Traducido del portugués para Rebelión y Tlaxcala por S. Seguí y Ulises Juárez Polanco. Revisado por Caty R.
El retroceso del Gobierno francés, el 10 de abril, en la imposición del proyecto de CPE (Contrato de primer empleo) liquidó literalmente el Gobierno derechista Chirac-De Villepin. Éste último, una semana antes, había prometido defender el CPE «hasta el final» [1]. Más tarde, un comunicado de la Presidencia afirmaría lacónicamente que el presidente de la República había decidido sustituir el artículo 8 de la Ley de igualdad de oportunidades por una serie de medidas destinadas a apoyar la inserción laboral de los jóvenes con dificultades. Después de más de dos meses de manifestaciones masivas, impresionantes incluso para un país «especialista» en esta materia, la lucha de estudiantes y trabajadores creó una situación de carácter prerrevolucionario en uno de los pilares de la Unión Europea.
Los sindicatos y asociaciones de estudiantes han cantado victoria en su enfrentamiento con el Gobierno, pero unos y otros reclaman «prudencia» de cara al futuro, y afirman que era preciso esperar a ver en qué se traducirán, concretamente, las nuevas medidas anunciadas por Chirac. Bruno Julliard, líder de la UNEF, sindicato de estudiantes, prometió mantener la presión sobre el Gobierno. Maryse Dumas, dirigente del principal sindicato francés, la CGT, consideró la retirada del CPE un éxito de la acción convergente de los trabajadores y los estudiantes, y de la unidad sindical. Por su parte, François Chérèque, del sindicato CFDT, afirmó que se había conseguido el objetivo, aunque rechazó comentar las medidas de inserción propuestas por el Gobierno. Ninguno de los citados entró en el análisis de las repercusiones políticas de la nueva situación, ni tampoco reivindicó lo que sí se reclamó en las manifestaciones de masas: la caída del gobierno Chirac-De Villepin.
El primer ministro se negó a hablar sobre la posibilidad de su dimisión, pero los comentadores políticos franceses consideran que De Villepin es ya un cadáver político, sin ninguna esperanza de llegar a ser candidato de la derecha a la sucesión de Jacques Chirac. «El candidato presidencial De Villepin está prácticamente muerto y el primer ministro De Villepin se encuentra enfrentado a graves dificultades», afirmó el semanario conservador L’Express. El partido que constituye la base del Gobierno, la Union pour un mouvement populaire (UMP), ha afirmado que las siglas CPE corresponden a «Cómo Perder unas Elecciones», en la perspectiva de las próximas generales de 2007.
El principal elemento de contestación del CPE reside en la posibilidad de que los menores de 26 años sean despedidos sin ninguna justificación durante los dos primeros años del contrato de trabajo. El CPE era el primer paso para el cambio (supresión) del Código de Trabajo, el principio del fin de la estabilidad en el empleo.
En Francia existen varios tipos de contrato de trabajo. Hay, por ejemplo, el Contrato de duración indeterminada (CDI) que se aplica en el sector privado, con una estabilidad adquirida a los dos meses. Este tipo de contrato permite algunas ventajas, como conseguir un préstamo para la adquisición de la vivienda o un contrato de alquiler de un apartamento. Existe otro contrato, llamado Contrato de duración determinada (CDD), que puede variar desde un mes renovable hasta cuatro o seis meses. En un mismo puesto de trabajo, es posible pasar de un CDD a un CDI. En general, al empleado se le promete, en el momento de su admisión, el posterior acceso a un CDI. Existe también el trabajo por días u horas trabajadas, que se realiza a través de las empresas de trabajo temporal, las cuales ofrecen sus seleccionados a los empresarios. En esta modalidad, es posible ganar hasta un 30% más que con un CDD o un CDI por hora trabajada, si bien no se garantiza el trabajo todos los días del mes. Para los jóvenes escolarizados existe también el contrato de becario, en el que el salario es de 300 euros mensuales, sin ninguna estabilidad [2].
El Contrato de primer empleo (CPE) ofrecía al empresario la posibilidad de despedir a los trabajadores menores de 26 años sin justificación, dentro de los dos primeros años de contrato. Era un globo sonda con vistas a acabar con la estabilidad del empleo en general. Además, el CPE era sólo un elemento de la Ley de igualdad de oportunidades. Según esta ley, la edad laboral de los aprendices comenzaría a los 14 años y a partir de los 15 podrían realizar trabajos nocturnos. Por otra parte, el contrato «senior» permitiría, en el caso de los trabajadores mayores de 57 años, ofrecer a éstos contratos temporales de hasta 18 meses, renovables varias veces, con un salario cercano al mínimo vital (SMIC). Con ello, no habría necesidad de ofrecer trabajos decentes a «los viejos», por lo que los patrones podrían despedir a trabajadores dotados de un contrato normal y contratar a otros trabajadores experimentados, con un contrato precario y un salario bajo. Se trata de la instalación de la precariedad permanente [3].
En Francia, donde la enseñanza es obligatoria hasta los 15 años, una parte importante de los estudiantes se encamina hacia los estudios profesionales a partir de los 16 años. Hasta los 18 trabajan como aprendices y consiguen un diploma técnico. Los jóvenes están superexplotados durante sus años de aprendizaje. Con el CPE, los estudiantes, a partir de los 16 años, podrían pasar de ser considerados aprendices a becarios, contratados por tiempo determinado (CDD), etc. y al final a contratados por duración indeterminada, con lo que totalizarían diez años de sus vidas de asalariados sin haber alcanzado el estatuto que confiere el CDI [4].
De Villepin echó leña al fuego aún no extinguido de la movilización de las banlieues de octubre y noviembre pasados, demostrando que aquella no fue una movilización de «marginados» o «desesperados», sino el comienzo, en el sector más explotado de la sociedad, de la lucha general de la juventud y los trabajadores. La revuelta de la juventud de los barrios y guetos sacudió a Francia y conmovió a Europa y al mundo. Sus protagonistas eran los miembros de una nueva generación sin ningún porvenir social, en las condiciones reales del capitalismo. El levantamiento generalizado de los adolescentes franceses se produjo en el mismo momento en que la mayor parte de los estados europeos, así como Estados Unidos, se enfrenta a una crisis de régimen político, y están encabezados por los Gobiernos más débiles de los últimos veinte años. La sublevación juvenil se desarrolla en las condiciones de una crisis de conjunto, social y política, de los principales estados imperialistas.
Este estadio precede a una crisis mayor en la que se cuestionaría el propio poder político. La izquierda europea, sin embargo, está empeñada en varios países en formar Gobiernos de centro-izquierda que salven al Estado de la crisis. La revuelta francesa ha abierto una nueva perspectiva en la crisis mundial del capital, al instalar la movilización de masas en el centro del propio imperialismo capitalista.
El levantamiento de octubre-noviembre fue el síntoma anunciador de una crisis sin precedentes. En un escrito de la principal revista de la «comunidad de negocios» -Le Point- su editor no escatimó adjetivos: «Tras la trombosis social, tras el crash cívico de 2002, tras la jacquerie electoral de mayo (el no francés a la Constitución de la Unión Europea), las revueltas urbanas del otoño de 2005 son una nueva ilustración de la crisis nacional de Francia y de la descomposición de su cuerpo social.»
Mediante el CPE, De Villepin «unió» a estudiantes de secundaria, universitarios y trabajadores, que estaban sufriendo una serie de medidas impopulares, con fracasos en las huelgas y las movilizaciones contra la privatización de las empresas estatales de agua, energía eléctrica y gas, contra las expulsiones de los inquilinos insolventes y en sus campañas salariales. El Gobierno Chirac-De Villepin-Sarkozy se había desgastado en la crisis de noviembre de 2005, pero los jóvenes desempleados no tenían un programa político. Ahora, han sido todos los jóvenes los afectados: no están en absoluto satisfechos con el salario mínimo francés, de en torno a 1.000 euros mensuales, que no responde al drástico aumento del coste de la vida tras la implantación del euro en 2002 (los alquileres, por ejemplo, llegaron a aumentar un 150% en tres años, y en determinadas ciudades hasta un 60% ya en los primeros meses.)
Ha sido el régimen político en su conjunto el que se ha jugado su suerte en el proyecto del CPE. A pesar de las protestas masivas, el Gobierno, inicialmente, no dio marcha atrás. El Consejo constitucional declaró la legalidad del dispositivo y el presidente Chirac lo sancionó. Un retroceso disminuiría las posibilidades de cualquiera de los candidatos de la UMP a las elecciones, tanto las de De Villepin, como las de su rival de partido y gobierno, Nicolas Sarkozy, ministro del Interior.
La movilización creció constantemente, ya desde el anuncio del CPE en enero de 2006. El 7 de febrero, primer día de protestas, las manifestaciones en todo el país alcanzaron la cifra de 220.000 asistentes. Sólo en París, participaron más de 30.000 personas y se registraron incidentes cuando jóvenes lanzaron objetos a las fuerzas del orden, que respondieron con gases lacrimógenos. En Marsella, la protesta reunió entre 7.000 y 15.000 personas, profesores incluidos, y en Burdeos fueron 25.000, según los organizadores. Los jóvenes llevaban pancartas en las que podía leerse «Contrato Predestinado al dEsastre» o «Contrato Para Esclavos».
En muchas otras ciudades, estudiantes universitarios y de secundaria, profesores y sindicalistas se adhirieron a la protesta: Toulouse, Grenoble, Limoges, Le Havre, Rennes, Ajaccio, Pau, Dax, Pamiers, Perpiñán fueron algunas de ellas. Los manifestantes paralizaron el tránsito en las zonas en que se concentraron y algunas protestas desembocaron en enfrentamientos con la policía.
Decenas de institutos de enseñanza media sufrieron perturbaciones en su funcionamiento y cerca del 70% de las universidades del país dejaron de impartir clases, a la vez que innumerables institutos cerraron sus puertas. La Universidad de la Sorbona fue ocupada por los estudiantes. Las manifestaciones continuaron los días siguientes, centradas en París. La central sindical Sud-PTT anunció que uno de sus miembros se hallaba en estado de coma después de haber sido agredido por la policía en los enfrentamientos que tuvieron lugar en la Place de la Nation, en pleno centro de París. En la lucha participaron estudiantes, reunidos en masivas asambleas generales en institutos y facultades, y también los sindicatos de educación, función pública, así como la principal confederación de asociaciones de padres [5].
La organización de la movilización fue muy rápida. La Coordinación nacional de estudiantes de Dijon acogió a cerca de 400 delegados de toda Francia, que representaban a centenares de miles de universitarios. Para la mayoría de éstos se trataba de su primer movimiento de lucha. Una gran parte de los delegados era independiente. Los representantes del ala mayoritaria de la UNEF (militantes del PS y del PCF), pese a ser éste el sindicato estudiantil más importante del país, configuraban una minoría entre los delegados. Por otro lado, la minoría de este sindicato, la corriente Tous ensemble (Todos juntos), integrada por Lutte Ouvrière y Ligue Communiste Révolutionaire era bastante numerosa.
Una de las opciones de De Villepin era mantenerse intransigente, a la espera de que las protestas acabasen por agotarse. Las divisiones en el ámbito estudiantil y sindical podrían colaborar en este sentido. El riesgo, finalmente concretado, era que la situación en las calles se hiciera insostenible. La segunda opción pasaba por la modificación del CPE. De Villepin afirmó estar dispuesto a negociar y admitía revisar la ley a los seis meses de su aplicación. Una de las posibles modificaciones, finalmente ofrecida por Chirac, era reducir la duración del CPE de dos a un año. La oposición de izquierda (PS y PCF) ofreció de hecho una vía de salida a la crisis del Gobierno, impugnando el CPE ante el Tribunal Constitucional, afirmando que la ley era discriminatoria y contraria a la Constitución francesa. Si el Tribunal le hubiese dado la razón y hubiese anulado la ley, De Villepin hubiera tenido a su disposición una salida rápida y segura de la crisis, sin perder la cara. Todo hubiera vuelto al punto de partida [6].
Un nuevo punto álgido de la lucha se alcanzó el 7 de marzo. Las manifestaciones se multiplicaron y la policía anunció la detención de 420 personas en los enfrentamientos, que dejaron también 60 heridos, de los cuales 27 eran policías. El número de detenciones fue el más elevado desde el comienzo de las manifestaciones contra el CPE. Sólo en la capital 140 personas fueron detenidas. Los manifestantes prendieron fuego a coches, saquearon comercios, destruyeron restaurantes y lanzaron piedras a la policía. Los estudiantes universitarios y de secundaria abandonaron la Place d’Italie en dirección a los Inválidos, una amplia explanada. Sin embargo, antes de alcanzar ese lugar los choques ya se habían multiplicado. También en otras ciudades (Rennes, Marsella, Lyon) las manifestaciones se hicieron violentas con la intervención de la policía.
Las protestas masivas del 7 de marzo fueron decisivas. La represión violenta de la ocupación de la Sorbona mostró que el Gobierno temía que las huelgas se extendieran aún más. En Savigny-sur-Orge, en la región parisina, y en Saint-Denis, suburbio de la capital, las manifestaciones acabaron también en batallas campales. La extensión de la lucha a los suburbios motivó que el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy hiciese una llamada de atención al «peligro que representaba la efervescencia estudiantil», por cuanto «podría reavivar la agitación de las banlieues, en las que el clima sigue siendo muy tenso.» El fantasma de la rebelión de octubre-noviembre reaparecía, ahora aumentado por la perspectiva de la unificación de la juventud estudiantil con los jóvenes desempleados, hijos de inmigrantes, de las banlieues.
La Coordinación nacional de estudiantes presentó una declaración, adoptada en Poitiers el 11 de marzo, en la que se afirmaba: «La próxima fecha decisiva será el 16 de marzo: hacemos una llamada a los trabajadores y sus organizaciones a manifestarse y a utilizar su arma más efectiva, la huelga. También es preciso comenzar ya a dar continuación a las jornadas de acción del 16 y el 18, con una medida de mayor calado: pedimos a los sindicatos que convoquen una huelga general el 23 de marzo y una manifestación nacional en París.» La regional sindical del departamento de Bouches-du-Rhône (que reúne a CGT, FO, SUD, etc.) adoptó también un texto conjunto en el que se afirmaba: «La próxima fase de la movilización debe establecerse en la perspectiva de una convocatoria conjunta a una huelga general, que nos permitirá potenciar la acción conjunta con la juventud.» Sin embargo, los líderes sindicales (en particular la CFDT y la CGT) se negaron a hacer un llamamiento claro a la huelga.
El sábado 18 de marzo, las acciones de los estudiantes y trabajadores se masificaron y radicalizaron, delimitando una clara confrontación política. Las manifestaciones gigantescas causaron, sólo en París, heridas en al menos a siete policías y a unos 20 manifestantes, con la detención de más de 160 personas. La Place de la Nation, local donde terminó la marcha de aproximadamente 400.000 manifestantes, fue uno de los escenarios de los encuentros que, además de los heridos, dejaron atrás automóviles quemados y comercios saqueados.
Después de los violentos enfrentamientos durante la embestida policial a la Sorbona, ocupada por piquetes estudiantiles, la universidad parisiense fue también, la noche del sábado 18, uno de los escenarios de lucha. Cañones de agua, gas lacrimógeno y cargas policiales fueron los instrumentos utilizados contra centenares de personas que marchaban sobre la barrera de seguridad de la policía. «¡Liberad la Sorbona!», gritaban algunos manifestantes. «Policía en todas partes y justicia en ninguna», repetían otros. Muchos de los jóvenes inmigrantes y desempleados involucrados en las protestas de noviembre en los alrededores de París, se mezclaban en las manifestaciones estudiantiles para ajustar sus cuentas con la policía.
Los sindicatos y líderes estudiantiles emitieron un ultimátum, dando al gobierno hasta la noche del 20 de marzo para retroceder la aplicación de la ley. «Damos ese tiempo al gobierno para ver si entiende el mensaje», afirmó Rene Jouan, del sindicato CFDT. La derecha burguesa insistía con su discurso de que «el único error de De Villepin sería ceder a la presión, porque al hacerlo juntaría a los sepultureros que han enterrado la competitividad de Francia».
El discurso de la «competitividad» es sólo una excusa ideológica para imponer un retroceso histórico de las condiciones de vida del conjunto de la clase obrera francesa (que tardó muy poco en comprender que de eso se trataba la imposición del CPE, por eso se movilizó junto a los estudiantes, obligando a los sindicatos, en un principio inmóviles, a adoptar una postura activa). En 2005, las 40 empresas más importantes del país tuvieron un lucro neto de 84.000 millones de euros (más de 100.000 millones de dólares), una nueva marca histórica, 50% superior a las ganancias de 2004. La ausencia de empleo podría ser, pero no lo es, el retrato de una economía detenida en el tiempo. Las ganancias de los 40 grupos franceses más grandes fueron las que más crecieron en 2005 y las empresas francesas se colocaron en tercer lugar en el ranking de participación de fusiones y adquisiciones en 2005, según informó la revista The Economist [7]. Las ganancias de productividad de 2001 y 2002, después de la reestructuración productiva, fueron señaladas como responsables del resultado [8].
Entretanto, el número de personas viviendo en un estado mínimo de subsistencia aumentó un 4,7% de 2004 para 2005. Pero la referencia a la «competitividad» descascaraba el pretexto oficial del CPE: el presidente Chirac, y el primer ministro De Villepin, alegaban que el contrato era una forma de reducir el desempleo porque Francia es uno de los países con la tasa más alta de desempleo entre jóvenes en toda Europa. Más del 20% de los jóvenes entre 18 y 25 años están desempleados, el doble de la media nacional de desempleo, que es de 9,6%. En la periferia de las grandes ciudades, el índice de desempleo entre los jóvenes es de 40%. Y llegó el final virtual de los empleos estables. Dos tercios de los franceses entre 15 y 24 años que tienen empleo están contratados temporalmente.
El flagelo del desempleo viene siendo utilizado, desde hace más de diez años en Europa para arremeter cada vez más encarnizadamente contra las condiciones de vida de los trabajadores y para aumentar los lucros del capital, tanto por la derecha como por la izquierda. En Francia, se adoptó la semana de 35 horas, cantada en verso y prosa por la izquierda reformista mundial. El propósito declarado de la ley, aprobada en 1997, era generar más empleos. La ley concedió a los empleados y empleadores un período de dos años para la adaptación, pero, desde su aprobación, el gobierno concedió incentivos para que las empresas se adhieran a la nueva jornada, mediante la reducción de impuestos o, más claramente, aumentando las ganancias patronales.
Las empresas renegociaron con los sindicatos un sinnúmero de cambios en el contrato de trabajo, disminuyendo los intervalos de descanso, modificando turnos, intensificando el tiempo parcial, trabajando hasta los sábados y varias otras medidas que buscaban elevar la productividad del trabajo para «compensar el aumento de costo de la hora trabajada». A pesar de todos los incentivos y ajustes del sistema de producción, la ley no generó los empleados pretendidos. En una primera etapa (1997-2001), el desempleo bajó del 12% al 8,7%, pero eso se debió a un intenso brote de crecimiento económico. A partir de 2002, el crecimiento se enfrío, la jornada continuó reducida y el desempleo subió, llegando al 10% en enero de 2005 [9].
En las primeras manifestaciones contra el CPE sólo se veían jóvenes entre 18 y 25 años por las calles de París y las principales ciudades francesas, ya que ellos son los destinatarios de estos contratos. Pero después fue el país entero el que protestó contra las medidas del gobierno. Las organizaciones estudiantiles se unieron y una gran marcha se anunció para el jueves 23 de marzo en París.
A esta marcha le siguieron manifestaciones en todas las ciudades hasta el 28 de marzo, cuando muchos millares salieron a las calles para decirle «no» a la ley de De Villepin. Fue una movilización sin precedentes, una verdadera manifestación de fuerza. Tres millones de manifestantes en total, 700.000 sólo en París, según los sindicatos. Eran, sin duda, incomparablemente más que en las manifestaciones anteriores[10].
La huelga afectó principalmente el sector de transportes -aéreo, ferroviario y metro- además de las escuelas, donde casi la mitad de los docentes no fue a trabajar. Los periódicos tampoco se distribuyeron. Al final del día, en la Plaza de la República, se registraron enfrentamientos con la Policía, que usó gas lacrimógeno y cañones de agua para contener a los manifestantes. En toda Francia hubo manifestaciones: 31.000 en Burdeos, 28.000 en Marsella, 26.000 en Grenoble, 17.000 en Lyon… Al llegar la tarde, individuos encapuchados agredieron y golpearon a los manifestantes.
Francia funcionó a medio gas, sin periódicos, con perturbaciones en los transportes urbanos y en el tráfico aéreo. Hasta la Torre Eiffel cerró las puertas. Sólo en París fueron desplegados 4.000 policías. La manifestación tuvo un aspecto de espontaneidad, de reacción airada. Por fin por la mañana, el primer ministro francés, Dominique De Villepin, reaccionó ante las hostilidades, y declaró que estaba dispuesto a hacer cambios en el CPE [11], pero que el gobierno no retrocedería. De Villepin recibió el apoyo de las principales asociaciones empresariales francesas y un voto de confianza del presidente Jacques Chirac, que apeló al «espíritu de responsabilidad» de las asociaciones sindicales y estudiantiles. El gobierno comprometía toda su responsabilidad en los intentos de fuerza. Como respuesta, los manifestantes comenzaron a concentrarse por toda Francia. Por la tarde, eran centenares de miles, riadas de gente: «Somos más de tres millones en las calles», repetían. Los manifestantes marcharon por las calles de 250 ciudades con carteles contra el CPE y contra el premier y el ministro del Interior.
La manifestación de París tardó tres horas en llegar a la Plaza de la República. Los estudiantes estaban al frente, y después los sindicatos. El ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, pasó a defender que la aplicación de la ley «debería ser prorrogada», y propuso suspender la entrada en vigencia de la ley del CPE durante las negociaciones con los aliados, en busca de un acuerdo. Dos de cada tres franceses defendían que la ley debía ser retirada. De Villepin sólo tenía el apoyo del presidente Jacques Chirac y dependía del parecer del Tribunal Constitucional sobre la validez del CPE. La crisis política ya era total.
Estábamos frente a una «crisis de régimen», como llegó a definirla la izquierda más «osada»: La definición llega tarde: la crisis del régimen provocó la rebelión popular. No es por casualidad que los partidos que dependen de la situación no propondrán la caída del gobierno mientras las masas estén en la calle. Les acosa, por otro lado, la pesadilla de que la movilización en curso, relativamente encuadrada por la burocracia de los sindicatos y por los sindicatos de los estudiantes, se empalme con una nueva «revuelta de los barrios» [12].
Los estudiantes tenían plena conciencia no sólo del carácter político de la movilización, sino también de que estaba en juego la propia supervivencia del gobierno. Los estudiantes rechazaron la invitación del primer ministro para un encuentro, con vista a llegar a un consenso sobre el CPE. El retroceso del gobierno comenzó. El presidente propuso dos cambios en el texto: disminuir de dos años a uno el plazo de experiencia para que los menores de 26 años puedan ser despedidos, y la inclusión de una causa para el despido.
El retroceso sólo agravó la situación del gobierno Chirac-De Villepin. Según un columnista, «el movimiento completo es para recusar la totalidad de la ley. Desde este punto de vista, no habrá ningún alivio». Los estudiantes bloquearon varias autopistas y líneas férreas, causando 345 kilómetros de congestión en el país. Después del pronunciamiento del presidente hubo protestas en la Plaza de la Bastilla. «La tensión social es muy grande. Y probablemente es el movimiento social más denso desde 1995, que derribó al entonces primer ministro, Alain Juppé, o incluso que el de 1968», afirmó el mismo columnista.
Después de la jornada del 28 de marzo, la lucha endureció. Los estudiantes bloquearon las estaciones ferroviarias y hasta las autopistas. Cerca de 1.500 jóvenes ocuparon la estación de Lyon, en París durante una parte del día. Al mismo tiempo se producía un embotellamiento enorme en el «periférico», la autopista circular de regreso a París. Centenares de adolescentes salieron de los liceos para ir a bloquear la arteria principal de la capital francesa. La policía terminó deteniendo a los estudiantes en el periférico y en la Gare de Lyon. Acciones idénticas ocurrieron en provincias de norte a sur, de Lille a Marsella, pasando por Toulouse, Grenoble, Metz, Dijon o Rennes. El endurecimiento contra los estudiantes fue todavía más claro, y también más tenso, en los liceos. La víspera, el ministro de Educación dio orden a los rectores de abrir los establecimientos a la fuerza y, si fuese necesario, con la intervención de la policía. La movilización de los alumnos, después de conocida la orden, llevó a los rectores a desobedecer, para evitar incidentes.
El 5 de abril, los sindicatos, al descompás con la intensidad de la movilización estudiantil, «endurecieron posiciones», y dieron al presidente Jacques Chirac 15 días para abolir el CPU, lo que sucedió en menos de la mitad de ese plazo. La izquierda mostró que su papel fundamental era el de «desmontar la bomba» creada por la movilización juvenil, pidió «una rápida intervención» del presidente Chirac [13], mientras que el ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, admitió que «el gobierno debe moverse ahora», en otro gesto de distanciamiento de De Villepin, que quedó más frágil después que los cinco sindicatos (centrales sindicales) rechazaran su invitación a reunirse para debatir el tema
En el contramano «de la calle» estuvo la izquierda, que incluía la «extrema izquierda». Diez partidos de la oposición de izquierda francesa pidieron al presidente Chirac, en un manifiesto conjunto, no promulgar el CPE: «Las organizaciones y partidos políticos de izquierda piden solemnemente a Jacques Chirac que retire el CPE [de la ley sobre la igualdad de oportunidades] para iniciar negociaciones con los sindicatos y presentar inmediatamente [un nuevo texto] al Parlamento», refería el manifiesto elaborado en una reunión de la Asamblea Nacional (la comilla es nuestra). «Conociendo las condiciones excepcionales de su elección en 2002», Chirac asumiría «una gran responsabilidad al promulgar la ley». «Sería un golpe de fuerza inaceptable», subrayaron los diez partidos en el manifiesto. Chirac renovó su segundo mandato presidencial gracias al frente común con izquierda, que le dio sus votos en 2002, con los resultados que ahora evidenciaban: más que un manifiesto, el texto de la «izquierda» es una confesión.
Contrariamente, la Coordinación nacional de estudiantes, organismo independiente de los gremios estudiantiles, y que reúne representantes de alumnos de universidades y liceos franceses, reivindicó la renuncia del gobierno. «El Gobierno deberá salir aunque retire su proyecto», propuso la CNE en una declaración leída a los medios de comunicación después de dos días de reuniones en Aix-en-Provence. El organismo, con representantes en aproximadamente 60 universidades y 100 liceos, justificó su petición de renuncia en la arrogancia del gobierno, al haber utilizado el procedimiento de urgencia para adoptar el CPE en el Parlamento. Además de eso, la Coordinación criticó al Gobierno por haber hecho apostado por la violencia policial. Cerca de 300 representantes estudiantiles comparecieron a ese encuentro de la Coordinación, que había reivindicado la integración del organismo en el grupo de sindicatos de trabajadores y estudiantes, que convocó las jornadas de huelga y manifestaciones.
La capitulación final del gobierno, inevitable, apenas oficializó su liquidación política [14] y la completa crisis del régimen político francés de la V República, creado por De Gaulle a través de un golpe de Estado, en 1958. Su supervivencia tiene por base que «aunque consciente de la miseria social, no hay evidencia de que en Francia la vanguardia de los trabajadores, o la izquierda tengan conciencia de esta verdadera crisis de poder. No existe, el clima de análisis ni tampoco de propaganda o agitación; ni el más pequeño esbozo de consignas que propongan el gobierno de los trabajadores».
«La llamada ‘extrema izquierda’ teme mucho más pecar de radicalismo que de conservadurismo; los fracasos del pasado la acobardaron. Para ella, lo que sucedió en Francia no tiene ningún punto de contacto con mayo de 1968. Está claro que la crisis no es exclusivamente francesa, toda Europa se encuentra en un atolladero. La situación italiana es explosiva, por eso la burguesía recurre a su ala ‘izquierda’, incluso a su ‘extrema izquierda’. Las amenazas a la Unión Europea desnudan la fragilidad de la restauración capitalista en Europa oriental, cuya base es el capital europeo internacional. El poder está cuestionado por una crisis internacional de conjunto. Es precisamente eso lo que aterroriza a la izquierda reformista y paraliza a la izquierda no reformista» [15].
Se debe hacer la salvedad de que la Nouvelle Gauche Communiste (Nueva Izquierda Comunista) declaró que «no existe ninguna razón para limitar la ambición de lucha. Contentarse con el retroceso del gobierno es permitir respirar a la burguesía para preparar (las elecciones de) 2007 en mejores condiciones. Si la lucha impone una retirada del CPE, el presidente, el gobierno y su mayoría parlamentaria han sufrido una derrota que les debería impedir continuar gobernando el país. Entonces, seamos realistas, luchemos parar derrumbar al poder» [16].
Después del retroceso, muy deprisa, el gobierno se empleó en reconstituir un cuadro político de colaboración con la «oposición de izquierda». El primer ministro De Villepin dejó claro que quería acabar con la crisis del CPE, evitando una nueva movilización en las calles para nuevas reivindicaciones. El CPE sólo fue sustituido; un nuevo proyecto de ley se aprobó por la Comisión de Asuntos Sociales de la Cámara de Diputados, y fue a debate en el plenario. Los socialistas prometieron no obstruir la votación. Las manifestaciones estudiantiles, convocadas antes de la revocación del CPE, reunieron centenares de personas en Marsella, Lyon y Rennes, y millares en Toulouse y en Paris. En total, 100.000 personas participaron en las marchas en 66 ciudades [17].
Los manifestantes y los grupos de jóvenes querían mostrar que estarían alerta hasta la promulgación de medidas sustitutivas al CPE, pero también reivindicaban el fin de la ley de igualdad de oportunidades (que prevé la formación profesional desde los 14 años y el trabajo nocturno de los adolescentes), y la anulación del Contrato de Nuevo Empleo (CNE), considerado el «hermano mayor» del CPE. El CNE, implantado también por De Villepin y en vigor desde agosto de 2005, que vale para trabajadores de cualquier edad en empresas con menos de 20 operarios, permitiendo el despido sin causa justificada durante los dos primeros años.
La lucha de la juventud francesa consiguió mover parcelas significativas de la clase obrera, conscientes de que el futuro de todo el país y de la clase estaba en juego. Francia no es una excepción en Europa [18], por sus particulares y peculiares «obstáculos corporativos» a los lucros sin medida, como se empeñaron en demostrar, en las últimas semanas, todas las personas al servicio del capital. Francia es el ejemplo donde se refleja el futuro de la lucha de clases en Europa. El gallo francés vuelve a marcar el camino del continente y del resto del mundo. Una nueva generación entró de lleno en la lucha, mostrando que el «viejo topo» está más que nunca en acción. Y a los que entonaron apresuradamente el réquiem de la revolución en el país revolucionario par excellence, cabe ahora sólo responder, como hiciera Marx hace siglo y medio: bien creusé, vieille taupe!
Cronología
Octubre – noviembre 2005: Rebelión de los jóvenes. El asesinato de dos jóvenes hijos de inmigrantes provoca violentos enfrentamientos con la policía en los suburbios de varias ciudades.
16 de enero de 2006: El primer ministro De Villepin anuncia una serie de medidas «para combatir el desempleo», incluyendo el CPE.
7 de febrero: El primer día de protestas contra el CPE atrae cerca de 220.000 manifestantes.
7 de marzo: Protestas masivas en todo el país, con centenares de detenciones.
9 de marzo: El Parlamento aprueba la Ley de Igualdad de Oportunidades, en cuyo artículo 8 se incluye al CPE.
11 de marzo: Estudiantes invaden la Universidad de la Sorbona, que permanece ocupada durante tres días hasta que la policía consigue desalojarlos.
28 de marzo: Entre uno y tres millones de personas salen a las calles a protestar contra el CPE.
31 de marzo: Chirac promulga la Ley de Igualdad de Oportunidades, pero suspende la aplicación del CPE hasta la introducción de cambios.
6 de abril: A pesar de la continuación de las protestas, De Villepin promete «luchar hasta el fin».
10 de abril: Chirac anuncia la sustitución del CPE por «medidas de apoyo a la inserción en el trabajo de los jóvenes».
11 de abril: Aunque con menos participantes, continúan las marchas, también contra la Ley de Igualdad de Oportunidades y la anulación del Contrato de Nuevo Empleo, considerado el «hermano mayor» del CPE.
Notas
[1] «El presidente me ha confiado una misión y la llevaré a término», afirmó De Villepin el 6 de abril, y dos días más tarde, el 8 de abril, calificó de inaceptable cualquier modificación del proyecto.
[2] Guilherme Carvalho. O Março Francês de 2006. Manuscrito, marzo de 2006.
[3] Durante los últimos 20 años, tanto los Gobiernos de «izquierda» como de derecha multiplicaron los contratos de trabajo inseguros, desde el «Trabajo de utilidad colectiva» del Gobierno socialista de Laurent Fabius en 1984 (contratos de trabajo parcial de un año de duración y bajo salario) hasta los «trabajos de juventud» de Jospin (contratos de hasta cinco años, renovables cada año). Todos los gobiernos añadieron a esta serie otros tipos de contratos precarios, sin olvidar que la «izquierda plural» de Lionel Jospin privatizó más que los dos Gobiernos de derecha (Balladur y Juppé) precedentes.
[4] En una interpretación que recupera la tradición revolucionaria francesa, la clave de la crisis de legitimidad creada por el CPE de De Villepin estaría en el deseo del pueblo francés de no ser dominado por sus barones o príncipes. ¿Qué es lo que repiten unánimemente los jóvenes? Que no admiten ser despedidos sin justificación. El CPE otorga al empresario un poder que les parece abusivo, que les hiere en su susceptibilidad política, y que les ofende en su condición de asalariados. No es la perspectiva futura de una popularización del CPE y el fin del CDI lo que movilizó más de un millón de personas el sábado 18 de marzo. La precariedad del CDD, del becario, del contratado por jornadas, ya existía y no movilizaba a los jóvenes. ¿Por qué? Entre otras razones más generales, estos contratos son claros desde su implantación. Desde el comienzo se sabe que la admisión al empleo es por un corto tiempo y tiene carácter precario, todo ello es conocido previamente por el asalariado. El CPE ofrece incluso más garantías que las citadas modalidades de empleo, incluso más ingresos. Lo que ofende en este contrato es saber que sin justificación de ningún tipo, sin conocimiento desde su admisión, el empresario puede despedir al trabajador. El despido es diferente de un fin de contrato, sea éste diario, semestral o como becario. El movimiento que rechaza este contrato en las calles lo hace por considerarlo una humillación, un poder ilegítimo de un agente económico más fuerte (Guilherme Carvalho. O Março Francês de 2006. Manuscrito, marzo de 2006).
[5] Catherine Rollot. En París, numerosos padres participan en las manifestaciones. Le Monde, París, 21.3.2006; e http://www.luttes-etudiantes.com/forum/viewtopic.php?t=1316.
[ 6] La Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR) no tomó ninguna iniciativa específica. Su propuesta, tras la represión policial de los estudiantes de la Sorbona, fue llamar a todas las fuerzas de izquierda (incluido el PS) a «organizar una gran reunión de todas las fuerzas de izquierda, representadas al más alto nivel, a fin de dar apoyo y solidaridad a la juventud movilizada; realizar una reunión, tan pronto como fuera posible, para organizar una respuesta unificada y obligar al Gobierno a dar marcha atrás y conseguir la retirada del CPE» (Declaraciones de Olivier Besancenot, 12.3.2006)
[ 7] Francia vive en las calles nas ruas os dilemas da modernização. Valor Econômico, São Paulo, 4 de abril de 2006.
[8] Nathalie Brafman y Frédéric Lemaître. Nouvelle année record pour les groupes français. Le Monde , París, 16 de marzo de 2006.
[9 ] José Pastore. A França e as 35 horas. O Estado de S. Paulo, 22 de febrero de 2005.
[ 10] En las manifestaciones por toda Francia, el Ministerio del Interior dice que salieron a las calles 1.028.000 personas contra el CPE, de los cuales 84.000 en Paris. Para los sindicatos, fueron 3,1 millones de franceses que se manifestaron, 700.000 en Paris.
[ 11] De Villepin pidió a los estudiantes que «dieran una oportunidad al CPE», admitiendo revisar la ley dentro de seis meses para estimar su impacto. Entre las mejorías que estaba dispuesto a introducir, realzó la atribución de un «patrono» a todos los jóvenes que firmaren el CPE, y el pago de un complemento de formación cuando el contrato fuese roto.
[12] Jorge Altamira. Adónde va Francia, adónde va Europa. Prensa Obrera n° 940, Buenos Aires, 6 de abril de 2006.
[ 13] El presidente de la Confederación General del Trabajo (CGT), advirtió sobre el pedido para acordar cambios sobre el CPE que «el gobierno debe entender no pueden dejar al país sin respuesta»; «No se puede imaginar un movimiento tan fuerte y un primer ministro que no cambie nada». El dirigente sindical pidió al presidente Chirac que «intervenga rápidamente porque el premier está bloqueado». También el presidente de la coalición socialista en la Asamblea Nacional, Jean Marc Ayrault, pidió al primer ministro que «olvidara su orgullo» e «hiciera la paz con los franceses». Y pidió nuevamente a De Villepin que retirase el CPE. La izquierda político-sindical asumió claramente un papel de bombero, dentro del carácter masivo de la movilización.
[ 14] El veredicto de los franceses sobre la política económica del gobierno de Dominique De Villepin es demoledor: el 72 por ciento la calificaban de «bastante» o «muy» mala, lo que, según el mismo estudio, corresponde a un aumento de cinco puntos en un mes. De Villepin rompió así el récord de impopularidad establecido por su antecesor, Jean-Pierre Raffarin, en abril de 2005.
[15] Jorge Altamira. Art. Cit.
[ 16] Émile Fabrol. Licencions Chirac, Villepin et Sarkozy. La Lettre de Prométhée n° 2, Paris, marzo de 2006.
[17] França tenta enterrar a polêmica do Contrato do Primeiro Emprego. AJB Online, 12 de abril de 2006.
[18] Tony Negri, que por misteriosos motivos continua siendo considerado como un «ideólogo» de izquierda, afirmó que «para el movimiento contra el CPE, el desafío es abandonar las amarras del ‘empleo del pasado’ y aprehender su propia excepcionalidad productiva: ir más allá de la defensa de la legislación de la era industrial, y afirmar que la flexibilidad y movilidad no significan necesariamente precariedad y riesgo» (Antonio Negri y Giuseppe Cocco. O trabalho de luto. Folha de S. Paulo, Caderno Mais!, 9 de abril de 2006). Para este ex ideólogo «anticapitalista», el capital dejó de existir, hasta como categoría de pensamiento.
Referencias
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Antonio Negri y Giuseppe Cocco. O trabalho de luto. Folha de S. Paulo, Caderno Mais!, 9 de abril de 2006.
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Texto original: http://www.insrolux.org/textos2006/cpecoggiola.pdf
S. Seguí, Ulises Juárez Polanco y Caty R. son miembros del colectivo de traductores de Rebelión. El segundo es asimismo miembro de Tlaxcala ( www.tlaxcala.es ), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.