Emmanuel Todd trabajó como sociólogo e historiador en el Instituto Nacional para estudios democráficos en París. En numerosos libros se ha ocupado de temas sociales, de los destinos de migrantes, del atraso económico del mundo islámico y también del futuro de Europa y USA. En su último libro «Traurige Moderne» (Modernidad afligida) desarrolla una historia […]
Emmanuel Todd trabajó como sociólogo e historiador en el Instituto Nacional para estudios democráficos en París. En numerosos libros se ha ocupado de temas sociales, de los destinos de migrantes, del atraso económico del mundo islámico y también del futuro de Europa y USA. En su último libro «Traurige Moderne» (Modernidad afligida) desarrolla una historia de la humanidad valiéndose de la evolución de los sistemas de familia, que, según él, determinan la dinámica o el estancamiento de las culturas.
Todd, que se ubica a sí mismo en el centro como liberal de izquierdas y se destaca por su aguda crítica a las élites francesas, provoca a menudo con sus libros y ensayos debates polémicos.
La revista Der Spiegel, en el nº 32 del 4 de agosto del 2018, en su sección de cultura mantuvo con el señor Todd un interesante diálogo que, al menos a mí, me parece destacable:
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Sr Todd, usted en 1976 en su libro «Ante el descalabro» predijo, basándose en análisis demográficos y sociales, el derrumbe y acabose de la Unión Soviética. ¿Profetiza hoy la disolución de la Unión Europea?
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Europa se encuentra en un estado deplorable: desgarrada, descontenta, dividida, infeliz… Sus élites dirigentes yacen presas de un sentimiento de impotencia. El estado actual me causa una profunda tristeza, pero en absoluto me sorprende porque era ya previsible. Diría más: era algo que tenía que ocurrir.
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¿Cómo? Si tras la guerra fría y la división en Europa la Unión Europea ha ido mostrándose cada vez más fuerte y atractiva, más unida, llegando hasta una unión política completa.
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Yo elaboro y presento una reflexión antropológica de la historia. Y en cierta medida la institucionalización de un trabajo conjunto, unitario, de las naciones europeas fue un objetivo razonable y ambicioso. Pero como especialista y estudioso de las estructuras familiares y, por tanto, de los sistemas morales y las costumbres, de las diversas formas de vida… no me vendí, no compré la idea romántica de que los europeos son culturalmente iguales, ni tampoco aquello de que Europa es un espacio homogéneo. La Unión Europea ha sido víctima de su propia sacralización y de una exagerada valoración de sí misma.
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¿Dónde coloca la ruptura, cuándo constata la fractura?
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En realidad a partir de 1992, que es cuando se configuró el proyecto de la Unión Monetaria y se impuso la visión de unificar el continente definitivamente mediante la moneda. Ya entonces me dije: Europa se ha jodido. A partir de entonces la metafísica de Europa camina de espaldas a la realidad del mundo.
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Es verdad que desde el principio afloraron muchas objeciones contra el euro, provenientes sobre todo del mundo de economistas y tecnócratas.
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Yo creo que con razón, pero sin dar en la diana de lo fundamental. El desarrollo de la historia, en contra de los supuestos marxistas, resulta imposible reducirlo al desarrollo económico. Se dan determinados cambios y movimientos, que resultan decisivos, y que se agitan y actúan en capas y estratos más profundos de la vida social. Europa corre el peligro de descomponerse de nuevo en sus partes porque la política y la economía política -como su ideología reinante- no ha querido considerar y valorar suficientemente la diferencia en el continente. Se les dice a los franceses que deben ser como los alemanes; a los alemanes se les discute el derecho a ser alemanes. Se niega que Alemania es en el trabajo más eficiente que Francia y que es capaz de esfuerzos colectivos considerables. Pero, a su vez, se esconde y elimina que, por ejemplo, en Alemania nacen muchos menos niños. Estas y otras muchas peculiaridades se pueden constatar prácticamente en todos los países. ¿Y qué ocurre? Que la ideología europea prevalece y se impone a la experiencia. La Unión Europea camina de espaldas a la realidad, negándola, y se adentra en un callejón sin salida.
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En París, al igual que en Berlín, se escucha como un mantra contra la crisis: ¡Más Europa, más comunitarización, más agarrar el toro por los cuernos! ¿Cuál es su propuesta?
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No es posible entender la desazón del continente europeo permaneciendo presos de los dos principales principios a la base del proceso constructivo europeo: la creencia de la primacía de la economía y la hipótesis de un desarrollo conjunto, común, de una sociedad de consumo uniforme. En un mundo en el que la economía fuera el motor de la historia y los países se igualaran en sus producciones de Norte a Sur y de Este a Oeste es posible que un tal proyecto fuera exitoso. Pero nuestro mundo no es así.
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Pero ha sido exitoso durante décadas y la equiparación de las condiciones de vida se han ido equilibrando. ¿Por qué no pensar en una acomodación y ajuste también político y cultural?
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La teoría de la convergencia funcionó mientras la Europa Occidental franqueó el atraso económico con USA y se confió en una apertura de la Europa del Este a Occidente. Pero entretanto ha cambiado la tendencia. Se ha iniciado de nuevo la marcha hacia la desigualdad impulsada por la doctrina del libre comercio y la globalización; libre comercio no significa automáticamente más y mayor bienestar para todos, sino que el libro comercio fuerza a las naciones industriales a una mayor competencia de modo inmisericorde, que al final aboca en una guerra comercial y económica como en la que ahora vivimos. En Europa la Unión Monetaria agudiza las consecuencias del libre comercio de manera dramática. Y es que todos tienen que participar en la carrera, sólo que con diferentes desventajas.
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Desde hace tiempo en Alemania se ha convertido la continuación de la Unión Europea en razón de estado. Ningún político alemán quiere pasar por ser un aguafiestas europeo.
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No lo niego. Con cierta frecuencia se me acusa de ser enemigo de Alemania, y no es verdad; admiro muchas de sus cualidades. Pero necesitamos en Europa una Alemania clarividente, consciente de su papel. La transformación kafkiana de la Unión Europea no sólo es responsabilidad de Alemania. Es cierto, su propia fuerza gravitatoria juega y es en esa transformación un factor importante, porque Alemania se orienta y rige por ideas universalistas, que al mismo tiempo las niega, y por ello ellas siguen desarrollando su efecto sin escrúpulo y traba.
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¿Cómo? Más bien tenemos la impresión de que Alemania debe ser obligada a asumir su responsabilidad.Yo soy francés, pero como científico no me guío como mis conciudadanos por el principio de un hombre universal abstracto, herencia de la Revolución francesa. Sin duda, el hombre es universal pero vive en sistemas religiosos, familiares y sociales diferentes y distintos, que determinan su existencia y vivir concreto. Cada sistema y cada cultura presenta una solución posible a la inseguridad de la existencia y del vivir humano, y cada una tiene sus pros y contras. La economía hay que entenderla y considerarla como una superestructura consciente, que en su conformación depende de procesos y factores sub- e inconscientes. La abstracción universalista ha tenido consecuencias catastróficas para Europa. Alemania está obligada a identificarse con un occidente abstracto, que defiende el dogma del individualismo y cree en leyes y recetas económicas de valor y alcance universal.
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¿Perdone, pero usted no se ha convertido ahora en alguien que se refugia en la metafísica o, todavía peor, en una mística nacional?
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Espíritu de contradicción, desmesura, orgullo desmedido, fraude… es algo muy alemán sobre todo desde la perspectiva de los demás. Esto lo ha vivido Europa de nuevo con la crisis migracional y ante el comportamiento aventurero de la señora Merkel. La importancia, de pronto creciente, de Alemania en Europa y en el mundo, no es el resultado de un proyecto consciente, sino más bien la consecuencia obligada de la reunificación y de la eficiencia económica ha llevado a un país, que ya no se comprendía, al papel director de la Unión Europea. Alemania fue al mismo tiempo deslumbrada por dos ideas abstractas: por el universalismo económico americano y el universalismo político francés; de modo que a los socios europeos sólo les podía proporcionar en la crisis financiera sus propias recetas económicas, que representaban y materializaban su orden social desigual y autoritario con una fuerte integración del particular.
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Que no tienen por qué ser erróneas.
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Pero no son aplicables dogmáticamente. En Italia y Grecia no tiene ningún sentido aplicar la «economía social del mercado» siguiendo el modelo alemán. En Francia el concepto «ordoliberalismo» lleva una connotación de política alemana represiva y tan negativa como la palabra»ultra» o «neoliberalismo» americano. El intento por encasquetar el concepto económico alemán a países con otras bases antropológicas lleva únicamente a potenciar las contradicciones entre las naciones.
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Sin duda no ha olvidado que la Unión Monetaria no fue el resultado de un pérfido ardid de guerra alemán.
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Totalmente claro, fue el intento inepto de los socialistas franceses bajo el presidente François Mitterrand al objeto de erigir un baluarte contra el dominio económico de los alemanes. Hubiera sido mejor para todos que Alemania hubiera desarrollado de modo comedido una perspectiva juiciosa para las diferentes naciones y hubiese asumido un papel directivo flexible y blando, teniendo en cuenta las diferencias antropológicas y culturales del continente. Establecer para todos la misma norma jurídica y económica es sin duda irreprochable desde un punto de vista moral pero en la práctica una pesadilla para todos.Nadie quiere unificar Europa, tampoco la canciller alemana. En la retórica política no sólo la unidad encierra reacción sino que conjura la multiplicidad y variedad de Europa. Y que las sociedades son diferentes en sus valores y formas de organización es verdad de Perogrullo. ¿A pesar de todo a qué se debe esa espiral de creciente distanciamiento y de resentimiento creciente?
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A que el universalismo de los tipos de lucro y provecho exige que no se considere y se pase por alto la multiplicidad antropológica del mundo. El economismo exige una visión uniforme de las sociedades. Cuando estas sociedades son parte de una competición entre sí, obligadas a la adaptación y amenazadas de disolución, terminan al final, de una u otra manera, replegándose sobre sí mismas.
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¿Globalidad como medio contra los nacionalismos termina convirtiéndose en viraje drástico en su promotor?
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El estrés económico en Europa hace que los italianos se hagan cada vez más italianos, los ingleses más ingleses, los franceses más franceses y los alemanes más alemanes. Ante la presión se acuerdan de sus valores y peculiaridades originarias. Un comercio libre exagerado y sin freno promociona y conduce a la xenofobia universal, a un liberalismo sin barrera y al particularismo nacional. Donald Trump anuncia, presenta y avisa de manera ostentosamente horrible a Europa y al mundo el repliegue en la fortaleza, en el burgo, unido a deficiencias ocasionales.
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Una idea tan difusa como el ser, la esencia, de un pueblo no es posible concebirla científicamente. ¿Qué estructuras profundas, demostrables objetivamente, mantienen y constituyen las diferencias entre las naciones en Europa cuando todas ellas aspiran una vida en bienestar?
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Naturalmente no se debe reducir la identidad nacional al concepto de carácter popular. Pero desde la Edad de Piedra se han formado y extendido a lo largo de la historia de la humanidad diversos sistemas familiares, que hasta el día de hoy han marcado la mentalidad, los valores, la moral y las costumbres, y con ello los modos y maneras de comportamiento. Ello es muy anterior a las religiones, que están con ese ello en una relación recíproca y compleja, puesto que toda religión dice algo sobre la sexualidad, la reproducción y la relación hombre-mujer. Familia y religión conforman en cierta medida el inconsciente de las sociedades, mientras que la economía y la política se da en el ámbito de lo consciente. La nación es tan sólo la forma actual, surgida en el tiempo, de la ligazón e incardinación del hombre con el grupo sin la que resulta imposible la vida del homo sapiens desde los primeros tiempos, desde la época errante de cazadores y recolectores.
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¿En la modernidad no se han equiparado por doquier los sistemas familiares disminuyendo el influjo de la religión?
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Es cierto, pero sin que la política haya sido consciente de ello, las estructuras familiares -sea el país liberal o autoritario, individualista o comunitario, igualitario o desigual- van reclamando y condicionando los valores políticos, los ideológicos, los logros culturales y la dinámica económica. Atribuyo importancia a la economía, sin duda que hay una lógica de los mercados, pero no debemos olvidar que el hombre no actúa y se mueve en un ámbito vacío sino provisto de capacidades, que persigue objetivos establecidos y marcados por la familia, el grupo, la religión y la formación. La vida social en sus interioridades y profundidades va más allá de la simple encardinación en un sistema económico. La pertenencia nacional es una estructura constante, de cuya efectividad debemos ser conscientes en lugar de refugiarnos en fantasías sobre su posible desaparición, en definitiva sueño al que tienden las élites de la globalización.
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¿En la revuelta se manifiesta lo nacional desde el inconsciente con un poder inquietante?
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Nos espantamos ante ello porque la economía política domina el truco artificial de propagar una conciencia falsa, que desprecia las capas más profundas de la vida social o las declara como superadas. Asuntos de primer orden y básicos los cataloga como de segunda e invierte causa y efecto. Yo sostengo que en Alemania esta conciencia errónea se ha pregonado al máximo porque ante la monstruosidad del nacionalsocialismo se tiene miedo de sus peculiaridades. Pero uno no puede despojarse de ellas. El auge de la Alternative für Deutschland, a mi parecer, es la contestación a un largo proceso de represión y a la constante y mantenida negación de la realidad mediante las élites, que han olvidado la historia.
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¿Hay buenas razones para desconfiar en los caminos particulares alemanes? ¿En qué consiste la supuesta característica antropológica alemana?
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Alemania es especial pero en modo alguno singular. El mundo cultural alemán es históricamente sobre todo ámbito y jurisdicción de la familia troncal en vez de ámbito de la familia nuclear, como son USA, Inglaterra y partes de Francia (ver mapa). La familia nuclear pura se compone de una pareja y sus hijos, que de mayores abandonan la casa paterna y mediante matrimonio fundan un nuevo hogar. Este tipo de familia, que abarca los países angloamericanos y en Francia domina la cuenca parisina, es básicamente liberal, individualista, feminista e igualitario. En la familia troncal se privilegia al primogénito, que por lo general es el hijo mayor, y en quien recae como heredero la mayor parte de los bienes familiares. En este tipo de familia se alinean Japón, Corea, Alemania, Cataluña, Euskal Herria y norte del estado español. ¿Le extraña?
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¿Indica usted que sociedades de tipo troncal constituyen un problema en los tiempos modernos? ¿Es posible derivar de ella valores como libertad e igualdad? Una comunidad de varias generaciones bajo el mismo techo, al igual que un trato hereditario desigual difícilmente se admite en sociedades urbanas modernas.
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Valores como autoridad, jerarquía, desigualdad, disciplina, clasificación del individuo… en un consorcio familiar han sobrevivido al ocaso y derrumbe de las grandes economías campesinas donde eran claramente reconocibles, al igual que en Europa sobreviven un catolicismo-zombi y un protestantismo-zombi tras la desaparición de las prácticas religiosas. En cualquier caso, a inicios del tercer milenio se constatan dos fenómenos: Aquellas naciones, en las que en un tiempo dominó la familia troncal, se caracterizan y distinguen por una dinámica tecnológica y económica constante, mientras que, por otra parte, reina en ellas una profunda crisis demográfica que lleva a un envejecimiento de la sociedad y a una falta de fuerzas cualificadas y de mano de obra.
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Desde la Ilustración se ancla la autocomprensión de Occidente en la idea de un individuo autónomo, que decide y actúa sin presiones externas. ¿Acaso quiere usted derivar en serio las crisis presentes de la contradicción entre una sociedad de estructura troncal y regiones de estructuras igualitarias?
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La identificación cultural y filosófica con el ideal de libertad está por otra parte determinada. La actuación soterrada de los valores de la familia troncal y nuclear siguen actuando y amenaza con hacer saltar por los aires el «mundo occidental». Tras 1945 surgió más debido a la victoria militar de USA que merced a una convergencia cultural. El que en muchos países de Europa se hagan presentes los valores de autoridad y desigualdad confieren al continente un nuevo y, a la vez, un viejo rostro. La democracia liberal está a punto de convertirse en un concepto vacío, falto de sus valores fundamentales, que en la soberanía popular consistían en la igualdad de los hombres y su derecho al bienestar. Sin la hipótesis de un regreso de lo reprimido antropológico, del inconsciente familiar, no es posible este cambio ni tampoco el auge de la «democracia no liberal». El autoritarismo de origen familiar, con frecuencia reforzado por la herencia religiosa, domina las sociedades locales de Europa y la paleta político-ideológica nos conduce a la época entre guerras mundiales.
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En contra del cambio no liberal de las democracias comparativamente Alemania se ha consolidado muy bien. ¿Por qué ha ido adquiriendo en Europa, cada vez más y en contra de su voluntad, una función de maestro del orden y de preceptor?
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La cultura autoritaria y colectiva en Alemania posibilitó la congelación de salarios y una política de desinflación para asegurar la capacidad competitiva de las empresas, en el fondo orientada nacionalmente. Constato también aquí nuevamente que cada forma de actuación en la economía tiene base antropológica. Pero un gran excedente comercial en un país en el que la tasa de natalidad es de 1´46 no garantiza ningun futuro nacional. Los políticos alemanes gastan excesivo tiempo en la estipulación de detalles accidentales y secundarios y les cuesta demasiado elaborar un proyecto común, una línea unitaria. Cada uno puede pensar lo que quiera sobre Donald Trump, pero en un punto tiene razón: En la guerra económica global ha tildado de enemigos a China y a Europa.
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¿Todavía Alemania considera a Francia un buen amigo en quien confiar?
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Trump ha creado las condiciones para un salto hacia la incertidumbre en Europa. El alejamiento de USA de Europa, la clara enemistad de Trump frente a la Unión Europea puede inducir a Alemania y Francia a sentirse líderes, capitanes de la Europa emancipada con pleno derecho, con todos los riesgos que una tal postura conllevaría. El peligro del orgullo desmesurado unido al miedo ante la libertad nos conduciría y adentraría plenamente en la historia alemana y europea.
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Por ahora más bien parece que Emmanuel Macron anima a Angela Merkel a lanzarse a la caza.
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Para mí Macron es el engendro de una élite pequeño-burguesa francesa, que actúa con una gran irresponsabilidad porque en asuntos económicos y geopolíticos no posee posibilidad alguna real de decisión, y su impotencia en la práctica la compensa siendo inflexible en la teoría.
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¿Por ejemplo?
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La posición rígida de Francia frente al Brexit pudiera llevar a Alemania a un conflicto con Gran Bretaña. Sería tarea de la canciller posibilitar a los británicos una salida de la Unión Europea amable, pacífica. La postura francesa no menos intransigente en la disputa aduanera y comercial de la Unión Europea con USA pudiera perjudicar gravemente a toda Europa, y en especial a Alemania. Por ser la nación más exportadora la República Federal Alemana tiene mucho más que perder que Francia.
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¿Es una llamada a que Alemania desconfíe de Francia?
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El racionalismo francés, la obsesión francesa por la uniformidad administrativa, que también rige en la comisión de Bruselas, impide una reflexión razonable sobre soluciones pragmáticas en la crisis europea. Una dirección europea flexible y diplomática, que tuviera mucho más en cuenta la realidad múltiple de nuestras diferentes sociedades, se hace necesaria con urgencia.
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¿Quiere con ello decir que sería un error asumir que Alemania con Francia como socio se encontraría en el verdadero lado de la historia?
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En cualquier caso yerran los alemanes si piensan que Francia representa la democracia liberal. En Francia los partidos políticos, sin los que no hay una elección entre alternativas, han implosionado. La burocracia y el servicio público se ha independizado. Y con este espíritu actúa Macron. Él adentra a Francia hacia una nueva fase autoritaria de su historia, siguiendo el estilo regio de Luis XIV o el bonapartista de los dos Napoleón. Francia, en su concepción actual, es un mal ejemplo para Alemania, un modelo más peligroso que el de Victor Orbán en Hungría, porque Francia se presenta en su esplendor histórico de una nación que contribuyó de manera decisiva al invento de una democracia liberal. Y esto es un embuste intelectual. El socio bueno, crítico, democrático y liberal para Alemania sería Gran Bretaña, también y especialmente tras el Brexit. A Francia y a Macron, que actualmente presume del único y más fiel aliado de Alemania, podría descubrirse y quedar al final como su mal espíritu. Y no diga luego que no se lo he advertido.
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Señor Todd, agradecemos su reflexión.
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