilidad económica que refleja un agotamiento de su modelo económico capitalista oligárquico, que amenaza con seguir profundizándose y que puede marcar más de una década entera.

El Reino Unido, Alemania y Francia, tres de las principales economías del continente, enfrentan problemas distintos pero que están conectados entre sí, crecimiento anémico, inflación persistente y tensiones fiscales que limitan la capacidad de reacción de los gobiernos y descontentos generalizados de los pueblos europeos con la elite oligárquica capitalista.

A esta situación se suman dos nuevos choques externos. Por un lado Estados Unidos, que ya considera a Europa su colonia, y que bajo las directrices dictatoriales de Donald Trump exige que sus vasallos de la OTAN (UE) eleven el gasto militar hasta el 5% del PIB, una cifra inédita que obligaría a recortes en otras áreas o a un endeudamiento masivo. Por otro lado, Washington ha reactivado una agenda proteccionista con nuevos aranceles que amenazan con encarecer importaciones europeas y abrir una guerra comercial transatlántica.

Dentro de esto, tenemos tres países que constituyen tres dilemas algo diferentes. Por ejemplo, el Reino Unido desde que la elite oligárquica de este país decidió no seguir formando parte de la UE, imponiéndose el llamado brexit, la economía británica se ha vuelto más vulnerable a las fricciones comerciales y a la pérdida paulatina de inversión extranjera. La inflación erosiona el poder adquisitivo de los hogares y los nuevos aranceles impuestos por el camaleónico Trump han comenzado a encarecer aún más los bienes de consumo y por ende crece el empobrecimiento de la población, todas las maravillas que prometieron con su brexit, se han ido difuminando con el paso del tiempo.

Alemania, llamada la locomotora industrial de Europa, sufre por la caída de la demanda global y la transición energética, que exige inversiones costosas. Su dependencia de la exportación la hace especialmente sensible a cualquier barrera comercial y con efectos hacia el mundo asiático. El proceso de desindustrialización está en marcha, crece el desempleo y empeoran las condiciones de vida de los alemanes.

El país galo, Francia, tiene una situación bastante complicada, pues cuenta con un déficit fiscal elevado y un gasto público difícil de reducir. Francia encara el dilema más áspero, cómo financiar más defensa sin agravar su deuda. La tensión social, visible en las calles en los últimos días, podría recrudecerse ante la crisis económica y política que vive el país.

Entre todo esto tenemos el dilema del gasto militar y los aranceles de su amo Trump, pues invertir un 5% del PIB en defensa supone un salto histórico, más del doble del actual compromiso del 2% en la nefasta OTAN. En números simples, implicaría cientos de miles de millones de euros adicionales cada año, dinero que habría de salir de recortes en educación, sanidad, infraestructura o de subidas de impuestos.

En paralelo, la estrategia arancelaria de Washington encarece los bienes europeos en EE. UU. y, a la inversa, incrementa los productos importados procedente de Estados Unidos que no pagarían impuestos a la UE. A corto plazo, pocas industrias locales se benefician de la protección, pero a medio plazo los consumidores pagan más y más caro y las cadenas de suministro se debilitan progresivamente. Mientras tanto, el emperador Trump amenaza constantemente a Europa y la insta a no seguir comprando la energía rusa.

Ahora la idea de que Europa se está convirtiendo en una colonia de los Estados Unidos y que va en camino de formar parte del tercer mundo no es una exageración retórica. Lo que sí está en juego es su posición relativa en el tablero económico y comercial a escala global. Mientras otros países invierten en innovación y tecnología a gran escala, Europa está corriendo el riesgo de quedarse atrapada en un ciclo de bajo crecimiento económico, deuda cada vez más elevada y crecientes tensiones sociales, pues el capitalismo neoliberal europeo, ya en pleno proceso de agotamiento, no está respondiendo a las demandas más sentidas de los pueblos del llamado Viejo Continente.

Europa no solo enfrenta una crisis económica, sino también un pulso político de gran envergadura. Las demandas del emperador dictador Trump para que la OTAN eleve su gasto militar al 5% del PIB y los aranceles impuestos por Washington han reabierto una vieja herida, la dependencia estratégica europea de los Estados Unidos.

Mientras Bruselas hace esfuerzos por presentar un frente unido, las diferencias nacionales afloran. Alemania, con cierta tradición pacifista y disciplina fiscal, se resiste a comprometer semejantes recursos en defensa. Francia, potencia nuclear y militar, busca liderar, pero carece de margen presupuestario. El Reino Unido, tras el brexit, navega en solitario, intentando equilibrar su “relación especial” con Washington y la necesidad de sostener su alicaída economía y todo producto del capitalismo salvaje, carente de sensibilidad social y humana.

La falta de cohesión interna amenaza con debilitar la voz europea en el escenario internacional. Trump juega e impone esa división, consciente de que el continente necesita a EE. UU. como un presunto garante de seguridad frente a Rusia. La paradoja es evidente, cuanto más presiona Washington, más se plantea en Bruselas la urgencia de buscar una autonomía estratégica propia.

Europa se debate, en suma, entre la fidelidad a su aliado histórico (EE.UU.) y la construcción de una política común de defensa y comercio, algo complejo hasta ahora. El desenlace no dependerá solo de cifras económicas, sino de la capacidad política de sus líderes para superar recelos históricos y actuar como un solo bloque.

De allí que Europa se encuentra, en definitiva, en una gran encrucijada. Puede resignarse a una década de estancamiento o dar un salto hacia adelante con reformas estructurales, coordinación fiscal y una apuesta clara por la innovación. La respuesta a las exigencias del emperador y dictador Trump y a los nuevos aranceles marcarán el rumbo. El declive no es inevitable, pero la inacción sí tiene un costos relevante, quedar rezagada en un mundo que avanza a gran velocidad. Y no enmendar la situación puede ser el suicidio.

Eduardo Andrade Bone. Analista político y comunicador social. WMP/PP/AIP

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.