Traducido del italiano para Rebelión por Teresa Benítez
A menudo, es solo cuestión de puntos de vista. No es una gran novedad, muchos (yo no) lo ven siempre así. Pero, a veces, sirve de ayuda saber modificar el «punto de vista»: permite ver las cosas en tres dimensiones, alguna vez incluso en más.
Por ejemplo, hace algún tiempo iba a bordo del «Demyan Bedny«, una gran nave que también podría quedar muy bien en el Mediterráneo, pero que nunca llegará a este mare nostrum.
Quizás debería explicar quién era Demyan Bedny, que en ruso significa Demyan «el pobre». Si le han dedicado una gran nave, será que, para más de uno, algún mérito habrá tenido. De hecho, fue un gran poeta ruso, que se llamaba en realidad Yefim Alekseevic Pridvorov, y que fue amigo de Trotsky y de Stalin, y también de Mandelstam, y luego odiado por el partido, pero al mismo tiempo, el poeta preferido de Nikita Krushev. Etcétera.
La historia de la revolución bolquevique está llena de este tipo de singularidades, pero esto no tiene nada que ver con la revelación de relatividad de que yo tuve a bordo del «Demyan Bedny».
Pues bien, caminaba yo por el larguísimo pasillo del segundo puente, mientras la nave iba avanzando suavemente sobre el aceite del agua, en un silencio absoluto. En un momento dado, el barco de abre y entro en una especie de sala de estar amueblada con auténticos sillones soviéticos, rojos y azules. Dignos, aunque un poco gastados. Alguna mesita, un tablero de ajedrez de madera, clásico, y listo para jugar en él, como procede. Una de las paredes está llena de banderas marítimas, quizás testimonios de hermandades acuáticas de un tiempo que ya fue. En cambio, la otra está toda cubierta por un mapa geográfico grande, muy grande; uno de aquellos mapas sobre lienzo encerado que aún se ven en algún que otro instituto nuestro. Es una reproducción en dos dimensiones de la superficie de un planeta. Intuyo, aunque me cuesta coger al vuelo, comprender a la primera, de qué planeta se trata.
Se entiende: en nuestros libros escolares teníamos en el centro, inamovible, Europa . Y debajo, a sus pies, siempre muy minusvalorada por la esclavitud de la proyección no equivalente, la inmensa África. Que tiene la forma de un escabel, justo debajo de «nuestro» Mediterráneo, en el cual se sienta nuestra » universal » grandeza.
Y, en efecto – ¿por qué negarlo?-, hemos sido grandes en (casi) todas las épocas de la historia. Solo que aquí, a bordo del «Demyan Bedny» está este mapa que, con gran imprudencia, ignora la geopolítica (la nuestra).
Europa está, aunque me cueste trabajo apercibirme de ello. Pero está a la izquierda, un poco hacia abajo, microscópica: un apéndice insignificante de la corpulencia asiática.
También está América; más bien, las dos Américas, a la derecha, empañadas la una y la otra por la inmensidad azul claro del Océano Pacífico.
En el centro está Yakutia, que todos nosotros conocemos por haber jugado al Risk, solo por eso. Mirando el tablero del juego, quizás pensábamos que había algún error de dimensión. Pero no había error alguno. Yakutia es una república autónoma de la Federación Rusa que mide como tres cuartos de la Unión Europea. Solo que, así como esta última se jacta de tener hoy día cerca de 500 millones de habitantes, Yakutia presume de tener una densidad media de aproximadamente 0,31 habitantes por kilómetro cuadrado. O sea, son menos de un millón.
Así que estoy navegando por Yakutia, por aguas del majestuoso Lena. Es por eso que la nave avanza suavemente, sin balanceos ni vaivenes: porque en los ríos no hay olas. Y en este, menos que en otros, porque el Lena es tan grande, y con una corriente tan lenta que lo hace parecer casi inmóvil, entre dos orillas tan lejanas que se asemejan a islas en medio de un lago sin confines. Islas verdes de abetos de la espesísima taiga, sin solución de continuidad. Otro mar, más grande que el Mediterráneo entero . Ni una sola casa, ni un hilo de humo, ni una farola, ni un camino. Aquí no hay calles, ni márgenes de ríos, ni centros habitados, ni dachas, ni chalés de ricos o de pobres.
Aquí no hay nadie y nunca ha habido nadie. Y el silencio absoluto, junto al zarandeo de la quilla, se mezcla con la sensación un poco vertiginosa de ir a contracorriente. Ya hemos perdido la orientación. Este río, todos los ríos al norte del Himalaya, van «hacia lo alto», para desembocar en el Océano Glacial Ártico. Así, a bordo del «Demyan Bedny», los factores de extrañeza son muchísimos, todos.
Vivir por estos lares no es tan fácil como lo es para nosotros. Y ahora se está haciendo aun más difícil. Quién sabe qué será de la merzlota (nosotros la llamamos permafrost) con el calentamiento climático que llega. Se trata de tierra permanentemente helada; hasta cientos de metros de profundidad. Me han dicho en Yakutsk, la capital, que en los últimos tiempos los aviones y helicópteros que conectan la zona más meridional de este subcontinente con las septentrionales, en verano tienen grandes dificultades para encontrar superficies heladas sobre las que aterrizar. El terreno se deshiela y hay riesgo de hundirse en el barro, lo que es suficiente para no poder volver a salir. Se forman lagos o pantanos tan grandes como cualquier Estado europeo. Debajo de esa tierra eternamente congelada están las riquezas inestimables de las que pronto todo el mundo tendrá necesidad, después de haber consumido y malgastado las propias.
Ir a sacarlas no será fácil. En el mapa del «Demyan Bedny», China está muy cerca de este «centro», la misma se llama «País del Centro» : más cercana incluso de lo que lo están Moscú o Tokio. Y por estas tierras, los Ivan Ivanovich tienen ojos de almendra, estrechos como hojas de cuchillo. Y nuestros «valores universales» aquí parecen bastante menos universales de lo que los creemos nosotros, que vivimos allá, al fondo, en aquel retal de tierra a la izquierda, abajo.
*Giulietto Chiesa es un periodista y político italiano de tendencia comunista. Fue elegido eurodiputado en 2004, en la circunscripción Noroeste de Italia. Es también presidente de la asociación MegaChip, una ONG que considera que la concentración de los medios de comunicación es una grave amenaza para la democracia.