La barbarie ha vuelto a irrumpir en Europa. La historia reciente ha dibujado las rutas de la solidaridad trazadas, en tierras de acogida y asilo, con quienes se vieron forzados y obligadas a emigrar por penuria económica, intolerancia o persecución
En memoria del hombre de origen tunecino muerto, el pasado 21 de junio en el CRA de Vincennes, a consecuencia de las políticas de criminalización de la inmigración.
La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de 10 de diciembre de 2000, reconoce que la dignidad humana es «inviolable» y que deberá ser respetada y protegida. Sin embargo, con la aprobación de la Directiva del retorno, el Parlamento Europeo ha franqueado la línea roja del ataque a los derechos fundamentales, estableciendo una nueva categoría social y jurídica denominada «inmigrantes ilegales».
A partir de ahora, el artículo primero y decimotercero de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, deberían recitarse de la siguiente manera: «Todos los seres humanos, salvo las y los inmigrantes sin papeles, nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros, con la excepción de las y los sin papeles. Esta diferente consideración no es necesariamente discriminatoria, ya que está fundada en una motivación juzgada legítima… Toda persona, tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. Este derecho no será de aplicación en el caso de las y los inmigrantes sin papeles».
Es como si dijéramos que existen motivos para emigrar, pero… ¡Un motivo no es una excusa!
Habría que preguntar a quienes invocan los derechos humanos, habiendo votado a favor de la Directiva, si consideran que son aplicables a todas las personas, en todo momento y en cualquier circunstancia y lugar, o si se pueden hacer reservas en nombre de un espacio de seguridad.
La Europa fortaleza es una obra de ingeniería capitalista, caracterizada por confinar en las periferias a un proletariado desechable y prescindible, desde criterios exclusivamente utilitaristas y xenófobos. Sus artífices han privilegiado la libre circulación de capitales, bienes y mercancías. También de los ricos y poderosos, sin importar si éstos son criminales de guerra o empresarios corruptos y mafiosos. Sobre esas bases, el capitalismo renueva la política, o mejor, sustituye ésta por la Policía.
La barbarie ha vuelto a irrumpir en Europa. La historia reciente ha dibujado las rutas de la solidaridad trazadas, en tierras de acogida y asilo, con quienes se vieron forzados y obligadas a emigrar por penuria económica, intolerancia o persecución.
Existen otras formas de ser y estar en Europa. Expresiones como «readmisión», «retorno forzado», «repatriación», «expulsión» o «confinamiento», forman parte de una retórica liberal y capitalista eurocéntrica. Los Centros de Retención Administrativa -y sus variantes- son infraestructuras para aniquilar la vida y la dignidad humana.
Otra Europa es posible, y viable. Una Europa sin servilismos ni explotación; sin test de ADN ni centros de retención. La Directiva de la vergüenza es éticamente indefendible.