Traducido por Gorka Larrabeiti
En la Fortaleza Europa no se entra. A menos de 24 horas del naufragio del Egeo de una patera de migrantes desesperados en el que murieron al menos sesenta personas, mitad de los cuales eran niños, ayer [6/9] se produjo otra tragedia en el mar frente a las costas italianas de Lampedusa con otros tantos «desaparecidos». Tanto en este desastre como en el greco-turco, se trata de desesperados iraquíes, afganos, sirios, palestinos, tunecinos que huyen de la miseria, de guerras actuales que también son nuestras, de conflictos y revueltas inconclusas.
Para Italia, es una tragedia «tradicional»; para Grecia, hay alguna novedad. Allí, la feroz crisis interna, los diktat draconianos de la troika europea y la atenta estrategia de violencia de los movimientos xenófobos y neonazis han conducido a un recrudecimiento mayor si cabe de las políticas antiinmigración con expulsiones masivas y la praxis hecha ya regla de los nuevos campos de detención. Sin olvidar la ayuda de una Turquía diligente que, a fin de ganarse el beneplácito de la Unión Europea, ha militarizado y blindado la frontera terrestre con Grecia y la UE en el río Evros. Tan solo queda una ruta para huir de la desesperación: lanzarse al mar en pateras descacharradas a merced de los contrabandistas.
Todo ello sucede en una sintonía surreal con la euforia de los gobiernos, las bolsas y los mercados por la decisión de la BCE de adquisición ilimitada de bonos para salvaguardar los Estados de la Unión de la especulación financiera. Es la receta contra la prima de riesgo, que no gusta a la Bundesbank. Claro está que se trata de una salvación sobre el papel para un sistema basado sólo en una economía de papel (euro y transacciones bursátiles). Un sistema que dicta férreas reglas de exclusión social contra los ciudadanos europeos con objeto de proteger el poder de las instituciones bancarias, fuera ya de toda regla democrática. Se trata de un fracaso de la Unión de los derechos, una victoria de los mercados que, más allá de las instrumentales iluminaciones de última hora de Angela Merkel, enriquece concretamente a pocos mientras empobrece a la mayoría. Eso si es cierto que la propia Comisión de Bruselas ha descubierto que 116 millones de ciudadanos europeos están a punto de traspasar en el umbral de la pobreza.
Sin embargo, quienes pagan el precio no son sólo las clases trabajadoras, los parados, los jóvenes, todos los «sin poder» del Viejo Continente y el bienestar maltrecho. Quienes mueren literalmente de esta exclusión social de la riqueza de pocos y de esta cancelación de derechos para todos son los migrantes. Los nuevos parias, los condenados de la tierra a quienes se niega toda oportunidad. La única opción que les queda es seguir día a día en el filo entre la vida y la muerte. Un vasto cementerio marino con miles y miles de inmigrantes ahogados se extiende por el Mediterráneo y el Egeo. Fruto especular de esa muralla de continental de alambre espinado, barreras y de ese rosario de campos de concentración que han erigido democráticamente los gobiernos europeos y que va de España, atravesando Gibraltar, a Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, y luego para arriba hacia Turquía, Grecia, Eslovenia. Quién dijo Muro de Berlín. Esta es la Unión Europea: cementerios marinos de migrantes y campos de concentración. Esta fechoría occidental, este crimen a la vista de todos es la verdadera prima de riesgo incurable.