Antes de morir, Karst Tates, de 38 años, un guardia de seguridad desempleado, le dijo a un oficial de policía que su intención era dañar a la reina Beatriz y a otros miembros de la familia real holandesa mientras paseaban.
Los motivos que tuvo el «tipo tranquilo y agradable», que mató a seis personas mientras intentaba chocar el ómnibus que conducía a la reina de Holanda, pueden no conocerse nunca, dijeron ayer los investigadores. Karst Tates, de 38 años, un guardia de seguridad desempleado, murió a causa de sus heridas en el hospital en la madrugada de ayer. Antes de perder la conciencia en su Suzuki Swift negro, le dijo a un oficial de policía que su intención era dañar a la reina Beatriz y a otros miembros de la familia real holandesa, mientras paseaban por las atestadas calles de Apeldoorn en un ómnibus abierto.
En el ómnibus estaba la princesa argentina Máxima Zorreguieta, que no sufrió heridas. Imágenes de la televisión holandesa la mostraban tomándose la cara horrorizada instantes después del frustrado atentado.
El ataque fue descripto por la prensa holandesa ayer como «el fin de una ilusión nacional» que los Países Bajos pudieron mantener con su relajado estilo de vida y política en un mundo moderno y peligroso. Tates acababa de perder su empleo y su departamento, pero no tenía antecedentes previos ni de violencia ni de perturbaciones mentales y no tenía una afiliación política conocida. Debía mudarse de su departamento ayer.
Su ex dueño de casa en la pequeña ciudad de Velp, cerca de Arnhem, donde vivió antes de mudarse a Huissen en 2007, lo describe como un «tipo tranquilo y agradable». Los vecinos dijeron que era un solitario inofensivo que le gustaba andar rugiendo por las calles en su Suzuki preparado. La policía dijo que no se encontraron ni explosivos ni armas en su departamento.
Tates aceleró su auto a través de las barreras policiales y de los espectadores en un intento por alcanzar el ómnibus real el jueves, el día del feriado nacional de la reina en los Países Bajos. Cuatro hombres y dos mujeres resultaron muertos, cuatro inmediatamente y dos más tarde en el hospital. Otras diez personas resultaron heridas, incluyendo tres niños de nueve, 15 y 16 años. Entre los heridos había músicos de la banda militar de las Antillas Holandesas. Una de las víctimas, llamado Rold Nijenhuis, de 55 años, era un policía militar que había conducido la banda al desfile.
Los investigadores creen que Tates quedó tan malherido al chocar a los espectadores que no pudo embestir al ómnibus real como era su intención. En cambio, su estropeado auto perdió el control, pasando a cinco metros del grupo real y estrellándose finalmente contra un monumento de piedra. En el auto se encontró un mapa de la ruta que seguiría la reina, posiblemente copiado de un diario.
«Es muy difícil, ahora que ya no tenemos al sospechoso, reconstruir lo que estaba detrás de esto», dijo ayer Fred de Graaf, el alcalde de Apeldoorn. «Quedará un elemento de incertidumbre porque ya no podemos interrogar al sospechoso, la última pieza del rompecabezas seguirá siendo una incógnita.»
El inexplicable ataque a la popular familia real holandesa conmovió al país que se precia de su tolerancia y su relajada forma de vida. La realeza holandesa tradicionalmente ha sido abierta a contactos frecuentes y cómodos con sus súbditos.
El palacio real insistió que los compromisos de la reina para el lunes próximo, para conmemorar el aniversario de la Segunda Guerra Mundial, seguirían adelante. Pero ayer, no todos estaban seguros de que la normalidad volviera tan fácilmente. «Una ilusión nacional murió en Apeldoorn», dijo el diario Volkskrante.
«Nunca los veremos así nuevamente, una reina y su familia, libres y accesibles. La colección de curiosidades que existe solamente en la categoría ‘solo en los Países Bajos’ tiene una atracción menos. Los extranjeros que estaban sorprendidos por los ministros que van en bicicleta a sus oficinas, un primer ministro que come arenques solo en un puesto cercano al Parlamento, se acabó».
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.