Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
Hoy un recluso se ha matado en la prisión de Toulouse. En 2009, ha habido 115 suicidios en las cárceles francesas, un número que se eleva a 122 si se suman los casos de los que se quitaron la vida durante los permisos para salir o cumplían la pena bajo una forma alternativa, como la pulsera electrónica. En 2008, los suicidios habían sido 108. La tasa de suicidios en prisión se ha incrementado por cinco desde los años 60 hasta hoy. Francia ocupa el primer lugar en Europa en esta estadística poco democrática. La CGT explica que la situación de hacinamiento, la falta de personal (no sólo de vigilantes, sino también de médicos y trabajadores sociales) y la abundancia de medidas «contraproducentes» para bajar el porcentaje son las causas del fenómeno. Por ejemplo, ahora en las cárceles francesas se da un «equipo de protección» al recluso que debería dificultarle llevar a cabo el suicidio: colchón anti-incendios, sábanas que no se rasgan, pijamas de papel. En cambio, dice la CGT, no se hace nada para restaurar «la voluntad de vivir» a los que se enfrentan a la violencia de encarcelamiento. Una cuarta parte de los suicidios se concentra en los dos primeros meses en la cárcel.
La ministra de Justicia, Michèle Allliot-Marie, ha prometido intervenir. Para 2017 habrá 68.000 plazas en las cárceles francesas, distribuidas en sesenta instituciones, que no deberían exceder los 700 detenidos. Alliot-Marie ha vuelto a prometer este año que se generalizarán las celdas individuales. Asegura asimismo que en pocos años se propondrán «cinco horas de actividades diarias» para cada detenido. «¿Qué medios se dispondrán para estas buenas ideas? ¿A cuántos detenidos afectará?», pregunta el Observatorio Internacional de Prisiones. Por el momento, la situación sigue siendo dramática. «Nos da vergüenza trabajar en lugares así», dice la sección penitenciaria de la CGT.