«Resistamos la tentación de complicar en exceso la reforma del tratado. No necesitamos una cacofonía de escenarios divergentes.» -José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea- ¿Soy yo que pierdo facultades con los años, o es que Europa cada vez es más enrevesada? Estos días hago esfuerzos por seguir todo lo que pasa en […]
«Resistamos la tentación de complicar en exceso la reforma del tratado. No necesitamos una cacofonía de escenarios divergentes.» -José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea-
¿Soy yo que pierdo facultades con los años, o es que Europa cada vez es más enrevesada? Estos días hago esfuerzos por seguir todo lo que pasa en las instituciones y órganos de decisión europeos, ya que nuestra supervivencia económica depende muy mucho de lo que deciden por allí arriba. Y créanme que me cuesta un esfuerzo, y me pierdo a menudo.
Es cierto que la Unión Europea nunca ha sido un prodigio de sencillez y transparencia. Llevamos veinticinco años en el club y aún no nos hemos enterado de cuáles son las competencias de la comisión, el consejo o el europarlamento, ni quién manda en cada sitio, o qué países forman Europa en sus distintos grados de pertenencia: miembros, candidatos, países Schengen, unión monetaria, Eurogrupo, Ecofin, etc.
Una estructura que no para de crecer pero sobre todo de complicarse, con nuevos órganos, nuevas instituciones, más clubes paralelos, más miembros y sobre todo más altos cargos. Ahora mismo, por ejemplo, no tengo claro quién es la máxima autoridad europea, si Durao Barroso (Comisión), Van Rompuy (Consejo), Juncker (Eurogrupo), el presidente de turno (Bélgica) o, ya puestos Trichet (Banco Central) e incluso Merkel.
Por si teníamos poco con el confuso organigrama europeo y su incomprensible jerga burocrática, la crisis ha impuesto otra jerga tanto o más críptica: la economicista. De suerte que tras cada reunión de alto nivel, como la de esta semana, tenemos que echar más de dos tardes con nuestro experto de cabecera para que nos explique qué han decidido, porque no hemos entendido nada. Si encima los líderes de cada país hablan con lengua de serpiente, entre la retórica europeísta y el barrer para casa, vamos listos.
Cuando los buenos tiempos, cuando Europa era un globo azul con estrellitas, no nos importaba andar despistados, aunque el despiste nos costase tirar la leche por el desagüe o liberalizar sectores económicos porque lo mandaba Europa. Pero ahora que están jugando con nuestras cosas de comer, mosquea mucho esa sensación de que estamos sentados en la mesa de los niños mientras los mayores hablan de cosas serias.
Fuente: http://blogs.publico.es/trabajarcansa/2010/12/19/europa-sin-manual-de-instrucciones/