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Francia: no hay nada que festejar

Fuentes: Sin Permiso

Hugo Moreno analiza la vida política francesa tras las elecciones primarias en el PS francés que dieron el triunfo a Ségolène Royal.

«El capitalismo remundializado golpea y somete, aumenta la explotación, impone privatizaciones, reduce los espacios de libertad, de igualdad y de fraternidad, devora conquistas de las generaciones precedentes, genera el racismo y, en contrapartida, un repliegue comunitarista retrógrado. Esto se traduce en una crisis social generalizada, una pérdida de brújula y de identidad. Sin una fuerte resolución de resistencia y un proyecto unitario de todas las fuerzas de izquierda y progresistas, será muy difícil en los próximos tiempos contener la poderosa ofensiva del capital y de sus representantes políticos. No hay, pues, mucha razón para festejar la victoria de Ségolène Royal, ni la transformación del PS en un partido social-liberal, estilo británico o demócrata norteamericano»


El panorama político francés se agitó con el pronunciamiento casi plebiscitario de los socialistas por la candidatura de Ségolène Royal. La presidenta de la región Poitou-Charente obtuvo poco más del 60 % de los votos emitidos, contra el 20,81 % de Strauss-Kahn y el 18,58 % de Laurent Fabius, sobre un total de 218.000 electores, de los cuales votó más del 80 % (45 % lo son desde la campaña de reclutamiento, vía internet, entre marzo y junio de este año: también una novedad).

El ex-ministro de economía, Strauss-Kahn, que levantó la bandera de una «socialdemocracia moderna», y el ex-primer ministro, Laurent Fabius, que se destacó por su virage (tardío) «a la izquierda» al frente de la corriente del «No» en el referendum de 2005 sobre la constitución europea, resultaron los perdedores en esta pugna interna. El primero se inscribe decididamente en la corriente socialdemócrata liberal; el segundo, como es sabido, en su labor como primer ministro no se diferenció mucho de la derecha tradicional. Ambos, por otra parte, considerados ente los «elefantes» del PS, manifestaron de entrada un tal desprecio por Ségolène Royal, al límite del machismo, que no les jugó en su favor. Pagaron caro el «¿quién se va a ocupar de los niños?»…

A pesar de algunas diferencias, ninguno de los tres se pronunció claramente sobre los principales problemas: la desocupación, la caída del nivel de vida, la pobreza material y cultural, la marginalización de grandes sectores y la consiguiente tendencia a la polarización de la estructura social, la crisis de identidad nacional y social, el aumento de la xenofobia y del racismo cotidiano, la política internacional, la concepción de la Europa. La pobreza intelectual y política de los espectáculos televisados fue consternante. Sus divergencias fueron técnicas, y no políticas. Por si algo faltaba, reiteraron repetidamente su amistad profunda con el Estado de Israel, considerado como «víctima», nada menos que unas semanas después de los 34 días de la guerra contra el Líbano, y del siempre criminal bloqueo y represión contra los palestinos, una de las grandes tragedias de nuestro tiempo.

¿Qué hará pues esta izquierda frente a los grandes desafíos económicos, sociales y políticos de nuestros tiempos? ¿Cuál será la opción frente a los conflictos internacionales que se ciernen en el horizonte? ¿Será capaz y está dispuesta esta izquierda socialista a enfrentar al imperialismo americano en su cruzada guerrera actual y la que seguirá, con republicanos o demócratas controlando la Casa Blanca y el Pentágono?

La victoria de Ségolène Royal, plebiscitada también por los medios de comunicación -a excepción de L’Humanité– ha sido en realidad una victoria anunciada. Ganó olímpicamente, reflejando, por un lado, el giro a la derecha de una opinión más preocupada por los problemas de la «seguridad» y el «orden» que de las causas que generan los graves problemas que atraviesa la sociedad. Royal hizo suyos estos temas, que eran patrimonio del discurso de Nicolás Sarkozy, y compitió en el terreno de éste. Por otra parte, operó también el «síndrome» del 21 de abril 2002, cuando el PS pagó caros sus errores con la derrota de Lionel Jospin. El pánico de la izquierda, salvo honrosas excepciones, llevó entonces a investir a Chicac de una legitimidad que estaba lejos de alcanzar: casi el 80 % contra Le Pen (cuando hubiera ganado con la suya propia, sin recibir ese cheque en blanco). Finalmente, hay otro elemento fundamental: el aparato socialista. La «modernidad» asistió a los viejos métodos, combinándolos con las técnicas más recientes.

El PS adoptó por primera vez el modelo «americano», reemplazando por los sondajes y la televisión el debate político. Salvo esta ficción, no hubo confrontación democrática alguna, pues los afiliados -el PS tiene pocos militantes- quedaron como observadores de una partida limitada entre los tres postulantes a la candidatura de la candidatura. En todo caso, quienes se situaban a la derecha, sea el «blairismo» declarado por Royal, sea la «socialdemocracia moderna» preconizada por Strauss-Kha-, ambos se pronunciaron rotundamente por el «Si» a la constitución liberal europea y, vale recordarlo obtuvieron más del 80 % de los votos. Eso es realmente significativo.

¿Se trata entonces del desquite de los partidarios del «Si» contra la izquierda antiliberal, comprendida una parte importante del PS? ¿Será que una gran mayoría de la base socialista no vislumbra otro horizonte más allá de una «gestión sana» del capitalismo?¿Se está dando el paso que transformó, bajo otras formas por cierto, el antiguo Labour Party en el New Party de la «tercera vía» de Tony Blair?

Si esto fuera así, la victoria de Ségolène Royal significa el fin del PS que renació, en 1972, con François Mitterrand -cualquiera sea la opinión que se tenga del personaj- preconizando un programa de reformas avanzado y la Unión de la izquierda. Es decir, una transformación política que haría de la principal fuerza de la izquierda francesa un partido aún más potable para las clases dominantes y la gestión del capitalismo en su forma actual. Pues el telón de fondo es, precisamente, la profunda crisis global de la sociedad capitalista bajo todas sus formas, económica, política, cultural, identitaria.

Los fenómenos políticos tienen siempre causas sociales. Una parte de la población, sectores obreros, populares y de clase media, hace rato que se derechiza, o, no pocos, se constituyen en ese «partido abstencionista» de los jóvenes que descreen de la política, desprecian a sus representantes e ignoran las instituciones estatales. Algunos sectores importantes van aún más lejos, favoreciendo al Frente Nacional de Le Pen, xenófobo, racista y fascista, reintegrado en el espectro político como un respetable partido «como los otros», que se presenta demagógicamente como antisistema y hasta nacionalista antiamericano. Eso explica, en parte, los primeros «éxitos» de Sarkozy, con su discurso securitario, la afirmación de un Estado de tipo policial, la criminilización de la juventud marginada, la ecuación extranjero=delincuente, pescando en el terreno de la extrema derecha, rompiendo con el gaullismo tradicional, proclamando su proamericanismo, ¡ nada menos que a los Estados Unidos de George W. Bush !

Sin embargo, Nicolás Sarkozy, candidato anunciado de la derecha, se confronta a una fronda importante en su propio campo. Su fuerza política, que es el giro a la derecha de buena parte de la sociedad francesa, encuentra dificultades en el enfrentamiento con Chirac y sus seguidores. Pero ni el primer ministro Dominique Villepin, ni la ministra de la defensa Michèle Alliot-Marie, tienen la menor oportunidad. Eso lo sabe Chirac, a quien la tentación de socavar el piso a Sarkozy puede conducir a aventuras sorprendentes, como lo hizo en el pasado.

El desencanto de la política, el descrédito de las instituciones, de los partidos, del sistema en su conjunto, no cesa de aumentar. En resumen, lo que está en cuestión es la Va República, esa invención del general De Gaulle para asegurar la dominación con un Estado fuerte y un poder político semejante al de una «monarquía republicana». El planteamiento de Raymond Aron -teórico de una derecha lúcida y cultivada- cuando trataba de establer el límite en las democracias constitucionales pluralistas, como él decía, entre los «regímenes sanos» y los «corruptos» resulta pertinente. El régimen político actual se acerca mucho a la clasificacion aroniana de los segundos : el Estado descompuesto de la Va República chiraquiana. Basta ver el seudo respeto de las libertades individuales, la xenofobia imperante, la criminalización de los pobres, el poder de la oligarquía dominante completamente separada del pueblo, la violación permanente de la soberanía popular, los affaires escandalosos que salpicaron a buena parte de la derecha.

El PS no logró recuperarse de la derrota de 2002, hasta ahora al menos. Pero tampoco la izquierda antiliberal y/o anticapitalista logró construir una alternativa. Los serios esfuerzos de militantes políticos y sindicales, provenientes de distintos horizones políticos y asociativos, así como del PCF, que aunque muy debilitado constituye la fuerza principal para un reagrupamiento de una izquierda radical, están empantanados, sin que los comités unitarios antiliberales concreten una candidatura única. La persistencia de Marie-George Buffet, responsable nacional del PCF, para imponer su propia candidatura, no contribuye a encontrar una solución, como tampoco la posición de la LCR, que se margina lamentablemente con argumentos falaces.

Esta situación es favorable al PS, pues el «voto útil» desde el primer turno no deja de tener su atractivo para sectores de la izquierda, de los jóvenes, de los ciudadanos/as que quieren evitar a todo precio un eventual duelo entre Sarkozy y Le Pen. Ségolène Royal, con sus declaraciones de «pragmatismo» y «modernidad», rompiendo con el discurso tradicional y jugando con su carisma femenino, se presenta así como una posible barrera contra la derecha. Es un dato nuevo de la realidad política francesa. Y en caso de ganar, sería bueno, mal que les pese a los que no saben hacer la diferencia entre la derecha y la izquierda, por más light que ésta sea. Otra cosa es hacerse la menor ilusión.

Las grandes luchas populares, el movimiento contra el Contrato de Primer Empleo (CPE) hace apenas un año, lograron frenar la ofensiva violenta del capital y del gobierno más derechista que ha tenido Francia desde 1945, pero sin parar la ola de fondo reaccionaria de la sociedad francesa. El sabor amargo de esta victoria escamoteada aún persiste, así como los problemas que hicieron estallar, en el otoño caliente de 2005, la revuelta violenta e incontrolada de la juventud de los barrios-ghettos, donde están confinados buena parte de los excluídos.

El capitalismo remundializado golpea y somete, aumenta la explotación, impone privatizaciones, reduce los espacios de libertad, de igualdad y de fraternidad, devora conquistas de las generaciones precedentes, genera el racismo y, en contrapartida, un repliegue comunitarista retrógrado. Esto se traduce en una crisis social generalizada, una pérdida de brújula y de identidad. Sin una fuerte resolución de resistencia y un proyecto unitario de todas las fuerzas de izquierda y progresistas, será muy difícil en los próximos tiempos contener la poderosa ofensiva del capital y de sus representantes políticos. No hay, pues, mucha razón para festejar la victoria de Ségolène Royal, ni la transformación del PS en un partido social-liberal, estilo británico o demócrata norteamericano.

¿Podrá el PS de Ségolèle Royal mobilizar un amplio frente de la izquierda, si mantiene su perfil encuadrado en el social-liberalismo? ¿Se puede modificar algo, por otra parte, sin cambiar profundamente el sistema político actual, sin abrir el paso a una democracia representativa y participativa real, sin enterrar el corsé de la Va República? ¿Será capaz la izquierda antiliberal reagrupada en los comités unitarios de presentar una candidatura viable, sobrepasando sectarismos y mezquindades varias, presentándose como una fuerza política real? ¿Es posible defender una política de frente único, incluído el Partido Socialista, aún con su fisionomía actual? ¿Habrá llegado la hora en que la izquierda socialista, que aún subsiste, se decida a romper y constituir un auténtico partido socialista?

Nada está definitivamente decidido. Pero la necesidad imperiosa es derrotar a la derecha reaccionaria, a Sarkozy, a Le Pen y su banda, y a sus semejantes. Es el desafío que enfrentan todas las izquierdas. Además, un deber político y un imperativo moral para los que siguen convencidos de que otro mundo es posible, de que los valores de la república social siguen vigentes y de que hay que defenderlos, como nunca, con uñas y dientes. La izquierda radical tiene, en ese sentido, una responsabilidad mayor. Entre tanto, hay que contar también con el movimiento social que no dejará de marcar su impronta por afuera y por debajo de las organizaciones políticas. Es la condición para preparar una alternativa de cambio social, la única que puede salvar a Francia y a Europa de una catástrofe. No hablo de socialismo, sino de parar la barbarie.

«Niños del mundo/ si cae España – digo, es un decir-/ si cae/ del cielo abajo su antebrazo que asen/ en cabestro, dos láminas terrestres,/ niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!/ ¡qué temprano en el sol lo que os decía!/ ¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!/ qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!», nos cantó el gran poeta peruano César Vallejo en aquellos terribles años 30, cuando la ola reaccionaria parecía todo destruir y llevó al mundo a la guerra total. Hay que resistir y derrotar a la derecha y a la extrema derecha amenazantes a nivel nacional y mundial. Otra alternativa no nos queda y es la única manera de preparar el porvenir.- París, 21 de noviembre 2006.

Hugo Moreno , profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Paris 8, es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.

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