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Europa, sola razón democrática en movimiento

Fuentes: Diagonal

¿De qué sirven los cambios políticos en el sur de Europa si no tenemos movimientos europeos? Pa­rece como si, ahora que el proyecto europeo vive sus últimos días, preparando lo que Yannis Varoufakis tilda de una situación comparable a la de los años 30 del siglo pasado, también los movimientos europeos acompañaran ese declive con […]

¿De qué sirven los cambios políticos en el sur de Europa si no tenemos movimientos europeos? Pa­rece como si, ahora que el proyecto europeo vive sus últimos días, preparando lo que Yannis Varoufakis tilda de una situación comparable a la de los años 30 del siglo pasado, también los movimientos europeos acompañaran ese declive con su silencio o su desconexión.

Las coaliciones y redes europeas de protesta han solido coincidir con los pasos en el proceso de integración europea, es decir, que tanto los procesos de integración sistémicos como los antisistémicos han sido procíclicos. Esto nos da una clave del carácter altereuropeo -y no antieuropeo- de los segundos. El ejemplo principal de esta dinámica fueron sin duda las secuencias de protesta que tuvieron lugar entre el Tratado de la UE (Maastricht) que empezó a funcionar en 1993, y el Tratado de Ams­terdam en octubre de 1997. Recor­damos los Encuentros Contra la Europa del Capital, o las plataformas estatales, como la Anti-Maastricht, pero también las mar­chas europeas contra el paro y la pobreza que culminaron en la gran manifestación de Amsterdam en junio de 1997, en coincidencia con la cumbre del Consejo Europeo.

Hoy podemos comprobar la paradoja de que los movimientos contra la UE estaban ‘entrelazados’, como una estructura antagonista, con el proceso de construcción europea. ¿Qué ha ocurrido entre tanto? Ha ocurrido que el signo neoliberal y rentista financiero del proceso de federalización de la UE ha roto toda dialéctica reformista con las secuencias entrelazadas de protesta antagonista. Y que, sin la protesta, sin la presión y la amenaza desde abajo de coaliciones y redes, las tensiones entre Estados, bancos y corporaciones, articulados en bloques regionales y lobbies en Bruselas, han ocupado el proscenio. Vimos los últimos sobresaltos de esta gobernanza europea de las protestas antagonistas con motivo de la Agenda de Lisboa, marcada por el impulso de la regulación del capitalismo cognitivo basado en internet y por la consolidación de los modelos de precariedad laboral y de workfare en Europa. Contra estas agendas surgió a mediados de los 2000 el Euromayday en numerosas ciudades europeas, pero también las formas de presión en red contra la implantación del software propietario, las patentes y la legislación anti internet -aka antipiratería- por parte de la Comisión.

El cierre apresurado del Tratado de Lisboa en 2007, tras el fracaso de la legitimación democrática del Tra­tado Constitucional (TCE) en 2004-2005, marca el inicio silencioso del desastre europeo. Y la entrada en escena de las fuerzas antidemocráticas y antieuropeas en demasiados países de la UE. Como ya dijimos en 2004-2005: el No al TCE sería explotado en su beneficio por las fuerzas del nacionalismo conservador y/o atlantista. Y así ha sucedido, pese al escándalo moral de la extrema izquierda antieuropea y del soberanismo nacionalista francés, que cometieron el error estratégico de servir de peones de las fuerzas que hoy están destruyendo la paz y la democracia en la Unión. A algunos les queda aún la esperanza viril del putinismo antiamericano.

El nuevo movimiento de movimientos europeo debe levantar acta de estas defunciones. El proceso ‘dialéctico’ de la UE es irrecuperable. Está gobernada en lo decisivo por la dictadura comisaria que representa el Eurogrupo. Y, para la res bellica, cada vez más insidiosa, está el co­mando supremo de la OTAN en Eu­ropa.

Así que se trata de inventar una Unión sobre las ruinas del presente, evitando que éstas se nos caigan encima. Como en el 15M, la disputa es entre el arriba y el abajo, entre democracia y dictadura, entre paz y seguridad o guerra y estados de excepción. En este sentido, la inspiración del DIEM2025 de Varoufakis es correcta y necesaria. Pero no suficiente. La operación democrática de Clístenes instauró un demoi de vecindad frente a los lazos de sangre de las gene de tipo clánico. La Euro­pa del desastre no está hecha de demoi, sino de clanes en disputa feroz y cada vez más homicida. El demos europeo, cuya ausencia lamentan los liberalsocialdemócratas y celebran los soberanistas y nacionalistas, será el producto constituyente de la combinación consciente entre movimientos de lucha por el interés de los subalternos, aprisionados por el régimen de los Estados nación, e iniciativas como la de Varoufakis. Amén de la fuerza y la voluntad relativas de los gobiernos del sur de la UE, entre Lisboa, Madrid y Atenas. Es tarde, pero la razón europea no habrá combatido sin armas.

Raúl Sánchez Cedillo, Miembro de la Fundación de los Comunes

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/28893-europa-sola-razon-democratica-movimiento.html